GALDÓS Y EL LECTOR CANÓNICO DE LAS

HISTORIAS LITERARIAS

Leonardo Romero Tobar

A partir del siglo XVII, la constitución de la Historia de la Literatura fue una actividad

intelectual que devolvió los textos literarios la Historia, es decir, que los emancipó del orden

universal acogido al “Eterno Templo del Gusto” para situarlos en los distintos episodios de

lecturas que han fijado durante años las formas de organización temporal de los textos —es

decir, su periodización— y para establecer también los modernos cánones de autores

“imitables”. En esta segunda dirección no se le oculta a ningún observador que han sido y son

muchas las instancias que intervienen en el proceso canonizador, desde las reacciones de la

crítica inmediata hasta la reelaboración posterior de unos textos por otros en aplicación del

movimiento que Harold Bloom ha denominado la “ansiedad de la influencia”.

En el curso de la canonización de autores una institución que ha representado un papel

capital ha sido la institución escolar con sus secuelas de “libros de texto”, “antologías”,

“exámenes” y “ejercicios escolares”, recursos didácticos en los que sirve de pauta la

organización jerárquica y cronológica que proviene de las “Historias de la Literatura”. Desde

luego, muchos programas y manuales escolares —del campo español, que podría ampliarse a

las otras lenguas de cultura— se han titulado “Historia de la Literatura Española” o “Antología

de textos literarios”. El papel de escuela, en último término, como mecanismo consolidador de

las ideologías dominantes está fuera de toda discusión del mismo modo que, en un plano

inmediato, tampoco se pone en cuestión su función subsidiaria en el desarrollo de la industria

editorial.

Reparemos en un caso concreto; para la divulgación de Galdós en Francia mucho influyeron

sus traductores y críticos literarios, pero no menos importancia tuvo también el sistema

escolar. Recuérdese, a vía de ejemplo, cómo Morel-Fatio y Ernest Mérimée, al disponer en la

Francia de 1901 los ejercicios para la “agregation d´espagnol”, propusieron entre otros textos,

la novela Gloria de Benito Pérez Galdós (Etienvre, 1976; 128); de manera que una disposición

administrativa proyectó la difusión del novelista canario entre los futuros profesores de

español. Y si de principios del siglo XX saltamos a sus finales, la comunidad científica del

hispanismo no ha formulado ningún reparo, hasta el momento, al lugar que ocupa Pérez

Galdós en un volumen de Historia de la Literatura Española que yo he coordinado (Romero

Tobar, 1998) y en el que se le dedican 128 páginas de un total de 500 centradas en la prosa

narrativa de la segunda mitad del siglo XIX. El capítulo se titula “Plenitud del relato realista” y

lo desarrollan tres conocidos expertos en nuestro autor (Yolanda Arencibia, Peter Bly, Ignacio

Javier López) cuyo planteamiento responde al estado de conocimientos y de opinión

galdosianos vigentes en los años de cierre del siglo XX.

Pero llegar a esta situación, en la que Galdós es el nombre que compendia la aportación

española al gran fenómeno literario que fue el “realismo” de las literaturas occidentales en el

siglo XIX, no ha sido un camino fácil. Por una parte es preciso tener en cuenta el trabajo de las

editoriales que han editado y reeditado, a veces contra viento y marea, obras del autor canario;

Galdós y el lector canónico de las historias literarias

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por otra, deben ser recordados los creadores que han tomado su figura o alguna de sus

ficciones como materia específica para sus nuevas invenciones artísticas, algo evidente para

novelistas y directores de cine, pero que también se manifiesta en la escritura poética (Romero

Tobar, 2005); y, en último término, y abreviando otras circunstancias, hoy podemos

reconstruir con bastante precisión lo que ha sido la trayectoria de recepción crítica del

novelista tanto en España como fuera del país (Anthony Percival).

Entretejida con estos procesos merece la pena advertir cómo la persona y la obra de Galdós

han ido siendo “canonizados” también en las Historias de la Literatura, tanto en las de carácter

básico que han fijado esquemas interpretativos como en las meramente repetitivas que traducen

a las anteriores para el comercio escolar. En lo que sigue sólo me referiré a unas cuantas

Historias generales y muy representativas de las tendencias que ha experimentado la

Historiografía del hispanismo en el curso del siglo pasado (Romero Tobar, 1986) ; no me

detendré, por tanto, en los manuales elementales ni en las Historias “sectoriales” que

consideran parcelas determinadas de la escritura literaria: la evolución de la moderna narrativa

o del relato breve, la diacronía de los géneros literarios (el teatro o el periodismo, formas

ambas en las que Galdós también tuvo una actividad relevante) o la perspectiva geográfica

localizada como son los panoramas dedicados a la creación literaria en las islas Canarias.

