ANALES GALDOSIANOS: PRIMERA ETAPA
Rodolfo Cardona
Estoy seguro de que muchos de los aquí presentes me han oído hablar en otras ocasiones
sobre la creación de la revista dedicada a la obra de Galdós y a los novelistas de su generación
que bautizamos con el nombre de Anales Galdosianos. A ellos les pido perdón por la
repetición de algunos datos.
Como San Pablo camino a Damasco, yo también sufrí una conversión; no religiosa, en mi
caso, sino literaria. De mi época de pintor, en los años 40 había conservado mi gran afición por
las vanguardias y, sobre todo por el Surrealismo. Debo confesar aquí que fui pintor surrealista
y aun quedan algunas muestras de mis pinturas y dibujos de esos años para probarlo. Cuando
la necesidad de ganarme la vida me obligó a escoger una profesión más lucrativa, escogí
convertirme en profesor de lenguas y de literatura. Naturalmente, las más asequibles, dado mi
trasfondo hispánico y mi educación clásica, eran las lenguas romances. De modo que inicié
estudios en el Departamento de Lenguas Romances de la Universidad de Washington en
Seattle. Mi intención inicial fue la de continuar mi afición por las vanguardias y el surrealismo
francés y especializarme en la lengua francesa y escribir mi tesis doctoral sobre algún escritor
de vanguardia, preferentemente tirando hacia el surrealismo. Pero en los años 47 y 48,
precisamente en los que yo iniciaba mis estudios, aparecieron dos libros seminales: España en
su historia de don Américo Castro y The Allegorical Drama of Calderón de un, entonces,
poco conocido hispanista británico, A. A. Parker. Ambos libros me convencieron de que la
literatura española presentaba problemas de un enorme interés intelectual que valía la pena
conocer e investigar. Terminé obteniendo mi doctorado en lenguas romances pero con
especialización en la literatura española en vez de la francesa. Sí logré, sin embargo, mantener
mi afición por las literaturas de vanguardia y escribí mi tesis doctoral sobre la obra ingente de
Ramón Gómez de la Serna, la cual, con el tiempo, se convirtió en mi primer libro, publicado en
Nueva York en 1957.
Así las cosas, obtuve mi primer puesto académico en la Universidad de Western Reserve en
Cleveland, Ohio. En las cercanías de Clevaland existen varias instituciones de nivel
universitario de gran distinción, como es Oberlin College. En esa institución enseñaba el
profesor Paul Peter Rogers, gran aficionado a la obra de Galdós, padre de Douglass Rogers,
bien conocido por sus publicaciones sobre don Benito. Paul Rogers y yo nos hicimos muy
amigos y en nuestras interminables conversaciones literarias siempre salía a relucir la obra de
Galdós y, sobre todo, Fortunata y Jacinta. Por supuesto, yo había leído a Galdós durante mis
estudios para el doctorado, pero lo había leído con ojos de Cortázar (avant la lettrre). En
general, como interesado en la vanguardia, la novela realista me parecía pedestre e insulsa.
Paul Rogers, sin embargo, me indujo a releer la obra de Galdós. Como buen joven obediente
seguí su consejo. Esta vez la obra de Galdós me causó un impacto enorme. Me leí todo,
incluidos sus Episodios Nacionales, y entonces la conversión me cayó como un rayo de luz.
Poco después tuve una oferta de Chatham College en Pittsburgh y más tarde de la
Universidad de Pittsburgh donde empecé a enseñar literatura española en 1960. Continuaba yo
leyendo e investigando la obra de Galdós y la de los novelistas realistas europeos como Balzac,
VIII Congreso Galdosiano
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Dickens, Dostoyevsky, etc. Vi en los estantes de la Biblioteca que existían unos Annals
Balzaciennes y, con razón, me pregunté cómo era que no había unos Anales galdosianos
siendo Galdós, en mi opinión, tan importante como su maestro francés.
Por esa época había llegado a Pittsburgh un joven hispanista griego con una beca post
doctoral, Anthony Zahareas, con quien hablé del asunto. Su inmediato apoyo a mi idea de
crear una publicación dedicada a Galdós me animó a que tomara el asunto en serio y empezara
a recoger la opinión de galdosistas consagrados como Joaquín Casalduero, José Fernández
Montesinos, Stepeh Gilman, y algunos amigos cuyo criterio me parecía importante. El
consenso fue unánime. Con esa información fui a ver al Decano de Humanidades de la
Universidad, por suerte muy amigo, quien de inmediato me ofreció su apoyo logístico más una
suma que entonces era más de lo que sería hoy: mil dólares.
