UN TORMENTO LITERARIO, UN TORMENTO

CINEMATOGRÁFICO:

LA NOVELA DE GALDÓS Y LA VERSIÓN DE PEDRO

OLEA

Teresa María Prol Galiñanes

A lo largo del siglo XX han sido varias las novelas de Galdós que han sido adaptadas para la

pequeña o gran pantalla. Entre ellas, han gozado de especial éxito entre los espectadores la

versión que de Fortunata y Jacinta dirigió Mario Camus en 1980 para la televisión o El

Abuelo, largometraje dirigido por José Luis Garci en 1998 y nominado al Óscar a la mejor

película extranjera en 1999. Aunque con menor eco que las anteriores, la versión

cinematográfica de Tormento1 que Pedro Olea dirigió en 1974 fue también aplaudida por

público y crítica. El guión de la película, de Ricardo López Aranda, José Frade, Ángel María

de Lera y el propio Olea, respeta, como veremos, la línea argumental de la novela homónima

publicada por Galdós en 1884.

Existen ya varios trabajos sobre adaptaciones de textos galdosianos al cine, si bien la de

Tormento apenas ha sido objeto de comentario, a excepción del estudio que de ella se hace en

la monografía Galdós en el cine español de Ramón Navarrete (vid. bibliografía), donde se

analizan de modo pormenorizado todas las adaptaciones cinematográficas de obras del escritor

canario.

Mi propósito en estas páginas es mostrar cómo la versión fílmica de Tormento es fiel al

mensaje original galdosiano. Para ello, realizaré un comentario comparativo de ambos textos,

si bien, por razones de espacio, no será en absoluto exhaustivo, aunque espero sí sea lo

suficientemente representativo de esa fidelidad a la que me refiero. Así pues, lo que interesa es

cómo Olea ha conseguido transmitir en su versión el espíritu y la intención que el escritor

canario imprimió a su obra.

Al margen de cuestiones teóricas acerca de la relación entre cine y literatura en general y

sobre las adaptaciones, recreaciones o versiones en particular, en cualquier estudio

comparativo de esta índole debemos partir únicamente de la obvia consideración de que cine y

literatura son dos manifestaciones artísticas diferentes; nada más, pero tampoco nada menos,

puesto que esto no sólo supone distintos lenguajes en distintos soportes, sino también

diferentes condicionantes en los procesos de elaboración, publicación y recepción. El trazo de

la letra en la imagen, recordando a Company, es, pues, una traducción de códigos. Veamos

cómo ha traducido Olea desde el código lingüístico al fílmico la novela galdosiana que nos

ocupa.

Como he apuntado líneas atrás, la película sigue el desarrollo argumental de la novela casi

por completo, al margen de las necesarias elipsis y la sustitución de algunas de las

descripciones galdosianas por planos generales. Las alteraciones más significativas son las que

tienen que ver con la estructura y el desenlace final. La novela de Galdós está enmarcada

dentro de dos diálogos: el primero de ellos, entre Felipe Centeno y José Ido del Sagrario

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(personajes procedentes de El Doctor Centeno), tiene lugar en el primer capítulo tras el

encuentro de ambos en la calle. Felipe, sirviente de Agustín, se dirige a casa de las hermanas

Sánchez Emperador, a quienes lleva entradas de teatro obsequio de Caballero, de lo cual

entendemos que el indiano ya vive en Madrid. El segundo diálogo, entre Rosalía y Francisco,

cierra la novela; en él, Rosalía manifiesta toda su ira, envidia y ansia de venganza tras ser

informada por su marido de lo que había sucedido en la estación, esto es, la partida de Agustín

acompañado de Amparo.

Por su parte, la película presenta, como ya ha señalado Navarrete, una estructura circular

perfectamente cerrada.2 El matrimonio Bringas se dirige a la estación de ferrocarril para recibir

a su primo Agustín Caballero —interpretado en la película por Francisco Rabal—, que llega a

Madrid, solo, tras haber pasado muchos años en América labrando fortuna. La última escena

transcurre también en la estación; esta vez, los Bringas han acudido a despedir a Agustín, que

se marcha a Francia, ya no solo, sino acompañado de Amparo. La escena final, de gran calidad,

me ocupará más adelante a propósito del análisis de uno de los personajes centrales de la

historia, Rosalía Pipaón, la de Bringas.

