ENFERMEDAD, DEGENERACIÓN Y MUERTE EN

LAS NOVELAS DE TORQUEMADA

Teresa Fuentes Peris

Las cuatro novelas de la serie Torquemada (Torquemada en la hoguera [1889],

Torquemada en la cruz [1893], Torquemada en el purgatorio [1894] y Torquemada y San

Pedro [1895]) han sido examinadas por lo general desde la perspectiva del conflicto entre

lo material —representado por el usurero Francisco de Torquemada— y lo espiritual, de

acuerdo con la tendencia crítica que ha enfatizado con frecuencia las dimensiones

espirituales de la obra galdosiana en la década de los 90. Se ha tendido a ignorar, sin

embargo, el contexto médico-social de estas novelas, y más específicamente, las teorías

contemporáneas sobre la degeneración de la raza y las ansiedades y temores que el

espectro de la degeneración suscitó a partir de finales del siglo XIX. Aunque las teorías

sobre la degeneración racial y la necesidad de garantizar el futuro de la raza alcanzaron su

punto culminante en España a principios del siglo XX, sus raíces pueden ser ya detectadas a

finales de la anterior centuria, como ilustran las obras de Galdós. El derroche de capital

intelectual y humano a través de los efectos de la degeneración (enfermedades físicas y

mentales y muerte prematura) representaba una seria amenaza para el progreso social y la

riqueza nacional. Desde esta perspectiva, los numerosos ejemplos de degeneración física y

mental que aparecen en la serie Torquemada (cretinismo, meningitis, epilepsia, cloroanemia,

histeria y suicidio) constituyen algo más que simples manifestaciones simbólicas de

la decadencia espiritual y moral de la sociedad española. Dejando a un lado esta

interpretación “espiritual”, cabría afirmar que las novelas de la serie Torquemada son un

reflejo del interés y preocupación de Galdós por los problemas sociales que afligían a la

sociedad burguesa de su tiempo.

La teoría de la degeneración fue formulada en 1857 por el psiquiatra francés Bénédict

Morel. Sus investigaciones fueron continuadas y reformuladas en las últimas décadas del

siglo por los psiquiatras degeneracionistas Valentin Magnan y Paul Maurice Legrain, cuyas

ideas dejaron huella en la España de la Restauración. A pesar de que la influencia de un

entorno social adverso (las presiones y condiciones insalubres de la vida urbana durante el

período industrial) se consideró como el factor principal de la degeneración de la raza, los

estudios degeneracionistas tendieron a poner excesivo énfasis en el papel jugado por el

determinismo biológico, estableciendo un vínculo entre degeneración y transmisión

hereditaria. Según Morel, el principal factor de la degeneración, no sólo de los individuos,

sino de toda la especie humana, era el alcoholismo hereditario. De acuerdo con esto, los

hijos de padres alcohólicos podrían heredar la predisposición al alcoholismo de éstos. Del

mismo modo, este psiquiatra introdujo el concepto de herencia polimorfa, según el cual, la

transmisión hereditaria de una determinada patología podría predisponer a la descendencia

a toda una serie de enfermedades hereditarias distintas, que se irían transformando y

agravando a través de varias generaciones hasta llegar a la extinción de la estirpe.1

En España, la idea de que los efectos del alcoholismo se transmitían e intensificaban de

generación en generación hasta la desaparición total de la estirpe fue diseminada, entre

otros, por Rafael Cervera y Barat. En Alcoholismo y civilización (1898) este comentarista

Enfermedad, degeneración y muerte en las novelas…

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describe y clasifica toda una serie de patologías físicas y mentales —que habrían sido

heredadas del alcoholismo de un antepasado— y su progresión a lo largo de tres

generaciones. Particularmente, Cervera y Barat hace alusión a casos de raquitismo,

tuberculosis, meningitis, epilepsia, debilidad mental, imbecilidad, idiotismo, histeria, locura,

criminalidad, prostitución, vagancia y alcoholismo. Es significativo que muchas de las

patologías documentadas por Cervera y Barat son mencionadas por Galdós en las novelas

de Torquemada, por las que discurren una plétora de personajes afligidos por

enfermedades y dolencias que en la época se consideraban como manifestaciones de

degeneración física y/o mental: el primer Valentín es un genio matemático que muere a

causa de la meningitis a una edad temprana; Torquemada sufre de ataques epilépticos;

