LAS COLONIAS PERDIDAS: UN EPISODIO NACIONAL
QUE NO ESCRIBIÓ GALDÓS
Mary L. Coffey
Las obras galdosianas siempre han sido una fuente rica de información sobre la vida
española decimonónica. Pero un aspecto de la vida española, que existe en el segundo plano de
la ficción galdosiana, uno que ha llamado poca atención crítica, es la historia colonial española.
Debemos recordar que, a pesar del énfasis analítico puesto en los sucesos de 1898, como el
momento en que España perdió para siempre su imperio colonial, el proceso de pérdida
empezó mucho antes y sirvió como el trasfondo a los sucesos políticos y económicos a lo largo
del siglo diecinueve. Por eso, con razón, el lector espera que esta pérdida figure en las obras de
Galdós, y señaladamente en los Episodios nacionales. No obstante estas novelas contienen
pocas referencias directas. Un historiador ha dicho que Galdós no permitió que sus personajes
tuvieran opiniones sobre las guerras en las Américas y que cualquier referencia en sus obras es
sólo superficial (Costeloe 2). Sin embargo, Galdós era muy consciente de la importancia de las
colonias. Aunque pocos, hay momentos claves en sus novelas históricas que tratan del
colonialismo español, y el autor también incluye otras referencias a la historia colonial, en gran
parte indirectas, en varias novelas contemporáneas. Además, el periodismo galdosiano
demuestra una evidencia reveladora en cuanto a sus ideas sobre la experiencia colonial. Las
referencias están esparcidas en varias obras, por eso ha sido difícil analizar las opiniones del
autor. Pero si comparamos momentos en que Galdós habla de las colonias, de la política
exterior o la emigración, ciertas actitudes empiezan a salir a la luz. En este estudio propongo
examinar varias referencias, específicamente en las novelas históricas y su obra periodística,
para esbozar las ideas del autor hacia la historia colonial española y explorar cómo las
comunicó a sus lectores.
Es innegable la conexión entre la Guerra de Independencia con Francia al principio del siglo
diecinueve y los movimientos crecientes para la independencia en las colonias. Como ha
notado un historiador de este período, “El punto de partida convencional para las guerras
[coloniales] de independencia es la invasión napoleónica de España” (Domínguez 5, traducción
mía). Es extraño que no se mencionen los problemas experimentados por las colonias
españolas durante la guerra con Francia y, en particular, el intento por parte de los doceañistas
de responder a las demandas coloniales para más autonomía en la primera serie de los
Episodios nacionales. En su descripción de Cádiz en 1812, por ejemplo, es evidente que
Galdós entiende bien la importancia del puerto para la mercancía colonial, pero no hay
referencia alguna a las colonias mismas en los primeros episodios. Sólo en la segunda serie
vemos una referencia directa a las colonias, y toma la forma de problema para la monarquía.
En Memorias de un cortesano de 1815, Galdós trata directamente la pérdida del imperio
americano al principio del siglo. En este episodio Galdós retrata una tertulia en el Palacio Real
durante la cual Fernando VII recibe consejos contradictorios de sus ministros y de los
miembros de su camarilla. En la escena, el entonces Ministro de Hacienda, Juan Pérez Villamil,
le informa al Rey de que el país está al borde de la bancarrota y que las colonias no le están
remitiendo los impuestos al gobierno. Le dice, “La América está toda sublevada, y las juntas
rebeldes funcionan en Buenos Aires, en Caracas, en Valparaíso, en Bogotá, en Montevideo,” y
añade, “Si Méjico está aún libre del contagio, los americanos de Washington se encargan de
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trastornar también aquel país, del mismo modo que el Brasil nos trastorna el Uruguay, e
Inglaterra nos revuelve a Chile’ (XX 295). Le aconseja al Rey que se necesitan “Hombres,
dinero y barcos” para reprimir los movimientos de independencia (295).
