GALDÓS Y LA GUERRA DE ÁFRICA DE 1859-1860

Antonio Arroyo Almaraz

La guerra en sus distintas manifestaciones: como tema o motivo literarios, como fondo histórico..., está presente en el conjunto de la obra de Benito Pérez Galdós; principalmente creemos que es en los Episodios Nacionales donde más se prodiga, lógicamente como un claro reflejo de lo que fue el ochocientos español. A la hora de abordar este tema, nos hemos querido centrar en el episodio Aita Tettauen, novela central de la serie1 galdosiana dedicada a la Guerra de Tetuán de 1859. Un relato distinto a otros que también tienen un marcado carácter épico: Gerona, Zumalacárregui..., ya que refleja una narración más moderna y experimental, donde incorporó una estructura de perspectivas complementarias que aportaron mayor complejidad a la trama, así como mayor riqueza en los personajes, en los temas y la incorporación igualmente de un enfoque diferente sobre la contienda, desde la coexistencia pacífica como eje fundamental. Pese a ello es común a algunos episodios teniendo en cuenta su proceso de composición, como señaló en torno a 1910: ―Ahora estoy preparando el cañamazo, es decir, el tinglado histórico... Una vez abocetado el fondo histórico y político de la novela, inventaré la intriga‖. Sobre la complejidad de la misma, añadió: ―No puede usted figurarse lo difícil y desesperante que es para el escritor colocar forzosamente dentro del asunto novelesco la ringla de fechas y los sucedidos históricos de un episodio‖.2 Para ello el bagaje bibliográfico en ocasiones era significativo, como en la composición de esta novela, aunque no lo era todo en la técnica del escritor, más atento a la realidad cotidiana, a la búsqueda de testigos vivientes de los acontecimientos, en muchas ocasiones. En ese sentido señalaba J. Martínez Ruiz (1977: 146-147), sobre la aparición de los sefardíes en la novela:

La técnica galdosiana de superponer realidades minuciosas, fotográficas, observadas aquí y allá, nos permite formular nuestro pensamiento y explicar cómo el novelista fue reuniendo todas las impresiones y datos observando en los judíos comerciantes de Madrid, y en su viaje a Tánger.

La estructura narrativa de algunos episodios marca un modelo galdosiano, como señaló P. Palomo (2004: 602-633), basado en el realismo histórico; en la creación de personajes conductores de la acción, la progresión temporal de vidas e Historia paralelas, así como la continua interrelación de esas vidas que semejan un gran friso histórico en donde la ficción —en primer plano— discurre paralela al acontecer real. En esta obra hizo la autopsia al pretendido imperialismo que representó la guerra contra Marruecos de 1859/60; con los acontecimientos de 1898 por medio condicionando su visión sobre ello, ya que escribió la obra a finales de 1904 y se publicó al principio del año siguiente.3 A este respecto recordemos, entre otros, el artículo escrito por él en Vida Nueva, el 19 de junio de 1898, titulado ―Fumándose las colonias‖, donde irónicamente caricaturizó la pérdida de las mismas.

Aita Tettauen es también la novela en la que aparece la dualidad entre Oriente y Occidente, dos mundos, espacios de diferentes culturas y religiones: la cristiana, la judía y la musulmana. El orientalismo, como señalaron Vega y Carbonell (1998: 139, n5), fue también un discurso de representación cultural, igualmente literario, en el que apareció un ―Otro‖ oriental inferior que precedió a la expansión colonial y que la legitimó intelectualmente, es decir, se creó una dicotomía entre el discurso hegemónico occidental y la opresión del otro orientalizado; sin embargo Galdós dio la vuelta a esta visión, y esto creemos que es uno de los grandes logros del Episodio. La relación entre Oriente y Occidente ha sido muy fecunda en el arte,4 y la

