LA REVOLUCIÓN DE 1868 EN ALMA Y VIDA
Y EN LAS MEMORIAS DE UN DESMEMORIADO
Rosario de la Nuez Torres
La mayor crisis del estado liberal es la que se vive en los años que precedieron a la
Revolución de 1868. Los casos de corrupción y la forma brutal con la que se reprime cualquier
intento de sublevación llevaron a todas las fuerzas políticas a la convicción de que era
necesario acabar con el reinado de Isabel II. Este acuerdo se plasmó en el Pacto de Ostende y
culminó con el triunfo de la Revolución tras la batalla de Alcolea (28 de septiembre de 1868),
al frente de la cual estuvo el general Serrano.
Es de sobra conocido que Galdós fue dando cumplida cuenta de todos los acontecimientos
de tan turbulenta época en la cuarta serie de los Episodios Nacionales, sin embargo lo que ha
pasado desapercibido para los estudiosos de la obra de teatro Alma y Vida, es que en medio de
los diálogos su autor fue deslizando pequeños datos que han permitido desvelar la trama sociopolítica
que tiene la obra. Estas claves se completan con el prólogo que Galdós le añadió antes
de darla a la imprenta.
Aunque el autor advierte que ha recurrido al simbolismo, para expresar el enorme desaliento
que le invade ante el incierto porvenir de España, en los albores de 1902. Parece que dichos
indicios no fueron suficientes para que Alma y Vida fuera entendida. Quizá sucediera lo
contrario, que tanto público como crítica se sintieran fuertemente impresionados por las
acusaciones de corrupción y de injusticias que el autor pone en boca de Juan Pablo Cienfuegos
en el monólogo final.
Lo que intentaré demostrar en esta comunicación es la relación entre Alma y Vida y algunos
episodios de la cuarta serie, reforzada por los recuerdos de Galdós en sus Memorias.
Para desarrollar el estudio de la trama socio-política de Alma y Vida, el Cabildo Insular de
Gran Canaria concedió a la autora de esta comunicación la Beca de Investigación Pérez Galdós
del año 2003. En dicho estudio titulado: Alma y Vida y el reinado de Isabel II, han sido
identificados los personajes principales con personajes históricos que intervinieron en el
mencionado reinado.
Galdós interrumpe el relato de sus Memorias precisamente en 1902, año del estreno de
Alma y Vida. En sus últimas notas recuerda sus visitas al Palacio de Castilla para entrevistar a
la destronada reina Isabel II. Ésta había aceptado contarle cosas de su reinado para que pudiera
completar sus notas y escribir la cuarta serie.
Pero, por alguna razón, el autor quiso adelantar en esta obra de teatro sucesos que algunos
años después aparecerían en distintos episodios de la cuarta serie. Dos episodios esenciales
para interpretar Alma y Vida han sido Prim y La de los tristes destinos.
VIII Congreso Galdosiano
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Desde la Escena IV del Acto I, titulado El Juicio, el personaje de don Guillén, que está
inspirado en el Marqués de Salamanca, va dejando entrever que varios personajes de la obra
están implicados en una conspiración.
ESCENA IV
JUAN PABLO, DON GUILLÉN y DOÑA TERESA, que entra por la derecha en
primer término. Viste de negro, con escofieta elegante, también negra. Trae ridículo,
pendiente de la cintura.
DOÑA TERESA.— Pero ¿estos gritos son furia de los corazones o simulacro de los
ingenios?
DON GUILLÉN.— Figuración ha sido. (A Juan Pablo.) No temas a esta ilustrísima
dueña. También le odia cordialmente. Es de mi partido.
DOÑA TERESA.— (Benévola.) Ya, ya me han enterado de este escándalo y de la
captura del escandalizador. (Mirando con anteojos a Juan Pablo.) ¡Ah! Juan Pablo
Cienfuegos, el que trae revueltos los estados de Ruydíaz...
DON GUILLÉN.— (Presentándola.) Doña Teresa de Argote, aya y camarera mayor
de Laura, filósofa y poetisa, autora de la pastorela de “Alcimna y Tesimandro”, que
ahora estamos ensayando para representarla en el jardín.
DOÑA TERESA.— (Con modestia.) ¡Oh!...
DON GUILLÉN.— Y, además, mi aliada. Has de saber que aquí, con actividad
sigilosa, conspiramos.