Con ese dinero pagamos los primeros dos números de Anales Galdosianos impresos en
Nueva York en la imprenta de la editorial de un amigo y mecenas italiano cuya librería, “Las
Américas” tenía también un negocio editorial. Con el apoyo de Gaetano Massa, con los mil
dólares de la Universidad de Pittsburgh y con la excelente contribución de artículos de figures
tan importantes como Joaquín Casalduero, Salvador de Madariaga, Sherman Eoff, John Varey,
Stephan Gilman, Gonzalo Sobejano, Robert Ricard, Inman Fox, Ciriaco M. Arroyo, Denah
Lida, Alexander A. Parker, Robert Russell, Otis Green, Walter T. Pattison, etc., etc., logramos
hacer los dos primeros volúmenes en los años 1966 y 1967 respectivamente.
Pero había dos problemas: uno es que los fondos que la Universidad de Pittsburgh me había
dado, estaban agotados. El otro, tal vez más importante, es que no valía la pena lanzar una
revista cuyas contribuciones venían de galdosistas consagrados y serían leídas por galdosistas
convencidos.
Para solucionar el segundo problema abrimos las páginas de la revista a jóvenes profesores
e incluso, a estudiantes de postrado quienes, en general, tenían dificultad en encontrar revistas
dispuestas a publicar sus artículos. Esta política de apertura dio resultados muy satisfactorios
ya que estimuló a los jóvenes a investigar y a escribir sobre la obra de Galdós y, además,
ensanchó el público lector de la revista. Yo creo que la gran contribución de la primera etapa
de los Anales Galdosianos fue la de dar cabida en sus páginas a una serie de investigadores
hasta entonces desconocidos, cuyos artículos aparecían codo con codo con los de los grandes
críticos consagrados.
Y termino con la solución que encontramos para el primero de los problemas, Los fondos
para pagar la publicación de volúmenes a partir del tercero.
Dio la casualidad de que el año 1967-68 fue mi primer año sabático, lo que me permitió
venir a España y, más concretamente, a Las Palmas de Gran Canaria, donde tuve la gran suerte
de conocer de inmediato a don Alfonso Armas Ayala, o la poderosa triple A. El fue quien
logró solucionar este grave problema convenciendo al Excelentísimo Cabildo Insular de esta
preciosa isla a que subvencionara la publicación de los Anales Galdosianos. Así, a
trompicones, ya que a veces costaba sacarle los cuartos al Cabildo, y con la ayuda intermitente
de las diversas universidades donde enseñé, logré sacar los primeros veinte tomos de la revista.
Para entonces ya estaba bien establecida, por lo menos en el reconocimiento de su importancia.
No debo dejar de mencionar que aquí en Las Palmas pude conocer también a don Manuel
Hernández Suárez, cuya labor en el ramo bibliográfico fue de enorme importancia para la
Anales Galdosianos: Primera etapa
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revista. También aquí, en la Casa Museo, conocí y coincidí con Josette Blancquat, galdosista
francesa, quien contribuyó importantes artículos y llevó la revista a su país y a sus colegas
franceses. En Madrid conocí también al profesor John Varey, quien, independientemente de mi
idea de dedicar una publicación a Galdós, había también ideado unos Galdós Studies pero que,
gentilmente, dejó paso para que los Anales Galdosianos pudieran seguir su curso, y solo sacó
dos tomos.
Un último problema quedaba por resolver. ¿Qué pasaría con los Anales si su fundador
faltara? Era preciso perpetuar la publicación. En la reunión que tuvo lugar en Venecia de la
Asociación Internacional de Hispanistas pedí una sesión para ver si se podía fundar una
Asociación Internacional de Galdosistas. La propuesta tuvo éxito y, como corolario, propuse
que los Anales Galdosianos se convirtieran en el órgano de la Asociación, lo cual aseguraba la
perpetuación de la revista. Ambas cosas salieron bien y entonces, después de editar 20
volúmenes me pareció importante que otro director tomara la batuta y así pasó ésta a las
expertas manos del Profesor John Kronik a quien paso la palabra para que continué hablando
de los avatares de esta publicación.