Historias literarias del primer tercio del siglo XX

Desde los primeros años setenta del XIX, viajeros, críticos e hispanistas fueron sentando las

bases de la crítica galdosianas que posteriormente sintetizarían las Historias literarias, cuya

lenta forma de fabricación, por otra parte, explica el retraso con el que se incorpora Galdós a

sus páginas.1 La primera que conozco en la que se le dedica un estudio completo es la dedicada

a la Literatura española del siglo XIX por el agustino Blanco García (1891), a la que siguió la

publicada en Londres por James Fitzmaurice-Kelly (1898), obras clave ambas que fueron

seguidas por manuales estimables —de Mérimée, de Salcedo Ruiz...— hasta llegar a otra

voluminosa de Cejador Frauca (1915-1922) que encontró su abreviación afortunado en un

manual universitario —el de Hurtado y González Palencia (1921)— con vigencia en las aulas

universitarias españoles hasta bien entrado el siglo XX.

Estas Historias respondían, claro está, al modelo de repertorio bio-bibliográfico heredado

de los catálogos de varones ilustres del Siglo de Oro; de modo y manera que la “Vida” y la

“Obra” del escritor suelen disponer el tratamiento del asunto. Las virtudes didácticas del

esquema “Vida-Obra” se suelen ampliar a la clasificación de géneros a los que se pueden

reducir las obras de cada autor, y, dentro de cada uno de los géneros se dibuja una tipología

temática o estilística. A tal disposición corresponde una valoración de síntesis mecánica que, en

muchas Historias, se limitaba a repetir las cristalizaciones más divulgadas por la crítica.

Así en las Historias antes citadas, podemos encontrar estimaciones de partida sobre la

capacidad de trabajo y la fecundidad creativa de Galdós que ponderan el número de textos que

escribió y su relación con Balzac, Dickens y Tolstoi.2 Al hilo de los debates críticos, se discute

si Galdós es un buen novelista histórico3 y, por modo fundamental, el crédito que merecen sus

“novelas de tesis”. Se avanzan dudas sobre su interés para lectores no españoles (“he is

perhaps too Spanish to endure translation”; Fitzmaurice-Kelly, 1898, 391) y, desde el punto de

vista de la ideología y la calidad narrativa, se le compara con José María de Pereda (“the

prejudiced Tory has educated his public; the Liberal reformer has been educated by his

contemporaries”; Fitzmaurice-Kelly, 1898, 390) y, más lejanamente, con “Fernán Caballero”,

VIII Congreso Galdosiano

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para situarlo en una coyuntura intermedia entre los novelistas de más edad (Valera, Alarcón,

Pereda) y los que empezarían a escribir un poco más tarde que él (“Clarín”, Emilia Pardo

Bazán, Palacio Valdés, Blasco Ibáñez…) (Hurtado-González Palencia, 1925, 1016-1020).

Con todo, el punto que más se discute en las Historias del primer tercio del siglo XX es el

de la proyección ideológica de Pérez Galdós sobre la sociedad española de su tiempo; por

ejemplo, Hurtado y González Palencia repiten el aserto de Antonio Maura para quien las

novelas de Galdós recreaban “la historia íntima de los españoles que vivieron durante la

centuria decimonona” (1926, 1020). Nadie le niega el papel de escritor “nacional” pero sí se

censuran las tesis que explicitaba en las novelas de la llamada “primera época”. Blanco García,

por ejemplo, juzga que Doña Perfecta, Gloria y La familia de León Roch constituyen una

“trinidad esencialmente una más que por la filiación artística, por el deplorable espíritu y las

abominables aspiraciones que representan (y) dieron la vuelta a España en alas de la celebridad,

hija del escándalo, despertando, no las conciencias dormidas, como dicen ciegos y sistemáticos

admiradores, sino los fatales gérmenes esparcidos en hora menguante por el soplo de las

revoluciones” (1891, 501). Valoraciones análogas podemos leer en las obras de autores muy

vinculados a las instituciones tradicionales, como Cejador (1918, 422).

