DETENTE PASAJERO, ¿POR QUÉ VAS TAN DEPRISA?: IMÁGENES DEL TURISMO MODERNO EN LAS MEMORIAS GALDOSIANAS

Maria Rosell

UN CUADERNO DE BITÁCORA

En los últimos años de la década de los ochenta, Benito Pérez Galdós manifiesta una especial motivación hacia las experiencias turísticas en el extranjero: de esta época son algunos de los viajes más interesantes de su biografía, relatados detalladamente en diferentes materiales, para satisfacción del lector actual. Solo, o acompañado en algún momento de Emilia Pardo Bazán, o del incondicional amigo y compañero de travesías José Alcalá Galiano, entre otros, Galdós intensifica sus visitas a diferentes lugares de la geografía española y europea; relacionadas con ellas aparecen los relatos sobre viajes recopilados en 1906 en Memoranda, junto a un corpus heterogéneo de textos, y también las particulares ―desmemorias‖ sobre viajes de Memorias de un desmemoriado, dictadas diez años después por un Galdós casi ciego; éstas recogerán, en cierta medida —a través de la revista madrileña La Esfera— las crónicas que habían aparecido en forma epistolar en el prestigioso periódico, dirigido por E. Dávila, La Prensa de Buenos Aires, apareciendo desde el 17 de enero de 1884 hasta el 29 de abril de 1894. Diez años de colaboración directa con un medio de comunicación con el que mantuvo frecuentes y fructíferas relaciones en un principio —ya que se habían pactado crónicas quincenales muy bien pagadas— aunque en los últimos años se fueran espaciando cada vez más y la elegancia de sus dirigentes permitiera al escritor, reconociéndose así su prestigio, seguir siendo remunerado por un trabajo hacia el que mostraba un paulatino cansancio o desinterés. Esto es lo que se desprende de los estudios sobre la correspondencia argentina del profesor Shoemaker en su espléndido trabajo Las cartas desconocidas de Galdós en La Prensa de Buenos Aires, así como de investigaciones biográficas como la de Pedro Ortiz-Armengol, Vida de Galdós.

Al compás del gran proyecto novelìstico que supuso la ―segunda o tercera época‖ inaugurada con La desheredada en 1881, prolongado hasta finales de los noventa con Misericordia, Galdós proyecta grandes viajes a lo largo de Europa, que le obligan a abandonar por unas semanas la redacción de escritos literarios para iniciar las travesías e, inmediatamente, trasladar a sus lectores argentinos las vivencias por países como Italia, Gran Bretaña, Francia, Alemania, Holanda, Dinamarca o Portugal. Las cartas bonaerenses ―Al Señor Director‖ fueron posteriormente aprovechadas por el conocido periodista argentino instalado en Madrid Alberto Ghiraldo para completar entre 1923 y 1933 los tomos I, VII y IX de sus supuestas Obras Inéditas, y a día de hoy constituyen un espacio privilegiado para recrear la intensa actividad turística de aquellos años. Estos escritos, diseminados en diferentes obras y reelaborados según los intereses del autor en cada momento, van configurando una imagen más amplia del novelista, mudado en ellas bien de corresponsal, bien de autor de unas propias memorias donde se establecen habituales referencias a lo escrito en años anteriores. Se observa, en definitiva, una intertextualidad recurrente en la obra galdosiana, ahora referida a la crónica de las experiencias como turista moderno, preparado y documentado, además de transmisor didáctico de los encantos de la vieja Europa. En el caso de las cartas al diario porteño, la alusión a las peripecias europeas le obligaba a disculparse con sus lectores cuando abandona la estricta crónica de temas peninsulares y se enreda en

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cuestiones de ámbito internacional. Un caso destacable es el vinculado al Congreso Literario celebrado en Madrid en los primeros días de octubre de 1887; Galdós, de viaje con Alcalá Galiano, se excusará ante sus lectores de ―no haber podido dar a La Prensa noticias detalladas de las reuniones del Congreso y de las fiestas fraternales con que fue celebrada la visita de nuestros colegas extranjeros‖ , pero añade que ―nada pierde La Prensa con que yo no me haya ocupado de este acontecimiento, pues Julio Simón lo hará mejor‖ (carta del 3 de diciembre de 1887, Shoemaker: 284).

Otra aparecida el una semana después, también insiste en excusarse por eludir los sucesos de actualidad española:

Por si los lectores llevan a mal que abandone por tanto tiempo los asuntos de España, que son primera obligación y materia preferente de mis trabajos de corresponsal, abrevio la permanencia en Liverpool, población que conocen todos los americanos que han venido a Europa en vapores ingleses (Shoemaker: 291).

