NOVELA HISTÓRICA Y LIBERALISMO:
AGUSTÍN MILLARES TORRES Y B. P. GALDÓS
Andrés Monroy Caballero
Los Episodios Nacionales
Es una cuestión indiscutible que para estudiar la crisis decimonónica del “estado liberal” la
obra más adecuada en el panorama literario español, sin lugar a dudas, es el conjunto de
novelas históricas comprendidas en lo que Galdós denominó los Episodios Nacionales, en
cuanto que reflejan de forma magistral y sin parangón en la literatura universal, con una
precisión extraordinaria, todos los avatares políticos del estado español durante gran parte del
siglo XIX.
Los Episodios Nacionales, que formalmente representan una fusión logradísima de historia
y ficción,1 se dividen en cinco series que abarcan —como comenta Rodríguez Puértolas—
setenta y cinco años de la Historia de España, desde 1805 (Trafalgar) hasta 1880 (Cánovas)”.2
De entre ellas es interesante resaltar dos obras emblemáticas: Trafalgar, comienzo de la serie y
camino de inicio hacia el liberalismo político en España; y España trágica, obra que supone la
génesis del desmoronamiento del “sueño liberal” de las instituciones políticas españolas.
Primeramente debemos partir de una definición de “liberalismo” para poder inferir la
conciencia liberal del pueblo español en esa época. El Diccionario de la R.A.E., en su segunda
acepción, nos dice: “doctrina política que defiende las libertades y la iniciativa individual, y
limita la intervención del Estado y de los poderes públicos en la vida social, económica y
cultural”.3 Etimológicamente, liberalismo viene de “liberal” (liberalis, -e, ‘propio de quien es
libre’), y al respecto Corominas y Pascual comentan la llegada del término a España,
originariamente francés, en 1810.4
Desde una perspectiva sociológica y literaria, Juan Ignacio Ferreras nos da una más
arriesgada definición de liberalismo, “como la ideología romántica de la burguesía”
—y yo añadiría también de la época realista—, porque gracias a ella aparece una nueva visión
del mundo basada en el individualismo, la libertad, la nacionalidad y la historia, ya que “la
burguesía —nos dice más adelante— estaba inventando el nacionalismo frente al universalismo
más o menos armonioso del antiguo régimen”.5
A partir de estas definiciones es interesante observar que los Episodios Nacionales de
Galdós constituyen todo un fresco de la sociología política de su época y de la inmediatamente
anterior. También muestran el intento infructuoso de aclimatación del liberalismo político en
España debido a las reiteradas “crisis” y conflictos políticos, e incluso bélicos, que acontecen
en el estado español durante todo el siglo XIX. De ahí que el pesimismo galdosiano se acentúe
a lo largo de las distintas series, hasta llegar al completo escepticismo cuando ve morir la causa
liberal con la llegada de la Restauración en 1875.6
De sumo interés para nosotros es la diversidad de influencias que recibe Galdós en la
realización de su magna obra. Hans Hinterhäuser7 las clasifica en fuentes de obras
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historiográficas, orales (tanto de personajes famosos como anónimos), autobiográficas, de
pinturas históricas, extraídas de la documentación geográfica directa o indirecta, de la literatura
de su época (p. e., novela histórica, costumbrismo, folletín). Pero lo curioso de todos los
autores que estudian las fuentes galdosianas es que ninguno de ellos se detiene en buscar
posibles influencias dentro de la literatura canaria: ni Joaquín Casalduero, ni Ángel del Río,8 ni
siquiera Rodríguez Puértolas9 —que sí habla de las influencias folletinescas, aunque no las
estudia con precisión—. Sólo Hans Hinterhäuser10 se atreve a buscar alguna relación
folletinesca en la vida galdosiana:
Desde los juveniles artículos periodísticos de Galdós en La Nación hasta la época más
tardía, se hallan dispersas por toda la obra de Galdós observaciones sobre la “novela
por entregas”. Nada nos impide suponer con Clavería que Galdós, de muchacho,
devoró en Las Palmas una gran cantidad de “gothic novels” y que “educó
probablemente su gusto por el arte de novelar en muchos de esos libros horripilantes”,
tanto más cuanto que él mismo, en la entrevista con el “Bachiller Corchuelo” —no
tenida en cuenta por Clavería— a la pregunta: “¿Cuáles fueron sus primeras
lecturas?”, responde: “De niño, el Quijote y las novelas de Fernández y González y
Dumas” (1963: 349-350).
