IMAGINAR EL FUTURO:

GALDÓS Y ÁNGEL GUERRA

Liana Ewald

A la hora de estudiar la novela Ángel Guerra, de 1890-1891, la tendencia crítica ha sido

destacar la misión espiritual de Ángel y el propósito que Galdós pudiera haber tenido de

explorar en esta novela la viabilidad del “socialismo evangélico” de este personaje en la España

finisecular. Aunque el tema religioso en Ángel Guerra es importante, en este estudio

proponemos examinar los lazos igualmente importantes que tiene la novela con cuestiones

históricas, de base material y jurídica, en la época que se escribió1 Carlos Blanco Aguinaga ha

afirmado acerca de las novelas contemporáneas tardías de Galdós: “donde en las novelas de

Galdós desaparecen por largo tiempo los ‘hechos’ y ‘fechas’ políticos es donde más claramente

se entiende hasta qué grado su profunda conciencia de la historicidad de todo lo humano

determina siempre el ‘sentido y forma’ de sus ficciones” (205). La afirmación de Blanco

Aguinaga nos sirve como punto de partida porque es, precisamente, la naturaleza histórica de

Ángel Guerra, estudiada en todos sus ángulos, la que apoya nuestro argumento que a través

del asilo fracasado de Ángel, se exponen las contradicciones inherentes entre los principios y

las prácticas de la reforma liberal.

Al ser Ángel un burgués adinerado, cuya familia se había enriquecido a través de las

desamortizaciones, las decisiones que toma con respecto a su propiedad tienen sus raíces en la

redefinición de las relaciones de propiedad que tuvo lugar en España a lo largo del siglo

diecinueve. Los reformadores liberales creían que el ideal de la libertad individual en la nación

moderna tenía su realización más importante en el derecho del individuo a ser propietario

(Labanyi 22-23). Las desamortizaciones promulgadas por Mendizábal (1835-1837) y Madoz

(1855) tenían, entre otros objetivos, el de garantizar este derecho, pero también, como ha

mostrado Jo Labanyi, el de extender el control estatal sobre el territorio nacional que

previamente había estado bajo la jurisdicción de la Iglesia y de la Nobleza (23). Dentro de este

concepto contradictorio de garantizar la libertad del individuo a través de su sujeción al Estado

reside otra paradoja que complica la primera. Como es bien sabido, Foucault ha mostrado que

el Estado burgués consistía en “un marco jurídico explícito, codificado, formalmente

igualitario” que dependía de prácticas disciplinarias que socavaban los ideales de la igualdad y

la libertad en la nación moderna (224). En Ángel Guerra podemos ver cómo se pone el ideal

liberal de la libertad individual en tela de juicio al representar las tensiones que surgen cuando

Ángel propone crear un asilo en su propiedad privada que rechazara las prácticas disciplinarias

impuestas por todo el cuerpo social.

Se hace hincapié en la novela en que la familia de Ángel debe su riqueza a las

desamortizaciones y se sugiere que el cambio inicial de Ángel, de revolucionario a burgués

modelo, se debe a su herencia en bienes raíces. Como nos dice el narrador, la madre de Ángel,

doña Sales, “creía representar en su persona esa nobleza secundaria y modesta que ha sido el

nervio de la sociedad desde la desamortización y la desvinculación” (1268).2 Después de la

muerte de doña Sales, Ángel se encuentra, repentinamente, dueño de varias propiedades

valiosas: “cuatro casas de Madrid y sus valiosas fincas urbanas y rústicas de Toledo” (1299).

El narrador describe al “nuevo propietario” como “tomando más gusto cada día a la posesión

Imaginar el futuro: Galdós y Ángel Guerra

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de su caudal y a la independencia que le proporcionaba” (1300). Esta metamorfosis de Ángel

es un ejemplo dramático de lo que los proponentes de las desamortizaciones querían conseguir

a través de esta legislación, pues la propiedad no sólo lo convierte en un ciudadano

complaciente, sino, como el texto indica, en un capitalista sensato. A medida que su naturaleza,

antes desafiante, se estabiliza en “aquél sólido terreno de la propiedad”, como observa el

narrador, Ángel desea cada vez más ser “coleccionista de capitales” (1300).