A pesar de la captatio benevolentiae, Galdós no escatima en estos casos en detalles sobre los aspectos más llamativos de la sociedad inglesa, de su fisonomía o de su carácter tan diferente del de las culturas mediterráneas donde se ―estimula la vagancia, fomenta la emigración y produce la poesía, el arte, la vida aventurera y este desorden placentero que constituye nuestra felicidad‖. En cambio, ―Inglaterra ha dado al mundo el parlamentarismo, el librecambio, el sport, etc., (…) Lo inglés fructifica de un modo entre aquella raza laboriosa, metódica y frìa, bajo aquel cielo plomizo y aquel ingrato y desapacible suelo‖ (carta a La Prensa del 3 de diciembre de 1887, en Shoemaker: 286).

También Galdós se refiere en todo momento a la actividad comercial y profesional de esas geografías, así como a temas recurrentes en las crónicas de esta época relacionados con las comodidades de las infraestructuras y el alojamiento en el extranjero: ―proverbial es el confort de las casas inglesas, y buena prueba de ello es que todos los países del mundo, siempre que se quiere elogiar la comodidad de un mueble, de un objeto doméstico, de un adminículo cualquiera, se dice que es inglés.‖ (idem: 287). La faceta de turista cultural atento a las particularidades de cada lugar se retrata en este tipo de observaciones sobre el desarrollo tecnológico y la mejora de servicios ofrecidos a los visitantes en las capitales británicas, como se explicita en múltiples pasajes de entre los que puede destacar el referido a la visita en forma de ―peregrinación‖ poética a Stratford-upon-Avon en septiembre de 1889, que quedó plasmada en un escrito titulado ―Viaje a la casa de Shakespeare‖, incluido en la Memoranda de 1906 y aparecido fragmentariamente en La Prensa. En él se encarga de detallar los pormenores de su llegada ajetreada a la cuidad, conducido por su Bradshaw o Guía de Ferrocarriles que no simplificaba, sin embargo, la difícil tarea de orientarse en un país con ―superabundancia de comunicaciones‖ (Galdós, 1990: 1196). Al lector dedica una explicación sobre la manera de llegar a la patria de Shakespeare (seguramente provisto de una guía Baedeker de Inglaterra), y, claro está, de los preámbulos al momento culminante del encuentro con la cuna y sepultura del dramaturgo.

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Entre tanto, el cronista Galdós informa detalladamente de la oferta hotelera de la ciudad, así como de su elección final: la posada, perteneciente al ―género patriarcal‖, llamada Love‘s Labours Lost. Este lugar amplifica inmediatamente los ecos literarios del huésped que ve en ella una de aquellas ―cómodas hosterìas que describe Dickens en sus incomparables novelas‖; por lo que respecta al viajero que allí pasa la noche, ―se ve acosado por la turba de ilustres fantasmas. Se los encuentra en la alcoba, en el comedor y hasta en el cuarto de baño‖. Se refiere aquì, evidentemente, a la decoración ambientada en escenas dramáticas del insigne ciudadano de Stratford (Memoranda, 1990: 1198-1199), dato significativo del interés de Galdós por la gestión turística de los bienes patrimoniales, no siempre acorde con las leyes de la elegancia y la honradez, y muchas veces rayana en el sensacionalismo, la poca rigurosidad e incluso la falsedad en la reconstrucción poco verídica de algunos lugares; diez años después de su visión por Galdós, la tumba de Julieta aparece anunciada en la guía Baedeker de Italia Septentrional como una construcción medieval que en realidad, apunta la guía, fue construida en 1899, (Baedeker, Italie Septentrional: 257); por otra parte, la casa de los Capuleto, que se anuncia en ella yendo de la Via Capello a la Piazza Erbe, es descrita detenidamente en el relato galdosiano de Verona (1990: 1397-1400), donde se enfatiza la curiosidad producida al contemplar cómo los habitantes actuales viven en los mismos hogares supuestamente shakespearianos. La urna o, mejor dicho, el sarcófago de mármol con el que se encuentra Galdós en Verona, le parece una tina de baño de las contemporáneas, y no duda de su inautenticidad, aunque esto es lo de menos (idem: 1400):

A pesar de que el tal sepulcro tiene todas las trazas de ser enteramente extraño a la persona de la infortunada hija de Capuletti, nada contiene Verona tan interesante como aquel lugar, de suyo vulgarísimo, mas trocado en lugar poético por el pensamiento y la intención de los que van a visitarlo.

Como si se tratara de la tumba de una estrella del rock o de un mito del cine a la que los admiradores acuden actualmente en peregrinación, el sepulcro de Julieta se encontraba vacío de restos humanos, pero lleno hasta los bordes de las tarjetas con el pico doblado de los visitantes, a lo que, sin duda, el turista de hoy en día está muy acostumbrado. Numerosos son los detalles sobre este aspecto en las Memorias y las cartas a La Prensa, destacando algunas sobre el papel desempeñado por los fondistas y cicerones que trabajan a costa de las operaciones de merchandising alrededor de la figura de Shakespeare. Un momento particularmente explicativo de esto lo dedica Galdós a relatar su visión, al lado de ―Pepe‖ (Alcalá Galiano) de las maravillas de Copenhague en el verano de 1887, donde era inevitable que:

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lo imaginario se sobreponga a lo real. ¿Quién puede contenerse dentro de la realidad hallándose frente a la inmensa figura de Hamlet? (…) Los cicerones, que abundan en toda la localidad nutrida de recuerdos históricos o de curiosidades sorprendentes, nos llevaron a contemplar lo que, a juicio de ellos, era la gran atracción de cuantos forasteros llegaban a la tierra danesa (1990: 1441).