Fidela, quien es descrita como extremadamente delgada y enfermiza, padece de anemia y

muere a una edad temprana; Torquemada y Fidela producen un cretino megacefálico

marcado por el raquitismo. Finalmente, Rafael es víctima de desórdenes nerviosos de tipo

histérico y acaba suicidándose. Estos numerosos casos de degeneración, enfermedad y

muerte han tendido a ser interpretados como símbolos de la decadencia espiritual y moral

de la sociedad española finisecular, como un mensaje de fracaso y de vacío en un mundo

dominado por preocupaciones de tipo material. Frente a esta lectura simbólica de las

novelas de Torquemada, el presente ensayo pretende abordar el estudio de las mismas

desde la perspectiva de las teorías contemporáneas sobre la degeneración racial.

El tema de la degeneración racial, así como la ansiedad y preocupación con respecto a

las enfermedades degenerativas hereditarias y las altas tasas de mortalidad, debe analizarse

en el contexto de los discursos contemporáneos sobre higiene y salubridad pública, que

tuvieron un gran impacto en la sociedad contemporánea. Los expertos en higiene pública

consideraban que era su deber intervenir para garantizar el vigor de la raza, asumiendo de

este modo la responsabilidad de la salud física y mental de la población. El temor de que la

decadencia de la raza podría conducir a un descenso del número de individuos productivos

queda patente en los textos de los higienistas del período. El crecimiento de la población

—como factor de crecimiento económico y riqueza nacional— constituyó una de las

preocupaciones fundamentales de los higienistas que tomaron parte en los Congresos

Internacionales de Higiene y Demografía celebrados en la segunda mitad del siglo XIX y

principios del XX.

Médicos higienistas, economistas y comentaristas sociales en general llamaron

constantemente la atención durante esta época sobre el valor de la vida humana,

advirtiendo sobre las consecuencias económicas y sociales del desperdicio de la misma.

Sus textos insisten, en particular, sobre el derroche económico que representaba la

mortalidad infantil, cuya causa se atribuía frecuentemente a la transmisión hereditaria de

enfermedades ligadas a la degeneración racial. Angel Fernández Caro, citando a otro

higienista contemporáneo, señaló que “[u]n niño que muere antes de ser útil […] no es

solamente un motivo de aflicción para la familia, sino una pérdida real. Considerado desde

el punto de vista del acrecentamiento de una nación, la mortalidad excesiva de la infancia

es una causa permanente de empobrecimiento” (énfasis mío).2 Resulta casi imposible no

pensar aquí en la muerte a causa de la meningitis del genio Valentín, a quien su padre había

augurado un futuro brillante. Para Torquemada, la muerte de Valentín representa un

desperdicio de capital intelectual y capacidad productiva. El pragmático Torquemada no

puede sino exclamar que la Providencia no estaba haciendo un buen negocio al llevarse una

vida tan útil de este mundo:

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¡Bonito negocio hacía la Providencia […] Llevarse al niño aquél, lumbrera de la

ciencia, y dejar acá todos los tontos! ¿Tenía esto sentido común? […] Si Valentín

se moría, ¿qué quedaba en el mundo? Oscuridad, ignorancia […] ¡Vaya un

ingeniero que sería Valentín si viviese! Como que había de hacer unos

ferrocarriles que irían de aquí a Pekín en cinco minutos, y globos para navegar por

los aires y barcos para andar por debajito del agua, y otras cosas nunca vistas ni

siquiera soñadas. (O.C., 919)

El tema de la enfermedad y mortalidad infantiles, y la necesidad de promover la higiene

infantil son temas constantes en los discursos higiénicos de la época. Estos se hicieron eco

de la urgente necesidad de fomentar el crecimiento de la población, lo cual a su vez

implicaba un aumento en las tasas de nupcialidad.3 Médicos higienistas, como Fernández

Caro, hicieron hincapié en la idea de que el matrimonio era necesario para el progreso

social, llegando al extremo de presentar el celibato como un mal social. Así, éste afirmaba

que “[e]l hombre necesita reproducirse, crear una familia; el celibato es un mal para la

sociedad y para el individuo”.4 Dentro del contexto de estas ideas merece destacarse que

en Torquemada en la cruz don José Donoso, amigo de las Aguilas y “mentor” de

Torquemada, aconseja a Torquemada que debería volver a casarse y tener hijos, o, en

palabras del mismo Donoso, “ciudadanos útiles que ofrecer a la sociedad” (O.C., 966;