El Rey reacciona con pesimismo y resignación, y vemos aquí uno de los momentos más
interesantes en los Episodios nacionales en cuanto a la historia colonial. “Hay que despedirse
de las Américas,” refunfuña el Rey (296). Responde rápidamente a su comentario uno de los
miembros más infames de la camarilla, Antonio Ugarte, quien sienta las bases para uno de los
escándalos más notables del periódo, la compra de la escuadra rusa, una transacción que
enriquecerá a Ugarte y al embajador ruso a España, Tatischeff, y asegurará que España nunca
enviará un ejército adecuado a las colonias. Ugarte quita importancia a la amenaza de
independencia diciendo que “toda la insurrección americana se reduce a cuatro perdidos que
gritan en las plazuelas” (296). El Rey, pensando en los consejos de sus Ministros de encontrar
hombres, dinero y barcos, dice, “Hombres valerosos no faltan; pero ¿cómo se les organiza,
cómo se les viste, cómo se les mantiene?” Ugarte contesta, “Muy sencillamente [...]
organizándolos, vistiéndolos, manteniéndolos” (296) .
Este momento es significativo por varias razones En primer lugar, Galdós, desde la
perspectiva de 1875, destaca el papel que desempeñaron la corrupción, los malos consejos
políticos y la falta de liderazgo en la pérdida del imperio español. En este episodio Fernando
VII se preocupa más por la salida de Napoleón de la isla de Elba que por el destino del imperio
colonial más grande en la historia del mundo. Este intercambio reduce la pérdida de los
territorios americanos a un momento histórico poco importante para el futuro del país y como
un suceso lamentable, si no inevitable. No le fue necesario a Galdós comentar más, porque sus
lectores ya entendían la ineficacia de la política fernandina para mantener el control sobre las
colonias y sabían qué iba a pasar. Pero quizás más importante es que Galdós tiene plena
conciencia de que la decisión de simplificar el problema, de no reconocer su complejidad,
como hacen Ugarte y los otros miembros de la camarilla, es fatal. El hecho de ponerlo todo en
la boca del gran pícaro Juan Bragas de Pipaón, es evidencia suficiente de la ironía galdosiana
en cuanto a esta pérdida enorme. El problema colonial, indica Galdós por los consejos sabios
de Villamil, era profundamente complejo y requería soluciones complejas, soluciones que
nunca se realizaron. No hay más referencias a la pérdida de la Américas en la segunda serie, ni
referencia alguna a otros sucesos importantes como la batalla de Ayacucho. Al contrario,
Galdós pasa a concentrar su atencion en el retrato de Fernando VII como un rey absoluto y
despótico y en la década ominosa.
No quiero insinuar que a Galdós no le interesara la historia colonial de España. Al contrario,
creo que Galdós, como hace el Rey mismo en la escena citada, simplemente aceptó la pérdida
de los territorios como una realidad política. En vez de obsesionar con la historia “como
debiera ser,” que será un tema muy importante en los siguientes Episodios, Galdós prefiere
examinar los problemas de la sociedad española que inevitablemente, llevaron a tal ineptitud y
contribuyeron al debilitamiento del poder del país en la escena mundial. Galdós quiere que sus
lectores acepten también la pérdida de los territorios para que puedan concentrarse más en
otros problemas actuales, entre ellos, la nueva relación necesaria con las antiguas colonias.
Su interés en los efectos culturales y económicos de las nuevamente reconfiguradas
relaciones entre España y sus antiguas colonias es evidente en sus novelas contemporáneas,
iniciadas poco después de terminar la segunda serie de Episodios en 1879. No voy a explorar
detalladamente las referencias en estas novelas, pero vale notar que los personajes coloniales
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entran en la narración de una manera jamás vista en las novelas históricas. Sólo se necesita
pensar en las novelas como El amigo Manso (1882), Tormento (1884) and Fortunata y
Jacinta (1886). En cada una de estas novelas, las referencias coloniales ocupan una posición
secundaria pero importante. El hermano de Máximo Manso y su mujer criolla son unos de los
más curiosos personajes galdosianos, y sus carácteres respectivos son, en gran parte, formados
por su experiencia colonial. En Tormento, el indiano Agustín Caballero intenta, sin éxito,
reintegrarse en la sociedad española después de haber acumulado su fortuna en Méjico y Téjas.
Y en Fortunata y Jacinta, el personaje de don Evaristo González Feijoo, un militar jubilado
pero con mucha experiencia en Cuba y las Filipinas, desempeña el papel de un hombre no
ortodoxo pero muy sabio cuyo apoyo de Fortunata le da a ella quizás la única estabilidad y
felicidad que ella experimenta en su vida. Estos personajes, que han vivido y trabajado en las
colonias o en los territorios que antes formaban parte del imperio, sirven como evidencia de
que, mientras Galdós pensaba que la experiencia de los españoles en las Américas tenía la
potencia de mejorar la metrópoli, temía que tal experiencia fuera una potencia pocas veces
realizada. Las novelas hacen hincapíe en su creencia, cada vez más firme, que a España y a los
españoles les faltaba la capacidad de aprender de su legado colonial.