El vector ideológico que venía subrayando la raíz nacional del realismo español, después de

matizar en algunos casos el genuino “españolismo” de los escritores costumbristas,4 halló en la

obra narrativa del autor canario el mejor argumento a favor de la continuidad de la tendencia

estética asentada en la novela del XIX por obra de los grandes novelistas del siglo. Esta doxa

había sido un aserto reiterado de la crítica contemporánea al escritor y Galdós terminó por

servir el modelo que fue aceptado con entusiasmo por los hispanistas del momento. Por

ejemplo, Boris de Tannenberg podía escribir a finales del XIX: “Le roman réaliste, plus

d´accord sans doute avec le génie espagnol, compte toute une pléiade d´écrivains, parmi

lesquels deux maîtres, Pereda et Galdós” (1898, 331). Ángel del Río, en fecha tan avanzada

como 1948, afirmaba que Galdós, entre los novelistas españoles de su tiempo “fue el primero

en asimilar la lección de Balzac y de Dickens, al par que supo dar sentido nuevo al retorno

hacia el antiguo realismo español, apropiándose lo sustancial y rehuyando la trampa de la

imitación externa, cuyo resultado fue en muchos casos un falso casticismo arcaizante” (1963,

II, 197).5

El debate español sobre el “naturalismo” alcanzó también a la interpretación literaria de la

narrativa galdosiana que, al ofrecerse como el más feliz avatar del “realismo” del Sigo de Oro,

podía oponerse con eficacia a las aberraciones d ela nueva escuela impulsada por Zola. En este

sentido escribía Blanco García sobre las “novelas contemporáneas” que preceden a Fortunata

y Jacinta: “Cuanto más se avanza en la lectura de la colección, más de cerca se tocan las

hediondeces del naturalismo, y el propósito de convertirla en archivo de crisis nerviosas y

vicios patológicos, en crónica de una sociedad anémica y corrompida, sombrío panorama de

dolencias morales y galería de bestias humanas, en las que o sobra o se ocultad del todo la

existencia del espíritu” (1891, 507-508).

Prolongando esta estimación, una fórmula esquemática que se repetirá en las Historias y

manuales del primer tercio del siglo es la determinación del grado de “realismo” y de

“naturalismo” que impregna la obra galdosiana. “Naturalismo” no es una modalidad de

discurso narrativo sino un marbete rechazable.6 Cuando los autores de estos libros aplauden los

aciertos galdosianos señalan, claro está, al que denominan “realismo de buena ley; cuando

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censuran cargan las tintas contra la aplicación de lo que ellos entienden por “naturalismo”.

Cejador sintetiza con exactitud esta trama de valoraciones estéticas e ideológicas:

(Galdós) hizo obra personal, grave y austera, independiente y varonil, realista a la

manera de Cervantes, nacional por asuntos e intentos de sanear las doctrinas sociales

y literarias. Artista macho, sobresaliente por la fuerza y empuje, menospreció todo

linaje de pequeñeces técnicas, de escuelas y de modas, logrando enhebrar la recia,

realista y nacional novela de Cervantes con su misma serenidad objetiva, su misma

intención crítico-social, su misma observación menuda de las gentes populares y de

sus costumbres y lenguaje. Llegó en todo ello hasta donde su talento le permitió; si de

ninguna manera cabe aparearle con el príncipe de nuestros ingenios, en los resultados

le siguió de cerca cuanto a los móviles y medios, y logró ser, después de Pereda, el

primer novelista español de su siglo (1918, 421).

Y como testimonio de la extensión que alcanzó la visión nacionalista de la obra galdosiana

merece la pena tener en cuenta el juicio de Juan J. Remos, “catedrático por oposición de

Gramática y Literatura Castellanas de Segunda Enseñanza de la Habana”, en su manual de

Historia de la Literatura Castellana: “La labor que preferentemente ha llamado la atención a

Galdós durante su fructífera vida es la novela, en la que se ofrece como el más nacional de los

artistas españoles que han cultivado este género” (1919 137).

