LOS VIEJOS MODOS DE LAS NUEVAS POÉTICAS:

SOBRE EL CRIMEN DE LA CALLE DE FUENCARRAL, LA

NO-FICCIÓN Y EL “NUEVO PERIODISMO”

Elena de Lorenzo Álvarez

Esta comunicación propone una lectura de El crimen de la calle de Fuencarral, los

artículos que Galdós envía al diario La Prensa (Argentina) entre 1888 y 1889, a la luz de

formas literarias propias de lo que se conoce como “no ficción”, ese género íntimamente

imbricado con la prensa, la novela negra, las fórmulas del folletín y los reportajes del “nuevo

periodismo”.1

Vaya por delante que en términos literarios la definición “no-ficcional” es harto confusa,

pues responde a una concepción de los discursos basada en los conceptos históricos verdadero

/ falso y no en el binomio literario verosímil / inverosímil, y es un ejemplo palmario de

contradictio in adjecto: la adjetivación “no-ficcional” presupone que la literatura es ficticia y

luego niega tal esencia; y esto sin entrar a considerar que toda organización discursiva, aunque

pretenda narrar la realidad, supone la selección de una secuencia y un punto de vista y el

relegamiento del resto de posibilidades infinitas. De todos modos, como señaló Paul Válery,

no nos emborrachamos con las etiquetas de las botellas y probablemente no se puede pensar

seriamente con términos genéricos, así que, por ahora, renuncio a la disquisición analítica y

sírvanos este palabro para entendernos.2

La finalidad de reconocer El crimen de la calle de Fuencarral como obra no-ficcional es

colaborar a trazar una estela de textos que matice la reiterada afirmación que sitúa los orígenes

de la no-ficción en A sangre fría, de Truman Capote (1965), y que permita a estas obras

acceder a una historia de la literatura que las juzga espurias por amalgamar elementos

históricos, políticos, filosóficos, sociológicos y periodísticos, y que las considera marginales,

paraliteratura, infraliteratura, subliteratura o literatura menor porque no encajan en la

taxonomía literaria de los géneros que ha reconocido como artísticos.

Como se acaba de señalar, el gran referente de la escritura no-ficcional es A sangre fría de

Truman Capote (1965), donde se relata el asesinato, sin motivo aparente, de una familia de

Kansas. Pero siete años antes que el siempre mentado libro norteamericano se edita en

Argentina Operación masacre (1957), en que Rodolfo Walsh compila y reestructura una serie

de artículos que había publicado en el diario Mayoría y que narran una violenta vivencia

política que el autor juzga particularmente significativa y que demanda ser comunicada con

urgencia: la detención de catorce civiles y el asesinato de cinco de ellos, erróneamente

implicados en una sublevación militar contra la llamada Revolución Libertadora, el gobierno

dictatorial del general Aramburu y el almirante Rojas que había derrocado a Perón.3 La versión

oficial de los núcleos de poder —policía, judicatura y prensa oficial— sostiene en un primer

momento que estos hombres nunca fueron detenidos, y después, que fueron fusilados pero no

asesinados. Los testigos, los fusilados que sobrevivieron, temen hablar y están dispersos, por

lo que no alcanzan a constituir en un testimonio coherente sobre lo ocurrido y, por tanto, no

pueden ofrecer una explicación alternativa a la historia oficial. Para demostrar que ésta,

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aunque verosímil, es falsa, para reconstruir lo sucedido y para denunciar la evidente ruptura de

la normalidad social que resulta de una situación en que la violencia es ejercida por el Estado,

Walsh publica Operación masacre, cuyo nudo es una cuestión legal que ninguno de los

testimonios aislados habría podido demostrar: que los detenidos no fueron fusilados sino

asesinados ya que la Ley Marcial que permite el fusilamiento sin juicio fue promulgada tras el

arresto y ésta nunca tiene carácter retroactivo.

Desde su aparición en 1957, Operación masacre fue referencia de la literatura testimonial

hispanoamericana tanto en el contexto literario, como en el político y social,4 considerándola,

por su anterioridad a la obra de Capote, como el inicio de una nueva poética,5 caracterizada

por la contrainformación, la circulación en canales alternativos, la existencia de variantes

literarias que le dan carácter de obra abierta y la incorporación de géneros populares: la

literatura no-ficcional suele conjugar elementos de la novela negra (cuenta la historia a través

de la historia de la investigación del detective), del folletín decimonónico (en lo que concierne

a la dosificación de la información) y del “nuevo periodismo” que efectúa una narración de

urgencia de un referente de violencia.

Y sin embargo, desde el punto de vista de la historia literaria cabe matizar que estas obras

del siglo XX sean el inicio de una nueva poética. Pensando en el ámbito europeo, es forzoso

referirse al Tratado sobre la tolerancia (1763) de Voltaire y al J’accuse de Zola (1898).