El texto revela que estamos ante una trama política que se va a ir entrelazando con una
trama amorosa. En el estudio citado se ha identificado al personaje Juan Pablo Cienfuegos con
el general Serrano, a don Guillén con el Marqués de Salamanca y a doña Teresa con Sor
Patrocinio. Aparte de los que aparecen en la escena anterior la duquesa Laura de la Cerda y
Guzmán se corresponde con Isabel II, la marquesa de Clavijo con la reina madre Mª Cristina,
don Dámaso Monegro con el general Narváez, y Turpín con el general O’Donnell.
Conociendo quienes son los personajes históricos en los que Galdós se ha inspirado para
crear los de ficción, seguiré analizando la relación del texto teatral con episodios de la cuarta
serie que a su vez me han permitido desvelar la trama socio-política de Alma y Vida.
El grado de corrupción a que habían llegado los ministros de Isabel II, se evidencia en el
Acto III, titulado La Cacería. El enriquecimiento de miembros del Gobierno, a través de las
comisiones recibidas por las concesiones para instalar la red de ferrocarriles en toda España,
ponen de manifiesto esta corrupción. A todo esto se suma un alto grado de represión.
Cualquier manifestación de protesta se reprime con dureza, hasta el punto de decretar
detenciones injustificadas, o incluso ejecuciones.
En el Episodio titulado Prim se da cuenta de todas las intentonas que llevó a cabo este
general para acabar con el reinado de Isabel II, entre los años 1866 y 1868. El lugar elegido
para conspirar fue la ciudad de Valencia. En Alma y Vida se habla de los conjurados de
Peñalba. Esta localidad valenciana es un enclave cercano a la localidad de Sagunto, lugar en el
que el general Martínez Campo proclamó rey al joven Alfonso XII en 1874. Con este hecho
comenzó la llamada Restauración y con ella según los historiadores el fin del estado liberal.
La revolución de 1868 en Alma y Vida…
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En el mencionado Episodio encontramos la explicación a este título del Acto III. Al
principio se puede pensar que metafóricamente se refiere a la persecución que Monegro está
llevando a cabo para detener y dar muerte a todos los que quieren acabar con su tiranía. En
toda conspiración se utilizan contraseñas y en Prim nos encontramos que la que tramaba la
caída de Isabel II era: cacería de patos en la Albufera. Veamos la cita:
Ha dicho usted que de Valencia vino hace días y a Valencia volverá... ¿Puede decirme
qué resultado ha tenido lo que por pudor político llamamos cacería de patos en la
Albufera? […] pero no podrá negarme que allá fueron Carlos Rubio, Lagunero y el
jefe de la cacería, general Prim...
La Escena IV del Acto III de Alma y Vida refleja la corrupción y la represión de la que
estamos hablando:
ESCENA IV
MONEGRO, TURPÍN y VALLEJO
TURPÍN.— (Desde el fondo.) Alabado sea Dios.
VALLEJO.— Dos horas hace que andamos tras el señor Monegro. Ya sabéis lo que
ocurre...
TURPÍN.— En diferentes lugares del señorío, los díscolos preparan un alzamiento en
armas.
MONEGRO.— Todo lo sé. A muchos los conozco, a otros adivino; les descubro por
los favores que me deben.
TURPÍN.— Y favores de doble precio, como hechos atropellando la ley... (* ¿Y qué
pensáis? Será forzoso sentar la mano con dureza.
MONEGRO.— Naturalmente. No basta ser fuerte, hay que parecerlo... Desdichado
de mí si no me temieran... ¿Habéis hecho lo que os indiqué esta mañana?
TURPÍN.— ¿Prender al buen Hinestrosa y a sus primos los de Jáuregui?
MONEGRO.— Sí.
TURPÍN.— Considerad que los Jáuregui han sido siempre amigos vuestros.
MONEGRO.— Decid protegidos. Ricos los he hecho con el suministro de aceite para
el castillo.
TURPÍN.— Pero ellos os sirvieron... a toda satisfacción en el negocio de maderas
para las cuadras que construísteis.
MONEGRO.— (Ceñudo.) No importa. Prendedles esta noche con la figuración legal
de que cortaron pinos en la Torbisca.
TURPÍN.— Está bien. Pero fijaos en que tendrán el valimiento de la casa de
Cardona...
MONEGRO.— (Inquieto y receloso.) Sin duda...