Con énfasis atenuado son abordados en las Historias del primer tercio del XX otros aspectos

críticos relativos a nuestro escritor; aspectos que abordan el “el estilo” de su modo de escribir

—cuestión que se inserta como tercer pie en la tripleta “Vida”/“Obra”/”Estilo”—, la exacta

observación que verificó de los ambientes sociales de Madrid, su trabajo teatral —el teatro de

Galdós es trasunto dramático de su novelística” señalaba Cejador, 426— e, incluso, su veta

fantástica —“Galdós combines realism with fantasy”, observaba Fitzmaurice-Kelly—,

desestimando la dimensión simbólica que tan potente se manifiesta en las novelas de sus

últimos años: “Esta manera de simbolizar ha ido aplicándola cada vez más Galdós a sus últimas

obras; pero repito que nada añade a su valer estético, antes a veces lo amengua, amenguando

su realismo. Los lectores españoles, realistas de raza, convienen con ello, dando menor aprecio

a las últimas novelas simbólicas de Galdós” (Cejador, 432).

Nuevos moldes historiográficos

La consolidación de las escuelas filológicas en España y su apertura a las corrientes

científicas internacionales junto con la experiencia de las experiencias estéticas vanguardistas se

proyectaron también en los planteamientos de la historiografía literaria que, de las fijaciones

ideológicas habituales en las Historias del primer tercio del XX, pasaron a las recuperaciones

de continentes ignorados de la literatura española y a nuevas estimaciones críticas más

concordes con las tendencias de la investigación especializada. Galdós es un observatorio

privilegiado para confirmar estas transformaciones.

En 1937 el joven catedrático Ángel Valbuena Prat hacía pública la primera edición de su

varias veces reeditada y amplia Historia de la Literatura española. Esta obra, que ha sido

considerada como la “Historia literaria de la generación del 27” no supone singulares visiones

vanguardistas en lo que se refiere al novelista canario; solamente en su edición póstuma (la

revisada por Prieto y Palomo) se pueden leer algunas asociaciones personales entre las novelas

de Galdós y la creación experimental.7 Interesan especialmente —en el capítulo titulado

VIII Congreso Galdosiano

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“Galdós y el final del siglo XIX”— los apuntes que formula el autor sobre los Episodios en su

posible relación con el 98 y las consideraciones sobre el dramatismo de la novela galdosiana.

En lo que se refiere al primer aspecto Valbuena contrapone —en el año 1937 era un recurso

inevitable la asociación— la novela histórica de Baroja y la del autor canario para conducir su

comentario hacia el papel del pueblo anónimo en la reciente Historia española y a la función

técnicamente adivinadora que es Zumalacárregui, “uno de los mejores aciertos del novelista

nacional —tercera serie—, la identificación del héroe Fago con el héroe del episodio, el

problema de lo vivo y lo imaginado, tiene bastante de pre-unamunesco” (1937, 755).

Otro profesor universitario, Ángel del Río, contribuyó desde los Estados Unidos a una

valiosa actualización de la disciplina, no sólo porque incorporaba en su panorama de dos

volúmenes las más sugestivas aportaciones de la investigación y la crítica recientes sino, por

modo fundamental, por el ágil entendimiento que manifiesta de lo que fueron las grandes

corrientes literarias en el siglo XIX. Del Río sitúa entre el “post-romanticismo y (el) realismo”

la masa de creación literaria que se produjo entre 1850 y 1898. Esta demarcación cronológica

sigue pagando tributo al año mitificado —el 98— en los estudios de moderna literatura

española y a una noción discutible como la de “post-romanticismo”.

A pesar de estas imprecisiones de periodización, Ángel del Río distingue con penetración

algo que la crítica había venido tergiversando: el romanticismo epitelial de emociones fuertes y

la visión del mundo que supuso un radical cambio de paradigma estético en el cruce de los

siglos XVIII y XIX. Escribe del Río: “Galdós, a diferencia de los otros novelistas, no sufrió en

sus años formativos la influencia directa del romanticismo, lo cual explica, por un lado, su falta

de tradicionalismo, su objetividad frente al pasado y frente a lo local, y por otro, que su arte,

salvo en algunas novelas de la primera serie de los Episodios y en algunas páginas de

Marianela esté libre casi por entero de sentimentalismo romántico, no de otros elementos del

romanticismo que pasan a formar parte integrante del espíritu posterior: arte, filosofía, vida”

(1963, 198).