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modernidad no se ha sustraído a ella, en parte se desarrolló al constituirse en tema literario; actualmente se viene concediendo gran importancia al multiculturalismo en el marco de la literatura comparada. Escritores como P. A. de Alarcón, G. Núñez de Arce,5 A. Ros de Olano,6 B. Pérez Galdós, entre otros,7 han reflejado ese vínculo desde acontecimientos vividos por ellos o próximos al menos, como en el caso de Galdós, separado tan sólo cuarenta y cinco años de la contienda hispano-marroquí, entre el ejército español dirigido por L. O'Donnell (1809-1867), jefe de Gobierno entonces que vio en esos sucesos la oportunidad de distraer a un país enfrentado con serios conflictos políticos —con los antecedentes de la situación de Cuba, la intervención en Méjico...—, y las tropas moras dirigidas por Muley-el-Abbas, a partir de los hechos sucedidos en Ceuta, sobre la base de los distintos y frecuentes litigios que se sucedieron en años anteriores, desde 1843, entre Marruecos y España. En esta ocasión, la destrucción de una fortificación por la kabila de Anyera sirve de pretexto para iniciar la guerra con Marruecos, declaración que hizo el Congreso en octubre de 1859.8 En el marco de estos acontecimientos, nos planteamos hacer una lectura literaria de Aita Tettauen, que incida más en el ámbito de ficción que en el de realidad, desde una visión comparativa, reflejando unas estructuras que definen un estilo épico, que representan una inflexión más en la evolución de un género que arrancó del mito y llegó a la novela, y que fueron comunes a otros relatos sobre la guerra de 1859. Esos otros relatos son, desde el punto de vista occidental, igual que el texto galdosiano en una primera parte: Diario de un testigo de la guerra de África de Pedro Antonio de Alarcón. Desde el punto de vista oriental: Versión árabe de la Guerra de África (años 1859-1860) por el historiador y jurisconsulto musulmán Xej Ahamed ben Jaled En-Nasiri Es Selaui9 y la traducción de Reginaldo Ruiz Orsatti de un texto árabe, de autor anónimo, que tituló: La Guerra de África de 1859-1860, según un marroquí de la época.

I

Galdós ya había abordado el tema del oriental en el judío islamizado de origen marroquí, el ciego Almudena, en la novela Misericordia (1897), en la cual también aparece la referencia a la guerra de 1859 a través de D. Antonio María Zapata, marido difunto de doña Paquita Juárez, del que se dice10: ―Sirvió Zapata en el ejército de África, división de Echagüe, y después de Wad-Ras pasó a la Dirección del ramo‖, es decir, que habìa participado en la Guerra de Marruecos. Igualmente sobre los sefardíes en Gloria y en Fortunata y Jacinta,11 pero es ahora cuando profundiza en ello al escribir el Episodio Nacional sobre la Guerra de África, del que ya había anunciado su intención de hacerlo desde la perspectiva del marroquí en La Correspondencia de España, en 1901.12 También en otros episodios adopta el punto de vista del ―otro‖, como por ejemplo en Zumalacárregui donde se narra desde los carlistas, creando un efecto sorpresa, contrario. El relato central, como hemos dicho, es Aita Tettauen, posiblemente la novela más compleja y nos atrevemos a decir que, en comparación con los otros textos que iremos citando, el más literario y cercano a la narración moderna; en él la parte histórica pierde presencia a favor de la narración más cotidiana, la intrahistoria. Construye una novela más heteroglósica, cruce de tres principales caminos —el moro, el cristiano y el judío—, por tanto más polifónica, impregnada de mayor alteridad, penetrada de otras palabras que la propia al incorporar el punto de vista del marroquí sobre la encrucijada, la novelización de la guerra intramuros.

El relato de Alarcón, Diario de un testigo de la guerra de África, fue significativo en la composición del texto galdosiano, como ya sabemos (J. Martìnez, G. Torres, A. Arroyo…), entre otras razones porque tanto el autor como su obra forman parte del relato. Recordemos, como ejemplo, las últimas palabras con las que termina Aita Tettauen: ―Si vosotros con el acero y la pólvora habéis hecho una gran conquista de guerra, yo, con pólvora distinta, he

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hecho una conquista de paz. ¿Cuál será más duradera, Perico?...‖. Ese Perico no es otro que Pedro A. de Alarcón, uno de los primeros corresponsales de guerra que asistió, como soldado, como periodista y como poeta a los acontecimientos bélicos, y comunicó las noticias e impresiones de esos hechos militares que contempló y en ocasiones protagonizó directamente. Como soldado, perteneció al Batallón Cazadores de Ciudad Rodrigo, Tercer cuerpo de ejército al mando de su amigo y también escritor el general Ros de Olano, a quien dedica el Diario13; posteriormente estuvo como agregado con O'Donnell, allí es donde coincidió con el dibujante Iriarte, corresponsal del Monde Illustré. Como periodista, fue enviado por Gaspar y Roig, editores de El Museo Universal, siendo entonces director Nemesio Fernández Cuesta. Las correspondencias en forma de cartas que envió P. A. Alarcón, acompañadas de los dibujos de Iriarte, Vallejo y otros, que posteriormente Ortego trasladaría a las páginas de El Museo, no se publicaron en el interior del periódico sino que se hizo por entregas o cuadernillos difundidos mediante suscripción. Un ejemplo de su composición y, por tanto, de ―historia viva‖, del autor dentro de su obra, es el siguiente: ―Una vez al abrigo de las balas —escribe en su diario (2005: 145)—, Vallejo y yo sacamos nuestras carteras y él se puso a dibujar y yo a escribir las escenas que acabábamos de ver‖.