TURPÍN *).— La casa de Cardona, en guerra descarada con vos, no lleva otro fin
que arrebataros la administración de Ruydíaz para darla a uno de sus deudos.
VALLEJO.— Heredera forzosa de nuestra Duquesa, quiere suplantarla en vida.
MONEGRO.— No me decís nada que yo no sepa.
TURPÍN.— (* ¿Y estáis seguro de que la dueña de estos estados os mantendrá
resueltamente en su gracia?
MONEGRO.— Seguro estoy, mientras no se interponga entre ella y yo una influencia
poderosa.
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VALLEJO.— La marquesa de Clavijo, pongo por caso.
TURPÍN.— No; no son las amigas tan de temer. (Malicioso.) Los influjos que os
asustan son otros...
MONEGRO.— Bien sabéis que sí. (Meditabundo.) Pero yo, si no he podido
adelantarme a contenerlos cuando brotaban, los suprimo de refilón cuando los veo
crecidos.
VALLEJO.— ¡Bravo sistema! Es de los que no fallan *).
TURPÍN.— ¿Y creéis, como yo, que las correrías de Juan Pablo no tienen otro fin
que reclutar gente desalmada para ayudar a los revoltosos?
MONEGRO.— Así debo creerlo... (* Y vos habéis procedido como si de ello
tuvierais prueba plena.
TURPÍN .— Ciertamente.
MONEGRO.— Pero hay más.
VALLEJO.— ¿Más?
MONEGRO.—*) Esta misma tarde comenzaréis a instruir causa contra la madre de
Cienfuegos... (Pausa. Turpín y Vallejo se miran.), por haber permitido que en su casa
se reunieran los conjurados de Peñalba.
TURPÍN.— (Asombrado.) Pero no es cierto...
MONEGRO.— Que no pase el día de mañana sin que sea reducida a prisión.
VALLEJO.— (Estupefacto.) ¡Qué brutalidad!
TURPÍN.— (Inquieto.) Señor don Dámaso, acosad a Cienfuegos, la mayor calamidad
del señorío, y procurad su captura y su muerte por los medios naturales de la ley, de
la guerra o de la caza... Pero dejad en paz a su madre, que es una santa mujer.
MONEGRO.— A buena hora las ternezas...
TURPÍN.— Perdone el amigo Monegro, pero ello es de tal gravedad...
VALLEJO.— De tal manera inhumano...
MONEGRO.— Perdonad. Creí tratar con gerifaltes, no con palomas.
TURPÍN.— Os he servido lealmente. Por vos, reconocedlo, Zacarías Turpín, en el
Corregimiento y fuera de él, ha hecho atrocidades...
VALLEJO.— Decid horrores.
TURPÍN.— Y lo que ahora me pedís es una monstruosidad que pasa la medida...
MONEGRO.— (Malicioso y agresivo.) Me parece haber penetrado la causa de
vuestros escrúpulos.
TURPÍN.— Mi conciencia...
VALLEJO.— Nuestros sentimientos...
MONEGRO.— ¡Sentimientos, conciencia! (A Turpín, con cruel ironía.) La vuestra es
harto vidriosa, y ahora se os alborota excesivamente, porque ayer os negué 400 escudos
que me pedíais para la boda de vuestra hija.
TURPÍN.— (Confuso.) No es eso, Monegro amigo, no es eso...
MONEGRO.— Creedme, Turpín: vuestra conciencia y la mía unidas están por una
cadena que ni vos ni yo podemos romper.
TURPÍN.— Es verdad; pero... escuchad..., permitidme que os diga...
MONEGRO.— Si creéis en el Infierno, dejad el mundo y meteos en un claustro...
(*Yo... quizás lo haga algún día. Hoy no puede ser.
TURPÍN.— Sois poderoso. En diez años de administración habéis amasado un gran
caudal, y podéis permitiros el lujo de un lucido arrepentimiento. Yo soy pobre...
MONEGRO.— Mayor motivo para que me sirváis con celo... No se hable más del
asunto. Id al Corregimiento y preparaos para el trabajo rudo que se nos echa encima*)
(Entra Chacón, por el fondo, quedándose a distancia.)
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TURPÍN.— Trabajaremos; mas no debéis olvidar...
La escena habla por sí sola y ha sido interpretada como el enfrentamiento existente entre
O’Donnell y Narváez, aunque no eran muy distintos el uno del otro en su forma de actuar.