Más adelante nos comenta que los Episodios Nacionales son un pastiche del folletín, como
el Quijote lo era de las novelas de caballerías (1963: 352).
Los Recuerdos históricos de Agustín Millares Torres
Al igual que Galdós, Agustín Millares Torres (1826-1896), algunas décadas antes, intentó
realizar una obra que abarcara la realidad histórica y política de Canarias en Recuerdos
históricos (1852-3),11 título que está en relación directa con los Episodios Nacionales en
cuanto, si bien el primero se refiere a la memoria histórica de un pueblo y no de una nación,
refleja todo el devenir, siglo a siglo, de los sucesos más importantes acontecidos en la isla de
Gran Canaria. En el caso de Millares son tan sólo unos humildes “recuerdos”, cualidad inferior
al de episodio,12 posiblemente por la mayor dificultad de reconstrucción de los hechos pasados.
Además, al igual que su paisano en relación a la historia de España, Millares Torres, desde la
concepción didáctica de la literatura, pretende revitalizar la memoria de los canarios en estas
narraciones históricas.
Ambos son canarios, ambos tienen un talante liberal y ambos plasman en sus obras
narrativas hechos que sucedieron de verdad y que han pasado a los anales de la historia.
Millares se retrotrae más en el tiempo que Galdós, ya que comienza con La muerte de
Doramas en la conquista de Gran Canaria, luego se detiene en la incursión del pirata inglés
Francis Drake contra la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria en Drake en Gran Canaria,
hasta llegar a comienzos del siglo XIX con Canaria en 1809. Y si Galdós intentó crear 50
episodios que comprenden casi un siglo de la Historia de España, de los que sólo pudo
terminar 46; Millares Torres se contenta con escribir tan sólo cuatro “recuerdos”, con un
margen de tiempo novelado superior, más de cuatro siglos de la historia de Gran Canaria. Por
lo tanto, el cuadro histórico millariano comprende un mayor espacio de tiempo histórico, pero
menor espacio narrativo, al no sobrepasar las cuatro historias el tamaño de un volumen de las
obras galdosianas.
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Otro detalle significativo es que, a pesar de que Millares es un autor más cercano al
Romanticismo que al Realismo, Recuerdos históricos es una obra plenamente realista. No en
vano su autor es uno de los mejores historiadores de Canarias junto a Viera y Clavijo, entre
otros. De ahí que recurra a la novela histórica fiel a los hechos narrados, siguiendo un esquema
narrativo muy similar al de la obra galdosiana. Para ello retoma elementos cotidianos,
personajes anónimos, ficticios, para colocarlos en el mismo campo de batalla de los personajes
históricos y sus acciones.
A esto hay que sumar la veneración que sintió Millares Torres por Galdós, como se
atestigua en el apasionado artículo “Gloria y Pérez Galdós” leído en el Gabinete Literario el 2
de junio de 1883, una auténtica loa hacia nuestro autor, al que le reconoce, pintándonos un
fidelísimo y moderno retrato del novelista, su valor universal.13 Como reconoce el doctor Juan
Bosch Millares, nieto de Agustín Millares Torres, la relación de Galdós con su abuelo no se
limitó al cambio generacional, sino que ambos mantuvieron unas estrechísimas relaciones
epistolares.14
El primer relato, Drake en Gran Canaria, se relaciona claramente con el episodio de
Trafalgar. Ambos muestran en la ficción narrativa un conflicto entre España e Inglaterra, sólo
que en el texto de Millares la victoria corresponde a la flota española y en la de Galdós a su
estrepitosa e irreparable derrota. Las circunstancias son opuestas, pero el hecho en sí es el
mismo, una batalla naval que involucra a españoles e ingleses en pos del poderío militar. La
humillante derrota de sir Francis Drake tiene la finalidad de ensalzar la valentía y el honor del
hombre isleño, como también ocurre en la obra galdosiana con el honor español.