Lo oriental, como tema literario, y la transmisión que de ello hizo P. A. Alarcón,14 se puede estructurar en dos etapas claramente diferenciadas en el Diario: la primera, durante la guerra, que representa la mayor parte del mismo. La segunda, está constituida por la llegada del ejército español, y con él de Alarcón, a la ciudad de Tetuán el 7 de febrero de 1860. La presencia de los españoles quebró el nivel de coexistencia que había entre ellos y estableció el vínculo entre lo oriental y lo occidental. Tetuán pasó a ser, por tanto, el espacio de las tres culturas y las tres religiones —cristiana, mora y judía— y, por ende, de sus tres respectivas lenguas. El texto de En-Nasiri15 sigue, grosso modo, el mismo orden en la narración que los sucesos históricos, por lo tanto la estructura es, en parte, común al texto galdosiano y al del Diario de Alarcón. Está narrado desde la visión del árabe donde el español es el culpable de todo lo sucedido y el responsable de todos los males, o de lo contrario ocurren o se justifican por designio de Alá, como la pérdida de Tetuán, por ejemplo.

II

Es común tanto a Aita Tettauen, como al Diario alarconiano y al relato de En-Nasiri el uso de ―fórmulas épicas‖ para destacar la heroicidad y dar mayor valor a ese héroe colectivo que es el ejército. Por lo general suelen recurrir a un planteamiento similar en los tres textos: el ejército enemigo tiene mayor número de soldados y de armamento pero también su número de bajas es mayor por lo que se destaca la superioridad del propio. Al comienzo de la tercera parte de la novela de Pérez Galdós, donde se produce la transformación de espacio y narración, los relatos de El Nasiry (encarnación de Juan Santiuste) emplean estas ―fórmulas‖ de la misma manera que las demás obras, un ejemplo es el siguiente (1917: 119): ―el número de cristianos que perecieron en aquellas refriegas no se puede calcular; los moros perdimos escaso número, y en casi todos los encuentros quedábamos vencedores‖. En el Diario podemos leer (2005: 146): ―Esta ha sido la memorable batalla de los Castillejos, ganada por menos de ocho mil españoles contra todo el ejército marroquí, compuesto hoy de más de treinta mil combatientes‖. Aquì los números, aunque reales, refuerzan la grandeza de la epopeya; más adelante encontramos otras citas similares (2005: 204): ―Nuestras pérdidas han sido un muerto y cien heridos; las del enemigo, atroces‖. En la Versión árabe de la Guerra de África de En-Nasiri se emplea el mismo recurso, como podemos observar (1917: 28): ―en cuyos ataques sufrían los cristianos doble número de bajas que los musulmanes, siendo ello debido a que aquellos al guerrear hacían sus avances en líneas rectas, mientras que la táctica de los musulmanes consistìa en rápidos avances y retiradas‖.

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III

Otro aspecto que define el estilo épico es la presencia del guerrero heroico; el héroe que se enfrenta al oponente, el ejército contrario, porque debe cumplir un deber, el de derrotarlo. En Aita Tettauen (1979: 122) el guerrero mítico es El Horain Abu-Riala, el cual remite, pensamos que de forma indiscutible, a la Versión árabe de la Guerra de África de En-Nasiri, que es donde creemos que aparece relatado por primera vez:

Descollaban en aquel volador enjambre los facíes o jóvenes voluntarios venidos de Fez, de Zarhun y de Ait Yammuz, con vistosos arreos y pulidas armas, y furibundas ganas de morir por la fe. A esta noble y distinguida tropa pertenece el ya famoso guerrero el Horain, apodado Abu-Riala, que en las acciones de Cabo Negro realizó prodigios de valor y temeridad sólo comparables, según se dice, a las hazañas de los compañeros del profeta. Cuenta que en lo más recio de las peleas se arroja este divino Abu-Riala (el del duro) en medio de las filas enemigas, tremolando un pendón amarillo, sin otra fianza que su esforzado corazón y el ardimiento de su caballo [...] gritaron roncos de entusiasmo: ―Allì va el santo combatiente, el gigante Abu-Riala, corazón de Dios y brazo del profeta. Ved su estandarte amarillo; ved su mano poderosa señalando al cielo; ved la cabeza de su caballo hendiendo las filas españolas‖.