La atracción no era, ni más ni menos, que la tumba apócrifa de Ofelia, de quienes los guías hablaban con tanta familiaridad como si la hubieran conocido, y ante la cual los visitantes experimentan el síndrome de Stendhal y quedan maravillados. El poder de la sugestión, unido al buen hacer de los trabajadores que se dedican a mostrar al turista los encantos que esperan encontrar en el castillo de Elsinore, para satisfacer las expectativas creadas con las guías de mano, inducen a la pareja a desobedecer las leyes de toda lógica y a presenciar la aparición entre tinieblas del fantasma de Hamlet: ―El espantoso espectro del Rey con cetro y celada pasó gravemente ante nosotros sin mirarnos. De improviso sonó el canto del gallo: al oírlo, el espectro desapareció, y nosotros volvimos a la desabrida realidad‖. (idem). A esto se refiere también en una carta a La Prensa fechada el 20 de noviembre de 1887 (Shoemaker: 280-281), donde se explica la imperiosa necesidad de acudir a la terraza del castillo ―en la cual coloca Shakespeare la primera escena de Hamlet‖. El universo ficticio del arte y la literatura induce a reflexionar continuamente a Galdós sobre su preeminencia sobre el mundo de la cotidianeidad: ―Algún escéptico dirá: Romeo y Julieta no existieron. Son creaciones de la fantasìa de Shakespeare.‖ Pues, aun asì, están tan vivos estos seres en la mente de la Humanidad cual si realmente hubieran existido. (…) El poder de la idealización poética es tal, que sus creaciones tienen tanta fuerza como los seres efectivos‖ (1990: 1379). Al marketing que rodea a la industria turística basada en el dramaturgo inglés, no se refiere, sin embargo, siempre en términos positivos: no es de recibo, para Galdós, cómo se gestiona ―el pequeño lago en que según la tradición se ahogó Ofelia, [que] parécese ya una explotación demasiado burda de la candidez de los viajeros‖ (Shoemaker: 281).

En cambio, nada resulta más sugerente para la pareja de viajeros formada por Galdós y Alcalá Galiano que su paseo por las callejuelas y canalettos venecianos en la estancia italiana de 1888, de la que cuenta a su público bonaerense que:

lo real y lo ficticio, que en cierto todo es real también (…) toman cuerpo y vida ante nuestros ojos. ―Dónde estaría la casa de Brabancio el padre de Desdémona? ¿Dónde vivirìa el taimado y cruel Shylock?‖ A cada instante preguntamos a aquellas venerables piedras, a las mansas aguas, a las elegantes torres por los seres cuyo nombre va unido al nombre de Venecia (Shoemaker: 333).

Las alusiones al universo de lo fabulesco son inseparables de la realidad a la que se enfrenta el viajero Galdós, que cree encontrar en los pasajeros que se hospedan en la citada posada de Stratford, a las mismas criaturas de su estimado Dickens —a quien tanto conocía como lector y traductor—, fallecido casi veinte años atrás. Justo en el último viaje de 1889 a Londres, dentro de la abadía de Westmister, observa encantado en feliz reunión a muchos ilustres, convocados para la posteridad en El rincón de los poetas (Poets Corner), donde se hallaban los nombres de Haendel, Chaucer, Spencer o Milton, entre otros. Allí encuentra y contempla, ―con cierto arrobamiento mìstico‖, la tumba del querido novelista inglés ―Carlos Dickens‖ (Memorias de un desmemoriado, 1990: 1468). La negociación entre los hechos pertenecientes a la realidad, estricta materia documental para sus memorias, y los surgidos de la fantasía del novelista y lector Galdós, es costosa —como lo será en sus admiradores Luis Cernuda y Max Aub. Así se desprende, una vez más, del testimonio sobre el hotel en el que se hospeda cuando visita la casa de Shakespeare:

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En el comedor del hotel encuentro tipos de los que Dickens nos ha hecho familiares. La raza inglesa es poco sensible a las modificaciones externas impuestas por la civilización. En algunos he creído encontrar aquella casta de filántropos inmortalizada por el gran novelista, y les he mirado las piernas esperando ver en ellas las famosas polainas de Mr. Pickwick (Idem).