No se refiere del Río al que ha sido un tópico del galdosismo de la segunda parte del siglo

XX, el llamado “estilo de la vejez”, pero sí alude a que “lo que se nota hacia el final es un cierto

cansancio, el del anciano que ha realizado una obra ingente”, al creador de genio capaz de

reproducir por medio de la palabra la realidad total de una época” y a su papel en la evolución

del teatro moderno puesto que el suyo “significó un paso definitivo hacia la modernización del

diálogo y las situaciones”. La valoración sintética, en fin, que formula del Río constituye todo

un programa hermenéutico, aún vigente, sobre la obra de Galdós:

Su evolución podría definirse en términos generales diciendo que va de lo histórico y

social a lo individual; de problemas generales, abstractos, a los problemas particulares

del individuo y del alma humana; del realismo —que trata de revelar lo interno por la

descripción minuciosa, detallada, de lo externo, de la vestidura a que alude en sus

palabras citadas— al análisis psicológico que penetra en el interior de la conciencia de

sus personajes; de la materia al espíritu; y de un concepto positivista de la vida que

busca la verdad en los datos recogidos por la pura observación social del presente a

un espiritualismo religioso que ve en el presente y en la realidad simples

manifestaciones temporales de los valores eternos que dan sentido a la vida humana:

amor, justicia, hermandad entre los hombres (1963, 200).

Galdós y el lector canónico de las historias literarias

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Historias literarias de varios autores e Historias de escritores

Desde mediados del siglo XX se ha ido imponiendo la modalidad de las Historias literarias

escritas por varios autores cuya coherencia interior está en plena dependencia de la autonomía

científica que la empresa editorial ha concedido al director de la obra colectiva (ver Romero

Tobar, 1999). Fue la primera obra de estas obras la dirigida por Guillermo Díaz-Plaja que

encargó a un conocido estudiosos español de la novela decimonónica las páginas específicas

dedicadas a don Benito. El buen conocedor de la novela decimonónica Baquero Goyanes no

escribó una monografía extensa pero sí trazó unas páginas comprensivas sobre lo que

significan la descripción y los personajes de la obra galdosiana;8 estas páginas de 1958 son un

muy correcto resumen del estado en que en aquel momento estaba situada la novelística de

Galdós a los ojos de la crítica y en el que Baquero avanza breves consideraciones relativas a la

modernidad de experimentos narrativos del autor canario como es la narración dialogada en

Realidad, que el estudioso conecta con Extraño interludio de Eugene O´Neill.

Un panorama menos ponderado que el escrito por Baquero Goyanes es que el que ofrecen

Díez-Echarri y Roca Franquesa en su obra de 1960, ya que entran en debates marginales

—“si (Galdós) no ha alcanzado mayor renombre, débese principalmente a que entre nosotros

se suele separar mal al hombre del escritor; y también a la crítica de la llamada generación del

98”, p. 1063 a)— y, prácticamente, se reducen a exponer la evolución novelesca del autor

según un esquema que clasifica las novelas en naturalistas, psicológicas, dramáticas e idealistas.

Una Historia de varios autores que presenta una férrea línea de interpretación sistemática es

la de Blanco y Aguinaga, Pérez de la Dehesa y Zavala (1978), obra en la que tanto “Clarín”

como Galdós son estudiados en un capítulo de título tan clarificador como el de “El realismo

crítico”. Al hilo de las discusiones biográficas que han valorado los compromisos políticos del

escritor canario y en relación con la visión de la sociedad española que presentan sus novelas,

leemos en esta Historia social que “la vida de Galdós, obviamente, es un proceso de

concienciación política y social que se refleja en su obra literaria. De un radicalismo burgués

inicial que podría representar Doña Perfecta (1876), pasa a ser el escritor que desde la

burguesía piensa y trabaja contra ella, con mucha mayor consistencia que su amigo Clarín”

(Blanco y otros, 1978, 159).

En un polo opuesto por el vértice a esta visión de contenidos políticos-sociales, otra obra de

autoría colectiva y en la que se acentúa la integración intertextual de la literatura española en

las literaturas europeas —la publicada originalmente en italiano por Franco Meregalli—,

subraya el papel central de Galdós en la conformación del realismo

(sus novelas “representan la cumbre del realismo español”, Kronik, 997) al mismo

tiempo que destaca su constante experimentación en los procedimientos narrativos y

en la propia noción de realidad (999).