El lector de Tormento puede encontrar en la versión fílmica otras variaciones argumentales

en los momentos de mayor clímax, que vienen, en su mayoría, a incrementar la tensión, puesto

que obedecen a un interés por potenciar la intriga en el espectador. A ello responden

secuencias como aquella en que Marcelina Polo descubre a Amparo escondida en un armario, a

la que expulsa a empujones y con insultos; en la novela, la secuencia no tiene esta resolución

pues Amparo es descubierta en la casa por el padre Nones sin tanto escándalo como el que

organiza la hermana de Pedro en la película.3

Otro momento en que el suspense se apodera del espectador tiene lugar en la escena del

intento de suicidio de Amparo. Después de que ella ingiere el líquido, tendremos que esperar a

la secuencia siguiente (Amparo en su casa, recuperándose en la cama) para saber que la

atormentada joven no ha muerto. Si bien el desarrollo es el mismo que en la novela galdosiana,

hay un detalle en ésta que impide la aparición de esa misma intriga, y es que el lector sabe que

Felipe ha cambiado el líquido del envase al enterarse de que lo que había ido a buscar a la

farmacia era veneno.4

Algunas de las mejores descripciones de la novela son, a mi juicio, las que se corresponden

con el aspecto físico y la moral hipócrita de Rosalía, las elucubraciones de Amparo motivadas

por el miedo a que Agustín conozca su pasado y la faceta de experto en bricolaje —valga el

anacronismo— de Francisco Bringas, personaje interpretado por el desaparecido Rafael

Alonso. En la novela, la descripción supone, como es lógico, una pausa en el ritmo de la

acción, originada por las disertaciones del narrador acerca del personaje. Su traducción a la

sintaxis fílmica se realiza a través del poder sugestivo de la imagen, sobre todo a través del

primer plano —especialmente en el caso de Rosalía—, del plano general y de la riqueza de los

diálogos, muy definitorios de algunos de los rasgos más caracterizadores de los personajes. En

todo caso, esta traducción al código cinematográfico permite traslucir el mensaje inserto en las

páginas galdosianas: la crítica a la sociedad madrileña y a la moral de la hipocresía y las falsas

apariencias.

El narrador homodiegético de la novela es sustituido en la película por una focalización

sobre los personajes. La cámara se convierte en un narrador heterodiegético y omnisciente, de

manera que el espectador ve lo que ocurre pero no desde la perspectiva de un personaje. Esta

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tónica se rompe en determinados momentos climáticos de la película donde la focalización se

realiza desde el punto de vista de alguno de los personajes. Uno de los más interesantes tiene

lugar en la primera visita que Amparo realiza a casa de Pedro Polo. A medida que ella se

acerca lentamente a la habitación donde su antiguo amante está postrado en un sillón, el

espectador va recorriendo y visualizando a través de los ojos de Amparo ese espacio. Esta

escena es una de las mejores de la película y con ella Olea consigue en el espectador un

resultado similar al que logra Galdós en el lector.5 En la novela asistimos al debate interior que

sufre Amparo, tras recibir una carta, acerca de si debe ir o no a no sabemos dónde. Finalmente

resuelve hacerlo pero aún tendremos que esperar unas páginas antes de conocer el motivo de la

visita, a quién va a visitar y cuál es la relación que une a los personajes. La lectura audiovisual

de esta escena es de gran calidad debido, fundamentalmente, al acierto en la elección de la

iluminación y a la focalización ya comentada.

Uno de los aspectos cuyo traslado a la pantalla ha llamado más mi atención es el modo en

que el espectador conoce la condición de sacerdote de Pedro Polo. En el capítulo XIII, donde

comienza la primera visita de Amparo a casa de Polo, el lector puede adivinar ya que entre

estos dos personajes había habido una relación sentimental en el pasado que, por alguna razón

todavía desconocida, se había roto. El lector saldrá de dudas en el capítulo XIV, centrado

exclusivamente en la presentación de Pedro Polo. El narrador nos informa ahora de la historia

vital de este personaje, de sus devaneos y, progresivamente, de su condición de clérigo.6

