LA IMAGEN ACTUAL DEL GALDOSISMO EN ESPAÑA

Germán Gullón

Hablar de la imagen de un literato o de una obra en el presente resulta muy complicado

desde el final de la Edad de la Literatura, allá por el año 1989, cuando cayó el muro de Berlín y

comenzó la revolución en los medios de comunicación, la adopción popular del internet y el

uso del correo electrónico. Entonces se produjo también la cuestionable adopción del modelo

anglosajón de administración de empresas, dominado por la globalización, el mercado y el

progreso a cualquier precio. Todo esto ha conseguido reducir la cultura, tal y como nosotros la

entendemos, a una actividad casi en la sombra, de catacumbas. O sea que mi imagen de Galdós

es, en cierta medida, muy reducida a la que se produce y refleja en un medio de

especialización, abusado por las tendencias popularizantes que nos rodean en la vida diaria.

Nos hemos visto reducidos a los reductos académicos, que no son los apropiados para alcanzar

al gran público. Dicho lo cual, paso a intentar arrojar alguna luz sobre nuestro área de interés.

Llevo varias décadas enseñando la obra de Benito Pérez Galdós en diversas lenguas y

universidades de varios continentes, y aunque creo firmemente en la universalidad de su obra,

siempre que quiero explicar las excelencias galdosianas a un colega de otro área de

conocimiento, que ignora la existencia de nuestro autor, tropiezo en la misma piedra: la

imposibilidad de ofrecer una imagen coherente de su vida y obra.1 Esto se debe, en mi opinión,

a que la crítica existente sobre él no permite una suma de características, sino que aparece

extraordinariamente fragmentada. Quizás se deba a que carecemos de una base textual fija,

quiero decir unas obras completas fiables, o a que sabemos menos de su vida de lo que

desearíamos, y mucho de lo que sabemos resulta poco interesante, si bien su vida fue jalonada

por etapas significativas, por la situación familiar, por su dedicación al periodismo activo, por

sus actas de diputado y presencia en la vida política. Aunque yo creo que el mayor problema

reside en algo que pasa igual con todos los autores del XIX español, una escindida visión crítica

del autor. Existen dos bandos principales, el archivístico, que entiende el estudio de la obra

galdosiana a partir del dato, de todo cuanto rodea a la obra, y quienes prefieren entenderla

como algo vivo, de cuya lectura y crítica se puede deducir un conocimiento. Ambos bandos

actúan por separado, y más que respetarse se aceptan el uno al otro.

Me permito entrar en este asunto, que no sólo afecta a los estudios galdosianos, sino al de

la literatura española en general.2 Fuera de que se expresan demasiadas opiniones sobre obras y

autores en los medios de comunicación (doxai), que las denominaban Platón y Aristóteles y las

diferenciaban de las ideas derivadas del conocimiento (episteme), la mayoría de ellas provienen

de intereses profesionales y/o comerciales. Lo sustancial, sin embargo, es que la crítica literaria

española padece de horizontalidad, es decir, la inclinación a describir hechos, acumular datos,

generalmente históricos, para aclarar la situación y el valor de un libro. Se pone menos énfasis

en lo vertical en la descripción teórica de los componentes individuales, las técnicas narrativas,

la sociología de lector, la influencia del mercado en las obras, etcétera.

Todo ello hace que la crítica avance por un lado ciega, teóricamente hablando, sólo fija en

los datos, es decir traduciendo a cifras las obras, pero sin interpretarlas con detenimiento.