Voltaire reflexiona sobre el fanatismo religioso y, enmarcando el alegato histórico-filosófico,

da a conocer los hechos que ha investigado sobre el caso Calas, cuestiona a la justicia y

defiende públicamente al comerciante protestante Jean Calas, condenado por el asesinato de

un hijo supuestamente convertido al catolicismo.6 A raíz del caso Dreyfus, Zola publica en la

primera plana de L’Aurore el J’accuse, en que entran en juego elementos no-ficcionales tan

habituales como: un condenado que no merece credibilidad —un capitán judío acusado de

sedición—; una versión oficial falsa pero verosímil; testigos de la inocencia que son apartados

del poder y dispersados; apoyo de los ejes de la autoridad de la restauración a la versión

oficial, según Zola “novela folletinesca, tan extravagante como trágica”; y un intelectual que

recurre a un canal alternativo de comunicación, la prensa socialista, para publicar una carta

abierta en que se acusa a las autoridades de haber mentido.7 Demasiado recuerda la figura del

“filósofo” ilustrado a la del “intelectual” decimonónico, y mucho tienen de “no ficción” unos

escritos en que se sigue una investigación, se “acusa” a los núcleos de poder, como las

instituciones jurídicas y eclesiásticas, se moviliza a la opinión pública, se van incorporando

sucesivos artículos al hilo del juicio y de la publicación de escritos que les contradicen, y se

coadyuva a la rehabilitación del condenado.

En este contexto de obras no-ficcionales se puede situar El crimen de la calle de

Fuencarral,8 seis décadas anterior a las obras americanas, diez al escrito de Zola, lo que puede

ayudarnos a pensar qué lugar ocupa en la historia de la literatura aquella definida como

“no-ficcional”.

En la primera vinculación de El crimen de la calle de Fuencarral con la no-ficción no

abundaré; es obvio que Pérez Galdós maneja un referente real de amplia difusión y signado por

la violencia al escribir para los lectores argentinos cómo en España se intenta esclarecer quién

es el asesino de una viuda rica y quién pudo colaborar con él, la madrugada del 2 de julio de

1888:9 la sirvienta, Higinia Balaguer Ostolé —que tras diversas versiones se inculpó y fue

agarrotada en 1890—, Dolores Ávila, amiga de ésta —condenada a dieciocho años de prisión

por cómplice y encubridora—, José Valera, hijo de la víctima —que había apuñalado a su

Los viejos modos de las nuevas poéticas: sobre El crimen…

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madre dos años antes y tenía como coartada el cumplir condena en la cárcel Modelo de

Madrid; fue absuelto—, José Millán Astray, director interino de la cárcel y padre del militar

mutilado —Higinia había servido en su casa y permitiría a Varela salir de la cárcel; fue

encarcelado y liberado sucesivas veces y, finalmente, absuelto—.

Desgranando la historia de este texto, puede señalarse además que se trata de una obra

“abierta”, no en el sentido semiológico de Eco, sino en el de su constitución misma, como la

de Voltaire o la de Walsh: la narración no fue concebida por Galdós como tal, sino que son

crónicas, e incluso extractos de éstas, que Alberto Ghiraldo corta e hilvana construyendo

secuencias narrativas a partir de los artículos que Galdós envía a La Prensa sobre este asunto

entre 1888 y 1889.10 El propio editor lo reconoce:

Cumpliendo la voluntad del maestro, su hija y heredera universal, María Pérez

Galdós, ha puesto en nuestras manos el tesoro literario de que era digna depositaria.

Nosotros, con todo amor, hemos aceptado la misión de clasificar, ordenar,

arquitecturar, digámoslo así, esta inmensa obra desparramada en publicaciones

americanas durante diez años.11

También en el plano textual abundan lo que serán resortes canónicos de la

no-ficción: novela negra, folletín y “nuevo periodismo”. Galdós construye una secuencia

propia de la novela negra pues el narrador no cuenta el crimen, sino la historia de la

investigación. El lector sigue ese “rastro de sangre” (p. 4) a través del narrador, que expone lo

que va conociendo de la instrucción policial y de las pesquisas periodísticas y lo que él mismo

presencia en las vistas del juicio oral. De ahí que recoja testimonios varios, con frecuencia

contradictorios, las seis declaraciones distintas de la criada ante la justicia y sus

manifestaciones a los reporters, los informes de los peritos y las opiniones de los periódicos

sensatos e insensatos, elementos a partir de los cuales va deduciendo sucesivas conjeturas

razonables en torno a la inocencia o culpabilidad de Varela, para concluir, como un narrador

no-ficcional, que “hay un rastro, un orden de hechos probables” (p. 52) y que “a mi juicio, se

sabe lo esencial, aunque ciertas particularidades no se vean claras” (p. 53). Tal punto de vista

implica la resignación del modo de narración omnisciente, pues es imposible que este narrador

conozca toda la historia. Como señala Pedro Ortiz Armengol, este modo de escribir influiría

en su producción literaria inmediata, pues le pusieron “en la pista de un camino que hasta

entonces no había recorrido: la novela con misterio policíaco y psicológico, que sería la

próxima que emprendería”.12 Galdós ensayaría esta estructura en La incógnita, redactada al

tiempo que el proceso judicial, y Realidad inmediatamente después.