énfasis mío). Donoso cree firmemente que Torquemada tiene el deber de contraer

matrimonio en beneficio de la sociedad, y que está actuando de manera egoísta al optar por

permanecer soltero. En su opinión, el celibato de Torquemada representa un derroche

económico para la nación. Así, reprende a Torquemada diciendo: “Buena andaría la

sociedad si todos pensaran como usted y procedieran con ese egoísmo furibundo” (O.C.,

965-6).5 A la propuesta de Donoso, Torquemada responde, en un pasaje cargado de

humor: “adónde voy yo ahora con una mujer colgada del brazo, ni qué tengo yo que pintar

en el matrimonio, encontrándome, como me encuentro, muy a mis anchas en el elemento

soltero” (O.C., 965). La reacción de Torquemada parecería sugerir una burla, por parte del

autor, de las extremas ideas utilitarias de algunos contemporáneos —compartidas aquí por

Donoso— con respecto al matrimonio y la procreación.

Resulta tremendamente irónico que, después de haber sido persuadido de su deber

social de traer “ciudadanos útiles” al mundo en beneficio del progreso social y la riqueza

nacional, Torquemada produzca un cretino, contribuyendo de esta manera no al progreso

de la sociedad sino más bien a la decadencia de la misma. A pesar de que Torquemada, tras

el nacimiento de su segundo Valentín, declara que su hijo es “robusto como un toro”

(O.C., 1079), esta afirmación no tarda en ser desmentida por el raquitismo de que se ve

marcado el niño, una enfermedad a menudo ligada al idiotismo. El primero en señalar que

Valentín presenta todos los síntomas del idiotismo es el doctor Quevedo, quien diagnostica

que el hijo de Torquemada es “perfectamente idiota” (O.C., 1083).6 Morel había descrito

al cretino como el emblema de la degeneración racial.7 Los degenerados eran percibidos

como desechos humanos, es decir, como productos de desecho de la civilización

decimonónica. En una sociedad con la mirada constantemente puesta en la prosperidad

material, el degenerado es considerado como un gravamen, o en otras palabras, como un

desagüe de recursos económicos. El degenerado no sólo no produce, sino que además

consume.

En este sentido resulta interesante que a Valentín se le asocie con el despilfarro incluso

desde antes de nacer, cuando ya se requiere la presencia de tres “eminencias” de la

Enfermedad, degeneración y muerte en las novelas…

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medicina para traerlo al mundo (O.C., 1076). El narrador también observa que Valentín

necesita “dos soberbios animales de lactancia” (haciendo referencia a las dos nodrizas) para

alimentarle, y enfatiza el gasto excesivo que supone su ajuar (O.C., 1081). En una

ilustrativa escena de Torquemada en el purgatorio Fidela le cuenta a Rafael cómo Valentín

ha tomado la costumbre de jugar con el dinero de su padre, el simbolismo de lo cual no

escapa a Rafael:

Simbolismo —dijo Rafael saliendo de su taciturnidad—. ¡Angel de Dios! Si

persiste en esa maña, dentro de veinte años, ayúdame a sentir. (O.C., 1088)

En otro interesante pasaje de esta novela Torquemada, indignado por la sugerencia de

Cruz de que el hijo que espera Fidela se parecerá a las Aguilas, exclama “fuera de sí”:

¡Mi hijo ser Aguila!… […] ¡Mi hijo pensar como usted…, mi hijo

desvalijándome!… ¡Oh! Señora, déjeme en paz, y no pronuncie tantas herejías,

porque no sé…, soy capaz de… Que me deje le digo… Esto es demasiado… Me

ciego, se me sube la sangre a la cabeza. (O.C., 1056)

Y continúa diciendo: “¡Todavía no ha nacido y ya me le están echando a perder!”

(O.C., 1057; énfasis mío). Cabe destacar aquí el uso de “echar a perder” por Galdós, que

tan bien cuadra con la mentalidad utilitaria de Torquemada, favorable a economizar al

máximo y totalmente contraria al despilfarro. La ironía es que, significativamente, no sólo

la vida del degenerado Valentín se echa a perder sino que Torquemada también será, en

cierto modo, “desvalijado” por su hijo.