También Millares Torres incluye a personajes anónimos en su obra, tal como hace Galdós
con Gabriel Araceli, los dos humildes marineros, don Pedro y su hijo, que interactúan y se
relacionan con personajes históricos verídicos para detener la embestida inglesa: don Alonso de
Alvarado, gobernador de las isla, el comandante Constantino Cairasco, capitán y regidor de
Gran Canaria, en la época del reinado de Felipe II, y otros personajes como Antonio
Pamochamoso, Antonio Arias, Hernando del Castillo, etc.
Igualmente la novela romántica y sentimental Canaria en 1809 se sitúa entre 1808 y 1809,
con el trasfondo del levantamiento español del Dos de Mayo frente a la invasión francesa del
Imperio napoleónico,15 cuando comienza a fraguarse el movimiento liberal en España, con el
año de 1812 como fecha paradigmática con la constitución de las Cortes de Cádiz.
Todo lo hasta ahora enunciado nos indica la posibilidad, no desacertada ni absurda, más
bien lógica y razonable, de relacionar a Millares Torres directamente con Galdós, como
influencia de un canario sobre otro canario, hecho del que no se ha percatado todavía la crítica.
Trafalgar y España trágica
La crisis sociopolítica que sufre España a lo largo del siglo XIX ya aparece reflejada en el
primer episodio de la serie, Trafalgar (1873), donde se esboza el planteamiento primordial
galdosiano de que la decadencia de España parte indiscutiblemente de sus malos gobernantes.16
Tal es el caso del monarca Carlos IV y de su ministro Godoy (el Príncipe de la Paz), quienes
son incapaces de imponerse a la dominación francesa y dejan el poderío naval español en
manos del incompetente almirante francés Villeneuve, irónicamente conocido como “Monsieur
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Corneta”, cuyo avidez y premeditación repercutirán en la fácil victoria de la armada dirigida
por Nelson del día 21 de octubre de 1805.
De ahí los conceptos políticos básicos de Trafalgar: patria, nación, heroísmo;17 encarnados
a través de la figura quijotesca de don Alonso Gutiérrez de Cisniega, capitán de navío retirado,
de su amigo Marcial Medio-Hombre, su Sancho Panza particular, junto a Gabriel Araceli,
traslación decimonónica del Lazarillo áureo, principal protagonista de la obra, quien con una
concepción absurda y fantasiosa de nación y de patriotismo, habla de que “Europa […] (era)
una gran isla, dentro de la cual estaban otras islas, que eran las naciones” (p. 74). Pero esta
visión onírica pronto será sustituida por la cruda realidad, tras vivir los avatares bélicos y
comprobar que la realidad no era la soñada (p. 169).
Este despertar a la realidad política que lleva a cabo Araceli desde su visión juvenil, de sufrir
el colapso vital que le hace madurar en unas horas, minutos acaso; junto con la actitud también
infantil y vesánica de don Alonso, nos lleva a considerar que la intención de Galdós era la de
mostrarnos una España que se mueve en los parámetros de una infantil quijotización. Cuestión
fundada en un erróneo concepto de patriotismo, en una desacertada idea de lo que por nación
debe entenderse y en el infructuoso y desencaminado intento de retornar a la España imperial
del Siglo de Oro, noción ésta que se viene abajo por la dependencia napoleónica y por la
contundente derrota frente a la armada británica.