En la adaptación cinematográfica, Olea ha recurrido a la utilización de unas fotografías

como fuente de información para el espectador. Mientras Amparo está limpiando la estancia en

que ambos se encuentran, Pedro se dirige a una mesa de estudio sucia y desordenada de la que

toma varias fotografías que la cámara nos mostrará en un plano detalle. La segunda de ellas —

la primera no alcanzamos a verla— es un retrato de Polo vestido de sacerdote junto a su

hermana Marcelina. En la tercera fotografía, aparece junto al Padre Nones. La observación de

las fotos por parte de Pedro Polo transcurre paralelamente a su discurso, que funciona aquí

como apoyo verbal de las imágenes contempladas y no a la inversa, puesto que la focalización

se realiza sobre las fotografías. Lo mismo sucede cuando Amparo está limpiando otras fotos

enmarcadas que cuelgan de la pared. La cámara realiza un zoom hacia ellas de manera que el

espectador pueda observarlas. En esta ocasión, la primera de ellas muestra a Pedro rodeado de

monjas, al mismo tiempo que él se refiere a su estancia en aquel convento; en la segunda

fotografía, lo encontramos rodeado de niños, recuerdo de sus años como maestro que él

parece no echar de menos.

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El cineasta vasco ha alterado la imagen que Pedro Polo tiene en la novela. Galdós lo

presenta como un cura viciado y corrupto, lo que le sirve a su vez de crítica contra la falsedad

de la Iglesia. Al lector le resulta difícil simpatizar con este personaje debido a dos factores: por

un lado, a la insistencia por parte del narrador en su corrupción moral, sin que apenas haya

muestras de benevolencia hacia él; por otro, al sentimiento que Amparo siente por Pedro, que

ha pasado del amor a la caridad. La película, aun manteniendo un agudo ataque contra los

estamentos religiosos, despoja a nuestro cura de cualquier indicio de perversión o maldad, más

bien lo dota de un cierto halo de amante frustrado que sufre por no ver su amor realizado. Del

mismo modo, el interés de Amparo por ascender socialmente y poder vivir tranquila aparece en

la película bastante mitigado, y se muestra como la única alternativa para desprenderse de ese

amor imposible que todavía la une a Pedro.

La recta final de este trabajo estará dedicada al comentario del aspecto que considero más

atractivo tanto en la novela del escritor canario como en la versión de Olea. Se trata del que es,

sin lugar a dudas, el personaje protagonista: Rosalía Bringas. Ya Galdós fue consciente de la

fuerza que poseía el personaje que había creado y de la rentabilidad novelística que podía

suponer, de ahí que después de Tormento le dedicase su novela La de Bringas. No obstante, el

grado de protagonismo de Rosalía es mayor en la película que en la obra galdosiana. Olea supo

ver, con acierto, la pujanza de este personaje y lo convirtió en el verdadero eje en torno al cual

se articula la trama. Galdós había utilizado a Rosalía para poner en tela de juicio la sociedad

madrileña de la segunda mitad del XIX. La señora de Bringas representa la moral de las falsas

apariencias, el querer y no poder y el esfuerzo por mantener vigorosa una clase social, la

aristocrática, que se está desmoronando. Esto provoca que el personaje muestre

constantemente una actitud de enorme hipocresía que, en ocasiones, la conduce al más

absoluto ridículo. En este sentido, son numerosas las secuencias de la película que podrían

ocuparme aquí, pero únicamente me detendré en las que considero más pertinentes en tanto

antesala del desenlace, sin duda, uno de los logros de la película.

En dos momentos de la novela se lamenta la de Bringas de la imposibilidad de emparentarse

con Agustín, bien sea a través del matrimonio de su hija Isabelita con el indiano, bien

casándose ella misma con él. La novela refleja estas elucubraciones de Rosalía por medio de la

utilización del estilo directo.7 En la película, el estilo directo se resuelve recurriendo al empleo

de la voz en off. En estas escenas, el apoyo iconográfico es fundamental. En la primera de

ellas, Rosalía, papel interpretado por Concha Velasco, se lamenta de la juventud de la pequeña

Isabel mientras, suspirando y contrayendo las ventanas de su característica nariz, observa a la

niña sentada junto al primo Agustín. Los gestos de la cara y la boca que realiza la actriz

denotan la sensación momentánea de tocar la miel con los labios al pensar en los beneficios

económicos que supondría tal boda. En la otra escena, la de Bringas está lavándose y

acicalándose para ir al teatro. En el espejo, ve reflejado a su marido mientras éste se arregla el

chaleco. De nuevo, la voz en off nos pone al tanto de lo que en ese momento piensa Rosalía:

maneja la posibilidad de enviudar y así poder casarse con Caballero. Esta escena resulta de

gran eficacia gracias al contraste de los cónyuges que se produce a través del espejo y al

dominio del lenguaje gestual por parte de la actriz.

