LAS DOS LUNAS DE MIEL ―GOTICAS‖ DE FORTUNATA Y JACINTA
Linda M. Willem
En su libro Victorian Honeymoons: Journeys to the Conjugal [Lunas de miel victorianas: viajes a lo conyugal], Helena Michie examina el concepto ideal de la luna de miel en el siglo XIX como una etapa de transición entre el pasado y el futuro, por medio de la cual los novios experimentan una reorientación (personal y espacial) y adquieren nuevas formas de conocimiento (conceptual y carnal) que servirán como la piedra angular de su matrimonio. Según Michie, la novela inglesa de la época victoriana refleja la dificultad de realizar este concepto ideal, representando pocas lunas de miel exitosas y muchas fracasadas. Entre éstas, Michie identifica el subgénero llamado honeymoon gothic que se caracteriza por la presencia de un secreto —normalmente asociado con el dinero o con el sexo— que se revela durante de la luna de miel y que perjudica definitivamente el matrimonio (Michie: 2006, 152). Mi estudio colocará las dos lunas de miel presentes en la obra maestra de Galdós dentro de esta tradición literaria decimonónica.
Michie cita los dos tipos más comunes de viajes de novios durante el siglo XIX. El primero tenía sus orígenes en el siglo anterior cuando solamente la aristocracia tenía los recursos para viajes de ocio, y los novios solían viajar a la casa solariega del marido para pasar los primeros meses de su vida de casados. El otro tipo —que consistía en el turismo a sitios interesantes dentro de Europa— empezó al principio del siglo XIX como una práctica nueva de la aristocracia y de la alta burguesía, y a lo largo del siglo se extendió a los niveles inferiores de la clase media gracias, en gran parte, a las giras de Europa organizadas por Thomas Cook and Company.1 Los dos tipos tenían la misma meta: proveer un contexto dentro del cual los novios pudieran estar alone together [solos el uno y la otra] para reorientarse fuera de las influencias de su vida diaria (Michie: 2006, 60).
La luna de miel de Jacinta y Juanito ocurre en el quinto capítulo de la primera parte de la novela, titulado ―Viaje de novios‖. Por medio de la voz indirecta de Baldomero, el primer párrafo afirma la costumbre de que los novios se alejaron físicamente de su familia ―acabadita de recibir la bendición‖, y nota que tal costumbre ya no pertenecía sólo a las clases acomodadas, sino también a las más humildes, ejemplificada por el ―viajecito a París‖ de Periquillo Redono, el vendedor de corbatas. También dentro del mismo párrafo Jacinta y Juanito efectuaron su salida de Madrid y llegada a Burgos, mientras que Jacinta anticipaba su noche de bodas y el ―apasionado atrevimiento‖ de Juanito con ―un cierto miedo, que a veces era terror‖. Es decir, el principio del capítulo corresponde al principio de la vida matrimonial de la pareja, subrayando no sólo la reorientación espacial de los novios, sino también la adquisición de conocimiento (sexual en este caso por parte de Jacinta) que ambas deben ocurrir durante de su luna de miel.
Según Michie, un viaje de novios es en un viaje psicológico durante del cual el novio y la novia dejan de identificarse con su familia y con sus amigos, y empiezan a considerarse una pareja independiente de los otros. Esta reorientación supone un cambio personal por parte de los dos que reemplaza las relaciones familiares y homosociales con la relación conyugal.2 Es decir, dejan de identificarse principalmente como amigos o hijos y llegan a identificarse más que nada como marido y mujer. Por lo que respecta a eso, hay que tener en cuenta que la reorientación de Juanito fue la meta original de Barbarita a proponerle el casamiento con Jacinta. Asemejando los ―amores un tanto libertinos‖ de Juanito a ―un sarampión‖ en el
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capítulo significantemente titulado ―Perdición y salvamento del Delfín‖, Barbarita consideraba el matrimonio como manera de evitar otra enfermedad moral contagiada por Villalonga o los otros amigos de su hijo. Por su parte, Juanito ―no parecía muy dispuesto a la resistencia‖, y dándose cuenta de ―cuánto le daña el obrar y pensar por cuenta propia‖, aceptó la decisión de su madre.