En el caso de España trágica (1909), desde el principio, el tema capital de la novela será el
político, cuando en su diario, el 1 de enero de 1870, dos años después de la Revolución de la
Gloriosa, el protagonista nos confiesa: “¿Por ventura el diluvio retórico fecundará la simiente
de la República o nos traerá un nuevo retoño del árbol secular de la Monarquía?” (p. 7). Fiel
reflejo de la incertidumbre política de una España sin rey y de lo que el futuro político le
deparará.18
Del Carabanchel rural e idílico al Madrid caótico, encendido en polémica, el protagonista
asistirá a un nuevo mundo desconcertante. Las tertulias, las reuniones de las logias, la prensa y
los panfletos políticos como Libertad y Abajo el gobierno, y sobre todo los corrillos callejeros,
los comentarios de la gente anónima reflejarán el verdadero sentir del pueblo español con El
Carbonerín19 como máximo estandarte. Todo ello inflamará su espíritu revolucionario lleno de
idealismo, pero carente de toda capacidad de reacción.
La proliferación de partidos e ideales políticos siembran la nación de desconcierto y
autarquía: unionistas, monárquicos, demócratas, progresistas, carlistas, republicanos,
federalistas, etc. Lo que pone de relieve dos grandes posturas respecto de la realidad política:
la conservadora, que aboga por la defensa del status del Antiguo Régimen (clericalismo y
monarquía absoluta); frente a los liberales (laicismo y del sufragio universal). Especial
virulencia tendrá la visión de la masonería y de La Internacional entre las clases retrógradas y
conservadoras que se esconden bajo las faldas eclesiásticas, singularizada en las figuras de la
Triple Hécate.
Pero la polémica no sólo gira en torno a los partidos y sus propuestas electorales, sino que
va más allá, se cuestiona cuál es el régimen más apropiado para España: república, monarquía
parlamentaria, anarquía, etc. Entre los mismos monárquicos se discute fieramente por quién
debe regir el trono de España: el príncipe alemán Leopoldo de Hohenzollern, Amadeo I de
Saboya, el duque de Montpensier, el infante don Enrique de Borbón, incluso, el propio
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Espartero es un aspirante. Finalmente, Amadeo I sube al trono de forma efímera, porque tras la
fatídica muerte de su máximo avalista, el general Prim, se ve abocado a abdicar en febrero
de 1873.
La crítica galdosiana es ácida, e incluso esperpéntica, cuando se acerca a la voz del pueblo,
de la gente de la calle que habla en muchos casos sin conocimiento de causa:20 el casino federal
de la calle Mayor es “donde los primates departían y peroraban con discreta elocuencia y
verbalismo parlamentario” (p. 34); la política callejera le hastía; habla de “tertulias cafeteras”,
de “malhabladurías”; el Congreso de los Diputados es calificado como “la comedia política” (p.
87), como un corro de ambiciosos que no miran por el interés de España, sino por el de sus
propios bolsillos; etc. De ahí los apelativos muy alusivos de “una caldera puesta al fuego” y de
“manicomio” (p. 95) que le hace a España.
A pesar de la gran carga crítica que se vierte, como en el caso de Trafalgar, sobre los
gobernantes españoles, que representa en sí el gran problema de España, la visión que tiene
Halconero, y por ende Galdós, sobre Prim es de profesarle un gran respeto y fervor: “Grande
admiración debemos a Prim por su energía, por su buen tino como pastor de pueblos y por su
habilidad o astucia política; que en él se manifiestan reunidos el león y el zorro. En alto grado
posee el valor, la inteligencia…” (p. 91).