Siguiendo el hilo cronológico, en los ochenta, Galdós experimentó algo que resultó ser uno
de los sucesos más curiosos de su vida y afectó su actitud hacia la política colonial y el legado
del imperio español. Al nacer Alfonso XIII, Cánovas se vio obligado a pedir la formación de
un gobierno nuevo, bajo la Regencia de María Cristina y encabezado por Sagasta y su partido
liberal. El resultado fue el “parlamento largo” de 1885 a 1890. Galdós fue nombrado en la lista
de candidatos para representar Guayama, Puerto Rico, como un diputado “cunero”. Algunos
han notado que esta intervención política le enseñó al autor mucho sobre la estructura política
de la Restauración y las demandas variadas de los ciudadanos de ultramar (Armas Ayala).
Pedro Ortíz Armengol cita una carta que Galdós envió a su amigo Narcisso Oller durante esta
época, en la cual describe su experiencia como un político novato en las Cortes: “¡Lo que allí
se aprende! ¡Lo que allí se ve! ¡Qué escuela!” (408) Claro el escritor se enfrentaba por primera
vez con las cartas de sus constituyentes en Puerto Rico, pidiendo favores políticos y acción
legislativa.
Sin embargo, esta etapa en la vida política de Galdós ha sido interpretada por muchos como
evidencia de su falta de afinidad con las responsibilidades burocráticas. Los críticos,
generalmente, mencionan que sólo habló Galdós una vez en las Cortes durante estos años, lo
cual sirve de prueba de su ineficacia como político (Berkowitz 198). Esta cuestión aparte, sin
duda fue un periódo de aprendizaje político. Galdós mismo escribió, “Asistía yo puntualmente
al Congreso sin desplegar los labios. Oía, sí, con profunda atención cuanto allí se hablaba”
(Memorias 75). La información y los conocimientos que Galdós adquirió iban a influir en todo
lo que hizo después, como escritor y político. Como diputado por Puerto Rico, Galdós se
familiarizó con las actitudes y la política que llevarían inevitablemente a la pérdida final de las
colonias en 1898, un hecho que él mismo reconoció muchos años más tarde cuando se refirió a
su elección en sus memorias y dijo “Con estas y otras arbitrariedades llegamos años después a
la pérdida de las colonias” (Memorias 60).
Al mismo tiempo que servía como diputado por Puerto Rico, Galdós contribuía
regularmente al periódico bonaerense, La Prensa, estableciéndose como un escritor bien
conocido en las Américas. Peter Bly ha examinado cuidadosamente las 175 cartas publicadas
entre 1883 y 1894, y demuestra que Galdós estaba muy consciente de la falta de una voluntad
política de abordar con eficacia los problemas que, con tiempo, llevarían al Desastre de 1898.