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El estudio de la literatura española durante la segunda mitad del siglo XX, cuando se

iniciaron las investigaciones críticas sobre la obra de Benito Pérez Galdós, ha sido afectada

seriamente por las circunstancias particulares de la cultura española del siglo XX. Hubo un

largo período en que permaneció en un limbo, por la guerra civil, y su estudio se refugió en los

dominios del hispanismo. Dejo de lado el terreno específicamente político, que influye

naturalmente y compone el marco de referencia general, porque nos alejaría demasiado del

objetivo inmediato, bosquejar una imagen del galdosismo español a la hora de hoy.3

La característica distintiva de la crítica literaria de entonces, que afectó a la cultura en su

totalidad, fue su tardo romanticismo, y me refiero con esta etiqueta a la preferencia

generalizada que mostró hacia lo formal con el consiguiente perjuicio y exclusión de lo

temático. Las obras de carácter realista eran juzgadas entonces inferiores a algunas abstrusas

creaciones literarias. Lo experimental y vanguardista tenía un atractivo enorme, servía de

escudo contra las inaceptables realidades políticas, en las que era imposible inmiscuirse. El

propio Dámaso Alonso, una de las mejores plumas críticas de la época, escribió un famoso

artículo, sobre “Escila y Caribdis de la literatura española” (1927), donde afirmaba que la

tradición literaria española no era solamente la realista, que existían otras también importantes.

O, la famosa polémica habida entre Juan Benet e Isaac Montero sobre el realismo,4 donde

Benet afirmó entre otras cosas lo siguiente: “Yo no creo que la literatura tenga por qué tener

una función social, no debe ser ésa una de las virtudes de la literatura. Sí había una literatura,

que me parece nefasta, era la literatura que ejercía influencia y que estaba ajustada a la

sociedad: tal era la del siglo XIX. Si aparece un novelista nefasto, el último ejemplo de lo que

puede servir para hoy, es Balzac.” (p. 6)5

La otra circunstancia, a la que enseguida volveré, es la falta de una auténtica crítica

universitaria por aquellos tiempos, pues ésta prefirió, por lo general, seguir los caminos de un

filologismo radical, que apenas dejaba espacio para la especulación crítica. Lo mejor que se

hacía entonces fuera de la crítica textual podríamos relacionarlo con la crítica de las

mentalidades, que estaba muy alejada de los textos, y que en muchas ocasiones los violentaba.

Sólo a finales de los setenta y comienzos de los ochenta cambiarán las cosas.6

O sea, que cuando la obra de Galdós empezaba a ser estudiada con detenimiento, su

presencia en los foros culturales españoles apenas tuvo adeptos y sí muchos detractores,

porque la cultura española vivía de espaldas a los libros que decían verdades sobre el hombre.

En la reivindicación de Galdós, Las Palmas de Gran Canaria ocupa el lugar principal, porque

aquí gentes, como Alfonso Armas Ayala, lo defendieron contra prohibiciones y ataques, como

los realizados por el obispo Pildáin. El segundo lugar le corresponde al hispanismo americano,

concretamente a los libros escritos en Norteamérica, por Chonon Berkovitz, Joaquín

Casalduero, Ricardo Gullón, José F. Montesinos y William Shoemaker, entre otros. El único

foro auténtico del galdosismo fue durante años la revista Anales Galdosianos, comenzada a

editar en la Universidad de Pittsburgh por mi maestro, Rodolfo Cardona, y no lo olvidemos las

sesiones sobre Galdós celebradas en la reunión anual de la Modern Languages Association.

Por ello, la imagen del escritor Benito Pérez Galdós carece de la estabilidad en la escala del

mérito deseada por quienes pensamos que es una de las grandes figuras europeas de la

literatura moderna. Los letraheridos por sus obras, por los personajes que las pueblan, desde

Isidora Rufete a Zumalacarregui o Benigna, consideramos que su nombre debe figurar siempre

junto a los de León Tolstoy, Fiodor Dostoyesky, Honoré de Balzac, Gustave Flaubert, Eça de

Queirós, Henry James y otros. Harold Bloom, que estableció la lista de ilustres en su libro El

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canon occidental (1994), que enseguida se convirtió en breviario para realizar prácticas de

beatería literaria, lo menciona sin mayores comentarios. Esto, en realidad, no quiere decir nada,

porque Bloom desconoce la literatura española, fuera de Cervantes, y lo que ha leído lo hizo

por lo general en inglés. Pero es un síntoma, que de repetido, parece indicar una enfermedad:

la postergación del gran escritor canario en los rankings universales. Expresado este poco de

rencor, paso a la cuestión del galdosismo español, no menos hiriente.