Por consiguiente, no nos sorprende que Juanito, al coger una borrachera en Sevilla, se refiera a su papel de marido como si fuera una obligación: ―Ése es mi deber, y sabré cumplirlo, sí, señor. Porque yo soy esclavo del deber‖. Al continuar repitiendo que ―él era esclavo de su deber, y que lo primero de todo es la familia‖, Juanito nos reveló el peso que sentía por el deber que fue impuesto sobre él. Además, el tiempo futuro del verbo —sabré cumplirlo— indica que Juanito reconocía la necesidad de reorientarse, pero su egoísmo no le permitió realizar esta reorientación. La confesión de la totalidad del secreto sobre su relación con Fortunata habría podido ser el principio de una reorientación abierta hacia su vida conyugal con Jacinta, si el día siguiente Juanito no se hubiera retractado de toda la culpa que se había echado a sí mismo la noche anterior. Las sofisterías de Juanito nulificaron toda la sinceridad de su arrepentimiento sobre su maltrato de Fortunata, y toda la sinceridad de su petición de perdón a Jacinta. Juanito no había cambiado. Al fin de la luna de miel Juanito era la misma persona que había sido al principio.
Sin poder efectuar una reorientación conyugal, Juanito siguió su orientación prematrimonial de pasar el tiempo con amigos y amantes al regresar a Madrid. A pesar de las varias ―restauraciones‖ conyugales que Juanito experimentaba a lo largo de sus años casados, él nunca llegó a realizar una verdadera reorientación porque no llegó a identificar su matrimonio con Jacinta como la fuente principal de su identidad social y emocional. Cada restauración sólo era un
período sedante que seguía infaliblemente a sus desvaríos. En realidad no era aquello virtud, sino cansancio del pecado; no era el sentimiento puro y regular del orden, sino el hastío de la revolución. Verificábase en él lo que D. Baldomero había dicho del país; que padecía fiebres alternativas de libertad y de paz... [P]udo creer Jacinta que la vuelta a los deberes conyugales sería definitiva; pero se equivocó, porque el Delfín, que tenía en el cuerpo el demonio malo de la variedad, cansábase de ser bueno y fiel (parte 3, capítulo 2, sección 2).
Es decir, Juanito nunca se dedicó a establecer una nueva orientación personal y duradera basada en su relación con Jacinta. Juanito había aceptado su ―deber‖ de casarse, pero jamás aceptó la responsabilidad de reorientarse a la vida conyugal.
Al contrario, la reorientación conyugal de Jacinta empezó inmediatamente. Como parte de su iniciación sexual durante la noche de bodas, se le enseñaron varias ―expresiones cariñosas y de íntima confianza de amor que hasta entones no había pronunciado nunca‖. Es decir, el primer conocimiento que aprendió de su esposo no sólo fue carnal, sino lingüístico también. Este vocabulario nuevo, a su vez, la ayudó al próximo día a averiguar la información sobre el pasado amoroso de Juanito. Además de hacer ―la primera pregunta llamando a su marido nene (como le había enseñado)‖ Jacinta insistió en que Juanito sí le contestara, utilizando la pronunciación infantil ―Chi‖ como fue instruida la noche anterior. De esta manera, Jacinta aplicó lo que Juanito le había enseñado para aprender lo que ella misma quería saber. Efectivamente ―ella quería leer de cabo a rabo ciertas paginitas de la vida de su esposo antes de casarse. ¡Como que estas historias ayudan bastante a la educación matrimonial! Sabiéndolas de memoria, las mujeres viven más avisadas, y a poquito que los maridos se deslicen... ¡tras!, ya están cogidos‖.
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Esta ―educación matrimonial‖ de Jacinta transcurrió en una serie de moments of partial discovery [momentos de descubrimiento parcial] (Michie: 2006, 191), y estos descubrimientos siguieron el patrón típico de la novela decimonónica de ser asociados con los sitios geográficos visitados por los novios. En cada ciudad de su viaje de novios Jacinta aprendió algo del secreto que ni ella ni Barbarita sabían antes. En Burgos se enteró de unos detalles de la vida familiar de Fortunata y de cómo Juanito la conoció. Aún más importante, al oír la expresión de cariño ―nena‖ pronunciada por Juanito cuando se refirió a Fortunata, Jacinta se dio cuenta de haber ―heredado la aplicación de la palabreja, que ya le disgustaba por ser como desecho de una pasión anterior, un vestido o alhaja ensuciados por el uso‖. En la segunda ciudad del viaje, Zaragoza, Jacinta adivinó en la ―sonrisilla de hombre de mundo‖ de su marido que él le había dado la palabra de casamiento a Fortunata, y que el nidito de amor que usaron en la Concepción Jerónima pertenecía a José Izquierdo, el tío de Fortunata. Tanto en Burgos como en Zaragoza, Jacinta también adquirió información sobre los varios sitios turísticos que visitaba con Juanito. Según Michie, el itinerario del viaje de novios decimonónico debía proveer una experiencia pedagógica para la novia, cuyo conocimiento del mundo solía ser menos amplio que el de su marido (Michie, 2006, 85). Sin embargo, las maravillas de las catedrales de Burgos y de Zaragoza le importaban menos a Jacinta que el secreto paulatinamente revelado por Juanito durante sus ratos libres.