Una vez que el escenario cambia a Toledo, Galdós señala cada vez más el tema de las

desamortizaciones, excluyendo casi por completo cualquier otro detalle histórico, para ilustrar

de qué forma las cambiantes relaciones de propiedad son un asunto crucial para entender la

modernización de la nación. La narrativa subraya repetidamente la manera por la que la tierra

circundante, nos referimos a las tierras eclesiásticas del Antiguo Régimen, forma ahora parte

del espacio social de la centralizada nación moderna. El tío de Leré, el cura empobrecido, don

Mancebo, reitera sus quejas sobre la disminución de la riqueza de la Iglesia por su pérdida de

bienes raíces. Al ver a Ángel por primera vez, Mancebo lamenta:

Yo me acuerdo de aquella contaduría en que se guardaba el dinero en espuertas, y

había temporadas en que el receptor tenía que tomar tres o cuatro ayudantes sólo para

contar. La Mitra cobraba entonces de sus bienes cinco milloncejos, que se gastaban en

obras, en fundaciones, en fomentar las artes y los oficios. Con esto y con las rentas de

la Obra y Fábrica, que del pueblo salían y al pueblo tornaban, Toledo era el comedero

universal. Comían el pintor y el estofador, comían albañiles y arquitectos, el tallista y

el cerrajero; comíamos, en fin, todos los que llevamos sotana, pues en la Catedral

había dotación para treinta y seis mil misas de año a año, y siguiendo la escala de alto

abajo, comía toda la grey de Dios. Pero nos desamortizaron…, y ¡zapa! (1360).3

Mancebo también recuerda la forma en que la familia de Ángel se aprovechó de las medidas

desamortizadoras para enriquecerse: “Dehesas, casas, renta del Estado. Ya lo creo…, no

apandó poco su padre, y también su abuelo, comprando todito lo que era de la Santa Iglesia”

(1369).

La transformación poco duradera de Ángel de rebelde a modélico ciudadano burgués

muestra lo que ocurre cuando las medidas tomadas para modernizar la nación tienen éxito.

Pero al representar el consiguiente rechazo de Ángel de la sociedad y de toda señal de

modernidad, Galdós expone, irónicamente, las vulnerabilidades de estas mismas medidas al

mostrar lo que pasa cuando el éxito para promover la libertad del individuo conduce a fracasos

de otro orden. A pesar de ser Ángel un hombre rico, precisamente por las desamortizaciones

promulgadas para modernizar la nación, no reconoce su complicidad con el sistema social,

económico y político que hizo que su riqueza fuera posible. Hechizado por el pasado

heterogéneo de Toledo, Ángel se llena del deseo de huir de la modernidad y de la sociedad

civilizada.4 Y para este propósito, el narrador nos dice, Ángel decide, “nada mejor que el

cigarral de Guadalupe, de su propiedad” (1398).

Al aislarse en su finca a las afueras de Toledo,5 Ángel se ubica lejos del corazón del país,

Madrid, en las tierras menos civilizadas del campo, una mudanza que cree erróneamente que lo

librará de la sociedad burguesa.6 Una vez allí, Ángel decide usar su tierra y su fortuna para

fundar una nueva orden religiosa y erigir un asilo dedicado a realizar la misión sagrada de la

devota Leré, lo que significará un repudio de la sociedad contemporánea y sus valores. Se

percibe la opinión que los lectores burgueses de Galdós habrían tenido de este tipo de asilo en

VIII Congreso Galdosiano

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una reseña de Ángel Guerra de José Ortega Munilla, publicada el 6 de julio de 1891 en Los

Lunes de El Imparcial. Lejos de ver en la fe arcaica y extrema de Leré una inspiración

apropiada por un asilo, el crítico sugiere que la joven se parece más bien a una internada de un

asilo de otro tipo: “una histérica de esas que el doctor Charcot cura en su instituto de

Salpetriore [sic]” (citado en Sotelo 117). En un revés dramático, pues, de las tramas de

novelas anteriores, en Ángel Guerra, en vez de estar encerrados en un asilo, los personajes

marginados lo funden. La determinación de Ángel de que “una ruptura completa con todo el

organismo social y con la huera y presuntuosa burguesía que lo dirige” (1410) sea una

condición necesaria para fundar su asilo será un espejismo que pagará caro.