Tampoco la Revolución de 1968 dejó contentos a todos,21 considerada más como una
revolución a medias que como una verdadera revolución. El revolucionario Paúl y Angulo,
símbolo esperpéntico de la locura nacional de esos momentos,22 militante de la facción de
izquierdas, tiene una opinión sobre la Revolución de Septiembre bastante nefasta al
considerarla como una revolución “de tres al cuarto” (p. 133): “—Yo, que inicié la Revolución
de Septiembre, trato ahora de sacarla del atasco en que la han metido esos traidores”. “Yo
grito: abajo la monarquía llamada constitucional […]; abajo la Unidad Católica, con su clero
oficial; abajo el ejército activo”; y continúa: “Romperemos las tres cadenas del pueblo, que
son: la monarquía, la Iglesia privilegiada, el código civil y penal” (p. 136) .
Otro de los puntos de fricción será el de la política española de la colonia de Cubas, sobre
todo lo que Segismundo dice:
[…] te digo que en el pensamiento de Prim descubro una previsión profética, un mirar
de águila que percibe lo distante mejor que lo próximo; veo el ensueño de fundar una
nueva España más grande y potente, formada de pueblos ibéricos que se aglomeren y
unifiquen, no con atadijos administrativos, sino con ligamento moral, filológico y
étnico” (p. 112).
Más adelante, Segismundo nos habla de una “comunidad pan-hispánica” (p. 113), idea
política muy revolucionaria y moderna para la época, que no deja de ser una postura utópica en
la línea de las Francis Bacon (New Atlantis, 1627), Thomas More (Utopia, 1516) y Henry
Neville (The Isle of Pines, 1668).23 Pero el problema político fundamental en España, según
Segismundo, es el de la incomunicación entre los políticos y el pueblo llano.
Siguiendo las interesantísimas y sorprendentes ideas —en mi opinión— de Segismundo, por
la cual España se siente épica, de hecho, necesita ser épica, entendiendo épico en su sentido
revolucionario, Segismundo nos sugiere que se necesita de una tragedia mayor que la
Revolución de La Gloriosa y la del 54 para cimentar todos los logros liberales. España necesita
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el “elemento trágico”, y la solución que propone se explicita al final del libro: “¡Españoles,
matad a Prim!” (p. 147). Para él este personaje es un tirano que quiere imponer su opinión sin
contar con lo que el pueblo siente, a través de una monarquía constitucional de forzada
instauración.
Lo trágico se convierte así en el auténtico leit-motiv de la novela, desde el propio título de
la obra. Galdós nos quiere mostrar una España convulsa, deteriorada, en continuo abismo
político y social,24 a punto de perder la cordura racional anticipando lo que pasará más de
medio siglo después con la Guerra Civil Española,25 pero ya personificada en las guerras
carlistas, las revoluciones, derrocaciones y cambios de poder de un periodo tan movido y
truculento como es el del siglo XIX. Trágicas son las muertes de Fernanda, de don Enrique de
Borbón por la arcaica idea del honor, y, sobre todo, la muerte de Prim. También lo será la cara
de doña Lucila, como vaticinio del desenlace de la obra, al poner “la cara trágica” (p. 158). Si
la muerte de Fernanda simboliza la muerte política de una España aún romántica, que debe
superar el conservadurismo anterior y adentrarse en la modernidad; la muerte de Prim supone
el óbito anticipado del liberalismo político español del siglo XIX. La tragedia culmina con la
Restauración de don Alfonso XII a fines de 1874, y con ello, se acaban las esperanzas políticas
de muchos españoles, con Galdós a la cabeza.
Galdós y la novela histórica en el siglo XX
A modo de apéndice, cabe señalar que este sentimiento de abatimiento que vemos en la obra
de Galdós, que tan bien se refleja en sus personajes, persiste en la novela histórica
contemporánea. La tragedia culmina en el plano político cuando el “sueño liberal” se acaba con
la dictadura franquista, aunque esta noción persiste como tal “sueño” en las obras actuales.