Sin embargo, en Barcelona el valor pedagógico del viaje saltó al primer plano. Jacinta estaba tan distraída por lo que veía en las fábricas y talleres que durante tres días se olvidó completamente de la historia del pasado amoroso de Juanito. Gracias a ―aquella excursión por el campo instructivo de la industria‖ Jacinta pensó por primera vez en los orígenes de los objetos de su vida diaria: que la lana viene de ovejas, el algodón y los tintes de plantas, las cerillas de huesos, etc. Aún más significante, por primera vez ―su claro juicio sabía mirar cara a cara los problemas sociales‖. Sintió una profunda lástima para las muchachas en la fábrica, cuyo trabajo aburrido y su falta de educación les convertían en máquinas humanas. Por ver las pésimas condiciones en las fábricas, Jacinta adquirió un contexto dentro del cual podía situar las acciones de mujeres de la clase baja que ―se dejan seducir‖ ―en cuanto se les presenta un pillo cualquiera‖. Sin esta experiencia educativa, Jacinta no hubiera desarrollado suficientemente su consciencia social para compadecer al fin del capítulo con Fortunata como víctima seducida y abandonada por Juanito.
La meta pedagógica del viaje continuó en el tren entre Barcelona y Valencia, dónde el paisaje le inspiró a Juanito a hablarle a Jacinta sobre la historia universal, citando ―Prócida y las Vísperas Sicilianas, D. Jaime de Aragón, Roger de Flor y el Imperio de Oriente, el duque de Osuna y Nápoles, Venecia y el marqués de Bedmar, Massanielo, los Borgias, Lepanto, D. Juan de Austria, las galeras y los piratas, Cervantes y los padres de la Merced‖. Jacinta, que ―no tenía ninguna especie de erudición‖ estaba ―entretenida‖ al escuchar los comentarios de su marido. De esta manera, el viaje de novios de Jacinta y Juanito siguió el patrón de la luna de miel ideal anotada por Michie, durante de la cual el marido debía servir de guía para reorientar la perspectiva individual e ignorante de su esposa hacia una conjugal gaze [mirada conyugal] unificada e informada que los dos podían compartir (Michie: 2006, xviii y 83). Pero Michie también señala la dificultad que tenían las esposas decimonónicas en alinear su punto de vista con el de su marido dado la falta de enseñanza formal que recibieron. Efectivamente, los nombres y eventos que Juanito asoció con los sitios que los dos veían por la ventana del tren no le tenían ningún sentido a Jacinta. Por eso, ella puso lo que veía dentro de un marco que podía entender, preguntándose si la gente de la costa estaba feliz por vivir en un paraíso terrestre o si era tan desgraciada como la gente del centro del país. Otra vez, su consciencia social recién desarrollada surgía en su observación que ―el pobre, tan pobre es en Grecia como en Getafe‖. Es decir, mientras que Juanito se alardeaba de su enseñanza formal y de la información sobre los grandes eventos históricos que había leído en libros, Jacinta se
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enfocaba en la vida diaria de los seres humanos actuales ―que nunca han tenido que ver con el Gran Turco ni con la capitana de don Juan de Austria‖. Su interés en lo común y corriente también se refleja en la pregunta que ―Jacinta, deseosa de instruirse‖, le hizo a Juanito sobre cuál era el árbol de las chufas. Es significante que Juanito no supo contestarla. Después de hablar tanto sobre eventos históricos que Jacinta no entendía, Juanito no pudo darle la información que ella quería saber sobre las chufas de la famosa horchata que iban a beber en Valencia. La dificultad de establecer una conjugal gaze unificada entre dos personas de distintos niveles de enseñanza formal está ejemplificada en el contraste entre lo que Juanito intentó enseñarle y lo que Jacinta quería aprender. Pero si no le importaban nada a Jacinta los nombres de seres ilustres de la historia universal, sí le interesaba mucho saber el nombre del amante de la historia personal de Juanito, y al llegar a Valencia, por fin consiguió saberlo. En una escena dentro de la intimidad de su alcoba, con ―las cabezas sobre las almohadas‖, Juanito pronunció los primeros sílabos y Jacinta el último. El nombre de Fortunata otorgó una identidad explícita en la presencia implícita que había acompañado a los novios durante todo su viaje.3 Efectivamente, Jacinta y Juanito nunca estaban alone together porque Fortunata estaba presente en cada momento de descubrimiento parcial del secreto, y su presencia se manifestaría con una fuerza inesperada en la próxima ciudad que iban a visitar.