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A lo largo del film, Rosalía es una mujer que muestra una actitud de clara superioridad

respecto a la que ha acogido en su casa como sirviente, y a la que el matrimonio Bringas

considera estar haciendo un enorme favor. Sólo esperan encontrar la dote necesaria para que

Amparo pueda internarse en un convento, única solución para “una mujer pobre y decente”; sin

embargo, esta decisión acerca del monjío ha sido tomada por Rosalía y no por Amparo, quien,

en el desarrollo de la historia, no tiene ni voz ni voto. El personaje interpretado por Ana Belén

obedece sin rechistar a todo lo que ordena la señora y acepta con resignación su insignificante

sueldo. La contraposición entre ambos personajes es constante: Rosalía es interesada,

explotadora, soberbia, presumida, envidiosa y egoísta; Amparo es obediente, resignada,

callada, desinteresada y tremendamente humillada por la de Bringas. La película muestra esta

dicotomía de un modo magistral. Así, por ejemplo, después de que Rosalía recibe del primo

Agustín un lujoso collar que para ella ha traído de América, se produce una de las escenas más

interesantes: la secuencia muestra un plano detalle de unos restos de pan y fruta que Rosalía

está preparando en un atadijo;8 acto seguido, la cámara realiza un movimiento ascendente hacia

el cuello de Rosalía, donde luce el valioso obsequio del indiano. Esas migajas son el único

pago del día a los servicios de Amparo, que espera y escucha en silencio las órdenes para la

siguiente jornada. La visualización de la decadencia económica que se apodera de la casa en

contraste con la majestuosa joya condensa la caracterización psicológica del personaje

de Rosalía.

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La humillación y sarcasmo de que es víctima Amparo están plasmados en otras escenas de

la película, entre las que son especialmente significativas las que se suceden después de que

Rosalía conoce la noticia de la boda; en una de ellas, la Pipaón se disculpa con ironía ante

Amparo por haberle dado una orden; en la escena que transcurre en la tienda de modas, la

avergüenza haciendo gala de su superioridad en los asuntos de telas;9 y en otra secuencia,

Rosalía le comunica a Amparo que está enterada de su relación con Polo, ocasión que

aprovecha para hacerle chantaje y adueñarse de una sortija que Agustín había comprado para

su prometida.10

El desenlace de la versión de Olea es sensiblemente distinto al del Tormento galdosiano. En

la escena final, Rosalía es, como en toda la película, la protagonista indiscutible. En la novela,

el lector conoce el desenlace antes que los Bringas, por medio de una intervención de Agustín

en la que ordena a “Amparito” que prepare el baúl. Rosalía no acude a la estación y más tarde

será informada por su marido de lo que allí había sucedido. En la versión fílmica, después de

que los Bringas, junto a Felipe, se despiden de Agustín, éste sube al tren y se asoma a la

ventanilla. Un instante después se asoma también Amparo, que esperaba ya en el vagón. Es en

este momento cuando Rosalía, Francisco y el espectador se enteran de que Agustín no se

marcha solo. La cámara realiza un zoom desde la perspectiva de Amparo hacia Rosalía, y nos

ofrece un primer plano de la de Bringas, que, atónita, contempla la imagen desde el andén.

Rosalía, inmóvil por lo que está viendo, y con su mirada clavada en Amparo, sólo puede

articular la palabra “puta” varias veces, a medida que el tren se va alejando.11 En esta secuencia

final, las acentuadas expresiones en los rostros de Rosalía y Amparo —ira y satisfacción,

respectivamente— ponen de manifiesto la victoria de Amparo sobre la Pipaón; la que había

sido vencedora es finalmente vencida por la “mosquita muerta”. Y parece que Olea quiso hacer

explícita esta derrota, presentando a Rosalía en la estación.

