DE LA PERCEPCIÓN GALDOSIANA EN CUBA

Ricardo Viñalet

Era yo un adolescente —quince años tenía en 1959— cuando leí por vez primera un libro de Galdós, su novela sobre el 2 de mayo. Me impresionaron muchas cosas, entre ellas los personajes, la capacidad narrativa del autor que me impedía soltar el libro, su poder descriptivo (¿cómo olvidar las peculiaridades de Mauro Requejo?), la aparente sencillez de la prosa y el espléndido modo de combinar la historia con la fábula, tan distinta de aquel favorito mío por entonces —Sir Walter Scott—, en el tono y modo de sentir la realidad. Sin embargo, el impacto mayor me sobrevino a través de esa suerte de democratización de los hechos, donde el espíritu de rebeldía, libertad e independencia se desplazaba desde los protagonistas hacia las masas populares, y viceversa. Algo así, la gente común edificando la historia sin saberlo siquiera, como empujada por circunstancias y, a la vez, llevándolas hasta el límite y viviendo una aventura, no lo había experimentado nunca. Después muy pocas veces, quizás en ciertos momentos de León Tolstoi. Y la comprensión de la trenza resultante imbricada con pasión, amor, dolor, heroísmo y miserias marcó mi gusto por el escritor canario y ha sido parte, incluso, de mi manera de razonar el hecho literario. Determinadas analogías —debo confesarlo también— entre el aliento emanado de esa lectura y las experiencias que en mi país se vivían, contribuyeron a incorporarla a mi espiritualidad de manera indeleble. Así fui convirtiéndome en un cazador de sus obras, disfrutándolas desde la diversidad temática hasta el planteamiento de los conflictos, casi siempre intensos, en que se debatían los caracteres, tan numerosos, disímiles y, no pocos inolvidables. Más tarde los estudios superiores y mi largo ejercicio de la docencia universitaria como profesor de literatura española, enriquecieron los acercamientos a Galdós. Baste decir que en el segundo volumen de mi Temas de literatura española, cuya primera edición vio la luz en 1984, don Benito se adueñó de un capítulo completo. Se hicieron igualmente menos emocionales y más incisivas mis reflexiones, pues se ponían de manifiesto zonas no tan luminosas frente mi mirada. Se me dificultó, digamos, discernir cómo tal pensamiento justiciero, liberal, antidogmático, recto, progresista, no incorporaba o al menos entendía, si no iba a hacerlas suyas, las mismas ansias de emancipación que palpitaban y estremecían a los restos del viejo imperio. Se trata solo de una acotación de pasada, pero créase, el tópico es importante cuando el brío redentor de don Benito se lee desde una ex-colonia. ¿Cuál sería la perspectiva de aquel último de los Episodios Nacionales, el que no se publicó, el de Cuba, y cuyos numerosos apuntes —su existencia fue declarada por Galdós— no he podido ver?

El único valor que concedo a las anécdotas y comentarios anteriores radica en que, sobre todo, deben interpretarse como antecedentes, en última instancia determinantes, para la gestación y desarrollo del proyecto investigativo.

Diversos azares ulteriores han concurrido, por supuesto, para darle existencia concreta. El primero, decisivo diría, tuvo lugar cuando en 1996 me hallaba enfrascado en un estudio sobre la obra temprana de nuestro paradigmático intelectual, don Fernando Ortiz (1882-1969), y constataba el peso que en su formación habían tenido muchos componentes españoles. No se trataba solo de que hubiesen transcurrido su niñez y adolescencia en Menorca, estudiara luego en las universidades de Barcelona y de Madrid, sino de cómo conoció y logró interpretar la historia, la cultura hispana, el pensamiento de los finales del turbulento siglo XIX, y todo ello se entretejiera en su cubanía raigal, para dotarla de una dimensión peculiar. También sucede que, por otro lado, Ortiz exploraría de manera incesante, acuciosa, la presencia de los elementos de raíz africana en la construcción del ser cubano. La solidez de su vasta obra, sus

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aportes, hicieron que otra relevante figura de mi país, Juan Marinello, acuñara un modo de definirlo, el cual me parece insuperable: el tercer descubridor de Cuba. Revisando yo por entonces un libro de don Fernando, La reconquista de América; reflexiones sobre el panhispanismo (1911), me di de bruces con un texto de 1910 allí incluido, si bien originalmente editado en diversas entregas de la revista ―Bimestre Cubana‖. Era, nada menos, una reescritura de El caballero encantado, novela de Galdós dada a conocer en 1909. La inmediatez con que Ortiz redacta El caballero encantado y la moza esquiva —su versión libre y americana— evidencia el impacto. Hechizado yo también, presenté en el 6º Congreso Internacional Galdosiano (1997), una comunicación con el tìtulo de ―El caballero encantado en la óptica cubana de Fernando Ortiz: un enfoque regeracionista e intertextual‖.