Así, en El himno de Riego (1984) de José Esteban, Yo, el rey (1985) de Vallejo Nájera,
Herrumbrosas lanzas (1983-1986) de Juan Benet, La ciudad de los prodigios (1986) de
Eduardo Mendoza,… retratan “la época de la guerra de la Independencia y del reinado de
Fernando VII”,26 la Guerra Civil Española y sus consecuencias, con un afán similar al de
Galdós en cuanto a crítica social y denuncia.
También nos encontramos con otra tendencia claramente escapista de este mundo trágico
galdosiano, tal y como nos lo presenta el universo imaginario de Sánchez Ferlosio (El
testimonio de Yarfoz, 1986), o las recreaciones de civilizaciones antiguas, como la romana o la
egipcia, en Terenci Moix (El sueño de Alejandría, 1988).27
Más interesante nos parece también la derivación en la novela contemporánea del esquema
trágico galdosiano hacia la visión paródica y dialéctica de la historia. Conviene resaltar a este
respecto dos ejemplos ilustrativos: Las naves quemadas (1982) de J. J. Armas Marcelo y Cabo
Trafalgar (2004) de Pérez-Reverte.
En Las naves quemadas, recreación dialógica y caracterización esperpéntica de la
Conquista de América y de los conquistadores españoles, Armas Marcelo nos propone una
historia paralela a la Conquista de las Islas Canarias. Para el efecto, el mencionado autor recrea
en la ficción narrativa un espacio mítico llamado Salbago (Gran Canaria), contraponiéndolo
con el tradicional concepto de “Islas Afortunadas”. Así, ficcionalización, historia, parodia, mito
y una fuerte carga simbólica se unen en esta obra contestataria para darnos otra visión, quizá
más fiel a la realidad, de la conquista canaria y americana.
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Más afinidad con los Episodios Nacionales de Galdós la tiene Cabo Trafalgar de Pérez-
Reverte, quien, desde la máscara carnavalesca y paródica de sus personajes, a través de un
lenguaje tabernario, anacrónico e irrespetuoso, retoma la originaria obra de Galdós para
transmitirnos únicamente la batalla naval en sí, solazándose en los errores cometidos por el
almirante Villeneuve, en la incomprensión entre franceses y españoles —y entre los propios
franceses—, utilizando el recurso del multiperspectivismo. Con ello desenmascara a los
verdaderos culpables de la catástrofe naval: los dirigentes, tanto militares como políticos, que
no supieron estar a la altura de las circunstancias.
La evolución, por tanto, del concepto galdosiano de novela histórica, como se ha
ejemplificado, va desde la simple postura crítica ante los males de la patria, pasando por
determinadas actitudes escapistas como forma de olvido de la realidad circundante. Pero lo
novedoso es que Galdós, adelantándose a su tiempo, expresa en su obra esta visión del mundo
y utiliza para ello recursos propios de la novela histórica más contemporánea (carnavalización,
parodia, humor negro...).
Otro aspecto que es pertinente destacar, por último, es la persistencia de la visión trágica
del escritor canario frente a la realidad política española, que pasa a constituirse en una
constante de la novela historiográfica contemporánea en nuestro país. Así, pese a la orientación
escapista, crítica o paródica, de la producción historiográfica actual, se impone, en definitiva, la
idea de Galdós de que el hombre, al fin y al cabo, no es más que un ser de sino trágico.
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NOTAS
1 Introducción a Trafalgar de Julio Rodríguez Puértolas (1984: 19), Edición de Julio Rodríguez Puértolas,
Madrid, Ediciones Cátedra, Letras Hispánicas, segunda edición.
2 Íbidem (1984: 12).
3 VV.AA., 2001, Diccionario de la Real Academia de la Lengua. Madrid, Real Academia Española, 21ª
edición.
4 Joan Corominas y José A. Pascual, Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico, 1997, Madrid,
Editorial Gredos, 4ª reimpresión, pp. 642-3.
5 Juan Ignacio Ferreras, El triunfo del liberalismo y de la novela histórica 1830-1870, 1976, Madrid,
Editorial Taurus, Estudios sobre la novela española del siglo XIX, pp. 21-22.