Dentro del simbolismo en el que se inscribe la obra y la intención de su autor en velar los
hechos, el negocio del aceite y las maderas pueden representar las comisiones obtenidas por la
instalación de los ferrocarriles y por construcciones del Estado. La alusión a los diez años de
administración es la que nos ha hecho pensar en la década moderada. Podemos situar los
hechos en torno al 65 y que el enfrentamiento de Turpín y Monegro se refiera a los sucesos de
la Noche de San Daniel. Las atrocidades fuera del Corregimiento pueden hacer referencia a la
época en la que O’Donnell estuvo en Cuba, en donde se mantenía la esclavitud de los colonos.
Se prepara el ambiente para una escena que hemos relacionado con el asalto al cuartel de San
Gil.
En la escena transcrita también se alude a que los revoltosos tendrán el valimiento de la
Casa de Cardona, y que ésta heredera forzosa de la Duquesa quiere suplantarla en vida.
En el episodio La de los tristes destinos se habla de las aspiraciones de la Infanta Luisa
Fernanda y su marido Montpensier al trono de España. Una vez que Isabel II ha tenido hijos,
algo que ellos esperaban que no sucediera por la supuesta impotencia de Francisco de Asís, no
dudan en conspirar para derrocar a la reina. Se dice con toda claridad que Montpensier es el
candidato de Serrano.
En el texto teatral aparece un personaje referido con el nombre de la de Cardona, que
hemos relacionado con la Infanta Luisa Fernanda. Vista la escena aislada del resto de la obra,
resulta más clara la relación con los hechos históricos mencionados.
ESCENA XIII
Los mismos y TORIBIA
TORIBIA.— (Por el fondo, a la carrera, sofocada y medrosa.) ¡Señor!
DON GUILLÉN.— ¿Qué?
TORIBIA.— ¡Ay, señor, lo que he visto!...
DON GUILLÉN.— (Curioso.) ¿Qué?, ¡voto a sanes!
TORIBIA.— Iba yo a recoger un choto que dejé en el molino, y..., ¡ay!, al llegar a la
cruz de piedra, dos hombres subían agachadicos, arrimándose al sombrajo de la
cerca... No querían dejarse ver por mí... Pero al revolver la esquina para meterse en
las covachas que hay a esta parte vi el cariz de uno de ellos... Era...
ZAFRANA.— (Aparte las dos, asustadas.) Vamonos.
DON GUILLÉN.— (Las detiene violentamente.) ¡Ahora no, rayo de Dios!... ¡Aquí
presas! (A Toribia.) Sigue.
TORIBIA.— Volvíame acá, muerta de miedo, porque cuando veo bultos de noche en
tal guisa me parecen ánimas del Purgatorio; subía yo, digo, y aquí cerca, cabe los
álamos, veo a tres criados de don Dámaso que bajaban con pies de gato, rastreando...,
así, así... El delantero, con las narices en el suelo, husmeaba... (Suena un disparo. Las
mujeres dan un grito.)
DON GUILLÉN.— ¡La horrenda cacería!... Corro allá...
TORIBIA.— (Deteniéndole por un brazo.) Señor, téngase. (Suena otro disparo.)
VIII Congreso Galdosiano
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DON GUILLÉN.— (Poniéndose el cinto con las pistolas y recogiendo el cuchillo de
monte.) Déjame... Quizás llegue a tiempo... Oye, Tora: éstas quedan aquí prisioneras.
Ocúpalas en algo para justificar su permanencia en la alquería.
ZAFRANA.— Dame una rueca.
PEROGILA.—Y a mí otra. (Cogen lo que indican y se apartan a la izquierda.)
TORIBIA.— Señor, quedaos aquí... No os cacen también a vos. (Entra por el fondo
Juan Pablo despavorido, en gran desorden, expresando el cansancio y la
desesperación. Al llegar al proscenio se deja caer en una banqueta, reclinando el
cuerpo sobre la mesa, agobiado físicamente.)
Esta escena se corresponde con los últimos capítulos del episodio Prim en los que se
describe como se produjo el asalto al cuartel de San Gil. En la escena teatral hay un personaje
que se arrastra por un talud, que puede ser Juan Pablo Cienfuegos. En el episodio es el general
Serrano el que se introduce en el interior del cuartel deslizándose por la ladera. La intención de
Serrano es hacer el menor número de muertos posibles, pues reconoce que sus ideales no son
diferentes de los de los que se han sublevado.