En 1890, el año en que Ángel Guerra había empezado a publicarse por entregas,7 la

amenaza al orden social presentada por la agitación en la empobrecida clase obrera había

llegado a un estado de crisis. El primero de mayo de 1890, diez mil obreros asistieron a una

reunión que tuvo lugar en los Jardines del Buen Retiro (Bahamonde 162). Manifestaciones a

gran escala continuaron durante los siguientes días. Por otro lado, se veía el interés de la

burguesía en controlar estas masas descontentas por medio de la caridad organizada, entre

otras medidas de regulación social, a través de un artículo publicado en respuesta a estas

manifestaciones en el periódico conservador La Época. El escritor anima a sus lectores a

adoptar un papel de liderazgo en los asilos caritativos como forma de neutralizar las tensiones

entre las clases y de mantener el statu quo:

A las clases directivas de la sociedad corresponde tomar la iniciativa de estas

instituciones benéficas […] Estas clases directoras están interesadas a la vez en ello,

por su propia conservación y su defensa, pues son las que más tienen que perder, en el

caso de que la contienda entre el capital y el trabajo hubiera de resolverse por la

fuerza brutal […] (citado en Bahamonde 252) [supresiones de Bahamonde]

Como un miembro adinerado de “las clases directivas”, el personaje de Ángel representa el

tipo de lector al que este artículo habría sido dirigido. Por esta razón, es evidente que las

decisiones que toma acerca de la estructura y los principios organizadores de su asilo habrían

sido inquietantes para los lectores burgueses de Galdós.

Llega a ser evidente, a través de conversaciones que tiene Ángel con el cura Juan Casado,

que su asilo caritativo, aparentemente inocente, es un proyecto peligroso para esta nación

modernizante en la que el control social generalizado forma la superficie inferior de un marco

legal que ofrece vastas libertades personales a sus habitantes. Foucault ha afirmado que los

manicomios, los hospitales, los reformatorios, los asilos de huérfanos, los asilos de ancianos —

cualquiera de las instituciones de encierro y de reforma social conocidas por el término asilo—

formaban parte del “gran continuo carcelario” (304) en el que la gente marginada o no deseada

estaba sujeta a prácticas disciplinarias que tenían el fin de convertir a estas personas en

ciudadanos dóciles para lograr una nación homogénea. Esta afirmación ha sido confirmada en

el contexto de la España de la Restauración en estudios recientes de Akiko Tsuchiya y Teresa

Fuentes Peris, quienes examinan la representación de un tipo de institución de reforma social

—el convento de las Micaelas— en Fortunata y Jacinta.8 Según Foucault, los asilos eran

microcosmos de la red disciplinaria que atravesaba la nación porque eran “encrucijada[s] de

mezclas peligrosas, cruce[s] de circulaciones prohibidas” (Foucault 147) de gente, energías, y

discursos subversivos. En el nivel más básico, los procedimientos disciplinarios tenían la meta

de romper “toda relación que no estuviera controlada por el poder u ordenada según la

Imaginar el futuro: Galdós y Ángel Guerra

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jerarquía” (Foucault 242). En un sitio institucional la vigilancia necesaria para realizar tal fin

dependía de una división exacta del espacio. Foucault explica:

Evitar las distribuciones por grupos; descomponer las implantaciones colectivas;

analizar las pluralidades confusas, masivas o huidizas. El espacio disciplinario tiende a

dividirse en tantas parcelas como cuerpos o elementos que repartir hay. Es preciso

anular los efectos de las distribuciones indecisas, la desaparición incontrolada de los

individuos, su circulación difusa, su coagulación inutilizable y peligrosa; táctica de

antideserción, de antivagabundeo, de antiaglomeración. Se trata de establecer las

presencias y las ausencias, de saber dónde y cómo encontrar a los individuos,

instaurar las comunicaciones útiles, interrumpir las que no lo son, poder en cada

instante vigilar la conducta de cada cual, apreciarla, sancionarla, medir las cualidades

o los méritos. Procedimiento, pues, para conocer, para dominar y para utilizar. La

disciplina organiza un espacio analítico. (146-47)