Valencia debía de ser la última ciudad del viaje, y si Juanito no hubiera decidido añadir una visita a Sevilla, Jacinta habría vuelto a Madrid con sólo una comprensión parcial del secreto. Pero el exceso de vino bebido por Juanito una noche en el barrio de Triana, y el ambiente de la clase baja del bodegón donde lo bebió, contribuyeron a los pensamientos y remordimientos que le surgieron a Juanito cuando los novios regresaron a su cuarto del hotel, resultando en una confesión de los detalles más sucios de su secreto: su abandono mentiroso de Fortunata, el embarazo de ella, y su violenta lucha con Izquierdo.4 Así, de golpe, Juanito contestó a la pregunta que Jacinta no se había atrevido a hacerle en Barcelona sobre la posibilidad de que él había engendrado un hijo natural, y el día siguiente Juanito confirmó que Fortunata había dado a luz antes de marcharse de Madrid. Jacinta finalmente poseía el conocimiento integral del secreto que había intentado destapar desde el primer día de su viaje de novios, y a pesar de la compasión que se sentía para Fortunata, Jacinta permitió que su amor para Juanito dominara su razón, dejándose ―alucinar por las dotes seductoras de su marido‖. Ella creía las excusas de Juan ―por fe, que es sentimiento, más que por convicción‖, y en los siguientes años esta fe sería puesta a prueba. Al fin de su luna de miel Jacinta había estado dispuesta a continuar el proceso de reorientación conyugal al regresar a Madrid, pero sin un esfuerzo recíproco por parte de Juanito, su matrimonio no sobreviviría bajo el peso de este secreto y de los otros que lo seguirían en el futuro.
En el capítulo de la primera parte de Fortunata y Jacinta dedicado al viaje de novios de Juanito y Jacinta, Galdós nos presenta una luna de miel ―gótica‖ semejante a las que se encuentran dentro de las novelas inglesas de la época. Incluye un secreto sexual sobre el pasado de Juanito, usa el viaje de novios para desarrollar nuevas formas de conocimiento para Jacinta, y muestra las dificultades que sufrieron Juanito y Jacinta al intentar reorientarse a su nueva identidad conyugal. Es decir, con la luna de miel de Jacinta y Juanito, Galdós sigue las convenciones de la tradición inglesa. Al contrario, con la luna de miel de Fortunata y Maxi, Galdós subvierte esta tradición, guardando lo esencial de la luna de miel ―gótica‖ —la falta de una reorientación conyugal y la revelación de un secreto— mientras que juega con las otras convenciones, poniendo todo el proceso al revés.