El hispanismo ha hecho mucho por Galdós, y el americano en particular, muchísimo. Los

españoles peninsulares, sin embargo, no hemos podido aupar a Galdós al puesto que le

corresponde dentro de las letras nacionales. Y la segunda razón aludida al comienzo, el

carácter predominantemente archivístico de la crítica en España, es decir de un discurso que

gusta de guardar bien ordenados los hechos que rodean la existencia de una obra y de un autor,

pero desentendido de lo todo cuanto pudiera llevar a desentrañar el significado aportado por la

misma a la cultura nacional. Galdós dice mucho en sus obras del país, de sus gentes, de sus

costumbres, cotidianas, personales, políticas, sociales, en fin, de casi todo.

El estado actual de los estudios galdosianos se halla en una situación cambiante, que

preocupa a cuantos admiramos la obra de Benito Pérez Galdós, aunque, a la vez, apreciemos

aspectos muy esperanzadores de cara al futuro. Hay un hecho altamente positivo, que mide

como ningún otro el interés por su obra: el portal dedicado a don Benito en la Biblioteca

Virtual Miguel de Cervantes, dirigido por el profesor Enrique Rubio Cremades, recibió

1.262.000 consultas desde el 2001 a mayo del 2005; sólo en el período de enero a mayo del

2005 ha recibido 241.116 consultas. Igualmente, y en la columna de los pluses, constato la alta

y variada calidad de trabajos dedicados a la obra del escritor canario, y me limito a hacer un

homenaje al libro ganador del Premio de investigación Pérez Galdós (2003), Buñuel, lector de

Galdós, de Arantxa Aguirre, que todos los miembros del jurado (Peter Bly, Yvan Lissorgues y

un servidor) alabamos por su originalidad. La expansión de la Casa-Museo, el centro de

investigación más relevante sobre el autor, adquiere así una importancia mayor. A su lado, la

nueva colección de narrativa completa de Galdós, editada por Yolanda Arencibia, permitirá la

venta de la obra a precios asequibles, y la revista Isidora, dirigida por Rosa Amor, intenta

llegar a un público amplio, donde hay lectores que no sólo son profesores de universidad, sino

traductores, músicos, y así. Las ediciones y libros editados por José Ramón Saéz Viadero en el

galdosiano Santander tampoco pueden olvidarse, junto con las numerosas ediciones de obras

publicadas por Biblioteca Nueva, Cátedra y Espasa Calpe. Del lado negativo, me duele

constatar que Galdós en el año cuando celebramos la publicación de la primera parte del

Quijote con una apabullante profusión de actos y ediciones, apenas recibe homenajes, siendo

su obra igualmente extraordinaria. Y esto ocurre por la desequilibrada imagen que el público

tiene del genio canario: aprisionada, como la del resto de escritores decimonónicos, por el

archivismo, que la entierra en una enorme fosa común bajo varios metros de papel erudito.7

Hecho agravado por el descenso del número de hispanistas dedicados al estudio de Galdós,

especialmente en Norteamérica.

No podemos olvidar que Galdós fue un escritor liberal en un país que no lo era. Su obra se

asocia históricamente con la Institución Libre de Enseñanza, con los krausistas, con las fuerzas

progresistas. Todo ello le valió el encono de una buena parte de la gente de letras, que le privó

del premio Nobel, entre otras cosas. Y, sobre todo, porque Galdós era un hombre que conocía

Europa, la Europa de su tiempo, que recorrió con familiares, amigos y amantes, como la Emilia

Pardo Bazán. Esto le permitía comparar la pobreza patria con la riqueza del extranjero, y esto

no era de recibo ni aceptable ayer como hoy en la península ibérica. Si pensamos en un país

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como EE.UU, sabemos que las universidades suelen ser liberales, aunque la sociedad sea

mucho más conservadora que la europea. Pero quienes marcan el canon, los planes de estudio,

suelen actuar con una mayor unanimidad, que no es el caso en absoluto en España. Además, la

actual preponderancia de los autores locales sobre los nacionales tampoco ha beneficiado a

Galdós, porque aunque nació en Las Palmas, vivió una parte importante de su vida en Madrid

y en Santander. La universidad, la enseñanza, puede ser la fuerza social, que si no es

privatizada, globalizada, podrá ofrecer resistencia a los aires de popularización de la

globalización.