Antes de concluir creo muy pertinente evocar un tipo singular de Historias literarias que

son las escritas por espectadores extranjeros de la vida española y las de creadores literarios

que, en algún momento de su trayectoria, han pergeñado su visión diacrónica de la literatura

que cultivan. El asunto tiene específico interés en el terreno de la teoría literaria y bien merece

una atención específica que aquí no le puedo prestar, si bien algo he dicho sobre los

historiadores no hispanos que a su vez eran escritores (Romero Tobar, 2003).

VIII Congreso Galdosiano

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Una pasión singular por la especificidad de lo español sintió el británico Gerald Brenan

desde el momento en el que se interesó por la poesía sanjuanista y el universo del Sur

peninsular. Su libro The Literature of the Spanish People (1951), traducido y editado en dos

ocasiones al español, concede un relieve singular al significado histórico de la novelística

galdosiana: “Sólo el extraño desdén que el resto de Europa ha sentido por la literatura

española del siglo XIX y, según debe añadirse, los estrechos criterios estéticos de algunos

críticos e intelectuales españoles han impedido que se conceda a Galdós el lugar que le

corresponde entre los grandes novelistas europeos” (1984, 394-395). Una breve sinopsis

biográfica perfila la personalidad del escritor cuya obra es analizada con admiración

personalizada. A vía de ejemplo, recuérdese que Brenan estima La Desheredada como “la más

lozana y lírica de las novelas de Galdós” sin dejar de atender, por ello, a las novelas históricas y

las contemporáneas.

Gonzalo Torrente Ballester es el autor del prólogo que precede a la edición castellana del

libro de Brenan del año 1984. Él mismo había resumido su visión del novelista en un panorama

de literatura contemporánea en el que se detiene especialmente en consideraciones técnicas que

dibujan un diálogo de novelista a novelista. Recuerda que el autor canario “lo poco que

escribió sobre el arte de novelar es, sin embargo, claro y como sus ideas coinciden con sus

realizaciones, se puede asegurar que también Galdós sabía lo que quería y podía hacerlo” (54)

y que

“su técnica varía según que la novela crezca en función de un hecho (social o

histórico), de una idea o de varios personajes” (55). Torrente Ballester se detiene,

pues, en el tratamiento galdosiano de personajes, conflictos y diálogos para concluir

que “los defectos de Galdós son los comunes a los grandes novelistas de la época

realista, a aquellos que por exuberancia o por necesidad no fueron capaces de

imponerse una disciplina estrecha, de someter su excelente material novelesco a las

exigencias últimas del arte, sólo porque concedían al material observado como tal un

valor suficiente” (57).

Quedan sin aludir otros muchos libros y autores de Historias literarias; en cualquier caso,

el repaso exhaustivo de todos los libros de estas características permitirá fijar con precisión

cuáles han supuesto un avance epistemológico y cuáles se han limitado a resumir lo ya

conocido. Aquí, como he señalado más arriba, me he limitado a señalar direcciones y

tendencias en la lectura de Galdós que hicieron unos cuantos autores de Historias de la

literatura. Lo que aquí he recordado puede servir para confirmar lo que fue el proceso de

constitución del “realismo español” del siglo XIX y, desde luego, para dejar aclaradas algunas

lecturas privilegiadas y muy influyentes de las novelas de Galdós como son las lecturas

canonizadas en los libros de Historia.

Galdós y el lector canónico de las historias literarias

875

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877

NOTAS

1 Un aspecto que habrá que estudiar con detenimiento es el de las variaciones que experimentan las Historias

literarias a tenor del proceso cronológico que modifica las noticias sobre autores y obras, las

circunstancias públicas que se dieron en la vida pública española —guerra civil y postguerra

subsiguiente—, y los cambios en estimativa artística que experimentaron las corrientes literarias

(gongorismo, romanticismo, vanguardias, etc.). Por ejemplo, En 1913, Fitzmaurice-Kelly escribía en el

“prefacio” de la traducción castellana de su obra: “Desde la publicación del texto inglés de mi Historia, se

ha renovado casi por completo el personal de los literatos españoles. Apunto con tristeza la pérdida de

algunos escritores ilustres que me honraron con su amistad. Campoamor, Valera, Núñez de Arce, Pereda

y Menéndez y Pelayo han muerto. Los señores Benavente, Darío, Marquina, Ricardo León, Valle-Inclán,

Baroja, Villaespesa, Sandoval, Trigo, Linares Rivas, Martínez Sierra y algunos otros, que sólo

representaban promesas en 1898, o que en aquella época eran desconocidos como literatos, gozan ahora

de reputación y entran por derecho propio en el nuevo cuadro” (p. 10).