La clara visión inmovilista en sus manifestaciones de la nación inglesa que se desprende de las observaciones sobre el país en los textos galdosianos respondía a un tópico epocal en el que los viajeros europeos iban formando su horizonte de expectativas ante la planificación de las largas travesías. Así queda claramente reflejado en algunas guías de bolsillo frecuentadas por Galdós, como las publicadas por la familia Baedeker, que en sus ediciones no inglesas prevenìan al turista extranjero sobre las ―particularidades y costumbres‖ británicas; esto es lo que ocurre en los primeros libros franceses, de los que se puede consultar un extracto aparecido en la edición de 1894 (Baedeker: XXIV, la traducción es mía):

Aunque están lejos de ser enemigos del progreso, los ingleses han conservado, debido a su aislamiento como insulares, más costumbres particulares que los otros pueblos. La superioridad que han adquirido, por la misma razón, sobre el mar ha influido también en su carácter y se puede decir que no hacen nada como los otros y que pretenden hacerlo todo mejor. Es bueno, por lo tanto, conformarse con sus costumbres si se quiere tener su estima, pero al menos ellos saben excusar al extranjero que no lo hace.

Quedan claras aquí las advertencias con las que podría haberse encontrado Galdós en sus correrías, siempre que no llevase consigo, eso sí, una edición inglesa como las dedicadas a London and his environs, que, todavía años después al viaje de Galdós, se edita incluyendo un interesante apartado titulado ―General Hints‖; en esta parte de la guía, se alude a informaciones de utilidad al estilo de qué hora es la preferible para hacer invitaciones, cómo era mejor enviar cartas de presentación —por correo postal o en persona— o se advierte sobre la obligatoriedad varonil de quitarse el sombrero en ascensores, exclusivamente ante la presencia femenina. Igualmente, estos variopintos datos se aportan en el resto de ediciones del momento que podría haber manejado Galdós, como la francesa, en la que se señala también, entre otras, la costumbre británica de no hacer ningún gesto con el sombrero a no ser que la presencia de una mujer exigiera quitárselo.

Este y otros materiales como son los múltiples planos, memorias literarias sobre viajes, y guías variadas encontradas en la biblioteca canaria (De la Nuez, 1990), permiten aproximarse a la experiencia del escritor frente a la visión de los monumentos ingleses e italianos vinculados a la tradición literaria occidental; se trata, especialmente, de la tradición ligada a la vida y obra de Shakespeare, que podía estudiarse tanto en su casa-museo natal de Stratford-upon-Avon, como en algunas capitales italianas. Del contraste entre las vivencias y su fabulación literaria o periodística se desprende la opinión del canario sobre el turismo internacional de finales del siglo XIX. Para ello, se puede contar con los escritos citados hasta aquí como fuente principal de testimonio de algunos viajes realizados entre 1888 y 1889 a las regiones italianas y a las británicas respectivamente, amenizadas por la compañía del entonces cónsul de España en Newcastle, desde 1883 hasta 1890, José Alcalá Galiano; éste había sido el motor de los viajes del canario, a quien consideraba el Galdós Inglés, Walter Scott. A él le dedica una carta a La Prensa del día 20 de noviembre de 1887 (Shoemaker: 276-277) en la que informa de la identidad de su fiel acompañante durante los viajes de aquellos años. Le presenta, en su obertura al relato de la travesìa escandinava, como ―poeta eminentìsimo‖ alejado del mundo de las letras a causa de sus labores diplomáticas, además de un compañero

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de viaje ideal debido a su cultura y entendimiento y de su conversación encantadora, que puede practicar en diferentes idiomas. En definitiva, Alcalá Galiano será el perfecto cómplice en las correrías europeas por las que se aventurará la pareja, tan compenetrada en el gusto por un turismo cultural especialmente sensible al trasfondo literario de los lugares.

En este aspecto se deben tener en cuenta los textos de Dickens sobre los viajes italianos, como bien señala el profesor Peter Bly (2007), que han de relacionarse con los escritos que 41 años antes había publicado el ingles, a quien había traducido para La Nación en 1867, con una traducción al español de la versión francesa de The Pickwick Papers. Aunque no existan copias de las Pictures from Italy de Dickens en su biblioteca, Galdós probablemente las conoce y las emplea, junto a las informaciones de su guía Baedeker. El Gran Tour de Don Benito incluía más o menos todos los lugares que Dickens había cubierto, aunque, también, los que hubiese incluido todo itinerario turístico.

Desde el punto de vista metodológico, se puede estudiar este material adscrito a lo autobiográfico en tanto que género del yo que ha defendido tradicionalmente la creencia en el individuo, aunque la rotundidad de esta afirmación contraste con la imposibilidad del sujeto actual de entenderse como ente compacto y no problemático; de este modo lo entienden los críticos recientes del género, entre los que destaca Darío Villanueva (1993), que se aproxima al relato autobiográfico delatando su paradoja inherente. Refiriéndose al psiquiatra Carlos Castilla del Pino, Villanueva recuerda que una de las funciones de la autobiografía es ponerse en orden uno mismo. ―Esto es, en cierto modo el propósito de construirse, trasladándose de la posición de sujeto a la de objeto no solo para sí, sino sobre todo para los demás, porque el objeto que se exhibe es la identidad que previamente se ha construido en la escritura‖ (Villanueva, 1993: 20-21). La paradoja de la autobiografía reside en poseer una virtualidad más creativa que referencial. Una virtualidad de poiesis antes que de mimesis. En este sentido, la paradoja autobiográfica galdosiana se cifra, además, en la curiosa negociación de su autor con una memoria en forma de ninfa y musa inspiradora algo olvidadiza y muy selectiva en sus recuerdos.