La historia del galdosismo está jalonada por una serie importante de éxitos, pienso en los

años sesenta y setenta del pasado siglo, cuando aparecieron o se reeditaron los libros de

Joaquín Casalduero, Vida y obra de Galdós (1943), de Ricardo Gullón, Galdós, novelista

moderno (1959) y Técnicas de Galdós (1970), o de José F. Montesinos, Galdós. El libro de

Casalduero era un estudio de corte tradicional, donde las obras de don Benito encontraban su

hueco en las diferentes apartados inventados por la historia literaria, dividida por ismos,

naturalismo, espiritualismo, etcétera. Ricardo Gullón lanzó la primera sonda crítica en las

novelas galdosianas buscando lo que había de nuevo, de homologable con lo escrito del otro

lado de las fronteras, mientras que Montesinos, años después, hizo una lectura minuciosa de

los textos, intentando explicar la peculiaridad de la vida que en ellos se representaba. Unos

años antes la biografía de Chonon Berkowitz había rescatado mucha información de la vida

dela autor, que pasando los años complementarían Alfonso de Armas, Sebastián de la Nuez,

Benito Madariaga y Pedro Ortiz Armengol.

Todos estos esfuerzos fueron flanqueados, como adelanté, por la revista Anales

Galdosianos, capitaneada con excelente tino y su perenne entusiasmo intelectual por el

profesor Rodolfo Cardona. Aquí en Canarias, el entusiasmo de diversas gentes, con Alfonso de

Armas a la cabeza, los Congresos Galdosianos, la Casa-Museo complementaban el panorama

entusiasta en el que se trabajaba. La nostalgia se apodera de mi cuando pienso en aquellos

años, cuando el galdosismo se hallaba en pleno ascenso, y su imagen adquiría brillo. El apoyo

de los hispanistas norteamericanos fue crucial en esta etapa, desde Paul Rogers o su hijo

Douglass Rogers, hasta William Shoemaker, Stephen Gilman, Carlos Blanco Aguinaga, Joseph

Schraibman, John Kronik y Harriet Turner, y una buena piña de ellos que dejo en el tintero.

También las traducciones al inglés de varias obras, realizadas por Karen Austin y Agnes

Moncy, entre otros, cumplieron una importante función Quizás la mejor manera de constatar

ese éxito lo encontramos en los números de Anales, que en cada salida nos llenaba de ilusión,

por los nuevos artículos, debates, muchos de ellos fruto de la infancia de un campo de

investigación.

Lo malo es que la imagen que se creó de Galdós, de un novelista moderno importante, de la

calidad de franceses como Balzac, y mejor que así fuese, pues estaba descompensada. Se pensó

que sí que Galdós era un Balzac retrasado o un naturalista avant la lettre, impresiones

equivocadas de quienes ignoran la historia de la narrativa europea del XIX. Galdós estaba

perfectamente al día, como la Pardo Bazán, y fueron europeos de su tiempo, y si hay que

compararlos con alguien debe de ser con escritores como Flaubert y como Henry James.