Otra ironía es que Valentín se describe como un cretino incurable. A diferencia de otros

individuos etiquetados de “degenerados” pero quienes tenían posibilidades de

rehabilitación, y por lo tanto, de transformarse en seres útiles para la sociedad, en la última

novela de la serie el autor deja claro que no hay esperanzas para Valentín. La

“monstruosidad” del niño —su brutalidad y sus instintos animales— se acentúan a medida

que progresa la novela y, en particular, tras la muerte de su madre. La animalidad y

salvajismo de Valentín lo asocian con la pre-civilización y reafirman su estado de

degeneración. Valentín es un ejemplo ilustrativo de la noción del salvaje dentro de la

civilización, un concepto que hacía referencia a la supervivencia, dentro del mundo

civilizado, de sectores de la población que, de acuerdo con los discursos antropológicos

contemporáneos, presentaban características de los pueblos “salvajes” o “primitivos” de los

países no-europeos. Ente estos grupos sociales, que eran percibidos como “moralmente

enfermos”, se encontraban los alcohólicos, prostitutas, enfermos mentales, mendigos,

vagabundos y criminales. Todos ellos eran considerados como una amenaza a las razas

europeas porque constituían, según la mentalidad de la época, un proceso degenerativo

dentro del mundo civilizado.8

La naturaleza monstruosa de Valentín ha tendido a interpretarse a nivel simbólico, a

menudo como representativa de la monstruosidad moral de Torquemada y, como ésta, de

la decadencia espiritual y moral de la sociedad española.9 También se ha querido ver en la

monstruosidad de Valentín, las consecuencias del carácter monstruoso y funesto de la

unión entre Torquemada y Fidela, una unión absurda que estará marcada, según críticos

como Sherzer, por la enfermedad, la degeneración y la muerte. Ejemplos de ello son el

suicidio de Rafael (resultado directo del casamiento de Fidela con Torquemada), la

VIII Congreso Galdosiano

698

anormalidad de Valentín y la enfermedad y muerte tanto de Fidela como del mismo

Torquemada.10 Del mismo modo, Weber ha hecho hincapié en el simbolismo de los varios

ejemplos de enfermedad, anormalidad y muerte que aparecen el la serie, a traves de los

cuales Galdós habría querido representar los efectos de la decadencia espiritual y moral de

la sociedad española. Weber ha llegado a esta conclusión basándose en el estudio de unos

apuntes preliminares sobre tres personajes principales, Torquemada, Fidela y Valentín, que

Galdós escribió seis años antes de la publicación de la versión definitiva de Torquemada y

San Pedro.11 Como afirma Weber, estos tres bocetos, que guardan numerosas similitudes

con la novela y que Galdós habría elaborado con vistas a usarlos como base de la misma,

son casi historias médicas de estos tres personajes. Esta evidencia le ha llevado a recalcar

la relevancia simbólica de los casos de enfermedad y muerte que según este crítico forman

la estructura básica de la novela. El énfasis puesto por Galdós en el estudio médico de

estos tres personajes es ciertamente revelador. Ahora bien, apartándonos de este

acercamiento simbólico a las novelas, estos ejemplos de anormalidad, enfermedad y muerte

merecen ser analizados a la luz de los discursos contemporáneos sobre el futuro de la raza,

la sociedad y la nación.

En este sentido es significativo que no sólo Valentín, sino también sus padres,

Torquemada y Fidela, padecen afecciones —la epilepsia y la anemia respectivamente—

que en la época habrían sido vinculadas a la degeneración racial. Esto es especialmente

relevante desde el punto de vista de las creencias médicas contemporáneas, según las

cuales, los padres afectados por algún tipo de enfermedad física y/o mental no sólo

transmitirían su “patrimonio patológico” a sus hijos, sino que los síntomas de la

degeneración serían más severos en éstos. Los textos médicos del período, publicaciones

periódicas —tales como El Siglo Médico—, y las Actas de los Congresos Internacionales

de Higiene y Demografía celebrados a finales del siglo XIX incluyen referencias tanto a la

epilepsia como a la cloro-anemia12 como síntomas de degeneración racial.13 De igual modo

que otras patologías transmisibles por vía hereditaria, como la tuberculosis, la meningitis