Galdós recurre también a los elementos propios del folletín decimonónico popular, que

luego harán fortuna en la no-ficción, formulando preguntas sucesivas que aparentemente no

tienden tanto a dosificar la información y mantener el suspense —no suelen cerrar las

crónicas—, como a dirigir la atención del lector hacia ciertas zonas del enigma que parecen

decisivas para su resolución: “¿Cómo se concuerda esto con la declaración de la Balaguer? La

confusión que de esto resulta es extraordinaria” (p. 7); “¿Quién se quivoca? No lo sabemos”

(p. 19); “¿Es esta la cantidad que llevaba en el seno? ¿Es este el grueso paquete de billetes de

banco [...]? ¿Qué negocio era ése [...]? ¿Quién lo dirigía?” (pp. 21-22); “El tal personaje es el

depositario de la cantidad robada. ¿Pero en dónde está? (p. 24); “¿No podía alucinarse la

criada?” (p. 45). La pregunta última que va perfilando el texto no es si Higinia es culpable,

sino si los hombres estuvieron involucrados en el crimen: “¿Tuvo alguna participación moral o

material el hijo en el asesinato de la madre?” (p. 39); “Queda la gran duda ¿Hubo hombres o

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no hubo hombres en el acto tremendo del primero de julio?” (p. 45); “Pero esos hombres,

¿dónde están?” (p. 47); ¿Pero hubo o no hubo hombres en la tragedia aquella? ¿Son capaces

dos mujeres solas de consumar actos tan terribles, y el acto del incendio cabe en los medios de

acción de una mujer sola? Este es el enigma que no se ha aclarado aún” (p. 48). Este uso

puede resultar contradictorio con el hecho de que Galdós arremeta contra la “novela de

movimiento”, pero ya Jacques Beyrie y Alan Smith destacaron elementos de la estética

popular en El audaz y Rosalía.13 En cualquier caso, no hay que decir que la estrategia es una

pero su manejo múltiple, y cualquier crítico, por poco avezado que sea, advierte de cuán

distinto modo se engasta el folletín en las novelas de Eugenio Sue, Ayguals de Izco, Pérez

Escrich o Manuel Fernández y González, a quien Galdós reconoce como maestro de la novela

histórica que degustaba con deleite en su infancia. El uso del folletín para narrar un suceso

criminal encaja perfectamente en la realidad literaria del momento: Ferreras señala que a

mediados de siglo XIX “los crímenes entran definitivamente a engrosar el caudal temático de la

novela por entregas” y documenta varias novelas de folletín tituladas en los últimos lustros

“crimen y crímenes”.14

Por último, Galdós recurre a la personalización y la subjetivización, dos características

consideradas propias de los reportajes del “nuevo periodismo”,15 que se injertan habitualmente

en las narraciones no-ficcionales. Renuncia a la impersonalidad, ya que se refleja en el texto en

sus múltiples facetas de receptor de la noticia, periodista y testigo de las vistas del juicio —en

cartas a Atilano Lamela reconoce haberse entrevistado con ella, aunque no lo afirma en las

entregas—,16 y renuncia a la perspectiva objetiva al enfocar desde su punto de vista a los

protagonistas, que llegan al lector subjetivizados por sus impresiones: “su semblante es digno

de mayor estudio”, “recuerda la expresión fríamente estupefacta de las máscaras griegas que

representan la tragedia”, el perfil “resulta” siniestro, “los ojos, hundidos, negros, vivísimos

cuando observa atenta, dormilones cuando está distraída, tienen algo del mirar del ave de

rapiña”, “lo que sí hemos podido conocer, y ¿por qué no decirlo?, admirar, es su serenidad”

(p. 38).

A estas consideraciones hay que sumar una fundamental y es que, reparando en los espacios

de producción, los textos no-ficcionales suelen canalizarse a través de algún tipo de

publicación periódica y salir de una pluma que lo mismo se empuña para la novela que para la

prensa —en parte porque ambas interesan, en parte porque el escritor necesitaba de cuando en

cuando que le pagaran los artículos—. Así sucedió con los textos comentados hasta ahora, y

también con El crimen de la calle de Fuencarral. Pero es fundamental destacar que es a

finales del siglo XIX cuando la prensa pasa de informar sobre los acontecimientos a actuar en

ellos e incluso generarlos y cuando la sección de “sucesos” se convierte en columna fija en

todos los periódicos. Dice Alas:

Han tomado en los periódicos alarmantes proporciones las causas célebres y los

folletines a la antigua, total, causas célebres. Crímenes por arriba y por abajo,

puñaladas, escándalos, misterios sangrientos y ciencia policíaca por todo pasto

espiritual.17

Y Luis Bonafoux en Gotas de sangre: crímenes y criminales afirma:

Cada pueblo tiene su affaire. Madrid ha tenido, entre otros, el crimen de la calle de

Fuencarral; París, el proceso Dreyfus y los Humbert; Bolonia, el crimen de la Linda