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Bly cita una carta, del 29 de julio de 1887, en que Galdós escribe, “El problema antillano es
quizás el más delicado que el gobierno español tiene ante sus ojos...” (Bly 26). Y hay otras
cartas que nos ayudan a aproximarnos a la manera en que Galdós entendió este problema. En
un par de cartas de 1886, por ejemplo, Galdós escribe del establecimiento de la Unión Iberoamericana
y revela no sólo sus propias ideas sobre las relaciones entre España y América sino
también las ideas de los políticos poderosos contemporáneos. La segunda de ellas, publicada
en diciembre narra los detalles de unos discursos pronunciados por el embajador mejicano y
por los políticos españoles Cánovas del Castillo y Segismundo Moret, en una sesión en honor
de Méjico. Esta carta fielmente presenta los temas clásicos del pan-hispanismo, esa ideología a
finales del siglo XIX que proponía la unidad cultural y espiritual entre España y sus antiguas
colonias. En gran parte Galdós cita a los oradores de la sesión, quienes mantienen que “lengua,
familia y religión,” [...] juntos sirven para fomentar entre España y América “un porvenir de
amistad inalterable, de relaciones fecundas” (“América y España” 291-292). Pero Galdós
claramente entendió la naturaleza idealizada de esta descripción. En su primera carta sobre la
Unión Ibero-americana, publicada dos meses antes, en octubre de 1886, Galdós ya había
notado que “el parentesco no influye para nada en los arreglos ofensivos o defensivos, que
hacen los pueblos” (“Unión Ibero-americana” 258). Y añadió “La lengua no es lazo suficiente
de parentesco ni prenda de segura amistad” (259). El potencial de la Unión Ibero-americano,
indica él, radica en el hecho de que “todo queda reducido, pues, a una avenencia comercial y a
constituir una fuerza resistente contra las ambiciones de la América sajona” (261). Es decir,
Galdós no acepta que la conexión entre España y sus antiguas colonias sea algo natural, algo
de esperar, sino que plantea la idea de que cualquier relación posible necesita tener una base
mercantil, sin el deseo de ganar territorio ninguno. Su actitud es sumamente realista y reconoce
que para que exista una nueva relación, los dos lados necesitan obtener beneficios. Estos
ejemplos indican que Galdós, como concluye Bly, era “un gran pensador que meditaba muy en
serio sobre los problemas de fondo que aquejaban a la España de aquel entonces, entre los
cuales se había de incluir, por fuerza, la cuestión antillana” (36).
Lo más curioso de estas cartas es que Galdós no se muestra partidario de la idea de que la
cultura compartida (en la forma de familia, lengua y religión) sea suficiente para garantizar
unas relaciones positivas entre España y las Américas. En un artículo publicado en 1890, bajo
el título “Las dos razas del nuevo continente,” Galdós habla otra vez de la amenaza de la
influencia de los EEUU en esa parte del mundo, recordándoles a sus lectores que “la América
española debe su origen a España” y por primera vez habla de una “ley de compensación
histórica” según la cual España “aspira a recibir de su progenie la sangre que a raudales sacó
de sus venas para nutrirla” (249-250). En un artículo reciente, Angel Loureiro ha referido a
esta declaración de Galdós como evidencia de su creencia en la ya mencionada ideología del
Hispanismo (69). Sin embargo, en el mismo artículo, y consecuente con su comentario de 1886
sobre el futuro de la Unión Ibero-americana en términos comerciales, Galdós cambia su tono
ideológico y plantea el problema de la falta de leyes en cuanto a la propiedad literaria. Él se
queja de la reimpresión no autorizada de sus obras en los países latinoamercanos, y emplea una
metáfora provocativa cuando dice que algunos tratan su producción literaria como si fuera
“tierra abandonada, donde puede establecerse el primero que lo pisa” (252). Así el escritor
hace hincapíe en el comercio entre España y los países hispano-hablantes como una base de sus
relaciones y se defiende a sí mismo y a sus obras como si fueran objetos bajo la amenaza de
una colonialización económica.
Esta actitud por parte del escritor, compartida con sus lectores, indica que si al principio en
los Episodios nacionales juzgó la pérdida de los territorios americanos como un error político,
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un resultado de la estupidez y del egoismo, ha llegado a creer que España puede mejorar
mucho por su contacto con los ciudadanos americanos y el comercio creciente. España puede
recuperar la fuerza vital que le falta mientras las antiguas colonias desarrollan una economía y
un sistema de leyes adecuados para participar en el mundo moderno. Cabe la posibilidad de
tener grandes ventajas, pero todo depende de la habilidad de los participantes de reconocer y
respetar la independencia y las tradiciones de cada país.
Puesto que las pérdidas de 1898 se convirtieron en un tema clave de la literatura española
finesecular, no debe sorprendernos que Galdós incorporara más referencias a las colonias en
sus obras escritas a partir de ese año. Un examen de estas obras demuestra que Galdós nunca
cambió su opinión primera. Por ejemplo, en junio de 1898 se publicó en el periódico Vida
nueva, como comentario sobre la guerra, el mismo capítulo de Las memorias de un cortesano
de 1815 en que Fernando VII se resigna a la pérdida de los territorios americanos, esta vez
intitulado “Fumándose las colonias”. La decisión de publicar de nuevo este capítulo de la
segunda serie tiene dos metas. Por supuesto, sirve como recuerdo de la segunda serie en el
momento en que Galdós está a punto de embarcarse en la publicación de la tercera serie. Pero
más importante que su propósito comercial es el hecho de que Galdós considera la nueva
pérdida de las colonias como parte del proceso iniciado mucho antes, como una repetición de
los 1820, un resultado de la ineptitud administrativa y la arrogancia política por parte de la
metrópoli. Por haber participado él mismo en la política de la Restauración estaba en una
posición única para compartir con su público español la idea de que “Hay que despedirse de las
Américas”.