(de la que es víctima el primer Valentín), el alcoholismo, el raquitismo, el idiotismo y la

locura entre otras, estas dos afecciones eran descritas como síntoma y resultado de un

proceso de degeneración de la raza. Todas estas patologías se consideraban como un

eslabón en una cadena de degeneración y, así, como posible causa de otras enfermedades

congénitas que se transformaban y agravaban de una generación a otra. No sorprende,

pues, que un conocido higienista del período como Juan Giné y Partagás llegara al extremo

de advertir que “[la epilepsia] debiera […] contarse entre los impedientes y dirimentes del

matrimonio” (énfasis del autor).14 Idéntica actitud se tomó con respecto a la cloro-anemia,

una enfermedad que se hizo cada vez más común durante el siglo XIX y que afectaba

principalmente a mujeres jóvenes.15 Del mismo modo que la epilepsia y otras enfermedades

degenerativas, la clorosis (como también era conocida la enfermedad) representaba un

riesgo para generaciones futuras, lo que llevó a algunos médicos higienistas a proponer que

a las víctimas de esta afección no les debería estar permitida la procreación.16 Estas

actitudes ponen de manifiesto las inquietudes suscitadas por la producción y reproducción

de degenerados.

Dentro del contexto de estas ideas, para los comentaristas contemporáneos de Galdós,

la unión entre Torquemada y Fidela sería “monstruosa” en un sentido que va más allá de

las interpretaciones simbólicas ofrecidas tradicionalmente por la crítica. Así, Fernández

Caro, por ejemplo, subrayaba la urgente necesidad de impedir esas “uniones monstruosas”

que trasmiten de una generación a otra la predisposición congénita a una enfermedad.17 De

Enfermedad, degeneración y muerte en las novelas…

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esto se desprende que en las novelas de la serie Torquemada hay una conciencia, por parte

del autor, de las ideas de la época con respecto a las “uniones peligrosas” y los riesgos de

descendencia degenerada que estas uniones conllevaban.

El tema del control o regulación de los matrimonios fue frecuentemente abordado por

los higienistas de finales del siglo XIX y principios del XX. Tolosa Latour comentaba, en

1893 —año de la publicación de la segunda novela de la serie:

los padres son quienes muy principalmente legan estas enfermedades

[degenerativas] a sus hijos, unas veces por haberlas recibido a su vez de sus

antecesores, otras por haber provocado su futura germinación, desoyendo los

grandes preceptos del Código científico, que rechaza toda unión peligrosa y

estigmatiza los que dejan en pos de sí una raza decrépita, enferma o criminal.

(Énfasis mío)18

Cinco años más tarde, en el Congreso Internacional de Higiene y Demografía celebrado

en Madrid, Bernabé Malo recalcó la responsabilidad de la Higiene en el control de la salud

de los cónyuges, instando a que se impidieran las uniones en aquellos casos en que se

pudiera probar la predisposición a enfermedades hereditarias. Esta medida sería

complementada por la introducción de un “libro clínico de familias”, que incluiría

información sobre la historia clínica de la familia y la de dos generaciones anteriores.19 Las

ideas sobre la regulación de los matrimonios ya habían sido propugnadas en Gran Bretaña

en 1965 por Sir Francis Galton, el padre de la doctrina eugenésica. En su discurso

presidencial al Congreso Internacional de Higiene y Demografía de 1891 Galton intentó

llamar la atención sobre la mejora biológica, intelectual y moral de la raza, proponiendo la

intervención de los médicos higienistas en el control de la natalidad.20

A pesar de que Torquemada y Fidela manifiestan claros síntomas de degeneración

racial, y pese también al énfasis, a veces excesivo, puesto por los contemporáneos en el

determinismo biológico, el segundo Valentín no se presenta en la serie como un producto

de la degeneración hereditaria. Así pues, aunque Galdós era plenamente consciente de las

ideas que circulaban en la época sobre el tema de la degeneración racial, no apoya estas

ideas de manera incondicional. Resulta interesante observar que, teniendo a su disposición

todos los elementos necesarios, el autor opta por no establecer una conexión explícita

entre el estado degenerativo de Valentín y la herencia patológica, poniendo así en tela de

juicio la validez de la doctrina de la degeneración.