6 En palabras de Juan Oleza, en La novela española del siglo XIX: del parto a la crisis de una ideología,
1976, Valencia, Editorial Bello, Cfr. Pedraza Jiménez y Rodríguez Cáceres, 1983, Manual de literatura
española, Tomo VII, Época del Realismo, Navarra, Cénlit Ediciones, p. 561.
7 Cfr. Hans Hinterhäuser, Los «Episodios Nacionales» de Benito Pérez Galdós, 1963, Madrid, Biblioteca
Románica Hispánica, Editorial Gredos.
8 Cfr. Joaquín Casalduero, Vida y obra de Galdós (1843-1920), Madrid, Editorial Gredos, Biblioteca
Romántica Hispánica, cuarta edición ampliada, 1974. Y también Ángel del Río, Estudios galdosianos
(1969), New Cork (USA), Las Américas Publishing Company.
9 Loc. cit. (Trafalgar, 1984). Como es el caso también de Felipe B. Pedraza y Milagros Rodríguez, Manual
de literatura española, 1983, Tomo VII, Época del Realismo. Navarra, Cénlit Ediciones, p. 558.
10 Hans Hinterhäuser, Los “Episodios Nacionales” de Benito Pérez Galdós, 1963, Madrid, Editorial Gredos,
Biblioteca Románica Hispánica.
11 Millares Torres publicó estas cuatro obras históricas en el periódico El Porvenir de Canarias, bajo la
denominación de “tres narraciones y una novela”, titulando a la serie como Recuerdos históricos, en una
época, a finales del Romanticismo, que se caracterizaba por recuperar la historia de las distintas
nacionalidades y pueblos en busca de su verdadera identidad. Esta obra fue reeditada por el Museo
Canario en el año 1980, omitiendo el relato La muerte de Doramas. En Millares Torres, Agustín, 1980,
Recuerdos históricos. Las Palmas de Gran Canaria, El Museo Canario, primera edición. Ver también
Monroy Caballero, Andrés, 2003, Narrativa romántica canaria, Inédita.
12 Hay que tener en cuenta otro título homónimo al de Millares del peripatético Jerónimo de Rodas (290-230
a.C.), también de carácter histórico-cronístico de su época, que muy bien puede haber sido tomado por él
o, lo más plausible, que fuera una simple coincidencia; al igual que ocurre con el título de Episodios
Nacionales en obras anteriores de similar título: los Romans nationaux (1865) de Erckmann-Chatrian,
Ecos nacionales (1846) de Ventura Ruiz Aguilera, etc.
13 Publicado en la revista Millares, nº 12, Las Palmas de Gran Canaria, abril-junio de 1997, se trata de un
artículo crítico sobre la novela Gloria (1877), realizado por Agustín Millares Torres para la lectura en el
Gabinete Literario en un homenaje que esta institución le hacía a Pérez Galdós. Véase pp. 368 y 373.
14 Juan Bosch Millares, Don Agustín Millares Torres. Su vida y su obra como Compositor, Novelista e
Historiador, 1959, Las Palmas de Gran Canaria, Gabinete Literario, p. 73.
15 “Hemos dicho en la introducción de estos recuerdos que, el año en que principiaron los acontecimientos
que vamos refiriendo era el de 1808, año memorable en la historia de nuestra nación por el glorioso grito
lanzado en Madrid el dos de mayo y repetido luego, con el mayor entusiasmo, por todas las provincias de
la monarquía” (Recuerdos históricos, 1980: II, 57-8).
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16 Cfr. Introducción a Trafalgar de Julio Rodríguez Puértolas (1984), Edición de Julio Rodríguez Puértolas,
Madrid, Ediciones Cátedra, Letras Hispánicas, segunda edición. Y también, Hans Hinterhäuser, Los
«Episodios Nacionales» de Benito Pérez Galdós, 1963, Madrid, Biblioteca Románica Hispánica,
Editorial Gredos.