Galdós continuó su examen de las colonias en los nuevos episodios, específicamente en la
cuarta serie, en La vuelta al mundo en la “Numancia” de 1906, y en España trágica de la
quinta serie, escrito en 1909. En estos episodios Galdós implica que no sólo puede España
aprender mucho por entablar una relación nueva con las antiguas colonias sino que también
pudiera haber empezado mucho antes si el país no hubiera insistido en verse como un poder
colonial. En La vuelta al mundo en la “Numancia” Galdós presenta la historia de Diego
Ansúrez como una metáfora para estas relaciones. Ansúrez tiene que aprender a darle la
libertad a su hija, quien quiere casarse con un peruano. Galdós emplea la bien establecida
metáfora de padre e hijo para hablar de España y sus colonias, pero en este episodio, como
hemos visto en la segunda serie, Galdós indica que este tropo no sirve para describir la
situación actual. El lector necesita ir más allá de tal simplificación para entender no sólo al
otro, que las Américas representan, sino también a sí mismo. Es decir, en el proceso de
aprender algo de sí mismo, Diego Ansúrez y por extensión los lectores de Galdós, juntos se
embarcan en un viaje físico y metafórico que les llevará al reconocimiento de que España ya no
es un imperio. Este viaje no es de conquista sino de descubrimiento, un viaje que les permite a
los lectores encontrar una identidad nueva (Coffey 352).
Los historiadores han notado que España nunca se mostró muy dispuesta a aceptar la
pérdida de las colonias y que por mucho tiempo imaginó la posibilidad de la reunificación
(Domínguez 20). Los españoles no querían imaginarse sin sus territorios coloniales, y en los
Episodios nacionales Galdós intentó responder a esta actitud. En La vuelta al mundo en la
“Numancia” Galdós plantea la idea de una nueva identidad poscolonial para el país, que
involucra una relación distinta con las antiguas colonias. En España trágica, el segundo tomo
de la quinta serie, el escritor hace hincapié en la necesidad de aceptar no sólo la realidad nueva
de las repúblicas americanas sino también la responsibilidad de España hacia Cuba. En este
episodio hay un momento clave en que el protagonista, Vicente Halconero, y su amigo,
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Segismundo Fajardo, leen una carta escrita por Prim y dirigida al embajador estadounidense
sobre el futuro de Cuba. En un capítulo anterior, respondiendo al chisme político del momento,
Halconero ha declarado que la venta de Cuba a los EEUU sería un acto de maquiavelismo que
“no encaja en el genio, en los humores [...] del pueblo español”. La idea de vender Cuba, según
Halconero, es “una ignominia en esta nación romántica, que ha sabido conquistar colonias y
perderlas; pero venderlas no” (V, 169). Pero al leer la carta de Prim, Halconero y Fajardo
descubren que Prim propone conceder a Cuba la autonomía o la completa emancipación. Esta
sección del episodio incluye una descripción amplia de la propuesta, incluso siete artículos
explicando las demandas de España por su concesión. En una prefiguración del estilo
fantástico que se verá en los siguientes tomos de esta serie, Galdós indica que en ese momento,
la Historia, antes invisible, apareció en la forma de una matrona gentil y “dio con su presencia
grave solemnidad a lo que se leía” (V, 179). Es decir, la figura de la historia, prefiguración de
Mariclio en los siguientes episodios, es un testigo de este momento, enfatizando la importancia
de esta decisión en cuanto a Cuba.