Bonmartini. Por el crimen de la calle de Fuencarral riñeron grandes batallas los

Los viejos modos de las nuevas poéticas: sobre El crimen…

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periódicos principales de España. Por Dreyfus, y aun por los Humbert, las han reñido

los principales periódicos de Francia. No menos terribles son las que libró la prensa

italiana por el crimen de la Linda Bonmartini. El proceso Dreyfus dividió a Francia en

nacionalistas y revolucionarios. El proceso de la Linda ha reverdecido añejos odios de

clericales y anticlericales. Y así como la Higinia Balaguer ocupó la atención de la

prensa europea, y Dreyfus y los Humbert tomaron carta de naturaleza en todas las

grandes capitales de Europa, la Linda Bonmartini, que va a aparecer ante los

tribunales, es el tema preferente de las conversaciones de París.18

Y el propio Galdós en su primer artículo sobre el caso afirma:

En vano buscarían en la prensa acontecimientos políticos o literarios. Los periódicos

llenan las columnas con relatos del crimen de la calle de Fuencarral, del crimen de

Valencia, del crimen de Málaga, los reporters y noticieros, en vez de pasarse la vida

en el salón de conferencias, visitan los Juzgados a todas horas, acometen a los

curiales, atosigándoles a preguntas, y con los datos que adquieren, construyen luego

la historia más o menos fantaseada y novelesca del espantoso drama (p. 3).

Por eso Galdós en El crimen de la calle de Fuencarral analiza el origen de lo que él mismo

llama “prensa criminalista” (p. 30), ese nuevo periodismo que interviene en la investigación,

apuesta por determinadas hipótesis, genera juicios paralelos y llega a personarse ante la justicia

como acusación particular. Dicha labor merece en un primer momento el beneplácito de

Galdós: “La prensa ha hecho algo más que informar al público de los hechos conocidos, y ha

tomado parte importantísima en la investigación de la verdad”; “la prensa no ha podido

concretarse a sus funciones de simple informadora de los sucesos; ha tomado una parte activa

en la instrucción del proceso”; “los adelantos del proceso son debidos a la insistencia con que

la opinión pública por conducto de la prensa ha señalado el camino de la verdad” (pp. 3-4).

Y es que la prensa se personó en el juicio representando la Acción Popular, que se ejercía

por vez primera en España. Defendida por Francisco Silvela e inaugurada con el primer

gobierno de Sagasta, la Acción Popular se entendía como un avance en el procedimiento

criminal, en tanto permitía al ciudadano ejercer su derecho a la justicia independientemente de

la representación del fiscal del Estado y de los intereses de la víctima. Con motivo del caso

que ocupa a Galdós, se reunieron una treintena de directores de periódicos de Madrid quienes

decidieron que su representante en la Acción Popular fuese el propio Francisco Silvela. Como

éste no obtuvo la autorización de Cánovas, se encargó la dirección técnica de la Acción

Popular a Joaquín Ruiz Giménez, director de La Regencia.

Si esto se juzgaba positivo, la prensa tuvo otro papel más que controvertido, que llevaría a

Galdós a reconsiderar sus encomios, desaprobando el interés sensacionalista que mueve a los

periódicos y su empecinamiento en defender la hipótesis que hubieran sostenido en un primer

momento, al margen de lo concluido por la justicia: “la prensa busca, en primer lugar,

emociones con que saciar la voracidad de sus lectores; procura dar a éstos cada día noticias

estupendas”; “esto de que la prensa dé cabida en sus columnas a insustanciales charlas de café,

presentándolas con la autoridad de cosa juzgada, nos parece deplorable” (p. 12).

Y es que la prensa encontró un filón en aquel caso y las ventas subieron a cifras nunca

vistas, hasta el punto de que algunos magistrados insistieron en que se investigaran los

ingresos de los periódicos durante los meses de mayo a agosto. La Correspondencia de

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España publicó el sumario como si se tratara de un folletín, Ruiz Giménez publicó sus

Recuerdos del proceso19 y llegó a publicarse en libro el Extracto y juicio del proceso en

1888.20 Según este Extracto, El país se dedicó en dieciséis números al caso, y El imparcial lo

hizo en otros treinta.21 Dado que son conocidos tanto los artículos de El imparcial como los

de El país, cabe releer las consideraciones que sobre el proceso y las dos facetas del papel que

la prensa jugó en el caso se publicaron en El socialista.22

El órgano del Partido Obrero, distanciándose de la prensa “burguesa”, problematiza en

varios números tanto el juicio como las noticias sobre éste. Cuestiona el adjetivo “popular” de

la acción legal emprendida por la prensa en el juicio, pues ninguna elección popular ha

designado para ello a los que llama “vocingleros estériles”;23 sospecha de la parcialidad de una

justicia que deja libre tras sólo tres días de reclusión a Millán Astray, enmarcando la acusación

en el contexto de injusticia social;24 considera que “el proceso de la calle de Fuencarral abunda

en enseñanzas para la futura justicia revolucionaria del proletariado” y acusa a la prensa

burguesa de distraer la atención: “consagrada la prensa casi por completo a las tareas que

podríamos llamar patibularias, las cuestiones políticas vienen relegadas estos días a un lugar

muy secundario”;25 cree que “con recoger tan sólo todo lo que los periódicos burgueses dicen

estos días, ya con motivo del crimen de la calle de Fuencarral y los hechos análogos que

exhuman, o ya denunciando otros de índole diversa, pero relacionados todos con la

administración de justicia, tendríamos materiales sobrados para formar el proceso de la justicia

burguesa”. Insiste además en que la propia prensa ha manejado el caso como una crítica

al sistema:

¡Y qué afán, qué santa emulación en todos los elementos burgueses para pregonar y

descubrir las resquebrajaduras del que consideran sólido pilar del régimen explotador!