En el séptimo capítulo de la segunda parte de la novela, titulado ―La boda y la luna de miel‖ no hay un viaje de novios. A pesar de tener suficientes recursos económicos, Maxi y Fortunata no hicieron una modesta gira turística, ni siquiera fueron a la ―casa solariega‖ en Molina de Aragón que Maxi había heredado de su tía materna, Doña Melitona. Después del banquete de boda en la casa de Lupe, los recién casados fueron directamente a su casa
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matrimonial para pasar la noche de bodas, pero esto no representaba una separación física de la familia porque la distancia entre los dos domicilios era tan corta que Lupe los acompañó y se quedó hasta las diez de la noche, regresando el próximo día y los siguientes, entrando y saliendo como si estuviera en su propia casa. También fue Lupe, en vez de Maxi, quien se encargó del nuevo conocimiento social de Fortunata, intentando ―enseñarle todo: modales, lenguaje, conducta‖. En cuanto al otro tipo de conocimiento —lo carnal— Fortunata ya tenía bastante experiencia sexual, y Maxi no tenía la capacidad física de consumar el matrimonio. Durante todo el capítulo Fortunata y Maxi nunca estaban alone together, no sólo a causa de las visitas diarias de Lupe, sino por la presencia de Patricia también. Sirviendo primero como conspiradora con Juanito en la seducción de Fortunata, y entonces como cómplice con Fortunata en el engaño de Maxi, Patricia impidió la reorientación conyugal de Fortunata con Maxi y reestableció la orientación de Fortunata con Juanito. Desde el primer momento en que Fortunata estaba alone together con Juanito, ella dejó de identificarse dentro de su matrimonio legal con Maxi, y empezó a identificarse dentro de su ―matrimonio‖ natural con Juanito, su ―marido‖ verdadero.
Este trastorno de unas convenciones literarias de la luna de miel decimonónica muestra el espíritu renovador de Galdós y su capacidad de reelaborar los elementos de una tradición sin partir de ella. La insólita luna de miel de Fortunata y Maxi contrasta con la más típica de Jacinta y Juanito sólo en el tratamiento de los detalles. Las dos son iguales en el sentido de que fracasaron en la meta principal de establecer una nueva identidad conyugal para los novios. También las son iguales en el sentido de que caben dentro del sub-genero de la luna de miel ―gótica‖ por contener un secreto. En el caso de Jacinta y Juanito, Galdós sigue la convención de revelar el secreto dentro del contexto de los lugares visitados durante el viaje de novios. En el caso de Fortunata y Maxi, a cambio, Galdós juega con la otra convención de situar la luna de miel dentro del entorno de una casa vieja que oculta un antiguo secreto. Según Michie, este tipo de marco escénico permite la introducción de unos elementos terroríficos que se asocian con lo gótico (Michie, 2006: 151 y 171). La casa en que Fortunata y Maxi pasaron su luna de miel sí tenía un secreto, pero no era una vieja casa con un secreto del pasado, sino una nueva casa con un secreto del presente, y Galdós usó el punto de vista de Fortunata para comunicar el ambiente gótico que existía, no en la realidad, sino en su imaginación.
Desde la revelación del secreto a Fortunata por Mauricia, hasta la seducción de aquélla por Juanito, experimentamos con Fortunata el terror gótico que se sentía. El día antes de la boda, Mauricia le parecía a Fortunata ―un hermoso y tentador demonio‖ con una ―infernal risa‖ mientras que hablaba sobre el plan secreto de Juanito. El día siguiente, al entrar en la iglesia para la ceremonia, Fortunata ―sintió horrible miedo. Figurábase que su enemigo estaba escondido tras un pilar. Si sentía pasos, creìa que eran los de él‖. Al salir de la iglesia ―volvió a sentirse acometida del miedo‖, y sus preocupaciones se reflejaban en el pensamiento indirecto libre: ―¡Si por acaso el enemigo se le aparecía! Porque Mauricia le había dicho que rondaba, que rondaba, que rondaba... ― Después del banquete de bodas, ―[l]e corrió una exhalación fría por todo el cuerpo‖ de Fortunata cuando ella creía ver a Juanito en la calle, y dentro de su casa matrimonial, Fortunata estaba
rodeada de un silencio alevoso y de una quietud traidora. Dio varias vueltas por la casa, sin apartar el pensamiento y las miradas de los tabiques que separaban su cuarto del inmediato, y los tales tabiques se le antojaron transparentes, como delgadas gasas, que permitían ver todo lo que de la otra parte pasaba. Andando de puntillas por los pasillos y por la sala, percibió rumor de voces. Si aplicara el oído a la pared, oiría quizás claramente; pero no se atrevió a aplicarlo. Por la ventana del comedor que daba a un patio medianero, veíase otra ventana igual con visillos en los cristales.
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Allí lucía una lámpara con pantalla verde, y alrededor de ella pasaban bultos, sombras, borrosas imágenes de personas, cuyas caras no se podían distinguir.