2 “Aunque inglés por temperamento, no se confunde con Dickens y Thackeray, de los que le dividen muchos

rasgos de carácter personal, y, sobre todo, el abismo naturalista. La sociedad que le lee no es escrupulosa

como la británica, ni le impone la obligación de instruir y moralizar” (Blanco García, 1891, 512)

3 Frente a la opinión de Fitzmaurice-Kelly sobre las dos primeras series de los Episodios —“he has

composewd the modern national epic in the form of novels” (1898, 390)— léase la de Blanco García: “La

lectura de una obra tan imperfecta sólo alcanzará a satisfacer el gusto de los que en ella busquen un

entretenimiento, bueno o malo, sin detenerse en la consecuencia de los caracteres y en otras cualidades

que no sean el interés burdo de la intriga y el vertiginoso espejismo engendrado por la sucesión y variedad

de las decoraciones” (1891, 501).

4 “En un tiempo en el que el naturalismo hacia riza en Francia, llegando su oleaje turbulento a España en

forma de traducciones y folletines que inundaban cafés y tertulias, alzóse solitario, desde su retiro, con la

gravedad de un encumbrado peñasco en medio del mar, y sin estrepitosos programas, sin aspavientos, ni

de maestro ni de reformador, continuó la obra de Fernán Caballero, Alarcón, Trueba y Pereda, la obra de

la novela realista; pero con un empuje más viril, con miras más anchas, sin ceñirse a una región, sino

abarcando la sociedad española toda entera” (Cejador, 1918, 1).

5 Sobre las habituales analogías entre el novelista español y los contemporáneos europeos prevenía Boris de

Tannenberg en estos términos: “Mais des compariasons de ce genre, forcément inexactes, ne sont utiles

qu´à condition de ne pas pousser trop loin” (1900, 345).

6 Suelen señalar comentaristas e historiadores el punto de evolución novelesca que supone La Desheredada

pero no es habitual leer juicios como este tan ponderado de Tanneneberg: “La Déshéritée, publiée en

1881, sous l´influence évidente du naturalisme français, marque l´évolution définitive de Galdós vers le

roman strictement réaliste. Il s´applique dès lors à la notation précise et minutieuse des moeurs de son

temps. Une partie du public s´alarme de le voir changer sa formule et négliger l´intrigue romanesque.

Certains critiques l´avertissent qu´il fait fausse route. Sans perdre son temps à discuter des théories, il

poursuit obstinément sa tâche, et son art devient de jour en jour plus vigoureux et plus savant (…). Un

vaste roman en quatre volumes, Fortunata et Jacinta, reste jusqu´ici son plus grand effort, et je crois bien

qu´il s´imposera un jour comme une des ouevres maîtresses du roman contemporain; rarement romancier

sut donner à un tel degré l´illusion même de la vie” (Tannenberg, 1900, 344-345).

7 A propósito de La Sombra , al apuntar Valbuena un posible influjo calderoniano, escribe que “este mismo

influjo lo advirtió en mi novela un agudo crítico canario, Agustín de Espinosa, en la revista de aquella

época La Rosa de los Vientos” (1983, 55) y, comentando Nazarín, señala que el clérigo galdosiano “es un

hombre de carne y hueso, alguno de cuyos rasgos puede causar aún la caricatura —me hace pensar en mi

Dominico de 2+4, que por cierto escribí antes de leer la novela de Galdós” (1983, 69).

8 “Galdós es el más importante nombre en la novela española, y no sólo en relación con el siglo XIX. El paso

del tiempo —que ha servido para hundir en el olvido o, por lo menos, avejentar tantas obras literarias—

en el caso de Galdós no ha hecho más que robustecer y afirmar su gran importancia como novelista”

(Baquero Goyanes, 1958, 100)