¡Con qué satisfacción contemplamos trabajar en nuestra propia obra a todos los

enemigos de las ideas redentoras […]! ¡El crimen de la calle de Fuencarral!

Prescindid de la compasión que inspira la víctima inmolada, sustraeros a la

repugnancia que provocan los miserables asesinos y al presenciar con frialdad todas

las consecuencias derivadas del proceso famoso, decid si los proletarios no tienen

motivos para estar satisfechos. No se trata, no, de uno de tantos crímenes más o

menos odiosos; […] se trata en realidad del proceso de todo un sistema social, que al

sintetizar por modo admirable todas las infamias de una sociedad caduca, viene a dar

la razón a los que proclaman la guerra de clase, a los que sostienen la bandera del

socialismo revolucionario.

En cuanto a la prensa, afirma que ésta “afectando interesarse en el esclarecimiento del

crimen, sólo persigue la explotación de la curiosidad pública”;26 considera que El liberal,

“prototipo de democracia y republicanismo”, que ataca a la sentenciada, y El imparcial,

aunque en el otro bando, contribuyen a distraer a la opinión pública de lo que considera los

verdaderos “problemas” del país;27 arremete contra las que irónicamente llama “armonías

domésticas” de una prensa burguesa dividida en torno al crimen, a la que define como

“vendedores del papel fuencarralero”: “El liberal y El Resumen, que con El país componen la

escolta de la falange fuencarralera, hacen blanco preferente de sus iras a El imparcial [que no

formaba parte de la “Acción popular”]”;28 y sintetiza bien la pugna de los periódicos:

¿Se acuerdan los lectores que dijimos que todo el argumento de la campaña de ese

periódico [El liberal] con el pretexto del crimen de la calle de Fuencarral se

condensaba en el afán de llegar a arrebatar un día a El imparcial las líneas que a guisa

Los viejos modos de las nuevas poéticas: sobre El crimen…

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de dístico sabroso proclaman que este diario es del mayor circulación de España?

Pues hemos acertado. El día reconoce que ha reproducido textos de El liberal, y éste

le ofrece este letrero para su establecimiento: “Periódico dispuesto a colgarle a

cualquier hijo de vecino el asesinato de su madre a cambio de unos cuantos perros

chicos”.29

En suma, El socialista considera que la prensa se ha arrogado un papel que no le

corresponde en el marco jurídico y que ha manejado a la opinión pública por intereses

pecuniarios:

A pesar de lo bárbaro y repugnante del crimen […] el interés y la curiosidad del

público no se hubieran fijado tanto en él si la prensa burguesa, más afecta cada vez a

convertirlo todo en mercancía y negocio, después de notificarlo en extensísimas

reseñas […] no hubiese ofrecido a diario abundante pasto de datos, noticias,

suposiciones y rumores referentes al mencionado crimen. En efecto, esa prensa

asquerosa y despreciable, aguijoneada por el incentivo de vender algunos miles de

ejemplares más […] ha presentado un día como culpable a quien no puede defenderse

y quizá es inocente, y ha favorecido otro con sus insinuaciones y relatos a quien acaso

ha delinquido. […] El periodista don Manuel Fernández Martín ha considerado

preciso llamar la atención de sus colegas sobre el espectáculo que están dando en

estos momentos.

A la vista de lo expuesto, El crimen de la calle de Fuencarral presenta esa elaboración

literaria, esa subjetivización y esa personalización que el “nuevo periodismo” reclamará para

distanciarse del periodismo “de vieja escuela”. Como en una vuelta de tuerca, este “caso

periodístico” presenta unos modos literarios que se reclamarán un siglo después, pero que no

pueden ser juzgados como absolutamente novedoso por una mirada crítica que no limite su

perspectiva a la producción del siglo XX. Por otro lado, parece que es razonable leer El crimen

de la calle de Fuencarral como obra no-ficcional, una línea que se abriría en el siglo XVIII con

el tratamiento del caso Calas de Voltaire, seguiría con el del caso Dreyfus de Zola, y sería

reconocida por la crítica del siglo XX en las obras de Walsh o Capote. El manejo de recursos

luego reconocidos como propios de la no-ficción en un texto de un escritor realista

decimonónico puede tener ciertas implicaciones: reconocer dichas correspondencias permite

situar el origen de la presuntamente posmoderna no-ficción en el ámbito del realismo

tradicional, con el que ésta comparte la íntima imbricación de la literatura y el acontecimiento

histórico. La narrativa no-ficcional recogería el legado del gran realismo del siglo XIX,

entendiendo por realismo no un modo de representación, sino un momento literario en que,

como afirmaba Galdós en 1897 en el título de su discurso de recepción en la Real Academia

Española, la sociedad presente es por primera vez conscientemente “materia novelable”, un

momento literario en que “imagen de la vida es la novela”.30 Si es así, y existe una estela de

textos no-ficcionales y de otros modos de periodismo, no era impropio señalar los viejos

modos de las supuestamente nuevas poéticas.