Curiosamente, la reacción de los dos jóvenes es buscar a Confusio, el historiador galdosiano
cuya fama es de escribir la historia “como debiera ser”. Fajardo dice, “Esto debiera someterse
al criterio de nuestro amigo Confusio, que si sabe rectificar la historia pasada, es maestro
también en adelantarse a la futura” (V, 180). Así Galdós comenta el fracaso del pasado por no
haber anticipado los problemas del 1898 y a la misma vez establece el rumbo fantástico de los
episodios siguientes y su actitud hacia el futuro de la España colonial. La tragedia de España,
insiste Galdós, radica en su inhabilidad de seguir el liderazgo de un individuo con visión, como
Juan Prim, e imaginar un país o un gobierno distinto del que existía en el pasado. Este
episodio, escrito en marzo de 1909, les da a los lectores de Galdós una idea de los temas y el
estilo literario que el escritor empleará sólo unos meses más tarde con El caballero encantado,
un texto con referencias curiosas a las Américas.
Muchos ya han comentado la importancia de El caballero encantado de 1909 como un
texto regeneracionista. Para el propósito de este estudio nos interesa su referencia a las
antiguas colonias en la figura de Pascuala/Cintia, la colombiana que llega a ser la esposa de
Gil/Tarsis y la madre del niño Héspero. Al final de la novela, ella habla de su propia riqueza,
procedente de una mina de plata en las Américas, y la pobreza de Gil/Tarsis, y añade, “¿Pero
qué nos importa? Nuestros bienes son comunes y entre nosotros no puede haber ya tuyo y
mío...” (344). Sin duda con referencia a esta escena y al simbolismo de Pascuala y Gil como
sus respectivas naciones, Julio Rodríguez Puértolas escribe que la novela presenta “un futuro
que en la esperanzadora visión de Galdós incluye al mundo hispánico en su conjunto de las dos
orillas del Atlántico” (70). Que los lectores comprendieron bien este aspecto de la novela es
evidente en la reacción del escritor cubano Fernando Ortiz y su propia versión de la novela,
inicialmente intitulada El caballero encantado y la moza esquiva y publicada de nuevo en 1910
con el título, La Reconquista de América. Como ha explicado bien Vernon Chamberlin, esta
obra cubana recomienda una relación más cautelosa con España, conciente de que las nuevas
naciones americanas tienen muchos pretendientes y que deben eligir bien, según sus propios
intereses y no por una conexión basada en lengua o historia.
Tanto Rodríguez Puértolas como Bly comentan la ironía de la novela, notando la
complejidad del mensaje regeneracionista y el tema de la educación. Rodríguez Puértolas
afirma que Galdós ve la educación “como instumento no ya para regenerar el país, sino para
transformarlo” (69). Bly plantea la idea de que toda la novela es una crítica de los
regeneracionistas mismos y su fe en las soluciones fáciles (“El caballero encantado” 96). Su
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análisis nos ayuda a ver que aquí Galdós presenta una crítica muy semejante a la que vimos en
la segunda serie de los Episodios nacionales en que se encuentra el problema principal en la
falta de una visión compleja y en una fe no justificada en el sistema político. En su libro,
Galdós Beyond Realism, Timothy McGovern explora la idea de que el mundo mágico de
Gil/Tarsis representa una fantasía para contrastar con la inhabilidad de efectuar cambios en el
mundo real. Desde esta perspectiva, Galdós parece haber perdido su fe en la posibilidad de
cambios sociales iniciados por los políticos o por los movimientos regeneracionistas. El
proceso de cambiar la sociedad española depende, según él, del individuo.
En un artítulo publicado en los últimos años de su vida y que ha llamado la atención de unos
críticos interesados en la actitud del escritor canariense hacia las Américas (Dendle, Martínez
Pico), Galdós habla de la emigración de los americanos a España como una manera de
vigorizar al país. El artículo, titulado “España y América”, apareció en La esfera en 1914, y
habla de la vuelta de los indianos a España y los beneficios que traen para el país. Galdós llama
a este proceso “la americanización de nuestra Península” y en vez de condenarlo como una
amenaza a la cultura española, lo celebra. Escribe, “Es América, es América, la civilización
conquistada con sangre y laureles de guerra que ahora, con filial generosidad, a su vez nos
conquista trayéndonos laureles más preciosos, el bienestar, la cultura y la paz” (Dendle 30).
Aquí expresa la idea de una diferencia esencial en la civilización americana, una que ofrece un
cambio positivo para España. Pero los americanos no pueden realizar un cambio sin la
participación y aceptación de los españoles, y es precisamente en esta parte del proceso donde
Galdós pierde la fe.