17 Cfr. Introducción a Trafalgar de Julio Rodríguez Puértolas, 1984.
18 José B. Monleón e Iris M. Zavala, en “Románticos y liberales”, comentan: “La caída del antiguo régimen
y la «apertura» política de la etapa isabelina no pueden ser entendidas como momentos revolucionarios,
pero no cabe duda de que dieron un impulso trascendental al proyecto de modernización —es decir, a la
creación de un sociedad capitalista— fomentado por la burguesía y ciertos sectores de la aristocracia”
(Francisco Rico, 1994: 26). Historia y crítica de la literatura española. Tomo 5/1. Romanticismo y
Realismo. Primer Suplemento. Iris M. Zavala. Barcelona: Editorial Crítica y Grijalbo-Mondadori.
19 Felipe Fernández El Carbonerín es el opuesto de Vicente Halconero, hombre inculto y de acción que
luchará desinhibidamente por sus ideales; frente al apocado y leído Halconero, que es incapaz de tomar
iniciativa política alguna.
20 A pesar de que, y siguiendo la afirmación de Rodríguez Puértolas, “… para Galdós, y sin duda de manera
particular en los Episodios Nacionales, es el pueblo el motor de la Historia” (Introducción a Trafalgar,
1984: 37).
21 La influencia de la Revolución de La Gloriosa dejó huellas muy marcadas en el joven Galdós. “Todavía en
su vejez —nos dice Hans Hinterhäuser—, Galdós se reconocía y se confesaba hijo espiritual de la
Revolución de septiembre” (1963: 28), como ocurre con Vicente Halconero en España trágica, que según
este crítico representa el alter-ego del Galdós en sus ideales juveniles: radical en sus ideas, pero
incapacitado para ejercer la acción.
22 Brian J. Dendle, en Galdós y la novela histórica (1992: 91 y 101) se percata del valor simbólico de los
personajes galdosianos de las últimas series de Episodios Nacionales, como reflejo fiel del estado general
de locura bajo el que se encuentra España. También, y de forma más general, para Hans Hinterhäuser y
Ricardo Gullón, en “Historia y novela en los Episodios Nacionales”, edición de Francisco Rico, 1982,
Historia y crítica de la literatura española, Tomo 5, Romanticismo y Realismo, Iris M. Zavala.
Barcelona, Editorial Crítica y Grupo Editorial Grijalbo, p. 552.
23 http://www.frontlist.com/detail/0192838857. (2-12-2004). “Three Early Modern Utopias. Thomas More:
Utopia / Francis Bacon: New Atlantis / Henry Neville: The Isle of Pines”.
24 Como muy apropiadamente afirma Hans Hinterhäuser: “Todo esto debió llevar a Galdós al
convencimiento de que en su país un trágico abismo separaba a gobernantes y gobernados, de que si unos
actuaban de un modo equivocado, los otros lo hacían con ceguera” (1963: 29). La idea que aporta este
crítico sobre la visión galdosiana de los dirigentes políticos, divididos en militares que fracasan como
políticos y políticos incapaces de entrar en acción (1963: 123), recuerda mucho la teoría de Ortega y
Gasset de la falta de hombres aptos para gobernar el país frente a la “revolución de las masas” que se les
impone, (La rebelión de las masas y La España invertebrada).
25 Según Hans Hinterhäuser, ya desde el siglo XIX Galdós se adelanta a preconizar “las dos Españas”, que
llevará a la Guerra Civil (1963: 173 y siguientes).
26 Santos Sanz Villanueva (1992: 249-279): “La novela”. En Rico, Francisco (ed.), Historia y crítica de la
literatura española. Tomo 9. Los nuevos nombres: 1975-1990. Barcelona, Editorial Crítica,
pp. 249-279.
27 Ibídem, pp. 249-279.