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NOTAS

1 Para las características de la no-ficción véase Del Lazarillo al Sandinismo: Estudios sobre la función

ideológica de la literatura española e hispanoamericana, ed. John Beverly, 1987, Minneapolis,

Prisma Institute; Testimonio y literatura, ed. René Jara y Hernán Vidal, 1986, Minnesota,

Universidad de Minnesota; La invención de la memoria, 1988, Santiago de Chile, Instituto Chileno-

Francés de Cultura; Voices of the voiceless in testimonial literature I y II, Latin American

Perspectives, nos 70 y 71 (1991); La voz del otro: testimonio, subalternidad y verdad narrativa,

Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, nº 36, XVII (1992).

2 «Il est impossible de penser —sérieusement— avec des mots comme Classicisme, Romanticisme,

Humanisme, Réalisme… On en s’enivre ni en se désaltère avec des etiquettes de bouteilles», Paul

Válery, Mauvaises pensées et autres, 1942, París, Gallimard, p. 35.

3 Rodolfo Walsh, Operación masacre, prólogo de Osvaldo Bayer, 1994, Buenos Aires, Planeta, p. 19.

Esta edición incorpora en un anexo las variaciones y los nuevos paratextos que Walsh fue

incorporando en sucesivas reelaboraciones. La primera de las notas del diario Mayoría está recogida

en R. Walsh, El violento oficio de escribir. Obra periodística 1953-1977, 1995, Buenos Aires,

Planeta, pp. 36-49.

4 Un Julio Cortázar que acaba de publicar El libro de Manuel, donde se cruzan literatura y política, al

ser entrevistado por Osvaldo Soriano en 1973, afirma que la obra es «una especie de reportaje

imaginario de la realidad. [...] un arma ideológica formidable en América latina», en «Julio Cortázar

entrevistado por Osvaldo Soriano», La Opinión (11 de marzo de 1973), recogida en Grandes

entrevistas de la historia argentina (1879-1988), compilada y prologada por Sylvia Saítta y Luis

Alberto Romero, 2002, Buenos Aires, Suma de Letras Argentina, pp. 364-391, la cita en la p. 382. Y

Augusto Roa Bastos le dice a Carlos Dámaso Martínez: «Pienso en algunos escritores donde en ese

tratamiento de la crónica hay una calidad literaria. Pienso concretamente en Rodolfo Walsh, que ha

logrado esa forma de crónica en la ficción. […] En este sentido la obra de Walsh es el modelo aquí

en la Argentina y en América Latina. Esa carta de Walsh a la Junta Militar podría haber sido el

comienzo de un libro como Operación masacre. En fin, son cosas que el futuro inmediato pondrá en

su lugar», A. Roa Bastos, «La situación del escritor latinoamericano», Espacios de crítica y

producción (Bs. As.), nº 2, p. 23.

5 María Teresa Gramuglio señala: «Operación masacre de Rodolfo Walsh definió, para algunos de

nosotros, el inicio de una nueva poética. ¿Qué significaba esto? Muchísimo: era, en primer lugar, un

texto de denuncia, que implicaba los mismos riesgos de la acción política; cumplía una función que

en esos momentos juzgábamos imprescindible: informar, o mejor, contra-informar, revelar lo que la

prensa burguesa ocultaba; incorporaba técnicas de otros géneros; por su difusión en periódicos

populares había tenido canales de circulación no habituales o alternativos, algo que también nos

parecía necesario para eludir las trampas de la absorción que terminaban neutralizando a las

vanguardias más revulsivas; y estaban sus variantes y agregados, que le conferían un carácter

inestable, propio de la obra abierta y cuestionador de la fijeza sacralizante del arte tradicional», M. T.

Gramuglio, «Estética y política», Punto de vista, año IX, n° 26 (Abril 1986), p. 3.

6 El 9 de marzo de 1762, en días cercanos a la fiesta con que los tolosanos celebran la matanza de cuatro

mil hugonotes (17 de mayo de 1562), Jean Calas, protestante, comerciante, de 68 años, muere

torturado por la justicia de Toulouse, negándose a confesar su culpabilidad. Había sido acusado de

asesinar a su hijo Marc-Antoine el 13 de octubre de 1761, porque éste querría convertirse al

catolicismo, al igual que había hecho su hermano Louis Calas. Jean Calas había sido condenado por

un tribunal del que formaban parte varios «cofrades blancos», los mismos que habían procedido a

una especie de canonización de Marc-Antoine: un esqueleto al que se imprime movimiento

representa a Marc-Antoine firmando la abjuración de la herejía, el suicida es exhumado y enterrado

en sagrado, se certifican milagros varios en su tumba… Los que estaban en la casa en el momento de

la muerte son desterrados y encerrados en conventos y obligados a practicar los ritos del catolicismo.