La batalla de Alcolea está sugerida en el texto teatral al comienzo del Acto IV. En las
primeras escenas de este acto, se habla de unos sucesos que han ocurrido durante la noche.
Pensamos que se trata del 28 de septiembre de 1868 y el triunfo de la Revolución.
ESCENA V
JUAN PABLO.— (Al oído de la Marquesa.) Asentid, señora, a cuanto yo diga.
(Alto.) Sabed toda la verdad. En los estados de Ruydíaz se ha consumado esta noche
una gran mudanza, una renovación...
LAURA.— (Con asombro, que se resuelve en regocijo.) Una renovación... Todo lo
malo concluido..., todo lo bueno comenzado. ¿Es eso?
LA MARQUESA.— (Apoyando resueltamente.) Sí, sí.
JUAN PABLO.— Todo lo bueno.
LAURA.— (Con inmenso interés.) Y esa renovación..., quiero decir, ese trastorno
saludable, ¿es obra tuya?
JUAN PABLO.— De vuestro pueblo.
LA MARQUESA.— (Por Juan Pablo.) El, él, ante todo.
JUAN PABLO.— (Sin vacilar, viendo el efecto de la ficción.) Yo..., sí..., mis
amigos... Todos hemos trabajado por la gloria de Ruydíaz, por la felicidad vuestra y
de vuestros vasallos.
LAURA.— ¡Ah! (Exhala un gran suspiro, como si de su alma y de su corazón se
desprendiera un enorme peso. Después sonríe con expresión de bienestar moral y
físico.)
JUAN PABLO.— Todo está concluido felizmente.
LAURA.— (Recelosa.) Pero ¿Monegro...? ¿Para qué está en el mundo Monegro, más
que para impedir todo cambio saludable?
JUAN PABLO.— Cayó en mi poder..., se me vino a la garra cuando menos podía yo
esperarlo.
LAURA.— (Con ansiedad.) ¿Y le mataste?
JUAN PABLO.— No, señora... Para este triunfo del bien no necesitábamos sacrificar
ninguna existencia.
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LAURA.— (Con inmenso gozo,) ¡Le perdonaste!... ¡Oh grandeza de alma!...
(Respirando con ansia y facilidad, como si entrase en sus pulmones una onda de
oxígeno.) Tu generosidad sublime parece que me infunde una vida nueva. (Asiendo el
brazo de uno y otra y atrayéndoles a sí.) Venid, dadme parabienes, sed felices
conmigo... Dios me concede la gloria que soñé... Ya reinan en Ruydíaz la paz duradera,
la probidad, la justicia...
Galdós trazó Alma y Vida usando el símbolo de la enfermedad para expresar la falta de
poder de la reina Isabel II. Con la interpretación que se le ha dado en Alma y Vida y el reinado
de Isabel II, las palabras de Juan Pablo Cienfuegos significan el triunfo de la Revolución. La
duquesa pregunta por Monegro. Teniendo en cuenta que Monegro ha sido identificado como
Narváez, éste no puede haber intervenido porque había muerto en la primavera del 68.
La tesis que vengo defendiendo se refuerza con la Escena VI del Acto IV:
ESCENA VI
Los mismos y DON GUILLÉN, por el fondo, presuroso, descompuesto, revelando
gran fatiga
DON GUILLÉN.— (Entrando.) Vencedor al fin, con supremo esfuerzo y pérdida de
muchas vidas. (Al ver el cuadro que presenta Laura moribunda, queda paralizado de
pena y terror.) ¡Jesús!... ¡Laura!
JUAN PABLO.— (Trastornado, con espasmo de dolor, recorriendo la escena.)
Muere..., y yo..., yo, culpable... Con la vida que le di le he dado la muerte. La alegría
la mata, como a mí me matará el dolor. (Oyese rumor de multitud que se acerca.)
LAURA.— (Con voz apagada, sensible al intenso rumor.) Mi pueblo..., pueblo
mío...
DON GUILLÉN.— (Dolorido.) Aquí viene a rendir homenaje... Y traemos al déspota
vencido, para que ante tí humille su soberbia y te pida perdón del daño que a todos
nos ha hecho.
JUAN PABLO.— Entrad, entrad..., vencedores y vencidos, pobres ilusos; venid y
contemplad el bien que perdéis.