En el texto alarconiano, el héroe es principalmente Prim y también O'Donnell a quien no deja de alabar; sobre las heroicidades del primero leemos (2005: 142-143):

Yo vi a Prim en aquel supremo instante, pues me encontraba allí, en compañía del valeroso e inspirado Vallejo [...] y en verdad te digo que tanto él como yo nos entusiasmamos mucho más con la sublime actitud del conde de Reus que con la vista de las tiendas africanas [...]. Las balas que silban y cruzan a su alrededor, que siembran la muerte por todos lados, que hieren a sus ayudantes, que alcanzan a su caballo, respetan la vida de aquel soldado vestido de general, de aquel que es el alma de la lucha, de aquel que sobresale entre todos y ostenta en su mano nuestra adorada y venerable enseña. Diríase que está dotado de la virtud de Aquiles.

En el texto de En-Nasiri el modelo de soldado heroico que encarna esos valores es El Husain, conocido por Abi Rialat o Abu-rial, ya citado en el texto galdosiano, cuya heroicidad trascendió a la contienda (1917: 37-38): ―distinguiéndose entre ellos por su valor El Husain, conocido por Abi Rialat, al realizar y repetir hazañas y proezas nunca oìdas‖. En páginas posteriores volvemos a leer algunas de sus hazañas (1917: 39):

Dirigiéndose hacia el adversario, lanzábase sobre las filas enemigas, y atravesándolas, volvía por retaguardia, diezmándolas con gran temeridad; acto seguido repetía la suerte, consiguiendo apoderarse de los corceles del enemigo, que de su propia brida conducía, entregándolos a los suyos. Cuando avanzaba hacia el enemigo solía decir a los que a su alrededor se hallaban: "Adelante, avanzad, pues yo soy vuestro escudo, yo soy vuestra muralla", repetidas veces y en diversas ocasiones pronunció esas frases.

En el texto galdosiano también Prim, por quien sentía una gran simpatía, aparece envuelto en un halo de heroicidad y mito. Según Cerdeira, el citado soldado moro, El Husain Abu-Rial, prototipo del guerrero heroico, existió realmente (1917: 41 y n4):

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Algunos de Tetuán le recuerdan aún, al frente de sus 25 jinetes, los predilectos de su tribu, acudieron veloces a los sitios de peligro en el combate, dando ejemplo a los demás, coronándose de gloria y prestigio. El Husain, que era ya entonces de edad avanzada, murió pocos años después en una lóbrega cárcel de Marrakex, de hambre, gracias a las intrigas, hijas de la envidia mortal que le profesaba otro kaíd de su tribu.

En esta visión del héroe se juntan ficción y realidad. En el otro texto que representa la visión oriental, La Guerra de África de 1859-1860, según un marroquí de la época, traducido por Reginaldo Ruiz Orsatti, el anónimo autor dice haber presenciado los sucesos —testigo, por tanto— y haber protagonizado algunas anécdotas por lo que se supone que debió ser un moro de Tetuán. El punto de vista árabe está subrayado desde el fanatismo. El texto sigue también el mismo desarrollo de la guerra, por lo tanto la hilazón narrativa coincide con la de Galdós, Alarcón y la de En-Nasiri. También emplea ―fórmulas épicas‖ similares a las que hemos hecho referencia anteriormente (1934: 66): ―se libraron repetidos combates, en los cuales mataron a gran número de enemigos, siendo muy pocos los musulmanes que en la pelea encontraron la muerte‖. Estas frases enfatizan de tal forma el éxito marroquì que desfiguran completamente la realidad, como también hemos visto en el relato de En-Nasiri. Un ejemplo es la valoración que hace del final de la guerra (1934: 65): ―De no haber hecho en Wad-Ras el Jalifa Mulay al-Abbas la paz con los españoles, hubiesen estos experimentado enormes pérdidas, y ni uno sólo hubiese vuelto a sus hogares ni hubiese llegado a su casa‖. Igualmente aparece en él el rechazo y la agresión hacia los judíos y los cristianos.