Concurrieron diversos factores, pero dos fueron los más importantes: la herencia antigaldosista

que mantuvieron algunos escritores de la postguerra, como Francisco Umbral o Juan

Benet, y el tipo de crítica que hicimos en aquel momento, que disonaba con el

conservadurismo crítico nacional. En muchos casos, eso sigue siendo así. El filologismo ultra,

que dominaba y, en gran parte, sigue vigente, pasó por alto a Galdós, porque no ofrecía los

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réditos que las obras del siglo de oro o precedentes. Galdós desde el punto de vista filológico

no ofrecía mayores beneficios, porque no pertenecía a la cultura del Imperio Español, tal y

como lo concebía la cultura franquista. O sea que a Galdós en la España de la segunda mitad

del siglo XX le maltrataron por derechas, por gentes progresistas en asuntos sociales y reacios

a Galdós como el obispo Pildáin, y los de izquierda que practicaban un modelo de poética

novelística opuesta, según ellos, a la galdosiana.

Los escritores modernistas, comenzando por Ramón del Valle Inclán, consiguieron,

empujados por la ambición y por el deseo de notoriedad empañar la reputación del maestro de

la narrativa decimonónica española. No es este el lugar de contar de nuevo lo que ya dije en

otras ocasiones, que Valle cultivó la amistad de Galdós para que le pusieran en escena uno de

sus dramas, cuando no lo consiguió arremetió con el antiguo maestro y amigo. Puso en boca el

infame apodo de don Benito el Garbancero. De los modernistas, que practicaron un arte

inspirado en el romanticismo, muy impregnado por las teorías del arte por el arte, que orillaban

todo cuanto pudiese recordar al positivismo, al realismo, e, incluso, al neoclasicismo, tomaron

los escritores de la postguerra esa afición, aversión al realismo.

La imagen del Galdós de postguerra creada por los escritores como Benet fue altamente

negativa, porque ellos defendían una literatura de muy diferente cuño, alejada de la

representación de lo social. En cierta manera se produjo en la España de postguerra una vuelta

o conjunción con la literatura modernista, vía las ideas de Marcel Proust y otros, que evitaba el

realismo. La crítica, miedosa de perder sus atribuciones, las de juez de lo artístico, se unió al

partido esteticista, y la novela perdió el filo de lo actual, y poco a poco, apurado por la

emergente cultura de la imagen, perdió su primacía. La narrativa de los superventas se

apoderaron de esa plataforma cultural.

Voy a efectuar tres calas en reciente bibliografía galdosiana, elegida por su calidad y porque

me parece que tratan temas que son de gran importancia para el futuro del galdosismo. El

primer tema que me parece de enorme importancia, y reitero lo dicho al comienzo, es el

continuar con el estudio de la biografía galdosiana. Tenemos varios libros de enorme

importancia, desde el Berkowitz a Ortiz de Armengol, con numerosos artículos que han ido

aclarando diversos aspectos de la biografía, como el presentado aquí en el cuarto congreso por

María de los Ángeles Rodríguez Sánchez, María de los Ángeles, “Aproximación a Concepción

Morell: documentos y referencias inéditas”.8 Sin embargo, es difícil explicar ante un grupo de

gentes interesadas cómo era Galdós. Podemos hablar en términos aproximados, por ejemplo,

del amor de Benitín por Sisita, la hija de Adriana Tate,y que Galdós aprendió el inglés

haciendo manitas con ellas, pero todo ello, como me dice la profesora Yolanda Arencibia, son

invenciones, porque no existe ninguna prueba de que así ocurriera.

Desde luego, tiene que continuar el trabajo de investigación, como el efectuado por la

propia Yolanda Arencibia, donde se rastrea minuciosamente, y con base documental, los

primeros pasos escolares de Galdós, el tipo de escuela a la que iba, la importancia del Gabinete

Literario en la conformación del ambiente intelectual de Las Palmas de su tiempo, como el

interés en la educación musical, el tipo de ciudad que era entonces Las Palmas, la disputa con

Tenerife sobre la primacía de las provincias insulares.9 Sumo a este esfuerzo, lo dicho por

Manuel González Sosa, con respecto al apego a lo canario, que nunca abandonó al escritor, a

pesar de lo dicho por algunos.10 También y de enorme interés es el tipo de familia en cuyo seno

nació Galdós. Las cartas de Galdós a Concha Ruth Morell, seguro que van a permitir mirar a

Galdós en su intimidad, cosa que hasta ahora nos estaba en realidad vedado.

