GALDÓS Y SUS CRÍTICOS:
EL GALDOSISMO EN AMÉRICA
John W. Kronik
La tarea de repasar la crítica galdosiana en América, por la amplitud del territorio
geográfico de que se trata por un lado y por la magnitud de la actividad erudita dedicada al
escritor canario por otro, exige la imposición de limitaciones, de modo que me incumbe hacer
algunas aclaraciones previas.
Primero, América consiste en dos continentes, pero me voy a concentrar en la América del
Norte, concretamente en los Estados Unidos y Canadá, en parte por razones cuantitativas y en
parte porque ésa es la tierra que, por ser la mía, conozco mejor. Sin embargo, de ninguna
manera quiero descartar la crítica galdosiana en otros países, como México o la Argentina o en
Puerto Rico, donde encontramos un galdosismo reducido pero enérgico y maduro que nos ha
ofrecido y sigue ofreciéndonos estudios importantes.
Segundo, al hablar de la crítica norteamericana, no distingo entre Canadá y los Estados
Unidos porque el hispanismo canadiense, de gran valor —el programa de estudios hispánicos
más antiguo de Norteamérica es el de Toronto—, por obvias razones geográficas tiene fuertes
vínculos con el hispanismo estadounidense.
Tercero, cuando hablamos del galdosismo norteamericano, no evocamos exclusivamente a
críticos norteamericanos. El éxito del hispanismo norteamericano es el fruto del esfuerzo
comunal de un grupo heterogéneo que comparte una misma pasión: el mundo hispánico. No
hay que dar pruebas de origen o de ciudadanía para pertenecer al gremio. Todo lo contrario.
Incluyo en este reparto a todos los galdosistas residentes en Norteamérica y activos en
nuestros centros universitarios, entre ellos colegas hispanoamericanos, británicos, asiáticos y,
destacadamente, españoles. En efecto, el auge de los estudios galdosianos en Estados Unidos,
como lo demuestra Harriet Turner en la sección de este trayecto que le corresponde, se debe
más que nada a la labor fundacional de un grupo de emigrados de España que aterrizaron en
los centros docentes norteamericanos y desde sus cátedras en las instituciones más
renombradas ejercieron una enorme influencia y cultivaron una numerosa herencia. Yo mismo
descubrí a Galdós y Clarín gracias a mis profesores, Francisco García Lorca y Antonio
Sánchez Barbudo. Desde otro ángulo, en una de esas inquietantes ironías que labra la historia,
podemos decir que hay tanta actividad galdosiana en Estados Unidos gracias a Francisco
Franco.
Cuarto, Harriet Turner y yo nos hemos repartido este quehacer entre los dos por las meras
dimensiones del panorama que se nos ofrece. A partir de las fechas y las figuras que ella
menciona, los estudios galdosianos han ido en aumento hasta alcanzar un frenesí de actividad y
una bibliografía crítica casi imposible de conquistar y digerir. Sólo en el momento actual vamos
experimentando cierta disminución de tal ritmo abrumador. En estas páginas me concentro en
ese apogeo del galdosismo norteamericano, el de aproximadamente las últimas cuatro décadas.
Galdós y sus críticos: el galdosismo en América
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Y quinto, precisamente por esta copiosidad de publicaciones, prescindo de una lista
bibliográfica expansiva y adjunto sólo los títulos de los libros y artículos que menciono en este
repaso. Refiero al lector a las bibliografías ya publicadas y recomiendo en especial la consulta
de la herramienta más completa y útil, la bibliografía anual de la Modern Language Association
of America, asequible también en formato electrónico. Por las mismas razones —y para no
ofender a nadie con inclusiones y omisiones—, reduzco a un mínimo la mención de nombres y
títulos específicos —haciendo excepción de muertos y jubilados y de algunos estudios de
índole general—, y me concentro más en tendencias críticas, corrientes teóricas y temas
predilectos que caracterizan la crítica galdosiana en esta zona norteña.