El comienzo de esta escena es compatible con el resultado de la batalla de Alcolea. Estamos
ante la ficción, por tanto la reaparición de Monegro vencido es uno de los subterfugios que ha
empleado el autor para desviar la atención sobre la identificación de la trama socio-política de
Alma y Vida. En los textos transcritos han aparecido unos asteriscos y paréntesis porque el
autor ha indicado al dar la obra a la imprenta, que esas frases no fueron dichas en la
representación. En un párrafo del Prólogo de Alma y Vida Galdós dice que da a la imprenta el
texto íntegro, pero que para la representación el mismo fue adaptado por imperativos de su
extensión. La supresión de las referidas frases también pueden tener su explicación en una
autocensura que se impone el autor, condicionado por el contexto histórico en el que se
estrena Alma y Vida. El estreno se produce el 9 de abril de 1902 y la proclamación de Alfonso
XIII como rey se producirá el 17 de mayo cuando éste alcance la mayoría de edad. Estaba
previsto que la reina Isabel II estuviese en Madrid para presenciar dicho acontecimiento, cosa
que finalmente no ocurrió por la muerte del rey Francisco un mes antes.
El monólogo final de Alma y Vida es de capital importancia para entender la obra. La
intención de Galdós no ha sido escribir un melodrama, ni una elegía por la reina destronada, es
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mucho más fuerte. El monólogo final expresa la profunda decepción del propio Galdós ante la
inutilidad de aquella Revolución, nada había cambiado, en España seguía imperando la
corrupción y la injusticia. Ha hecho salto temporal vertiginoso desde 1868 a 1902. Hay que
pensar que Galdós ha puesto el boca de Juan Pablo Cienfuegos su propio pensamiento en el
momento del estreno, 1902.
JUAN PABLO.— (De rodillas junto a LAURA, volviéndose hacia la muchedumbre,
con profunda emoción y vibrante elocuencia.) Vasallos de Ruydíaz, el grande espíritu
de nuestra señora está en un reino distante, en un reino glorioso. Era la divina belleza,
la ideal virtud, y nosotros, unas pobres vidas ciegas, miserables... ¿Qué habéis hecho,
qué hemos hecho? Destruir una tiranía para levantar otra semejante. El mal se
perpetúa... Entre vosotros siguen reinando la maldad, la corrupción, la injusticia.
¡Llorad, vidas sin alma, llorad, llorad!
De nuevo las palabras que Galdós hace decir al general Serrano en el episodio La de los
tristes destinos dan sentido a este monólogo. Serrano manifiesta a Largier a bordo del
Buenaventura, el vapor fletado en Inglaterra para trasladar a los generales desterrados en
Canarias, que la Revolución que traen no irá mucho más allá del cambio de unos generales por
otros, vamos, que será lo mismo. Hay que recordar que el episodio lo ha escrito Galdós
en 1907.
Las Memorias las dicta Galdós ya casi ciego en 1916. No son unas memorias al uso. Su
autor ha vuelto ha utilizar su genialidad y maestría. Ha recurrido a la desmemoria para ocultar
aquello que no quiere contar, que siempre fue una constante en su vida.
Su llegada a Madrid en 1862 la evoca como Mi llegada a la Corte. El joven Galdós había
sido educado en Las Palmas en el espíritu liberal. Entre sus profesores destaca López Botas, el
que fuera alcalde liberal de Las Palmas y fundador del Colegio de San Agustín. En principio se
sintió más atraído por la política y por las colaboraciones en los periódicos que por los
estudios. El mismo reconoce en su Crónica de Madrid que hacía frecuentes novillos, para ir a
contemplar el cambio de la guardia en la fachada del Palacio Real. La proximidad del Teatro
Real al Palacio propicia que sea esta zona de Madrid la que mejor ha retratado Galdós. El
marco en el que desarrolla Alma y Vida es precisamente el Palacio Real, construido sobre el
antiguo Alcázar de Madrid. Los hechos políticos de los que he hablado marcaron de una forma
muy especial la vida de Galdós. El primer hecho que relata de su estancia en Madrid es la
trágica noche de San Daniel el 10 de abril del 65, y reconoce encontrarse entre la turba
estudiantil y haberse llevado algún que otro linternazo de la Guardia Veterana. Sigue su relato
evocando el no menos trágico asalto al cuartel de San Gil ocurrido el 22 de junio del 66. En el
capítulo IV de las Memorias relata:
Al llegar a Barcelona me encontré de manos a boca con la revolución de España, que
derribó del trono a Isabel II.