El diálogo que ahí sostiene Fernando Ortiz con Pérez Galdós —a veces coincidente, otras polémico—, así como valoraciones laudatorias sobre el escritor canario escritas por él en otros libros y artículos, ponían de manifiesto que la resonancia en él de El caballero… no era coyuntural, sino consecuencia de un proceso interpretativo en torno a diversos asuntos y problemas que, a su modo, incidían sobre Cuba y España. Si esto había ocurrido con Ortiz, y no era el único intelectual cubano incitado por la pluma y las concepciones de Galdós —ya antes figuras emblemáticas de nuestras letras y pensamiento, como José Martí y Cirilo Villaverde lo habían sido—, para mí iba tornándose cada vez más evidente que la impronta galdosiana, y su significación, ocupan al menos cierto espacio de interés y reflexión en la trayectoria de la cultura nacional. Quisiera detenerme en las dos últimas figuras mencionadas para ilustrar lo dicho.

El 17 de abril de 1882, José Martí (como se sabe, Apóstol de la independencia cubana y uno de los escritores más brillantes de la lengua castellana), a la sazón emigrado político en Nueva York por su labor revolucionaria, escribe un artículo para el periódico La Opinión Nacional de Caracas donde se refiere a varios escritores españoles, y desliza un apunte sobre Galdós, ―cuya delicada Marianela‖ y ―cuya hermosìsima Gloria […] son libros que debieran estar en todas las manos‖ (Martì, 1991a, 23: 266). En el citado órgano de prensa, el 5 de mayo de ese mismo año, expresa: ―Gloria, esta delicadìsima novela de Pérez Galdós, que a la par mueve el corazón más duro y satisface la mente más descontentadiza y hecha a lo serio, acaba de ser traducida al inglés. ‘Curiosìsima, original y vigorosa‘ ha llamado a la novela Evening Transcript, que es tal vez el mejor periódico de Boston. Gloria como Marianela, no son solo obras literarias, sino obras benéficas. Cierto que no añaden gran cosa al lenguaje, al cual nada quitan tampoco; pero ¡cuánta dulzura ponen en el corazón! ¡con cuánta rectitud deciden en lo difícil! ¡cuán cariñosamente advierten a los hombres de los peligros tremendos de la intolerancia! ¡cómo luego de leer esos libros, se siente como si de súbito hubieran enriquecido nuevos quilates nuestro espíritu! De ahí novelas recomendables, que llenan con provecho las horas vacìas y no esas cosazas […] que estragan el gusto, falsean las pasiones, preparan mal para la vida y llenan de caudal inútil y estorboso la mente. No tenemos paz con lo inútil, ni con lo falso. No se tachará de eso por cierto a la tierna Gloria ni a la tristísima Marianela‖ (Martí, 1991a, 23: 289-290).

El 27 de noviembre de 1884, Martí escribe una carta al Director de La Nación, de Buenos Aires, que se publica en la edición del 11 de enero de 1885, donde señala: ―Esta buena gente de New York, de la raza nativa, más astuta que pródiga, que hace gala de su moderación y sanidad, llenaba ayer mismo un salón de conferencias donde aparecían a recitar y leer trozos de sus obras dos de los escritores más famosos de los Estados Unidos. Mark Twain es el nombre de pluma de uno de ellos, que en persona real se llama Samuel Clemens. George Gable era el otro. Un Pérez Galdós neorleanés, como él minucioso, trabajador como él, como él patético. No son hijos de libros, sino de naturaleza. Esos literatos de librería son como los segundones de la literatura y como la luz de los espejos. Es necesario que debajo de las letras sangre un alma‖ (Martì, 1991b, 7: 132).