IV

Por tanto, en función de lo que hasta aquí hemos planteado, los elementos narrativos que hemos ido señalando —la dualidad oriente-occidente como tema literario, el relato desde el punto de vista del árabe, el empleo de ―fórmulas épicas‖ asì como la presencia del guerrero heroico— son comunes a Aita Tettauen y al resto de los textos citados. Volviendo sobre las fuentes16 de Aita Tettauen, queremos apuntar que Pérez Galdós, por un lado, utilizó las fuentes señaladas por la crítica, pero fue más allá, fagocitando tanto a Alarcón como a En-Narisi, incorporando datos y referencias de los textos así como a los autores transformados en personajes literarios: la proximidad entre El Nasiry y En-Nasiri es muy grande y Alarcón conserva el mismo nombre en el episodio, como personaje. Los puntos de encuentro de ambas obras son amplios; además de los ya señalados por Gregorio Torres (1989: 400-407) —la búsqueda de Santiuste a Alarcón; la visión de los heridos en el Hospital de Sangre galdosiano y el alarconiano; el interior de la tienda de Alarcón que él describe en su Diario es similar a la descrita por Galdós; las ilustraciones como fuente de consideración...— añadimos otros que estructuramos en dos tipos: en primer lugar, los que utilizan datos sacados de los textos anteriores, principalmente del Diario. En otras ocasiones, parece ser que partió de los dibujos o croquis que acompañaron las narraciones alarconianas. P. Palomo (2005: 114, n77), a propósito del parecido de la cantinera Ignacia en ambos textos, señaló: ―Galdós la califica de ―hombruna‖. Pero creo que esa denominación puede derivar del hecho probable de que el autor de la novela había manejado como fuente la edición del Diario que contenía los grabados‖. También podemos considerar los antecedentes posibles de este personaje, por ejemplo en Zumalacárregui (1898), donde aparece un modelo muy similar, con el mismo nombre:

su hija Ignacia, la cual tenía una fuerza como la de una vaca. Tiraba de un carro de abono tan guapamente; araba como la mejor pareja, y para romper la tierra no había otra […] Ignacia echaba fuego de su rostro; pero, incansable, daba ejemplo de

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resistencia a los hombres. Sin detenerse más que breves momentos en los puntos que designaba el jefe para tomar descanso, llegaron al amanecer a las alturas […] La vieja con su ternero, la gigantesca Ignacia y la otra con el chico se despidieron allí para volver a su casa, después de bien recompensadas en nombre de Su Majestad, encargando la mujer-vaca que dijeran a su marido Mutiloa el grande servicio que ella había prestado a la causa.

Con lo que hemos expuesto hasta aquí, no queremos quedarnos en el planteamiento de que Pérez Galdós se limitó a seguir directamente el Diario de Alarcón o la Versión árabe del escritor marroquí, de haber sido así hubiese quedado el episodio en un plano más secundario. Al contrario, y en segundo lugar de lo que venimos planteando, la novedad es la incorporación del Diario y de Alarcón en la narración galdosiana, reconociendo y significando al autor andaluz, por otra parte buen amigo del escritor, y lo mismo hizo con el autor árabe En-Nasiri que pasa, en un primer momento, a ser el personaje El Nasiry, un renegado en el que se encarnó Juan Santiuste, y que acabará bajo la identidad de otro renegado, Gonzalo Ansúrez. Galdós no sólo enriqueció la perspectiva desde la que abordó el tema de la Guerra contra Marruecos del 59, sino además la narración de los hechos, incorporando autores y obras como elementos del relato. Como señaló J. Bauló (1995: 177), el mejor de los reporteros que puso su pluma al servicio de la información sobre la Guerra de África no fue Alarcón, ni Ros de Olano, ni Núñez de Arce. Su nombre es Juanito Santiuste y no existió jamás sino en las páginas de Aita Tettauen. Construyó Pérez Galdós la realidad plausible de esa guerra inventada por políticos y militares, que enardeció al pueblo español en un sinsentido histórico.