Ante tal situación comienzan a oírse voces discrepantes: Voltaire cuestiona el proceso judicial y cree

lo que afirman los implicados —que Marc-Antoine se ha suicidado—, tres parlamentarios parisinos

defienden a la viuda; al editarse estas consultas, memorias y recursos, para defender públicamente a

Los viejos modos de las nuevas poéticas: sobre El crimen…

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la familia, estas voces convencen a esa «opinión pública» que comienza a configurarse en el siglo

XVIII. Ante el escándalo, se ordena al parlamento de Toulouse que envíe al Consejo del Estado la

documentación del caso para su revisión. El 9 de marzo de 1765, exactamente tres años después de

que Calas pereciera en el suplicio, los jueces parisinos declararan su inocencia, rehabilitan su nombre

y ordenan que sean indemnizados; el rey ordena entregar a la familia 36.000 libras.

7 En 1894, un capitán de artillería del ejército francés, Alfred Dreyfus, es acusado de sedición por haber

pretendido enviar a la embajada alemana en París una relación de documentos secretos. El tribunal

militar lo declara culpable, lo degrada y lo condena a prisión perpetua en la isla del Diablo. En un

principio, incluso el sector liberal del pueblo francés permanece en silencio ante la aparente

culpabilidad de Dreyfus, pues nada hace sospechosa la historia oficial y el sujeto pasivo de ella, judío,

no merece credibilidad para las poderosas fuerzas antisemitas, arraigadas especialmente en el ejército

francés. Dos años después del juicio, el teniente coronel George Picquart, jefe de la inteligencia

militar francesa en esos momentos, descubre pruebas que revelan su inocencia y señalan al culpable.

Los superiores le obligan a guardar silencio y le relevan del servicio activo. Al mismo tiempo,

familiares y amigos de Dreyfus aportan pruebas similares. La historia oficial, verosímil, se

resquebraja. Con el fin de evitar un escándalo, el ejército somete al verdadero espía al juicio de un

tribunal militar, pero es absuelto a principios de 1898. El mismo año, el sucesor de Picquart,

reconoce que ha falsificado documentos que implican a Dreyfus. Es arrestado y se suicida en su

celda. Pese a que los testigos de la inocencia son apartados del poder y dispersados, las pruebas y el

apoyo de los ejes del poder de la restauración al veredicto militar (gobierno conservador, ejército

antisemita, iglesia, jueces) movilizan a Anatole France, Charles Péguy y Emile Zola, que en enero de

1898 publica en la primera plana del periódico parisino L'Aurore, la carta abierta al presidente de la

República J'accuse, en la que denuncia que las autoridades militares y civiles han mentido.

Condenado a pagar una multa y pasar un año en prisión, Zola huye a Inglaterra. Su denuncia, castigo

y huida convierten el caso Dreyfus en la cuestión pública más importante del momento. La

reclamación de un nuevo juicio es omnipresente y clamorosa. En 1899, el caso Dreyfus es llevado

ante el Tribunal de Apelación: se reduce la condena a diez años de prisión, pero se vuelve a declarar

culpable al militar judío. Este veredicto es tan impopular que ese mismo año da la victoria a un

gobierno de talante liberal. El nuevo gobierno anula el veredicto y otorga el perdón a Dreyfus, que

aún hubo de esperar hasta 1906 para ser totalmente rehabilitado. El conflicto fue el detonante que

originó la explosión social y política de la inestable Francia de finales del siglo XIX y que llevó al

sector republicano progresista a una posición dominante en la vida política francesa. Emile Zola,

«Lettre á M. Félix Faure, Président de la Republique», L'Aurore (13 de enero de 1898); recogido en

E. Zola, J'accuse...! La vérité en marche, 1988, Bruxelles, Editions Complexe, pp. 97-113.

8 Benito Pérez Galdós, El crimen de la calle de Fuencarral, edición y prólogo de Rafael Reig, 2002,

España, Lengua de Trapo, p. 93 (Serie «Rescatados Lengua de Trapo», 6).

9 El episodio mereció amplia repercusión. Artículos sobre él publicó también Fernanflor («El crimen»,

La ilustración ibérica (Barcelona), VI, nº 289 (14 de julio de 1888), p. 433), y Rosario Acuña, testigo

en el crimen, publicó El crimen de la calle de Fuencarral. Odia el delito y compadece al delincuente

(Madrid, José María Faquineto, 1888, citado por Dena Lida, «El crimen de la calle de Fuencarral»,

Homenaje a Casalduero. Crítica y poesía, 1972, Madrid, Gredos, pp. 275-283, la referencia en la

p. 279). También se publicaron los Recuerdos de Joaquín Ruiz Giménez (Joaquín Ruiz Giménez,

Recuerdos de un famoso proceso: el crimen de la calle de Fuencarral, 1929, Madrid, Juan Fueyo).