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He querido analizar algunos de los aspectos que considero más interesantes en la traducción

del Tormento literario al Tormento fílmico. Hemos podido comprobar que existen algunas

diferencias argumentales en la película respecto a la novela, así como variaciones en la

perspectiva y focalización sobre determinados personajes centrales. No obstante, en su lectura

de Tormento, Olea ha mantenido intacto el mensaje galdosiano, y ha conseguido en el

espectador un efecto similar al que Galdós logra en el lector.

La película no viene a sustituir, ni a mejorar o empeorar, la obra literaria; considero que la

adaptación cinematográfica es, por encima de todo, una nueva lectura de la novela. Así,

cuando vemos Tormento estamos asistiendo a una lectura concreta, la que Pedro Olea realizó

de la novela galdosiana. Del mismo modo que, especialmente en los últimos tiempos, ha habido

lecturas sociológicas, políticas o feministas de textos galdosianos, hay lecturas audiovisuales,

como la que en esta ocasión nos ha ocupado aquí.

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BIBLIOGRAFÍA

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NOTAS

1 Ficha técnica:

DIRECCIÓN: Pedro Olea. GUIÓN: Ricardo López Aranda, José Frade, Pedro Olea y Ángel María de

Lera. PRODUCCIÓN: José Frade, P. C. FECHA DE PRODUCCIÓN: 1974. FOTOGRAFÍA: Fernando

Arribas. MÚSICA: Carmelo Bernaola. DECORADOS: Antonio Cortés. MONTAJE: José Antonio Rojo.

NACIONALIDAD: española. DISTRIBUCIÓN: Divisa Home Video. DURACIÓN: 89 m.

INTÉRPRETES: Ana Belén (Amparo), Conchita Velasco (Rosalía), Francisco Rabal (Agustín), Javier

Escrivá (Pedro Polo), Rafael Alonso (Francisco Bringas), Ismael Merlo (Padre Nones), María Luisa San

José (Refugio), Amelia de la Torre (Marcelina Polo), Milagros Leal (Celedonia), María Isbert

(Prudencia).

2 “La estructura circular y cerrada de la adaptación, al iniciar la película en la estación y concluirla allí,

simboliza lo cerrado de ese mundo y como no hay más posibilidad que atenerse a lo que manda la

sociedad” (2003: 136).

3 “Cuando menos lo temían ambos, aparecióse en el marco de la puerta una figura altísima y venerable, gran

funda negra, cabellos blancos, mirada luminosa… Era el padre Nones, que por gastar zapatos con suela

de cáñamo andaba sin que se le sintieran los pasos. La vista de este fantasma no les impresionó mucho.

Estaba ella tan agobiada, que casi, casi entrevió en la presencia del buen sacerdote un medio de salvación.

El bruto no hizo movimiento alguno y esperó la acometida de su amigo, el cual, llegándose a él despacio,

le puso la mano en le hombro y se lo oprimió. Imposible decir si fueron de terrible severidad o de familiar

broma estas palabras de Nones:

—Tunante, así te portas…” (1997: 245). [Todas las citas extraídas de la novela galdosiana remiten a la

siguiente edición: Benito Pérez Galdós, Tormento (1884), Madrid, Alianza Editorial, 1997].

4 “—¡Tú!... ¡Condenado! —exclamó Agustín, arremetiendo al sirviente con tanto furor, que éste creyó

llegado el fin de sus días.

—Señor —balbució llorando Felipe—, la medicina la hice yo…

—¿Con qué…, perro… asesino?

—No tenga cuidado… El boticario me dijo que era veneno, y entonces yo…, ¡ay, no me pegue!..., me vine

a casa, cogí un frasco vacío, lo llené de agua del grifo… y en el agua eché…

—¿Qué echaste, verdugo?

—Le eché un poco de tintura de guayaco…, de la que trajo doña Marta cuando le dolieron las muelas.”

(1997: 283-284)

5 “Amparo entró en una sala no muy grande, cuyas dos ventanas daban al patio. (…) El polvo dominaba

absolutamente todo, envolviendo en repugnante gasa los objetos. Parecía un domicilio cuyos dueños

estuvieran ausentes, dejándolo encomendado al cuidado de las arañas y los ratones. (…) En el sillón

estaba un hombre, más bien que sentado, hundido en él, cubierto de la cintura abajo con una manta. Al

verle, la Emperadora fue hacia él, ligera. La fisonomía del hombre enfermo era todo dolor físico,

ansiedad, turbación.” (1997: 104-105).