Se debe reconocer al profesor Peter Bly, en este caso, por su trabajo ―Galdós as Traveller and Travel Writer‖, que se ha consultado una vez estas páginas se encontraban avanzadas, a causa de un azar que es de agradecer. El presente estudio se puede entender como una prolongación de su sugerente tema de investigación.

DE LA MANO DE BAEDEKER

Los que en la edad del presente tenemos afición a los viajes, los que no dejamos pasar ningún año sin hacer una correría por esta vieja Europa tan interesante y tan bella, hemos contraído una amistad cariñosa, a la cual debemos consejos discretísimos y fiel y amena compañía. Me refiero a las guías de Baedeker, esos libros inapreciables que vemos en las manos de todo viajero, ya sea inglés o alemán, español o italiano, y que son modelo de imparcialidad, de método y de rectitud.

Ante la oferta editorial actual en lo que respecta a guías para viajeros, puede sorprender la fidelidad de Galdós, y de tantos otros seguidores confesos, a los ―handbooks‖ de tapas rojas y tamaño compacto —16 cm x 11 cm— de estos libritos alemanes conocidos como guías Baedeker. En cambio, a finales del XIX pocas eran las opciones del turista de clase media que necesitara una guía informativa para aprovechar al máximo las salidas al extranjero sin descuidar la economía doméstica ni las posibilidades del lugar de destino. Esto es lo que parece pensar Galdós en su visita de 1888 a la ciudad de Venecia, incluida en la ruta que siguió en compañía de José Alcalá Galiano. Unos extractos de Memoranda, ―Viajes y Fantasìas‖, (1401-1405), así lo expresan:

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En lo que principalmente descuella [la guía], en lo que no tiene igual, es en todo lo concerniente a informaciones de carácter práctico. El viajero necesita vivir y vivir lo mejor posible con arreglo a sus recursos.

Desea encontrar comodidades y no ser estafado. Baedeker previene todo lo que a esto se refiere, atendiendo con igual solicitud a los ricos que no escatiman gastos y a los modestos que disponen de limitados recursos; se ocupa con la preferencia concerniente de indicar los hoteles y restaurants, los medios de comunicación; regatea las propinas, que es uno de los renglones más dispendiosos y molestos; anticipa mil noticias útiles concernientes a los cambios de moneda, al clima, a las costumbres del país que se visita y a las exigencias de los cicerones, guías, cocheros y demás individuos con quien el viajero ha de estar en contacto.

Hoy en día, este tipo de publicaciones ofrecen valiosas informaciones sobre el reflejo y la creación, a través de sus reediciones, de las modas sociales de la época y, especialmente, de su vinculación a cuestiones de género, clase y sentimiento nacionalista (Palmowski: 106). Con las famosas guías alemanas Baedeker bajo el brazo, Galdós atraviesa la Europa de la década de los ochenta al ritmo de los nuevos viajeros de las clases medias que aprovechan las posibilidades de recorrer los lugares anteriormente reservados para las élites adineradas, acostumbradas a pasar meses e incluso años explorando el ―Gran Tour‖ de Europa (Palmowski: 105-130). Los desplazamientos a larga escala en Inglaterra, lugar preferido por un todavía joven Galdós, son un fenómeno victoriano del que participaban teóricamente todos los sectores urbanos (Palmowski: 107). Evidentemente, el desarrollo de las vías férreas y del sistema de navegación hacían más tolerables las condiciones de los trayectos en lo que se refiere a costes, distancias y confort, pero tampoco se puede obviar la comodidad del servicio hotelero por el que se desplazan turistas como Galdós, que se referirá a ello en algunas ocasiones. Uno de los sitios en los que más disfrutó es el hostal Love‘s Labours Lost, de Stratford, en el que admira la ―apacible concordia‖, la mesa ―abundante y poco variada: el roast-beef, excelente; el té, magnífico, y luego vengan tostadas, bacon, huevos escalfados, ensaladas, patatas cocidas, y todo lo que constituye la sobria culinaria británica. La cerveza y la mostaza completan el buen avìo‖ (Memoranda, 1990: 1198-1199).

Además, es destacable el aseo y confort de sus servicios, que ―en vano buscarìamos en los más aparatosos hoteles del Continente‖: se refiere aquì a las camas inglesas, su limpieza, asì como al ajuar de tocador, inmejorable, que las acompaña.