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NOTAS

1 O'Donnell; Aita Tettauen; Carlos VI en la Rápita y Prim.

2 Cito a través de J. Rodríguez Puértolas (1996:19 y n28).

3 Periódicos como El Heraldo de Madrid (miércoles, 15 de febrero de 1905) o La Época (jueves, 16 de febrero de 1905), en las reseñas que publicaron en la primera página lo recogieron así también. Gracias a estas reseñas podemos saber que el libro apareció en las librerías el jueves 16 de febrero; según leemos en El Heraldo de Madrid: ―Mañana jueves se pondrá a la venta en toda España la nueva producción del insigne escritor, consagrada a relatar aquella buena y gloriosa campaña de Africa, que iluminó á España al terminar el año 1859 y comenzar el 1860 del pasado siglo‖. En La Época leemos: ―En los escaparates de las librerìas de toda España ha aparecido el último libro del ilustre novelista Pérez Galdós‖. La novela tuvo también otro tipo de difusión, a través de anuncios insertados en periódicos como La República de las Letras, en la última página del 6 de mayo de 1905 y siguientes, podemos leer: ―Obras de B. Pérez Galdós/ Dramas: Bárbara, 2 pesetas/ Episodios Nacionales AITA TETTAUEN Un volumen, 2 pesetas/ En preparación San Carlos de la Rápita‖.

4 La atracción que hubo por lo oriental determinó la denominada corriente orientalista en pintura en la que hay que situar a Mariano Fortuny (1838-1874), enviado a Marruecos por la Diputación provincial de Barcelona; es el autor de La batalla de Tetuán (1863-64). A este pintor se suman otros que también participaron de esta temática orientalista como Vernet, Delacroix, Regnault, Francisco Lameyer y Berenguer (Moros corriendo la pólvora, 1860)...

5 Fue enviado por el periódico La Iberia; sus crónicas se recogieron en Recuerdos de la Guerra de África, incluidos en Miscelánea Literaria. Ofreció una visión de África similar a la de Alarcón —con quien coincidió en el campamento—, pero subrayó su visión negativa del mundo musulmán, así como incluyó una serie de reflexiones sobre la fragilidad del destino humano y la arbitrariedad de la muerte en campaña.

6 Ya había tenido contactos con el mundo árabe. Sus impresiones de la campaña no se publicaron de forma periódica ya que su intención no fue la de escribir una crónica de la guerra. Publicó Guad-el-Jelú (El río dulce) y Tet-Taguen (Tetuán) bajo el título genérico de Leyendas de África (Madrid, imprenta de Gaspar y Roig, 1860), reeditadas como parte de Episodios Militares (Madrid, 1884).

7 Juan Pérez Calvo [Siete días en el campamento de África al lado del General Prim, Madrid, 1860], Manuel Ibo Alfaro [La corona de laurel (Biografías de los Generales que han tomado parte en la campaña de África)], Carlos Iriarte [Bajo la tienda. Recuerdos de la guerra de África, Barcelona, (s.f.)], José Navarrete [Desde Wad Ras a Sevilla, Madrid, 1860]...

8 Como destacó J. Bauló Doménech (1995,164) la prensa española, y todos los medios puestos al alcance, desempeñaron una especial función como creadores de opinión a favor de la guerra de África. Fue, por tanto, una guerra muy ―cantada‖. Entre 1859 y 1861 se produjeron una verdadera explosión de memorias, álbumes y novelas con este tema. Los periódicos se esforzaron por cubrir el acontecimiento con entregas especiales y si el corresponsal enviado era un escritor famoso el número de lectores aumentaba espectacularmente. Pero lo cierto es que la empresa africana tuvo pocos beneficios reales para el país, más bien pérdidas, y demostró su incapacidad para convertirse en potencia colonizadora como Francia o Inglaterra, por ejemplo.

9 El texto forma parte del libro: Kitab Elitic-sá Liaj-bari Danal Elmagrib Elac-sá, traducido y anotado por Clemente Cerdeira. Esta referencia ya la hemos recogido en un trabajo anterior que ahora nos planteamos revisar y actualizar, incluido en la bibliografía. Este libro se entremezcla, sin poder delimitar el nivel de influencias de ambos relatos, con la Historia de Marruecos del Rvdo. P. Fray Manuel Pérez Castellanos. Todo señala que el texto del que partimos, Versión árabe de la Guerra de África, es el mismo que Ricardo Ruiz Orsatti ofreció, traducido por él, a Galdós, según refiere Robert Ricard en su artículo Cartas de Ricardo Ruiz Orsatti a Galdós acerca de Marruecos (1901-1910)‖. En la carta enviada a Galdós por Ricardo Ruiz, con fecha 4 de junio de 1901, podemos leer: ―Hace ya tiempo tuve el honor de enviar a V. la traducción de un capítulo de la Historia de Marruecos del Xej Ahmed El Nasiry Selaui referente a la Guerra de Tetuán del año 1859, por si pudiera servir a V. de alguna utilidad‖. Referente a la vida de En-Nasiri, Clemente Cerdeira nos refiere -pp. 8 y 9- que nació en Salé el 22 del mes de Dul-Hiya de 1250 (18