6 “¿Qué se hizo de la brillante posición de don Pedro Polo bajo los auspicios de las señoras monjas de San

Fernando? ¿Qué fue de su escuela famosa, donde eran desbravados todos los chicos de aquel barrio?

¿Adónde fueron a parar sus relaciones eclesiásticas y civiles, el lucro de sus hinchados sermones, el regalo

de su casa y su excelente mesa? (…) Porque si rápido fue el encumbramiento de aquel señor, más rápida

fue su caída. Se desquició casi de golpe todo aquel mal trabado edificio, y bien pronto, ni rastro, ni ruido,

ni polvo de él quedaron, siendo muy de notar que no se debió esta catástrofe a lo que tontamente llama el

vulgo mala suerte sino a las asperezas del mismo carácter del caído, a su soberbia, a sus desbocadas

pasiones, absolutamente incompatibles con su estado. (…) Los pasantes contaban que algunos días estaba

el maestro como loco furioso, dando gritos y echando de su boca juramentos y voquibles impropios de un

señor sacerdote.” (1997: 110-111)

7 “<<Si yo tuviera poder para quitarle al primo diez años y ponérselos a mi niña…, ¡qué boda, santo Dios,

qué boda y qué partido! (…) ¡Ay! Isabelita, niña mía, lo que te pierdes por no haber nacido antes… (…)

¡Ay Bringas, Bringas!... ¡Por qué no nació nuestra hija en el otoño del 51!... ¡Una renta de veinte, treinta

mil duritos!...>> (…) <<Si por disposición del Señor Omnipotente, Bringas llegase a faltar…, y sólo de

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pensarlo me horripilo, porque es mi esposo querido…; pero supongamos que Dios quisiese llamar a sí a

este ángel… Yo lo sentiría mucho; tendría una pena tan grande, tan grande que no hay palabras con qué

decirlo… Pero al año y medio, o a los dos años, me casaría con este animal… Yo le desbastaría, yo le

afinaría y así mis hijos, los hijos de Bringas, tendrían una gran posición, y creo, sí… lo digo con fe y

sinceridad, creo que su padre me bendeciría desde el Cielo>>” (1997: 48-49)

8 “Cuando se retiraba por las noches a su domicilio, después de hacer recados penosos, algunos muy

impropios de una señorita; después de coser hasta marearse, y de dar mil vueltas ocupada en todo lo que

la señora ordenaba, ésta le solía dar unas nueces picadas, o bien pasas que estaban a punto de fermentar,

carne fiambre, pedazos de salchichón y mazapán, dos o tres peras y algún postre de cocina que se había

echado a perder.” (1997: 35)

9 “Los sucesivos días se dedicaron a compras de que estaba encargada Rosalía, con plenos poderes de su

primo. Creo inútil declarar lo que la de Pipaón gozaba con estas cosas y la importancia que se daba en las

tiendas. Amparo, con ser la parte interesada, no podía vencer su tristeza, y la conciencia se le alborotaba

cada vez que Rosalía, después de regatear telas riquísimas, encajes, abanicos y joyas, cerraba el trato con

los comerciantes diciendo que mandaran la cuenta al señor Caballero.” (1997: 198)

10 “Debiste tener valor desde el primer momento para decir la verdad a ese ángel y sacarle de su engaño. (…)

—Lo mejor que puedes hacer ahora es callar, que nosotros procuraremos que ese inocentón no sepa

nada… (…) —¿Qué miras? —preguntó la de Bringas—. ¿Te has fijado en esta sortija que Agustín

compró para ti?... No creas que soy yo de las que se apropian lo ajeno. El primo me dijo ayer que podía

tomarla para mí…” (1997: 253-254)

11 En la novela se evita el empleo explícito del término “puta” pero se sugiere por medio de los puntos

suspensivos: “—A mí me va a dar algo. Parece que se me arrebata la sangre y que me sube toda a la

cabeza… No me cuentes más, hombre; por los clavos de Cristo, no me cuentes más… Tan atroz

inmoralidad me aturde, me anonada, me enloquece… ¿Y la viste tú? ¿Sería ilusión tuya…? (…) ¡Conque

no la puede hacer su mujer porque es una… y la hace su querida…!” (1997: 303).