En general, los últimos años de la era victoriana suponen un incremento de la industria turìstica: entre las mejoras del turismo internacional, ya el admirado por Galdós ―Carlos‖ Dickens había constatado la ventaja de las guías turísticas de bolsillo como ayuda para las clases medias, porque, aunque se mostraba reticente a la obsesión británica por su uso en el extranjero, encontraba indispensable manejarse con ellas para los desplazamientos continentales (Palmowski: 105). Este tipo de material de apoyo trataba, en cierto modo, de profesionalizar el viaje para el estrato emergente de turistas, y de racionalizar las experiencias a través de la anticipación, la percepción y la memoria del viaje (Palmowski: 106). En estas innovaciones jugó un papel importante la irrupción en el mercado de guías de bolsillo como las de Karl Baedeker, a partir de 1827, fecha en la que inicia una exitosa carrera editorial en

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Leipzig, que perduró hasta su destrucción durante la II Guerra Mundial, aunque en 1949 fuera rescatada por sus descendientes, hasta la actualidad. En aquella Europa de principios de siglo XIX, John Murray, desde Londres, había sido el editor más importante de guías de viaje, que fueron descubiertas por Baedeker, cuyas primeras publicaciones cubrían Austria, Alemania y Suiza.

Aparte de Galdós, que viajaba por Europa confiando en el criterio de Baedeker, ratifican su éxito los testimonios de algunos adeptos a las guías provenientes de la literatura, como los surgidos de Una habitación con vistas de E. M. Forster, novela en la que su protagonista, la jovencita victoriana Lucy Honeychurch, recurre a Baedeker en la preparación de su visita al Norte de Italia, o la consulta a lo largo de su recorrido en solitario por la Santa Croce; además, se hospeda en la Pensione Bertolini recomendada en la guía, donde conoce al señor Emerson y a su hijo George.

Y es que la participación femenina en el turismo creciente a lo largo de las últimas décadas del XIX es, por cierto, un dato llamativo que queda reflejado en las crónicas de Galdós; en un momento de la contemplación, casi a su pesar, del Vesubio, se encuentra frente a unas ―damitas inglesas‖ que ambientan con sus exclamaciones la impactante escena del cráter en actividad, como lo evoca en sus ―Recuerdos de Italia‖ de las Memorias de un desmemoriado:

Subimos Galiano y yo al terrible volcán. (…) Entre nuestros compañeros de viaje predominaban los hijos de Albión, armados de Baedeker, con gruesos zapatones, indumento varonil en uno y otro sexo. (…) Al lado nuestro, dos intrépidas inglesas, agarradas fuertemente por sus guìas, no hacìan más que gritar ―Ooh! Wonderful!‖ (Galdós, 1990: 1450-1451).

En otro momento, ante la tumba apócrifa de Julieta, lugar imprescindible de peregrinación amorosa, Galdós relata también la presencia de ―una caravana de inglesas‖, ya que ―nadie iguala a las inglesas jóvenes y bonitas en esta devoción a Julieta‖ (idem: 1400). Sobre este nuevo perfil de turista femenino se hacían eco las guías de mano, reflejando las posibilidades encontradas por las expedicionarias de abandonar el límite de la domesticidad finisecular (Palmowski: 115) y de experimentar, posiblemente, situaciones conflictivas o peligrosas, contra las que advertían apartados especiales para ―mujeres desprotegidas‖, algo que, por otra parte, no dejan de hacer las guías actuales más frecuentadas. Además, en el caso concreto de las guías alemanas Baedeker, su difusión entre las lectoras más aventureras era factible, ya que desde 1860 se traducen al inglés y después al francés, idiomas por los que Galdós accede fácilmente a la información suministrada. Si en un principio habían surgido para satisfacer el gusto distintivo de los alemanes, así como para ampliar la oferta editorial sobre el género, paulatinamente estos libros ejercen una función más profunda a la hora de integrar a las clases medias con sus vecinas europeas, creando vínculos culturales alrededor de la experiencia en el extranjero (Palmowski: 123).

En este sentido, el tipo de trayecto del gusto de Galdós, habitualmente acompañado de algún compañero de travesías, distaba del modelo del viaje organizado que se iba imponiendo entre las clases medias siguiendo el patrón del empresario inglés Thomas Cook, que organiza su primer Tour a Europa a partir de la Exposición Universal de París en 1855, y a Estados Unidos en 1865. En sus ―Viajes y Fantasìas‖, recogidos en La Memoranda, Galdós ameniza el recuerdo de su visita a Venecia con la explicación al lector de los métodos más comunes de viajar:

También deben los viajeros gratitud al célebre Cook, empresario de excursiones establecido en Londres, con agencias y sucursales en toda Europa. Ha sabido combinar este negocio con las empresas de ferrocarriles, y realiza grandes ganancias

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proporcionando medios fáciles y económicos para visitar los más remotos países. (…).

Los viajes en caravana, comprendidos todos los gastos en el precio del billete o cupón, a saber: fonda, guías y paseos en coche por las poblaciones, también son invento de Cook. Los ingleses usan mucho este sistema de viajar en cofradía o corporación, (…) pastoreadas por una guìa de la empresa.