El filósofo francés menciona el cuartel, el colegio, el hospital, y el convento, entre otras

instituciones, como sitios modélicos de esta distribución espacial (145-149). La clasificación

era una herramienta fundamental para realizar una distribución exacta, que en el hospital, por

ejemplo, consistía en “distribuir los enfermos, separarlos unos de otros, dividir con cuidado el

espacio […] y hacer una clasificación sistemática de las enfermedades” (Foucault 152). A su

vez, la identificación individual según “quién [era]; dónde deb[ía] estar; por qué caracterizarlo;

cómo reconocerlo; cómo ejercer sobre él; de manera individual, una vigilancia constante”

(Foucault 203) era imprescindible para ordenar el espacio institucional.

El plan que tiene Ángel para su asilo es una inversión de las formas y prácticas disciplinarias

de la sociedad burguesa.9 Ángel se niega a atenerse a nociones contemporáneas acerca de la

división cuidadosa del espacio institucional y rechaza las clasificaciones detalladas y las

jerarquías rígidas usadas para organizar y vigilar a los que están dentro de ese espacio.10 Tanto

hombres como mujeres formarán el personal de su asilo, y aunque vivan en alas separadas,

podrán comunicarse libremente. Ángel cree que: “Tanta reja, tanta precaución y tanto encierro

entre paredes extinguen la fuente del amor” (1518), a lo que le pregunta a Casado: “¿A qué ese

miedo de la comunicación?” (1512). Rechazando una jerarquía basada en el género, Ángel

afirma que las mujeres del personal tendrán voto de igualdad en los asuntos del asilo (1512).

Tampoco habrá una separación social entre el personal y los asilados. Ángel le dice al turbado

cura Casado, que el personal de su asilo vivirá “en contacto y familiaridad con los acogidos”

(1511). Además, se niega a aislar a los asilados en “dormitorios de cuartel o de colegio”

(1550). Igualmente, prohibirá el aislamiento de los enfermos según las normas recomendadas

por los higienistas de la época, las cuales Ángel llama “esas reglas anticristianas de la higiene

moderna que ordenan mil precauciones ridículas contra el contagio” (1511). Se negará a

distinguir entre los necesitados o identificarlos de modo alguno: “Nadie será rechazado, a nadie

se le preguntará quién es, ni de dónde viene” (1511), ni le importará si la acogida es “una

mujerona de rompe y rasga” (1551) o si el acogido es “bandido o qué demonios es” (1551).

Ángel ofrecerá ayuda inmediata a todos sin tener en cuenta el espacio disponible. Cuando las

necesidades más urgentes se satisfagan, permitirá quedarse a los que quieran quedarse y

permitirá irse a los que quieran irse. El mismo personaje lo explica cuando dice: “Libertad

completa. No hay rejas ni aun para las personas profesas” (1511). Finalmente, Ángel le revela a

Casado que cree que su asilo será mucho más que un refugio para los miembros más

vulnerables de la sociedad; su institución, le aclara al cura, engendrará “una verdadera

revolución social” (1555).

VIII Congreso Galdosiano

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La amenaza al asilo que suponen los intereses públicos se expresa a través de las reservas de

Casado y Leré, quienes aceptan la premisa moral del proyecto de Ángel pero ponen en duda su

viabilidad. Lo que subyace a sus protestas que el proyecto de Ángel abarca demasiado es el

hecho de que Ángel debe arreglar su asilo de acuerdo con las normas sociales que regulan el

espacio público, aunque sea un propietario privado. Leré le dice a Ángel que no duda de sus

metas, sino de la naturaleza privada del proyecto, que considera, con propiedad, pública:

no miro más que a un edificio que al público pertenece, y que de él y de la confianza

de todos ha de vivir después, y no podemos estarnos escandalizando a ese mismo

público. (1552)

Casado es más evasivo acerca de sus recelos y le aconseja a Ángel que tenga en cuenta la

“vocinglería del mundo” (1553). También le avisa de que él conoce el mundo y, por eso, le

advierte que “ha de tener contrariedades, que no ha de faltarle oposición” (1512). Igualmente,

le desea suerte en la lucha que tendrá que emprender con los “enemigos que han de salirle”

(1513). Inquieto acerca de “ciertas novedades” en la “constitución de estas casas” (1511),

Casado añade que necesitará licencia pontificia.