Galdós y la guerra de África…

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de abril de 1835) y murió en el mes de Dul-kaada de 1314 (abril de 1897); desempeñó en su juventud el cargo de administrador de Dar Adi-il (Casa de Moneda del Sultán en Fez), más tarde fue notario de la Aduana de Casablanca y explicó, como docto jurisconsulto que era, las cátedras de Derecho musulmán, Teología, Retórica, Poética y Filosofía en la Gran Mezquita de su ciudad natal; ha sido uno de los hombres de letras más esclarecidos del moderno Imperio marroquí magrebino. El libro mencionado es su principal obra y trata de la historia de su país desde el islamismo.

10 Pérez Galdós, B.: Misericordia. ed. A. Arroyo, edt. laberinto, p. 49. Referencia al Teniente general Rafael Echagüe, militar destacado en la guerra de África; y a la batalla de Wad-Ras, 1860, con la que se puso fin a dicha guerra. Wad-Ras es un valle de Marruecos, en el camino de Tánger a Tetuán; en este lugar las tropas españolas enviadas por el General O‘Donnell derrotaron a los marroquìes el 23 de marzo de 1860.

11 Hecho señalado por Julio Caro Baroja en Los judíos en la España moderna y contemporánea, tomo III, Madrid, 1962, p. 197. Al respecto señaló J. Martínez Ruiz (1977,149) que desde Gloria (1877), con un conocimiento de los judìos españoles ―prendido con alfileres‖, hasta Aita Tettauen, (1905), han sido muchos años de acopio de experiencia, de observación, completado con la lectura y conocimiento del Antiguo Testamento.

12 Dato tomado de Torres Nebrera (1989: 388).

13 ―Al Excmo. Sr. D. Antonio Ros de Olano, Conde de la Almina. General comandante en jefe del tercer cuerpo del Ejército de África‖. Con estas palabras se inicia el prólogo a la obra (2005: 3).

14 El texto, junto a las imágenes de las ilustraciones, retratan escenas cotidianas de judíos y moros en Tetuán, entre contienda y contienda.

15 La edición de Clemente Cerdeira está dedicada a Aníbal Rinaldi, de quien incorpora una fotografía. Una nota marginal al final del texto comenta el hallazgo del relato y las posibles fuentes de las que se sirvió: ―El texto árabe, del que nos hemos servido para la presente traducción, adquirido en la biblioteca particular del ilustre jurisconsulto musulmán, de Tetuán, Fakih Iben El-Abbar, contiene interesantes comentarios marginales, escritos, sin duda, por alguien que pudo presenciar los sucesos narrados o fué fidedignamente informado de ellos, pues rotundamente desmiente, a veces aclara, y otras confirma, las versiones del historiador‖. Versión árabe... (1917: 57).

16 Gregorio Torres (1989: 386-393), destacó como fuentes galdosianas la traducción del capítulo referente a la Guerra de África de En-Nasiri que le envió Ricardo Ruiz Orsatti, además de todas aquellas aclaraciones que le hizo sobre la etimología de los nombres, la comparación del calendario árabe con el cristiano, lo referente al barrio judío de Tetuán..., todas ellas recogidas en la correspondencia que ya hemos citado; el empleo del Corán; el libro y las conferencias sobre La guerra de África de 1859-1860, confeccionadas sobre las lecciones del Coronel de infantería D. Francisco Martín Arrúe (extractadas por A. García Pérez), pronunciadas durante el curso de 1896-1897 en el Ateneo madrileño; el Diario de un testigo de la Guerra de África de Alarcón, tanto el texto como las ilustraciones. A esto hay que añadir, además de otras fuentes bibliográficas sobre los acontecimientos bélicos, que Galdós procuraba documentarse de primeras fuentes, como es sabido y hemos mencionado, por eso viajó a Tánger el 13 de octubre de 1904 en el vapor que hacía la ruta Cádiz-Tánger, e intentó llegar a Tetuán en barco, sin lograrlo debido al temporal.