Más recientemente se filmó una versión cinematográfica, dirigida por Angelino Fons en 1984 y

protagonizada por Carmen Maura, Luis Escobar y Pilar Bardem, y se han acercado al tema Antonio

Lara y Francisco Pérez Abellán (Antonio Lara, El crimen de la calle de Fuencarral, 1984, Madrid;

Francisco Pérez Abellán, «El crimen de la calle de Fuencarral», Crónica de la España negra, 1997,

Madrid). Reseñar por último la edición de 2002 de Rafael Reig en la serie significativamente titulada

«Rescatados» de Lengua de Trapo (Benito Pérez Galdós, El crimen de la calle de Fuencarral, edición

y prólogo de Rafael Reig, 2002, España, Lengua de Trapo, p. 93 (Serie «Rescatados. Lengua de

Trapo», 6).

10 Alberto Ghiraldo (Ed.), Benito Pérez Galdós: Cronicón (1886-1890), Obras inéditas, vol. VII, 1928,

Madrid, Renacimiento. El texto original fue restituido, enmendando las elisiones de Ghiraldo, por

VIII Congreso Galdosiano

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William H. Shoemaker, Las cartas desconocidas de Galdós en «La Prensa» de Buenos Aires, 1973,

Madrid.

11AlbertoGhiraldo (Ed.), «Prólogo» a Benito Pérez Galdós: Cronicón (1886-1890), op. cit.

12 P. Ortiz Armengol, Vida de Galdós, 1995, Barcelona, p. 430.

13 Jacques Beyrie, Galdós et son mythe. Romantiscme et sources vives du «naturalismo» galdosien

(1860-1880), Paris, Honoré Champion, pp. 123-150; Alan Smith, «Estudio-epílogo», Benito Pérez

Galdós, Rosalía, 1984, Madrid, Cátedra, pp. 385-438.

14 Juan Ignacio Ferreras, La novela por entregas. 1840-1900, 1972, Madrid, Taurus, p. 298.

15 Tom Wolfe, El nuevo periodismo, 1984, Barcelona, Anagrama.

16 Así lo afirma en las cartas del 9 de abril y del 20 de mayo de 1889, Las cartas con Atilano Lamela

fueron publicadas por Ricardo Gullón: «Archivo epistolar», La Torre, nº 5 (enero-marzo 1954),

pp. 155-164, las referencias en las pp. 155 y 156.

17 Clarín, Madrid Cómico, nº 535 (20-V-1893).

18 Luis Bonafoux, «La horrorosa Linda», Gotas de sangre: crímenes y criminales, París, Sociedad de

Ediciones Literarias y Artísticas, [s.a.].

19 Joaquín Ruiz Giménez, Recuerdos de un famoso proceso: el crimen de la calle de Fuencarral, 1929,

Madrid, Juan Fueyo.

20 El crimen de la calle de Fuencarral. Extracto y juicio del proceso en forma de proyecto sentencia

con la carta del exdirector de la Cárcel Modelo, D. José Millán Astral, en que pide copia de lo

publicado en «El País», por «El verdadero estudiante» [Pedro Gutiérrez de Salazar]. Madrid,

Tipografía de Manuel Ginés Hernández, Impresor de la Real Casa, 1888. Es significativo que el

propio Pedro Gutiérrez Salazar afirme: el crimen «no debe ser motivo de un negocio, de farsas ni de

cábalas» (p. 6).

21 El imparcial del 2, 3, 4, 7, 8, 9, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 20, 22, 23, 24, 25, 26, 27, 28, 29, 30 de

julio, 2, 3, 4, 6, 7, 13, 23 de agosto; El país, 20, 30, 31 de julio, del 5, 6, 7, 8, 9, 10 de agosto, del 25,

27, 29 y 30 de septiembre y del 1, 2 y 3 de Octubre. Véase el Extracto, pp. 4-5, y otras referencias a

lo largo de él.

22 Debo la referencia a estos artículos de El socialista a la generosidad, por tantos tan disfrutada, de

Yvan Lissorgues.

23 El socialista, nº 128 (17 de agosto de 1888), portada, columnas II y III, p. 2, columna I y II.

24 El socialista, nº 124 (20 de julio de 1888), portada, columna II.

25 El socialista, nº 126 (3 de agosto de 1888), portada, columnas II y III.

26 El socialista, nº 125 (27 de julio de 1888), portada, columna III.

27 El socialista, nº 162 (12 de abril de 1889), en portada, columnas III.

28 El socialista, nº 129 (24 de agosto de 1888), en portada, columnas III.

29 El socialista, nº 175 (12 de julio de 1889), en portada, columna III, p. 2, columna I.

Los viejos modos de las nuevas poéticas: sobre El crimen…

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30 Benito Pérez Galdós, «La sociedad presente como materia novelable», Discursos leídos ante la RAE

en la recepción pública del Sr. D.…, 1797, Madrid, p. 8.