Más tarde Fortunata sintió un ―presentimiento de un cercano peligro‖ al oír a Cirila llamar a la puerta, y después de la salida de ésta, Fortunata ―creyó sentir ruido en la puerta. Parecía como si cautelosamente probaran llaves desde fuera para abrirla. Fue allá muerta de miedo, y al acercarse cesó el ruido‖. Fortunata corrió el cerrojo
pero creía ver, cual si la puerta fuera de cristal, a la persona que tras ésta, a su parecer, estaba... Le conocía, ¡cosa más rara!, en la manera de empujar, en la manera de rasguñar la fechadura en la manera de probar una llave que no servía.
Impulsada por ―los ojos de gato‖ de Patricia, Fortunata vacilaba en abrir la puerta, poniendo la mano en el cerrojo y entonces retirándola, hasta que por fin se quedó paralizada por oír la voz de Juanito diciéndole por la rejilla ―Nena, nena …, ahora sì que no me escapas‖. Aunque Fortunata no abrió la puerta, al dormirse ―le armó en el cerebro un penoso tumulto de cerrojos que se descorrían, de puertas que se franqueaban, de tabiques transparentes y de hombres que se colaban en su casa filtrándose por las paredes‖. Dos días más tarde, mientras que Fortunata regresaba a su casa después de dar un paseo, imaginaba inquietamente que los pasos y las sombras en la calle pertenecían a Juanito. Cuando Patricia abrió la puerta sonriendo ―con infernal malicia‖, Fortunata se volvió ―pálida como si se hubiera quedado sin sangre‖ al sospechar que Juanito estaba en su propia casa. Ella abrió lentamente la puerta de la sala, más, más, y más hasta que lo vio, y ―[l]e pasó un no sé qué por delante de los ojos, algo como un velo que baja o un velo que sube‖. El hombre tras el velo ya no era su enemigo, y el miedo que sentía ahora se convirtió en ―una alegría insensata‖. Con este cambio emocional, el punto de vista de Fortunata deja de comunicarnos un ambiente de terror y suspenso. Con el triunfo del plan secreto de Juanito, la luna de miel ―gótica‖ de Fortunata y Maxi ha llegado a su fin.
Como indica el título, la obra maestra de Galdós cuenta ―dos historias de casadas‖, cada historia con su propia luna de miel, su propio secreto oculto, y su propia pareja que no logra reorientar su identidad dentro del marco de su vida conyugal. El principio del matrimonio de Jacinta y Juanito difiere en gran parte de el de Fortunata y Maxi, pero los dos incorporan elementos fundamentales de la luna de miel ―gótica‖ que forma parte de la tradición literaria inglesa. Las dos maneras distintas que Galdós usa para tratar de esta tradición dentro de las páginas de su gran novela española del siglo XIX muestran su genio de respetar y transformar a la vez las convenciones literarias de su época.
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BIBLIOGRAFÍA
BLY, Peter: ―Galdós as Traveller and Travel Writer,‖ Tenth Galdós Lecture, Sheffield, The Pérez Galdós Editions Project, 2007, http://www.gep.group.shef.ac.uk/bly.htm.
MICHIE, Helena: Victorian Honeymoons: Journeys to the Conjugal, Cambridge, Cambridge Univ. Press, 2006.
RAPHAEL, Suzanne: ―Un extraño viaje de novios‖, Anales Galdosianos 3, 1968, pp. 35-49.
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NOTAS
1 En las memorias sobre sus viajes Galdós expresa gran admiración para dos empresas que habían facilitado el turismo decimonónico: Thomas Cook por poner el viaje turístico al alcance del bolsillo de la gente menos acomodada, y Baedeker por publicar guías muy útiles (Bly, 2007).
2 Esta reorientación consiste en ―fusing two people with limited experience of the opposite sex, who often deeply identified with their families of origin and with communities of same-sex friends, into a conjugal unit that was to become their primary source of social and emotional identification‖ (Michie: 2006, 2).
3 Según Suzanne Raphaël, ―de modo indirecto‖ Fortunata se había convertido ―en la protagonista esencial del capítulo‖ (Raphaël: 1968, 35).
4 Raphaël nota que dentro de esta confesión ―sólo el lector podrá descifrar lo que aquí Galdós, una vez más, dejó subentendido. Si Jacinta cae en la cuenta de que su marido ha querido de verdad a Fortunata, no acaba de entender en cambio que la ha querido, y la sigue queriendo, más que a su propia mujer‖ (Raphaël: 1968, 38).