Al lector sólo se le permite vislumbrar este futuro alternativo y utópico imaginado por

Ángel antes de que éste sea asesinado por tres criminales. La severidad con la que la realidad

de la novela le impone a Ángel su castigo podría verse como proporcional al peligro social que

significa su proyecto de asilo. Si de hecho el propósito de las novelas contemporáneas de

Galdós, tal como el escritor había planteado años atrás en su ensayo “Observaciones sobre la

novela contemporánea”, era el de representar para sus lectores “un cuerpo multiforme y vario,

pero completo, organizado y uno, como la misma sociedad” (113), entonces un proyecto tan

revolucionario como el que presenta el asilo de Ángel debió haber sido una amenaza no sólo

para la “comunidad imaginada” (énfasis mío) —siguiendo el término de Benedict Anderson—

de la nación española, sino que también significó la superación por parte de Galdós de la

temprana formulación novelística de Galdós de su artículo de 1870. Galdós sobrepasa los

límites que se había fijado de representar todo lo bueno y lo malo de esta sociedad construida

por la burguesía y los intentos de la clase media de resolver “ciertos ideales y resolver ciertos

problemas que preocupan a todos” (112) al imaginar una institución destinada no sólo a

realizar remedios sociales sino a socavar los principios según los cuales la reforma social del

siglo diecinueve producía su propia subversión práctica.

Si la crítica implícita al Estado burgués que rige la sociedad problemática descrita en las

novelas contemporáneas de Galdós se matiza, y tal vez se disminuye, por la tan conocida

ambigüedad galdosiana, la cual imposibilita una única interpretación ideológica de cualquiera

de las novelas maduras, lo mismo no es verdad de los artículos periodísticos del escritor del

mismo período. En un artículo titulado “El primero de mayo”, publicado en las mismas fechas

que se publicaba Ángel Guerra,11 Galdós revela su desprecio por la hipocresía de la clase

media, los “tiranos” que antes eran “libertadores”:

Hablo del tirano en el concepto antiguo, pues ahora resulta que la tiranía subiste, sólo

que los tiranos somos nosotros, los que antes éramos víctimas y mártires, la clase

media, la burguesía, que antaño luchó con el clero y la aristocracia hasta destruir al

uno y a la otra con la desamortización y la desvinculación. (167)

Imaginar el futuro: Galdós y Ángel Guerra

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Si Galdós veía la desamortización y la desvinculación como la pieza clave de una revolución

burguesa que le había decepcionado profundamente, nos parece lógico que este tema aparezca

problematizado en sus novelas contemporáneas. El texto implica que el futuro alternativo que

Ángel imagina a través de su asilo se frustra porque el ‘estado liberal’ no es lo que se supone.

Si el proyecto de asilo fracasado de Ángel también representaba un futuro alternativo

imaginado por Galdós, la ambición derrocada de Ángel posiblemente le sirvió a su creador

como estímulo para liberar sus propias representaciones del asilo de las limitaciones de la

forma narrativa y de las convenciones del realismo, tan ligadas como eran a la clase media. El

propósito de estudios futuros nuestros será buscar el momento en que la forma literaria y la

ideología política de Galdós se encajen plenamente, permitiendo la realización y el

florecimiento artísticos de ese futuro alternativo, hasta entonces, sólo imaginado fugazmente

por unos personajes galdosianos y por su creador.

VIII Congreso Galdosiano

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Imaginar el futuro: Galdós y Ángel Guerra

751

NOTAS

1 En “The Problem of Individual and Social Redemption in Ángel Guerra,” John H. Sinnigen declara: “[i]n

spite of Galdós’s efforts to find a spiritual alternative, materiality continues to permeate his search” (131).