El título de esta presentación, Las colonias perdidas, refiere explícitamente a la quinta serie
de los episodios y el título propuesto al que iba ser el octavo tomo de la serie. Según la
información de la editorial y de Galdós mismo, la última serie iba a tener diez tomos, como las
series anteriores, y los últimos cuatro episodios, nunca escritos, estarían intitulados: Sagasta,
Las colonias perdidas, La reina regente y Alfonso XIII, Si Galdós hubiera escrito la novela,
Las colonias perdidas habría constituido el comentario más directo sobre una parte de la
historia española colonial que el escritor mismo experimentó en los años 80. Pero como se
sabe, la quinta serie terminó con Cánovas, publicado en 1912.
Quizás más interesante en cuanto a esta novela no escrita es que no iba a tratar la guerra
por Cuba, Puerto Rico y las Filipinas sino los años anteriores en que la política española
fracasó por completo en su intento de evitar la guerra. Los títulos mismos sugieren esta
cronología, con el episodio sobre la Regencia de María Cristina siguiendo la novela histórica
sobre las colonias. A pesar de la cronología a veces distorsionada en los otros tomos de la
serie, se puede concluir que Galdós quería que Las colonias perdidas tratara de los sucesos
políticos y económicos que pondrían la metrópoli en un rumbo de colisión con las colonias.
Puesto que los lectores ya sabían mucho de la guerra en sí, a Galdós le interesaban más el
ambiente social y las decisiones funestas que resultaron en la insurrección cubana de 1895 y la
pérdida unos años más tarde de Cuba, la joya colonial.
Las Américas siempre representaban, para Galdós, un espacio de riqueza enorme, de
territorios extensos con recursos naturales casi infinitos, con la capacidad de influir en la
prosperidad de España. La amenaza vino de los Estados Unidos, con sus propios diseños
imperiales. En su periodismo, sus episodios nacionales y las novelas contemporáneas, Galdós
se refiere a las naciones independientes y los últimos vestigios del imperio colonial como un
espacio en que la vitalidad y la juventud están aliadas con la riqueza económica. Si esta
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perspectiva queda constante en las obras galdosianas, lo que sí cambia es la manera en que el
autor imagina el desarrollo de las relaciones entre España y sus antiguas colonias. Por los años
finales de su carrera literaria, Galdós empieza a imaginar el futuro de España como un país
rescatado y reconstituido por su relación con el pueblo americano. Si el autor llega a ser
pesimista, sin embargo, es porque a la misma vez que ve la necesidad de la intervención de
otros hispanohablantes y las nuevas republicas independientes, ve la intransigencia del pueblo
español para imaginarse de nuevo.
Nunca conoceremos con seguridad el contenido imaginado para los últimos tomos de la
quinta serie. De hecho, el uso de elementos fantásticos, el simbolismo, las referencias
autobiográficas a la juventud de Galdós mismo en Madrid, hacen difícil establecer una
cronología fija o unos sucesos históricos específicos para esos tomos propuestos pero nunca
escritos. Sin embargo, se puede conjeturar sobre el contenido posible para el episodio Las
colonias perdidas, si se entienden bien las ideas y actitudes del autor expresadas en sus otras
novelas y su periodismo. Sin duda, habría sido un episodio enfocado en las oportunidades
perdidas de reconocer la inevitabilidad de la independencia y las ventajas de que España habría
disfrutado si hubiera empezado antes el proceso de imaginarse como una nación moderna sin
imperio y sin colonias. Y vale especular, porque nos ayuda a acercarnos a los pensamientos de
los españoles mismos sobre su historia colonial. A lo largo del siglo diecinueve España tuvo
que participar en el proceso de imaginarse de nuevo, y Galdós, como el escritor quizás más
sensible a este proceso oculto y no abiertamente reconocido, tenía la habilidad y el deseo de
representar esta inquietud en una forma literaria.
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Renacimiento, Madrid, pp. 245-252.
— Memorias. Obras inéditas, 1930, Vol. X, Renacimiento, Madrid.
— “Unión Ibero-americana” Política Española. Obras inéditas, 1923, Vol. III, Tomo I, Renacimiento,
Madrid, pp. 255-262.
Las colonias perdidas…
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RODRÍGUEZ PUÉRTOLAS, J., Introducción. El caballero encantado, 1996, Cátedra, Madrid,
pp. 13-72.