Parte de la explicación por ese embarras de richesses de estudios galdosianos reside
simplemente en las estadísticas: Estados Unidos es un país con unas mil trescientas
universidades donde se enseña el español y con cincuenta y cuatro programas graduados que
ofrecen el doctorado en estudios hispánicos. Tampoco hay que descartar el impacto
demográfico de una nutrida población de origen hispánico cuya presencia ha convertido el
español en la segunda lengua del país. Se trata de un hispanismo esparcido y activo en el cual
se ha insertado el galdosismo, sobre todo durante la época, ya pasada, del dominio de los
estudios peninsulares. Pero esta producción en masa de crítica galdosiana tiene también
explicaciones más subjetivas. Es decir, las sucesivas generaciones de críticos aprendimos la
lección de los maestros, y nos apegamos a la obra de don Benito en el momento en que la
descubrimos. Es cuestión de una afición basada en el reconocimiento de un gran talento
literario y en el puro placer de la lectura de sus textos. Por encima, su inquebrantable
actualidad ha llevado a los devotos a discernir a un Galdós moderno e incluso posmoderno.
Esta oleada de investigación galdosiana data de los años sesenta para acá, pero es necesario
precisar que el interés por su obra en Estados Unidos se remonta a años incluso anteriores al
momento en que se fija Harriet Turner. Ya a finales del siglo diecinueve y entonces en la
primera mitad del veinte se publicaron traducciones al inglés y ediciones escolares de sus
novelas y dramas. Se pueden consultar en la Casa-Museo Pérez Galdós en Las Palmas dos
pintorescas muestras de ese género de libro de texto muy utilizado a nivel de colegio y de
universidad en las clases de lengua española o como primer paso en la lectura de obras
literarias en lengua extranjera. Uno es el texto del drama El Abuelo, editado por H. C.
Berkowitz, con fecha de 1929 (el mismo Berkowitz que también es autor de la primera
biografía de Galdós, del año 48.) Esta edición tiene una introducción en inglés, notas
aclaratorias y un vocabulario español-inglés. El otro libro, también publicado por una editorial
activa y distinguida, es una adaptación horriblemente machacada de Doña Perfecta en
veinticinco capítulos y con dibujos originales. Fue publicado en 1940, pero no es la única
edición escolar de esta novela, que, junto con Marianela, figura entre las obras galdosianas
más leídas en Norteamérica en época ya lejana.
El galdosismo norteamericano de las últimas cuatro décadas cuenta con una serie de
investigaciones de índole sintética donde Galdós aparece junto con sus coetáneos en el
contexto de problemáticas de su tiempo. Me refiero a títulos como El naturalismo español de
Walter Pattison, Spanish Realism de Jeremy Medina o El pensamiento moderno y la novela
española de Sherman Eoff. Los libros más recientes donde Galdós se inserta en un diálogo más
amplio son de muy distinta orientación y son en sí una demostración de la evolución radical de
la crítica literaria en Estados Unidos entre 1960 y finales de siglo. Algunos ejemplos son La
imitación colectiva: modernidad vs. autenticidad en la literatura española de Jesús Torrecilla
e Investigaciones literarias: modernidad, historia de la literatura y modernismos de Nil
Santiáñez, dos cuestionamientos densos y provocadores de la modernidad de nuestro autor; y
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otros dos, también ocupados con cuestiones de la modernidad, cuyos títulos revelan su rumbo:
Voces desde el silencio: heterologías genérico-sexuales en la narrativa española moderna de
Ricardo Krauel y Signs of Science: Literature, Science, and Spanish Modernity since 1868 de
Dale Pratt. A este género panorámico pertenece asimismo una cadena de libros escritos por
Germán Gullón durante su etapa norteamericana.
Un repaso de las docenas de libros y miles de artículos que se concentran exclusivamente en
Galdós revela que el galdosismo norteamericano de las últimas décadas es plenamente
ecléctico, que abarca todo aspecto de la producción del autor, que recurre a todo tipo de
método analítico e investigador y que refleja de modo dramático las evoluciones ideológicas y
la sucesión de posturas teóricas que han marcado la crítica literaria de nuestros días. Si Peter
Bly puede atribuir al galdosismo británico o francés ciertas predilecciones o rasgos definitorios,
no ocurre lo mismo en el ámbito norteamericano, caracterizado más bien por prácticas de las
más variegadas. Se despliegan incluso las tensiones y polémicas que se produjeron entre
grupos de distintas creencias, pero consta que las aproximaciones más dispares se han
mantenido enérgicamente operantes unas al lado de otras y que se han enriquecido
mutuamente —y, más importante, han enriquecido a Galdós— a lo largo de esta precaria
convivencia.