Sinnigen señala los motivos y el desarrollo psicológicos de Ángel sin hacer caso omiso de la influencia

que la riqueza de éste tiene en ambos. El crítico señala que esta novela se caracteriza por “the continual

emergence of materiality as the underlying basis of this ostensibly spiritual world” (135) y nota la

naturaleza contradictoria de la riqueza de Ángel, pues, sólo le da una libertad limitada a causa de su

“personal participation in the material basis of [bourgeois] ideology” (136). Estas afirmaciones de

Sinnigen nos parecen acertadas, y la meta de este ensayo es desarrollar sus ideas señalando el origen de la

riqueza de Ángel —las compras de propiedad desamortizada de sus padres y abuelos— y la relación tal

origen puede tener con la representación del proyecto de asilo fracasado de Ángel.

2 La siguiente es la descripción completa de Doña Sales: “Sin pretensiones aristocráticas, doña Sales creía

representar en su persona esa nobleza secundaria y modesta que ha sido el nervio de la sociedad desde la

desamortización y la desvinculación. ‘Mis abuelos fueron humildes —decía—, mis padres se

enriquecieron con el trabajo y los negocios lícitos. Somos personas bien nacidas, cristianas, decentes, y

tenemos para vivir sin trampas ni enredos, sin que la maledicencia pueda poner tacha al buen nombre mío

ni al de mi marido. No queremos suponer, ni echamos facha; no usamos escudos ni garabatos en nuestras

tarjetas; somos pueblos hidalgo y acomodado; pagamos religiosamente las contribuciones y obedecemos a

quien manda; nos preciamos de católicos apostólicos romanos, y vivimos en paz con Dios y con César”

(1268-9).

3 Más tarde, los comentarios de Mancebo siguen la misma línea: “¿Qué cosechas ha de haber, ¡zapa!, si

están esos cigarrales perdidos, si no los cuidan, si no se cultiva ni se abona; si no se administra?... Váyase

viendo en qué manos han caído las mejores fincas, en manos que no lo entienden. Después se quejan de

que las tierras se destruyen y no dan ni para los gastos. Que las pongan bajo la dirección de persona

entendida, que sepa administrar, y allá te quiero ver. Yo sé de un cigarral, de los mejores de Toledo, que

hogaño no produce ni para que vivan los lagartos, y podría ser un platal. ¿No quieren remediarlo?... Pues

allá ellos. Con su pan se lo coman. Y cuenta que se están perdiendo los mejores albaricoques, los más

dulces, los más tiernos que hay en toda la provincia. ¿Es culpa mía? No; yo me lavo las manos… Abur,

señores” (1424-25).

4 El texto nos dice de Ángel en este momento: “iba arraigándose en su espíritu la idea de aislarse, de

apartarse sistemáticamente de una sociedad que se le indigestaba […]” (1382).

5 Angel hereda dos propiedades a las afueras de Toledo: el cigarral de Monegro, conocido comúnmente

como el cigarral de Guadalupe —nombre que revela sus orígenes eclesiásticos—. Del cigarral conocido

como la degollada, comprado por el padre de Ángel, el narrador nos dice que “en un tiempo perteneció

con otras fincas al monasterio de la Sisla” (1399). Durante el presente narrativo de la novela, Ángel

compra el cigarral de Turleque. La descripción del narrador muestra cierto recelo acerca de la afición

adquisitiva de Ángel. Hablando del cigarral, el narrador afirma que Ángel “no vaciló en adquirirlo para

ensanchar sus dominios” (1513).

6 Es irónico que el concepto que Ángel tiene de su asilo, no muy definido al principio, se esclarezca cuando

éste oiga conversaciones entre el pastor Tirso (Tatabuquenque), los personajes rústicos Jusepa y Cornejo,

y el socialmente marginado don Pito. El deseo de Ángel de “anularse socialmente y de llegar a ser, dentro

de las categorías humanas, tan humilde y poca cosa como don Pito y Tatabuquenque” (1411) ocurre al

mismo tiempo, pues, que el texto une a estos personajes por su común nacionalidad española debida a su

fascinación con la fiesta nacional: “aquel tema de los toros, legendario y castizo, tan grato a españoles de

raza” (1469). De esta manera, el texto involucra aun a estos personajes tan poco “civilizados” en la

“comunidad imaginada” de la nación.

7 Marisa Sotelo observa que, debido a los datos distintos aportados por varias fuentes, no se conocen las

fechas exactas de la publicación de Ángel Guerra (18).