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Mas, lo importante de todo ello es que debemos de comenzar a entender como era aquel

entonces. No podemos pensar que la familia de Galdós fuera a instalarse en Las Palmas por un

trabajo de la Inquisición, y que el padre fuera militar no influye sobre la mentalidad del joven

Galdós. Digamos que su provincianismo le dividía en personas, por un lado era el benjamín de

una familia muy conservadora, pero por otra era educado en un medio progresista, el

alumbrado desde lejos por los fundadores del Gabinete Literario, cuya enseña ha permanecido

unida al nombre de Agustín Millares.

Por otro lado, Galdós marcha muy joven a Madrid, cuando todavía sus ideas no estaban

completamente formadas, y por ello podrá recibir sin mayores reparos las enseñanzas de los

krausistas, de tantas otras gentes. Tampoco podemos olvidar que Galdós superó con mucho el

idealismo, el clasicismo germánico de los krausistas. No hemos hecho mucho uso de los

artículos que Galdós publicó en la prensa madrileña durante la segunda mitad de la década de

los sesenta del siglo XIX, donde retrata a gente del entorno literario, desde su admirado Ramón

Mesonero Romanos al director de la Biblioteca Nacional, Juan Eugenio Hartzenbusch o su

maestro de literatura latina, Alfredo Adolfo Camús. Esto me lleva a comentar otra de las

aportaciones bibliográficas últimas, el tomo titulado Prosa crítica, de Galdós, editado por

José-Carlos Mainer.11 Allí se pueden leer los artículos recién mencionados sobre Hartzenbusch

y sobre Camús.

Prosa crítica es un libro útil, que viene a complementar el probadamente satisfactorio de

Laureano Bonet sobre los ensayos literarios.12 El de Mainer se abre con una selección de

relatos de don Benito. Textos como “La conjuración de las palabras”, que prometen mucho

por el título, pero que luego ofrecen poco. Se incluyen los prólogos del escritor a sus obras,

algunos tampoco dicen mucho, pero los hay de sumo interés, como el dedicado a Los

condenados. Las secciones tituladas, “Crónicas literarias”, “Crónicas sobre música y artes

plásticas” y “Viajes, paisajes, acontecimientos”, resultan lecturas estupendas. El reportaje

sobre la entrevista que mantuvo con la reina Isabel II en el exilio parisino, a la que acudió con

su paisano, Fernando León y Castillo, a la sazón embajador en la capital francesa, no tiene

desperdicio.

Uno de los problemas con los escritores del siglo XIX, y muy concretamente con Galdós, es

que el mundo intelectual lo ha identificado por mucho tiempo con una especie de hombre de

saberse vulgares, en gran medida porque desconocen la amplitud de lecturas de don Benito,

sus viajes al extranjero, y la cantidad de artículos periodísticos, sobre los más variados temas,

desde muy temprano: pienso, por ejemplo, en sus colaboraciones en el periódico La Nación,

que ya en 1868 publicó un homenaje suyo a Cervantes.13 Quiero decir, casi sin ánimo, que a

Galdós se le trata como a un ingenio lego. Y esto ocurre por desconocimiento del hombre.

Debemos en la etapa futura de arriesgarnos a decir del hombre, siempre y cuando lo

hagamos con la sensatez y apoyado en datos fehacientes que poseemos, porque abrimos la

interacción entre la obra y la persona. La etapa del new criticism, cuando los separábamos con

ahínco ya ha pasado, hoy sabemos que uno ilumina al otro. Lo cual no quiere decir que las

obras literarias son como ventanas por las que se puede mirar a la realidad, ni conocer al autor

directamente. No, son universos cerrados que reflejan el mundo de una manera especial,

representándolo en el texto.