Igualmente revelador es el hecho de que en los apuntes preliminares de Torquemada y

San Pedro antes mencionados Galdós tenía pensado recurrir a una explicación

específicamente hereditaria del estado degenerativo de Valentín, una explicación que,

significativamente, descartaría en la versión final. En estos apuntes preliminares, Valentín,

además de presentar los síntomas del idiotismo que le caracterizan en la versión final, es

descrito claramente como un epiléptico. En ellos, Galdós relaciona de manera explícita el

estado de degeneración del niño con los ataques epilépticos de su padre y, del mismo

modo, con el alcoholismo de Torquemada durante los primeros días de la boda, en

consonancia con la creencia contemporánea de que el estado de embriaguez de los

procreadores durante la concepción aumentaba las posibilidades de herencia morbosa y la

intensidad de sus estragos.21 Tanto el idiotismo como la epilepsia —afecciones de que es

víctima Valentín en estas anotaciones preliminares— eran considerados por los médicos

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higienistas contemporáneos como obvias consecuencias de una herencia alcohólica. En la

versión definitiva de Torquemada y San Pedro, sin embargo, no sólo Valentín no sufre de

epilepsia sino que ni el estado alcohólico de Torquemada ni su disposición a la epilepsia se

presentan como causas del idiotismo de Valentín. De esta manera el texto final descarta la

asociación explícita entre herencia patológica y degeneración que Galdós había propuesto

cuando esbozó estas notas preliminares seis años antes.

En Torquemada y San Pedro Galdós tiene especial interés en desechar cualquier posible

vínculo entre la degeneración de Valentín y el alcoholismo de Torquemada. Así, aunque el

día de su boda es notorio el emborrachamiento de Torquemada a causa del champán, es

interesante observar que Galdós no deja dudas sobre el hecho de que Valentín no fue

concebido bajo los efectos del alcohol, al llamar la atención sobre la indisposición casi

absoluta tanto de Fidela como de Torquemada la noche de la boda (O.C., 1013-14). Cabe

también mencionar que en la serie de Torquemada no sólo se deja constancia en varias

ocasiones de que Torquemada no es un alcohólico, sino que, de hecho, se hace hincapié en

su sobriedad. Así por ejemplo, en una escena de Torquemada en el purgatorio en la que

Cruz se disculpa por no poder ofrecer vino a Torquemada, éste declara que no bebe vino

“más que los domingos y fiestas de guardar” (O.C., 949). Unas páginas más adelante,

Torquemada se precia de su sobriedad y sus costumbres morigeradas cuando, en un

monólogo interno, comenta: “El, ni bebida; él, ni mujeres; él, ni juego; él, ni tan siquiera el

inofensivo placer del tabaco” (O.C., 971). Irónicamente, la razón por la que el champán

tiene efectos tan nefastos en Torquemada es, precisamente, que no tiene costumbre de

beber, como señala Donoso (O.C., 1013-14).

De hecho, la razón por la que Torquemada se emborracha durante su noche de bodas es

que, de acuerdo con su naturaleza ahorrativa, no podía soportar la idea de que el champán

se echara a perder, como apunta humorísticamente Galdós:

el novio creyó que no cumplía como bueno en día tan solemne si no empinaba

ferozmente el codo; porque, lo que él decía: ¡Haberse corrido a un desusado

gasto de champaña, para después hacer el pobrete melindroso! Bebiéralo o no,

tenía que pagarlo. Pues a consumirlo, para que al menos se igualara el haber del

estómago con el debe del bolsillo. Por esta razón puramente económica y de

partida doble, más que por vicio de embriaguez, bebió copiosamente el tacaño,

cuya sobriedad no se desmentía sino en casos rarísimos.’ (O.C., 1012)

La idea de que Torquemada es alcohólico es de nuevo descalificada. Asimismo, a

diferencia de los apuntes preliminares de la novela, en la versión definitiva Torquemada no

se hace alusión al estado de embriaguez de Torquemada en los días que siguen a la boda,

lo que contribuye a la disociación del protagonista con el alcoholismo.

En Torquemada y San Pedro Galdós se distancia de las ideas expuestas en estas notas

preliminares, negándose a comprometerse con la doctrina hereditaria de la degeneración.22

Es obvio el interés de Galdós por el tema candente de la degeneración racial, así como su

profundo conocimiento de los debates que circulaban en la época sobre el tema. Al autor

no le interesaba, sin embargo, describir de manera sistemática la historia de una familia

cuyos miembros sufren los efectos de la herencia morbosa a lo largo de varias

generaciones, como había hecho Zola por ejemplo. Así, aunque en la serie de Torquemada

nos presenta toda una serie de personajes aquejados de diversas enfermedades

Enfermedad, degeneración y muerte en las novelas…

701

degenerativas, Galdós no suscribe la doctrina de la degeneración de manera categórica, y a

menudo se desvía de las creencias comúnmente aceptadas en la época.