8 Los estudios de Tsuchiya y Fuentes Peris sobre el convento de las Micaelas en Fortunata y Jacinta nos han

servido de guía en este estudio de Ángel Guerra. En “‘Las Micaelas por fuera y por dentro’: Discipline

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and Resistance in Fortunata y Jacinta”, Tsuchiya caracteriza a los capítulos ‘Las Micaelas por dentro’ y

‘Las Micaelas por fuera’ como ‘imágenes de espejo’en las cuales los procedimientos disciplinarios dentro

del convento de las Micaelas reflejan el “‘generalizable mechanism of panopticism’ found in the social

body as a whole” (59). En su artículo, “The Female Body under Surveillance: Galdós’s La desheredada”,

Tsuchiya argumenta que el cuerpo de Isidora Rufete es “a contested site where discourses of desire and

discipline vie for control” (203) y que el encierro de Isidora en la cárcel Modelo es una metáfora de

encierro “in a society where the exercise of control is virtually automatic” (213). En “The Control of

Prostitution and Filth in Fortunata y Jacinta: The Panoptic Strategy in the Convent of Las Micaelas”,

Teresa Fuentes Peris ofrece un estudio minucioso del funcionamiento del “panoptic scheme within the

enclosed institution of Las Micaelas” (35).

9 Cuando Casado aborda el tema del asilo por primera vez, su intento de enterarse de la naturaleza exacta del

asilo de Ángel es consistente con la necesidad que tiene esta sociedad de definir y clasificar. El cura le

pregunta a Ángel: “¿Es una secuela del Socorro, con más amplitud, con más elementos? ¿Es algo nuevo

que exige autorización pontificia? ¿Será simplemente toledana, o tendrá ramificaciones en toda la

Península, radicando aquí la Casa matriz? ¿Abraza la beneficencia domiciliaria y la hospitalaria? ¿Qué

nombre, qué vocación llevará?” (1501)

10 Sobre la clasificación de los asilados, véase el capítulo cuatro de Visions of Filth: Deviancy and Social

Control in the Novels of Galdós, “The New Poor: Changing Attitudes to Poverty, Mendicity and

Vagrancy” (132-94), de Teresa Fuentes Peris. En este capítulo la crítica ofrece un estudio esclarecedor

acerca del conflicto entre ideas contemporáneas de “the perceived need to differentiate between those poor

who were regarded as deserving charitable assistance and those who were not” (133) y la empresa

caritativa tan poco discriminatoria de Ángel. El estudio total de Fuentes Peris tiene el fin de analizar

“how control is imposed on and/or deflected by Galdós’s working-class characters (and other social

groups perceived as deviant) by addressing contemporary cultural and medical discourses —especially

those on public hygiene, class and gender— that emerged in Restoration Spain” (7). Su enfoque en la

representación de prostitutas, borrachos, mendigos, y vagabundos en una serie de novelas galdosianas de

los ochenta y noventa es una fuente de información importante para críticos que tienen interés en la forma

por la que el control social de esta época es tratado por el escritor.

11 El artículo “El primero de mayo” apareció en Política española, II, Obras inéditas (ed. de A. Ghiraldo,

1923, Vol. IV, Renacimiento, Madrid, pp. 267-277) con una fecha de publicación de abril, 1885. Este

dato fue repetido por Hans Hinterhäuser en Los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós. En Medio

siglo de cultura española, Manuel Tuñón de Lara puso esta fecha en duda cuando afirmó: “No he podido

consultar el texto original, pero hay, sin duda, error de fecha. Hintertäuser habla de 1 de mayo de 1885,

cuando de todos es sabido que el 1 de mayo se celebró por primera vez en España en 1889, en

cumplimiento del acuerdo del congreso de la II Internacional, que tuvo lugar en Paris en febrero del

mismo año” (citado en Bonet, 57). Laureano Bonet opina que se publicó el 15 de abril de 1895 (véase la

nota 53, p. 57). Apoyamos nuestra afirmación que este ensayo se publicó en 1891 en la fecha que le ha

puesto William Shoemaker en Las cartas desconocidas de Galdós en La Prensa de Buenos Aires (448).

De todas maneras, el año exacto de publicación no cambia nuestro argumento, siempre que el artículo se

haya publicado en la década de los noventa.