La alusión a las masas de viajeros menos adinerados en la incipiente industria del turismo resulta también un elemento característico de las guías Baedeker, que trataban de ofrecer una panorámica de servicios acorde con los diferentes lectores y sus posibilidades de ocio. De este modo, igual que se referían a los usos y costumbres mundanos de las sociedades refinadas al llegar a un país, también se preocupaban por difundir las prácticas sociales de las clases menos acomodadas del lugar de destino; detalles como que hasta los pequeños comerciantes usan sombrero en sus establecimientos podía evitar el asombro tanto de la más rica clientela como de los visitantes modestos que asì encontrarìan fácilmente la manera de ―comportarse‖ y de disfrutar en conformidad con las convenciones. (Baedeker, 1894: XXIV).

Pero tales excursiones me parecen incómodas y no tienen más ventaja que su increíble baratura. Los expedicionarios que van en ellas se ven obligados a comer, a dormir, a divertirse y a admirarse con arreglo a un plan invariable, bajo las órdenes del cicerone mayor, siempre juntos, siempre llevados y traídos de prisa y corriendo en la más cargante de las fraternidades (Galdós, 1990: 1402).

Queda claro que Galdós es un viajero que se deleita a su paso por las geografías míticas con las que decide reencontrarse en aquellos años, para compartirlas con los protagonistas de ficción que en ellas nacen, viven y perecen según las exigencias de los novelistas que las crean, a los que Galdós desea homenajear.

LA MEMORIA NINFEA

De un total de 176 artículos aparecidos en La Prensa —que en su mayoría se destinaban a comentar sucesos de la España contemporánea— cerca de 29 relataban los viajes personales de Galdós: dos artículos fueron dedicados a Portugal, tres a Gran Bretaña, cuatro a Francia y Holanda, Alemania y Dinamarca, seis a España y diez a las ciudades italianas. Como explica el profesor Peter Bly (2007), los lectores españoles desconocían la existencia de estas cartas, exceptuando una selección de los relatos italianos y españoles que aparecieron en diferentes periódicos madrileños y canarios, o los textos sobre Stratford-upon-Avon que se reunieron en el curioso libro de 1894 La casa de Shakespeare. Este breve relato, que ha despertado el interés actual de editoriales de carácter innovador como la madrileña Rey Lear (2008), se inaugura con un detalle sintomático de la personalidad galdosiana o, al menos, de su autoconciencia en el aquí y el ahora de la Historia. Al llegar a la casa de Shakespeare, en cuyos muros figuran las honorables firmas de Lord Byron, Walter Scott, Charles Dickens o Goethe, se da cuenta de un hecho determinante (La casa de Shakespeare, 1990).

En los voluminosos libros donde firman los visitantes he visto que la mayor parte son ingleses y norteamericanos; contadísimos los de franceses e italianos, y españoles no vi ninguno. Creo que soy de los pocos, si no el único español, que ha visitado aquella Jerusalén literaria, y no ocultaré que me siento orgulloso de haber rendido este homenaje al altísimo poeta cuyas creaciones pertenecen al mundo entero y al Patrimonio Artístico de la Humanidad.

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El novelista ostenta el honor y la responsabilidad de ser el único peregrino español en aquellos confines, aunque en la década de finales de los ochenta, el ocio y el turismo se vinculan precisamente a galerías, museos como la casa-museo de Shakespeare, algunos zoos, y la visita a lugares de veraneo. A ello se referirá Galdós en una carta argentina fechada el 20 de noviembre de 1887, en la que valora de la ciudad de Hamburgo, donde ha ido con Alcalá Galiano, las bellas orillas del Alster, en las que se encuentran ―los mejores hoteles, las residencias de la opulenta aristocracia comercial de este país, los cafés y teatros, el Jardín Botánico, los museos y todas las maravillas de la ciudad‖ (Shoemaker: 282); el turismo de la época se centraba, sobre todo, en la particularidad de sus pueblos y ciudades, en las construcciones arquitectónicas de tipo religioso y en la exploración de los parajes naturales, más o menos tamizados por el filtro de la literatura si la naturaleza evocaba las hazañas narradas por Walter Scott en las tierras escocesas, o la presencia fantasmal de los personajes shakespearianos seguía al pasajero en Inverness.

En estas correrías inglesas de las que informa puntualmente al público argentino primero, y al lector español, después, con su librito La Casa de Shakespeare, no se detiene especialmente cuando dicta sus Memorias, por recomendación de un personaje fundamental en estos recuerdos tan particulares: la musa y ninfa caprichosa y desmemoriada que realiza el papel tanto de inspiradora, como de interlocutora confidente, como de cicerone en el extranjero, como de censora. Se trata de esa encarnación poética con la que entabla un diálogo y a la que acude para confirmar, desmentir o puntualizar hechos determinados de sus aventuras. Un ejemplo de esto son los ―Nuevos Viajes‖ (Memorias de un desmemoriado, 1990: 1464-1468), que se inauguran con:

el buen propósito y mejores ganas de dar principio al capítulo XIII de estas Memorias, suspensa la pluma sobre el papel en blanco, pido a mi ninfa su opinión sobre acontecimientos de mi vida, viajes o viajecillos que pudiéramos dejar olvidados. Y ella, con infantil donaire y más voluble y pizpireta que nunca, me habla de esta manera:

—No olvidaré, maestro mío, ni nuestros viajes por países distantes, ni nuestras excursiones a ciudades inmortalizadas por un nombre de inmensa resonancia en la literatura universal (1464).