Por ejemplo, nosotros podemos especular sobre las mujeres en el primer Galdós, digamos

hasta La familia de León Roch, y hacerlo con una mayor precisión que lo han hecho ciertos

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estudios feministas, que confundieron un problema social de los años ochenta y noventa del

siglo XX, la igualdad de los derechos humanos con la condición de la mujer expresada en los

textos de Galdós. Pérez Galdós vivió una época en que el papel de la mujer en la sociedad

española estaba cambiando, pues los políticos reconocían la necesidad de otorgarle el derecho

de igualdad ante la ley, como ocurría en el resto del continente europeo, y la aprobación de la

Ley de Sufragio Universal en 1890 así lo prueba. No obstante, el ambiente español no estaba

para muchas alegrías, y las mismas escritoras progresistas tenían que medir sus palabras, como

la propia Pardo Bazán, que cuando escribe de la situación de la mujer en España para una

revista inglesa lo hace con mayor libertad. La verdadera emancipación necesitaría varias

décadas para hacerse efectiva. La dependencia económica de la mujer del jefe de familia era

total, y no existía alternativa alguna, fuera de la prostitución o de profesiones afines. Tristana

sufrirá, al igual que su madre, de este varoncismo social, que impedía a la mujer valerse por sus

propios medios. Recordemos asimismo que la joven protagonista de la novela a la que presta

su nombre caerá en desgracia, en buena medida, porque a la muerte de su madre se vio

obligada a vivir bajo el amparo de don Lope, quien la seducirá, ya que carece de dinero alguno.

Lo mismo que le había pasado a su madre, aunque se salvó de ser otra víctima del donjuanismo

del protector por su débil estado mental. Esta circunstancia la había novelado ya Galdós en su

novela Tormento, de hecho, la protagonista se llama allí Amparo, y una relación con el cura

Pedro Polo, correlato de la habida por Tristana con don Lope, la coloca en una situación social

precaria. Resuelta gracias a la intervención de un buen hombre, Agustín Caballero, nombre

simbólico ajustado perfectamente a su papel, y a que ambos emigran al extranjero, donde nadie

les conoce. En Tristana, Galdós pone un final sin concesiones: la protagonista carece de un

futuro sonriente, es más, la encadena con su cojera a su anciano ‘valedor’. En resumen, las

circunstancias socio-económicas de la época eran adversas a la mujer. Esta visión debe de

prevalecer sobre la absurda de que Galdós era un antifeminista. Quien así lo haga está

calumniando la realidad de la persona de Galdós.

Otro segundo aspecto, que me parece importante, es de la reinvidicación de los Episodios

Nacionales, a los que siempre dejamos un poco de lado, por razones diversas. Quisiera aquí

comentar una reciente publicación de Rodolfo Cardona, el librito Del heroísmo a la caquexia:

Los Episodios Nacionales de Galdós (Madrid, Ediciones del Orto-Universidad de Minnesota,

2004). Y me interesa sobre manera porque en él ha sabido Cardona, apoyado en una tradición

crítica poco apreciada, marcada entre otros por Vicente Lloréns, diferenciar el espíritu de las

diferentes series. Las dos primeras poseen un impulso épico ausente en las restantes. En la

tercera, a partir de Zumalacárregui, se nota un decaimiento, lo que denomina Cardona, “visión

pesimista de la Restauración” (p. 23). Esta matización viene a ofrecer una lectura de los

Episodios cultural, que los sitúa en el centro de los debates ideológicos sobre el XIX. La

evolución de España, como dice el título del libro de Cardona de la revolución a la caquexia.

Ocurre también con los Episodios que gusta destacar algunos, como Trafalgar, quizás el más

leído, con desventaja para los demás.

Todo esto lleva al punto final que me parece esencial que es el de considerar el texto

galdosiano como un texto moderno, es decir, como un texto vivo. Los textos galdosianos no

son textos bíblicos, en los que lo esencial sea volver a recuperar la palabra del apóstol, sino los

de un hombre que cambiaba de opinión, cuyos textos son variables. Por ello, considero que los

trabajos y las ediciones galdosianas del futuro deben ir siempre suple mentadas con los

diversos finales de las obras conocidos, por los guiones que se hallan hecho de las novelas,

para establecer una singular diferencia con la existente. Esta es una tarea pendiente, que ha de

llevarse a cabo sin tardanza.