Reaccionando en contra del positivismo y la tradición filológica y a la luz del formalismo
ruso y la “nueva crítica” americana, y luego influidos por el estructuralismo francés, muchos
colegas empezaron a favorecer los estudios textuales, el escrutinio detenido de aspectos
técnicos y formales y de los rasgos definitorios del arte de Galdós. La labor del crítico es
efímera, de modo que al lado de los nombres evocados por Harriet Turner hay que mencionar
a Gustavo Correa como uno de los iniciadores de esta corriente en su cabal repaso de la
relación entre la representación de la realidad y la constitución fictiva en la narrativa
galdosiana. También ha tenido merecida resonancia el libro de Stephen Gilman que inserta a
Galdós en un contexto europeo para estudiar su manera de hacer novelas y personajes
novelescos. Otros estudiosos examinaron la estructura de las Novelas españolas
contemporáneas, la construcción del espacio en estas ficciones, la utilización de las otras artes
—pintura y música— en el proceso de elaborar historias y muy en especial el papel del
narrador, ese narrador inestable, elusivo y travieso cuya manipulación singular aparta a Galdós
de otros novelistas de la estirpe realista, dentro y fuera de España. Llamaron la atención de los
críticos su humorismo singular y la utilización idiosincrásica del lenguaje, con todo su potencial
irónico y subversivo. Los ecos cervantinos en su narrativa no quedaron inadvertidos. Su estilo
elíptico, sus marcos narrativos, sus procesos metafóricos, su involucración del lector en el
proceso creador son componentes importantes que se prestaron a las líneas de escrutinio
favorecidas por las nuevas aproximaciones críticas. La fuerte dimensión metaficticia de sus
novelas, su carácter lúdico —vínculo fundamental entre Cervantes y la modernidad—, sedujo a
varios críticos norteamericanos durante los años 70 y 80, y no ha dejado de ejercer su
atracción. A consecuencia de estas orientaciones, el galdosismo norteamericano ha participado
plenamente en la revisión del realismo que caracteriza la crítica contemporánea. Estos nuevos
lectores de sus viejos textos han espiado que Galdós, ese gran defensor de la observación
como fundamento del arte, pone en tela de juicio la fiabilidad de la observación como medida
de la realidad. En última instancia, los críticos, redefiniendo los parámetros del arte mimético,
se han fijado cada vez más en la vertiente fantástica, grotesca, irreal de la obra galdosiana. Esta
rama del galdosismo estadounidense, arraigada en la narratología moderna, está más dispuesta
a vislumbrar a un Galdós que se vale de la heteroglosia de la palabra, que construye un estilo
alejado de todo absolutismo y certeza en el orden humano y que emprende una campaña de
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desestabilización para acompañar su misión de documentación de la realidad social de su
tiempo.
El arte de Galdós ha sido tierra fértil para las investigaciones más variadas. Sus nexos con la
literatura popular y el folletín han despertado la curiosidad de varios críticos que han podido
demostrar terminantemente que Galdós absorbió e incorporó ese género en su propia narrativa
a pesar de su declarada campaña de contrarrestarlo. Las novelas de Galdós también han
entrado en el área del discurso feminista de años recientes, y Tristana es quizás la novela que
desde hace tiempo ha invitado la mayor cantidad de lecturas de esa índole. A partir de los años
90 los estudios de carácter feminista, o concentrados en Galdós o en la novela realista en
general, irrumpieron con notable resonancia en artículos y libros. Sin cerrar el debate sobre el
posible protofeminismo de Galdós, han ofrecido valiosas aportaciones a la apreciación de sus
obras —novelas y dramas— desde esta perspectiva. Otra rama de investigación que ha
adquirido dimensiones importantes es la presencia de Galdós en el cine, eso en vista de la
cantidad de sus textos que han dado pábulo a la imaginación de ilustres cineastas como Luis
Buñuel y José Luis Garci. Las últimas promociones críticas, muy influidas por el innovador
galdosismo británico, muestran una fuerte predilección por los llamados “estudios culturales”,
cuyos lentes, siempre atentos a la historia, enfocan una gama de materiales que prestan a la
literatura contextos de los más inesperados. Otros colegas nos han proporcionado bibliografías
imprescindibles, estudios de manuscritos, colecciones de prólogos y de artículos periodísticos,
una fascinante recopilación de los dibujos de Galdós y otras sabrosidades. Y al lado de las
aproximaciones innovadoras persistieron y persisten los estudios temáticos y de personajes, y
no se desvaneció la larga y sólida tradición de investigaciones históricas, sociológicas y
filológicas, ahora enriquecidas por el diálogo con los críticos que utilizaban un nuevo
vocabulario. Entre otros, Carlos Blanco, Peter Bly, Rodolfo Cardona y Geoffrey Ribbans han
esclarecido la inescapable presencia de la historia y su papel esencial en todas las novelas
de Galdós.