VIII Congreso Galdosiano

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NOTAS

1 Véase, por ejemplo, Ricardo Campos Marín, José Martínez Pérez y Rafael Huertas García-Alejo, Los

ilegales de la naturaleza. Medicina y degeneracionismo en la España de la Restauración (1876-

1923) (Madrid, CSIC, 2001), esp. pp. 18-32; y Rafael Huertas García-Alejo, Locura y degeneración

(Madrid, C.S.I.C., 1987), esp. pp. 59-85.

2 Angel Fernández Caro, Los deberes de la sociedad ante los intereses de la Higiene. Discursos leídos

en la sesión inaugural del año académico de 1886-1887 en la Sociedad Española de Higiene,

celebrada el día 27 de noviembre de 1886 (Madrid, Imprenta de Enrique Teodoro, 1886), pp. 3-43,

p. 20.

3 Del mismo modo, las Actas del conocido IX Congreso Internacional de Higiene y Demografía

celebrado en Madrid incluyen una serie de artículos sobre la herencia morbosa, enfermedades

degenerativas de los niños y mortalidad infantil. Es significativo que Manuel Tolosa Latour, amigo

de Galdós y especialista en medicina infantil, tomó parte en varios debates sobre mortalidad infantil

en dicho Congreso. Ver Actas y Memorias del IX Congreso Internacional de Higiene y Demografía.

Madrid, 10-17 abril, 1898. Ed. Enrique Salcedo Ginestral. 14 vols. (Madrid, Imprenta de Ricardo

Rojas, 1900).

4 Fernández Caro, Los deberes de la sociedad…, p. 18.

5 Obras Completas, 4ª ed., vol. V. Ed. Ferderico Carlos Sainz de Robles (Madrid, Aguilar, 1965). A

continuación se dará la página entre paréntesis en el texto.

6 Más adelante, Rafael, cuñado de Torquemada, habla de “cretinismo” al hacer referencia a la afección

de su sobrino (O.C., 1090). Hay que notar que, aunque técnicamente, los síntomas del cretinismo son

más específicos que los del idiotismo, ambos términos a menudo eran usados invariablemente por los

comentaristas contemporáneos.

7 Véase Daniel Pick, Faces of Degeneration (Cambridge, Cambridge University Press, 1993), p. 48.

8 Ibid, pp. 37-44.

9 Ver, por ejemplo, Gustavo Correa, El simbolismo religioso en las novelas de Pérez Galdós (Madrid:

Gredos, 1962), p. 144. Igualmente, para Geraldine Scanlon (“Torquemada: ‘Becerro de oro’”,

Modern Language Notes 91, núm. 1 [1976], pp. 264-76) Valentín II simboliza el desierto que la

burguesía ha creado con sus valores huecos: “a symbol of a future born of a present devoted only to

the material: like Christ, he brings news of a new world” (p. 273). Dentro del contexto más

específico de la clase social, la anormalidad de Valentín se ha visto como representativa de la

imposibilidad de unir las clases aristocrática y plebeya (Joaquín Casalduero, Vida y obra de Galdós

[1843-1920], 2ª ed. [Madrid, Gredos, 1961], p. 117); o bien como simbólica del ascenso de una clase

comercial frente a la decadencia de la aristocracia (Robert J. Weber, “Galdós’s preliminary sketches

for Torquemada y San Pedro”, Bulletin of Hispanic Studies 44 [1967], pp. 16-27, p. 26; y Mac

Gregor O’Brian, “Las religiones de Torquemada”, Discurso Literario 9, núm. 2 [1985], pp. 111-19,

p. 118).

10 William M. Sherzer, “Death and Succession in the Torquemada series”, Anales Galdosianos XIII

(1978), pp. 33-39, pp. 36-37. La unión de Torquemada y Fidela es funesta, argumenta Sherzer, no

sólo por el carácter avaro y egoísta de Torquemada, sino por la mentalidad anacrónica de la familia a

la que pertenece Fidela. Según Sherzer la resolución de Fidela de casarse con el usurero es poco ética

y por lo tanto merecedora de castigo.