El joven Benito había estado visitando la Exposición Universal de París, invitado por sus
familiares que habían llegado de Canarias. Estaba previsto que regresara a Las Palmas pero:
...como yo ardía en curiosidad por ver en Madrid aspectos trágicos de la revolución,
rogué a mi familia que me dejase en Alicante, donde hacía escala el correo... A las
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pocas horas de llegar a la villa y corte tuve la inmensa dicha de presenciar, en la
Puerta del Sol, la entrada de Serrano... Ovación estruendosa, delirante.
A los pocos días de presenciar en la Puerta del Sol la entrada del general Serrano vi la
entrada del general Prim, el héroe popular de aquella revolución. El delirio de la
multitud llegó al frenesí.
Siguiendo el hilo de sus Memorias cuenta Galdós que lo incluyeron entre los periodistas que
habrían de acompañar a Serrano y a Topete a Zaragoza. De los discursos de Olózaga y otros
políticos dedujo que la idea de la República se desvanecía y que las Constituyentes se
inclinarían a mantener el principio monárquico. Tal era la idea de Prim.
El asesinato de Prim pocos días antes de la entrada de Amadeo I, dejó las riendas de la
Revolución en manos de Serrano. Galdós admiraba a Prim y refleja en sus Memorias el triste
acontecimiento:
Mi memoria despierta con sacudimiento convulsivo y exclama: “Menguado,
despabílate, ¡han matado a Prim!”. Ante mis ojos deslumbrados por una terrible
realidad, desfila el cadáver de Prim saliendo de Buenavista para ser conducido a la
iglesia de Atocha, y al siguiente día la gallarda figura de Amadeo de Saboya, que,
después de contemplar en la basílica el cadáver del caudillo, entraba a caballo en
Madrid para dirigirse a jurar la Constitución ante las Cortes.
En este punto Galdós se aparta momentáneamente de la política para dedicarse a su Obra.
Comienza a publicar sus Episodios Nacionales. Su decepción es grande. Algunos años después
en el episodio Cánovas y a través de Tito Liviano dirá:
Señalo una coincidencia que me resultó irónica: en el mismo sitio donde vi la entrada
de don Alfonso de Borbón había visto pasar el entierro del grande hombre de la
Revolución de septiembre que dijo aquello de jamás, jamás, jamás
Prim había pronunciado en 1870 un famoso discurso que comenzaba con los tres jamases.
Tenía la convicción entonces de que jamás un Borbón se volvería a sentar en el trono de
España.
La experiencia de la República al frente de la cual había estado Serrano había fracasado ante
el pronunciamiento del general Martínez Campos en Sagunto.
La Restauración de la Monarquía propiciada por don Antonio Cánovas, en la persona de
Alfonso XII pone fin al estado liberal. Galdós se pregunta en el episodio Cánovas si es posible
lo que el nuevo rey promete: “ser católico y liberal”.
Se instaura el caciquismo y los turnos de partidos en el que el propio Galdós participa y lo
cuenta en sus Memorias. Entra en la política activa animado por Sagasta y dice que un buen
día se encuentra diputado por Puerto Rico con un gran número de votos.
Sus Memorias se cierran con el asesinato de Cánovas. Las últimas notas las dedica a relatar
sus visitas al Palacio de Castilla, para visitar a la reina Isabel II, acompañado de su amigo de la
infancia León Castillo.
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El Prólogo de Alma y Vida nos ayuda a entender cual es el estado de ánimo de Galdós
después de la pérdida de las Colonias. Ante la llegada al trono de Alfonso XIII en 1902
expresa su profundo desaliento ante el incierto porvenir de España.
Ha perdido toda la fe en el estado liberal y su posicionamiento político se inclinará hacia
posturas más radicales.
La obra de teatro Alma y Vida y las Memorias están unidas por un misterioso vínculo. El
monólogo final de Alma y Vida puesto en boca de Juan Pablo Cienfuegos pone de manifiesto el
desencanto de su autor por el fracaso de aquella Revolución. Alguien había creído que la
desgraciada Isabel II era la fuente de todos los males de España. La Historia demostró que
todo siguió igual, que sólo fue el cambio de unos generales por otros.
La revolución de 1868 en Alma y Vida…
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