Los galdosistas norteamericanos han favorecido ciertos textos —más que nada Doña
Perfecta y algunas de las Novelas españolas contemporáneas canonizadas—, pero han
sometido el canon a un fuerte cuestionamiento y no hay aspecto de la producción de Galdós
que han dejado desatendido. Los Episodios nacionales han suscitado la devoción de varios
críticos norteamericanos, y gracias a ellos, hemos podido recuperar estas novelas como
verdaderas obras de arte que revelan todo el talento y todas las sutilezas narrativas del autor en
el complejo enredo entre ficción e historia. La amplia producción teatral y el reducido corpus
de narraciones breves también han encontrado a críticos entusiastas y lecturas novedosas.
Asimismo unas impresionantes traducciones al inglés han aparecido en años recientes, entre
ellas Fortunata y Jacinta, las novelas de Torquemada, El amigo Manso y Ángel Guerra. No
han revolucionado la fama de don Benito en el mundo de habla inglesa porque no las lanzaron
editoriales con los más fuertes medios de distribución, pero al menos ahí están, asequibles para
quien las busque.
Aparte de la oleada de publicaciones, hay que mencionar otras manifestaciones importantes
del galdosismo norteamericano. Desde el año 1965 se organizan todos los años durante el
congreso de diciembre de la Asociación de Lenguas Modernas dos coloquios galdosianos, a
los cuales acude un grupo muy fiel para entablar un diálogo siempre vivaz sobre diversa
materia. (De vez en cuando, algún que otro colega español ha sacrificado a su familia para
pasar las fiestas navideñas en la simpática compañía de estos congresistas.) Con elogiosos
motivos propagandísticos Rodolfo Cardona promovió en el 79 una sociedad que
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posteriormente se convirtió en la Asociación Internacional de Galdosistas, cuyo Boletín,
siempre interesante y útil, redacta ahora Alan Smith. Rodolfo Cardona, con su energía y visión,
también es el responsable del nacimiento en 1966 de los Anales Galdosianos. Esta revista, con
sus gruesos volúmenes anuales, tras su larga vida se ha granjeado la fama de ser una de las
voces más prestigiosas del galdosismo internacional. No tiene competencia como instrumento
informativo y unificador entre galdosistas, aunque al lado de este abanderado del galdosismo
existen en Norteamérica docenas de revistas académicas que dan acogida a la crítica
galdosiana, sea en inglés o en castellano, y Galdós es una presencia tenaz en los congresos
regionales que se montan en todas partes de los Estados Unidos y Canadá.
Mientras que durante bastantes años los norteamericanos dominaban el mundo de la crítica
galdosiana —a diferencia, por ejemplo, del clarinismo, más concentrado en España y Francia—
, hoy en día creo que existen condiciones más equilibradas entre Estados Unidos, la Península y
Canarias. Siguen persistiendo distintas orientaciones y prácticas críticas entre un continente y
el otro, pero hay más intercambio —por ejemplo, en ocasiones como los congresos de Las
Palmas—, más respeto por la labor del otro y más oportunidad de cruzar fronteras. Sólo hay
un fenómeno que me parece deplorable: es que mayormente por razones económicas no llegan
a España todas las revistas norteamericanas que contienen material galdosiano; y en algunos
casos por ignorancia de la lengua, no llega a todos los colegas españoles la enorme cantidad de
crítica escrita en inglés, lo cual produce huecos y duplicaciones innecesarias. Es un problema
que merece la consideración de la abigarrada familia galdosiana. Pero lo fundamental es que
don Benito —y junto con él, todos sus herederos culturales— puede estar orgulloso de la
atención que le estamos prestando, con pasión y pericia, a él y a su obra, en Norteamérica.
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