La figura de viajero se vincula en estas páginas a las de narrador desde la distancia, y en un estado físico y anímico poco propicio, como indican todos los documentos referidos a esta época. En cambio, Galdós se encuentra favorable a dictar estos recuerdos sobre experiencias que terminan en 1910 y que, como sabemos, eluden toda su infancia, así como fechas y sucesos voluntariamente o no olvidados. La referencia a la patria del autor de Hamlet, varias décadas después de las primeras noticias en prensa de su visita en solitario a Stratford —donde Alcalá Galiano no le pudo acompañar— evidencian la relevancia de un hecho que, sin embargo, no volverá a detallar la musa: ―No te digo nada de la fecha, porque la ignoro, y en cuanto al asunto, no debes repetirlo ahora, porque ya lo publicaste en un librito que anda por esos mundos…‖ (idem). La recurrencia a esta figura define el carácter deliberadamente ficcional de unas memorias que se presentan como apócrifas; la obra comienza, incluso, con una intervención anónima de quien después podremos saber que es su memoria ninfea, que suple las carencias en las evocaciones de un ―amigo mìo con quien me unen vìnculos sempiternos [que] ha dado en la flor de amenizar su ancianidad cultivando el huerto frondoso de sus recuerdos‖: es decir, el mismo Galdós (idem: 1430). Esta voz en primera persona puede ser la ―ninfa de mis pecados, distraìda y volátil, [que] rara vez me da el pormenor de lugares y fechas‖ (idem: 1468).

IX Congreso Internacional Galdosiano

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La tendencia tan definida a la evasión de las ―desmemorias‖ desmiente las teorías sobre el género autobiográfico de Philip Lejeune y sus seguidores, cuando asumen el principio de la sinceridad del que enuncia y reconoce el derecho a la verificación para sus destinatarios (Villanueva: 17); ratifica, sin embargo, la perspectiva de autoras como Nora Catelli, para quienes la autobiografía es más una desfiguración de la instancia autorial, siguiendo la estela de la deconstrucción, o de Darío Villanueva, que implica que la autobiografía no se encuentra ni en prosopopeyas ni en metáforas del yo: la clave está en la paradoja, en la unión de dos nociones aparentemente irreconciliables de las que surge un significado nuevo y profundo: la combinación de realidad y ficción. Básicamente, siguiendo esta teoría, ―la autobiografìa es una narración autodiegética construida en su dimensión temporal sobre una de las modalidades de la anacronía, la analepsis o retrospección.‖ (Villanueva: 19). Las memorias sobre el Galdós viajero y todavía joven de los años ochenta han de ser entendidas como ficción, pues con ellas no se pretende reproducir, sino crear un yo trotamundos hecho, también, de datos ausentes, dudas, sucesos narrados y desmemorias: todo ello es verdad para los lectores actuales, que realizan en ellas una lectura intencionalmente realista‖ (idem: 28).

Para este lector actual, acostumbrado a los blogs y páginas web dedicadas a los viajes, a las múltiples librerías y editoriales especializadas, a los viajes exprés en trenes de alta velocidad y vuelos de fin de semana a bajo coste, las memorias selectivas de Galdós no dejan de ser una curiosidad más de las ricas vivencias galdosianas fuera de España. A sus aportaciones al género autobiográfico se une todo tipo de recuerdos documentales que se pueden consultar en su Casa-Museo, y que han sido catalogados como material diverso entre el que destacan recibos de hoteles, menús o tarjetas de visita, recuerdos que empiezan a escasear hacia 1890, cuando Galdós abandona el turismo internacional y sólo realiza breves estancias en París entre 1901 y 1902, y en Marruecos en 1904.

Ante la rapidez con la que pasa Galdós sobre los sucesos biográficos que su musa-ninfa-memoria le recuerda caprichosamente en 1916, y que habían supuesto el fundamento de una labor como corresponsal de la que los ciudadanos argentinos eran los casi exclusivos privilegiados lectores, es fácil recordar la exhortación al visitante que anunciaba la sepultura de William Shakesperare. ―¡Detente, pasajero, no vayas tan deprisa!‖ son las palabras, traducidas por Galdós en sus cartas, que podrían dirigirse a ese viajero tan lento y poco amigo de las prisas que requerían los tours organizados y la constricción de las agendas; un pasajero que no se detiene, a veces, y decide correr sobre tantos episodios biográficos que mantendrá como un secreto con su ya famosa ninfa.

Detente pasajero…

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BIBLIOGRAFÍA

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