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Los galdosistas, y termino, estamos acostumbrados a remar contra corriente, o sea que las

dificultades adicionales que nos ofrece el carácter del tiempo presente las sabremos soportar, y

sin duda conseguir que Galdós sea reconocido como su arte merece.

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NOTAS

1 Sobre este tema he escrito algo más en “Benito Pérez Galdós: el hombre tras el escritor”, Isidora, 1, 2005,

pp. 13-16.

2 Sigo las distinciones elaboradas por mi colega en la Universidad de Amsterdam Machiel Keestra,

desarrolladas en su artículo “’Intelligente ontwerper’ helpt ons niet: Wetenschap kan allereenvoudigste

deeltjes principieel niet verklaren”, NRC Handelsblad, 9 juni, 2005, p. 8.

3 He realizado esta tarea con anterioridad en “Presentación: Cuestionando el canon galdosiano” Anales

galdosianos, 25, 1990, pp. 115-118.

4 Mantenida en un encuentro de escritores, bajo los auspicios de la revista Cuadernos para el diálogo, en el

que participaron José María Gulbenzu, A. Marténez Menchen, Juan Benet, J.M. Caballero Bonald,

Carmen Martín Gaite e Isaac Montero. Puede consultarse en http://www.clubdeletras/aulasdeautor/benet

5 Roger Chartier enuncia este imposible de la siguiente manera: “¿Es posible distinguir entre la realidad

social y sus representaciones estéticas y, por ende, considerar el estudio de las primeras como el dominio

propio de los historiadores y reservar el análisis de las segundas a aquellos que interpretan formas y

ficciones? Seguramente hace quince o veinte años una semejante división de las tareas habría sido

aceptada sin reservas. Pero hoy en día hay diversas razones para poner en duda tal distinción”, “La

construccion estética de la realidad: Vagabundos y pícaros en la Edad Moderna”, en Tiempos Modernos:

Revista Electrónica de Historia Moderna, Vol. 3, N. 7, 2002.

6 La estancia de Fernando Lázaro Carreter en la Universidad de Texas, Austin, fue decisiva para afianzar su

voluntad de renovar el discurso crítico español, pues allí se puso en contacto con el formalismo crítico,

que tanto le influiría, y a través de sus obras a las generaciones subsiguientres de críticos interesados en la

teoría literaria.

7 La imagen de la fosa común cavada por los archiveros le pertenece a Milan Kundera

8 Actas del Cuarto Congreso Internacional de Estudios Galdosianos (1990), II, Las Palmas de Gran

Canaria, Ediciones del Cabildo Insular de Gran Canaria, 1993, pp. 509- 525.

9 Consúltese Yolanda Arencibia, “Galdós y Canarias”, en Catálogo de la Exposición Galdós y Canarias,

coordinada por Rosa María Quintana, Las Palmas, Cabildo de Gran Canaria, 2003, pp. 9-19.

10 Manuel González Sosa, El amigo Manso: ojeada al revés del tapiz (Galdós y Canarias o la fidelidad

tácita), conferencia publicada en Las Palmas, por la Casa-Mueseo Pérez Galdós, 2003.

11 Benito Pérez Galdós, Prosa Crítica, Madrid Espasa, 2004, que lleva una introducción y notas de José-

Carlos Mainer y Notas de Juan Carlos Ara Torralba.

12 Laureano Bonet, Ensayos de crítica literaria, Barcelona, Península, 1972 y 1990 (ampliada)

13 Afortunadamente, la profesora Pilar García Pinacho trabaja sobre este tema, y precisamente en el VIII

Congreso, donde presenté esta ponencia hizo una excelente presentación, que complementaba otra de

igual calidad del profesor Cecilio Alonso, sobre la prensa, que aparece publciada con este texto, y que

sirven para dar una buena idea de la importancia de las contribuciones galdosianas a las prensa.