11 Weber, p. 27. Weber fue el primero en advertir la existencia de estos apuntes, que se encontraban

entre la correspondencia de Tolosa Latour a Galdós.

Enfermedad, degeneración y muerte en las novelas…

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12 “Cloro-anemia” y “clorosis” eran términos utilizados durante este período para hacer referencia a la

anemia.

13 Entre estos textos destaca el del famoso higienista Philippe Hauser, quien describió estas patologías

como enfermedades degenerativas características de la época. Véase “El siglo XIX considerado bajo el

punto de vista médico-social”, Revista de España 101 (1884), pp. 333-58, p. 220.

14 Juan Giné y Partagás, “El idiotismo o imbecilidad moral. Discurso pronunciado en la sesión

inaugural del ‘Ateneo Graciense’, celebrada el día 12 de octubre de 1895”, en Obras escogidas

(Barcelona: Tipografía la Académica, 1903), p. 543.

15 Del mismo modo que la histeria, la cloro-anemia era clasificada como una enfermedad típicamente

femenina. Durante este período, tanto las antologías médicas como las obras de ficción abundaban en

imágenes de jóvenes anémicas. Igualmente, existía una gran variedad de explicaciones científicas de

la enfermedad, lo que da fe de las inquietudes que ésta generaba. Ver Michelle Perrot (ed), A History

of Private life, vol. IV: From the Fires of Revolution to the Great War (Cambridge, Mass., Harvard

University Press, 1990), pp. 622-24.

16 Estas propuestas alcanzarían su punto culminante a finales de siglo. Tolosa Latour (“Concepto y fines

de la higiene popular”, en Discursos leídos en la Real Academia de Medicina para la recepción

pública del académico electo Manuel de Tolosa Latour [Madrid, Est. Tip. de la viuda e hijos de

Tello, 1900], pp. 7-43, p. 28) hace referencia a una medida legal votada por el estado americano de

Dakota, de acuerdo con la cual, a las víctimas de clorosis —entre otros tipos de degeneración— les

estaría prohibido contraer matrimonio. Aunque Tolosa no se muestra partidario de la

implementación de esta medida, su discusión del tema refleja los temores que el espectro de la

degeneración había empezado a suscitar en círculos médicos.

17 Fernández Caro, Los deberes de la sociedad…, p. 11.

18 Manuel Tolosa Latour, Medicina e higiene de los niños (Madrid, Biblioteca Científica Moderna,

1893), p. 159.

19 Bernabé Malo, “Causas que contribuyen a la mortalidad de los niños. Medios de remediarlas.

Estadísticas comparativas”, en Actas del IX Congreso Internacional de Higiene y Demografía,

vol. VI, pp. 38-51, p. 42.

20 Transactions of the Seventh International Congress of Hygiene and Demography. Londres, pp. 10-17

agosto, 1891. Ed. C.E. Shelly. 13 vols. (Eyre&Spottiswoode, Londres, 1892), vol. X, 7-12.

21 Rafael Cervera y Barat, Alcoholismo y civilización (1898), en Antonio M. Rey González (ed.),

Estudios médico-sociales sobre marginados en la España del siglo XIX (Madrid, Ministerio de

Sanidad y Consumo, 1990), pp. 107-28, p. 114. Del mismo modo, Juan Giné y Partagás (Curso

elemental de higiene privada y pública, 4 vols. [Barcelona, Imprenta de Narciso Ramírez y Cñía,

1872], vol. III, p. 383), afirmaba que la intoxicación alcohólica ocasional podía dejar sus huellas en

la prole del alcohólico.

22 El segundo Valentín es el ejemplo más notable, aunque no el único en la serie, del distanciamiento de

Galdós de las ideas contemporáneas sobre la degeneración hereditaria. Pensemos, por ejemplo, en el

caso del primer Valentín, cuya enfermedad y muerte a causa de la meningitis en Torquemada en la

hoguera no queda relacionada con los síntomas degenerativos de Torquemada. De hecho,

Torquemada sufre el primer ataque de epilepsia tras la muerte de su primer Valentín, y éste se

presenta como consecuencia directa del impacto emocional causado por la muerte del niño prodigio.

(Como se ha visto, el alcoholismo de Torquemada queda descartado en la serie como causa de

degeneración.)