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Pero José Martí sacaría a la superficie otros rasgos para él no tan deslumbrantes en la obra galdosiana. En ―Prosa de próceres‖ refiere la amplia presencia en Hispanoamérica de muchas obras literarias procedentes de España y se lamenta de que ―con el engaño de la literatura se nos está entrando por América el espíritu español‖. Alude a la ―lengua de Pérez Galdós, muy sabia y concisa, pero que denuncia haber estado mucho tiempo en los batanes. Muy escarmenada, relamida se diría en pintura. Por mucho quererlo ser no es bastante plástica. Ni la armonía del lenguaje se ha de conseguir con la colocación inmaterial y violenta de algunas de sus partes donde no las pondría de primera intención el sentido. El ideal del diálogo es que sin ser rastrero, ni decir una palabra que no sea imprescindible para el arte y sentido del asunto, imite absolutamente la naturaleza: cada carácter debe hablar en su tono y como quien es, sin usar una idea, giro o palabra que conforme a sus antecedentes no sea del todo natural, y sin invadir el lenguaje ni el pensamiento de caracteres de diferente preparación‖ (Martì, 1991c, 15: 183-184). Las consideraciones de Martí vienen establecidas tanto desde la estética modernista, en la que sería exponente destacado, como a partir de un rechazo al colonialismo, incluido el cultural. Aunque apasionante el asunto, no es posible ahora entrar en su análisis. Baste para evidenciar que en Martí la aprehensión de Galdós en modo alguno era acrítica.

En el mismo sentido, el siguiente fragmento de uno de sus ―Apuntes‖ (de fecha no precisada aunque, por su contenido, nunca anterior a 1884) es bien explícito. El contexto es la presencia de cubanos en novelas españolas, en el caso que nos ocupa El amigo Manso; y el subtexto se halla en la carta enviada por Galdós a Cirilo Villaverde como acuse de recibo a su novela Cecilia Valdés. Enuncia Martì: ―A nosotros que tenemos a América por nuestra, no nos da mucho que Pérez Galdós, tan glorioso y nuevo en aquello que conocemos, se muestre de aquella ignorancia de N cosas que es menester para decir, como si se tratase de M. ¿No creía que era cubana cosa tan buena? ¿Qué sabe él, ni España qué sabe, de lo que los cubanos son y escriben?‖ (Martì, 1991d, 22: 21).

El 11 de abril de 1883, Cirilo Villaverde, el novelista cubano más importante del siglo XIX, había dedicado y remitido a Galdós un ejemplar de su novela Cecilia Valdés, poco antes impresa en Nueva York: ―Al primer novelista español D. Benito Pérez Galdós, El autor‖, y firma ―C. Villaverde‖. El libro iba acompañado de una breve misiva que transcribo:

New York April 11 de 1883

Nº 4 Cedar Street.

Sr. D. Benito Pérez Galdós.

Muy señor mío:

No estime V. como osadía que este desconocido escritor del mismo género literario que V. cultiva con tanto éxito, le presente un ejemplar de su última producción, ni que espere V. la acepte como una débil muestra de la admiración y el respeto que siente por V. quien tiene el honor de suscribirse de V. atento servidor Q. S. M. B.

Cirilo Villaverde

PS. Ignorando las señas de su morada le dirijo esta y el ejemplar del libro… á Madrid.

El libro y la carta se conservan en la Biblioteca y Archivo de la Casa-Museo.

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Don Benito respondió así:

Madrid, 26 de junio de 1883

Sr. D. Cirilo Villaverde

New York

Muy señor mío: Doy a V. un millón de gracias por el ejemplar que tuvo la bondad de enviarme de su hermosa novela Cecilia Valdés. He leído esta obra con tanto placer como sorpresa, porque a la verdad (lo digo sinceramente, esperando no lo interpretará V. mal), no creí que un cubano escribiese una cosa tan buena.

Sin que pretenda pasar por competente en esta materia, debo manifestar a V. que aquel acabado cuadro de costumbres cubanas honra el idioma en que está escrito.

Por lo que de su obra se desprende, enormes diferencias separan su pensar de V. del mío en cuestiones de nacionalidad; pero esto no impide que le salude cordialmente como admirador y amigo suyo.

B. Pérez Galdós(Friol, 1981: 16-19).

En el artículo de Friol señalado como referencia, este indica con razón lo mucho que ―debió agradar a Villaverde esta respuesta en cuanto a los juicios literarios se refiere, excepto aquel no creí que un cubano escribiese una cosa tan buena, que tanto escoció a los cubanos de su tiempo‖ (Friol, 1981: 16-19). Sin embargo, en lo que Galdós denomina cuestiones de nacionalidad y Villaverde entiende juiciosamente, como consideraciones políticas, formuló estos criterios en carta desde Nueva York a su amigo Julio Rosas (Francisco Puig de la Puente) el 5 de septiembre del propio año 1883: ―En la polìtica fui más osado porque sobre este punto me alentó la esperanza de prestar un servicio al buen nombre de mi esclavizada patria. En Madrid me tildaron de esto y yo en secreto me congratulo de haber acertado, al menos bajo este punto. Tanto Pérez Galdós como Los Dos Mundos me censuran de enemigo de la administración española en la época pintada en la novela; que no desconocerá V. fue cuanto despótica, corruptora y mala pudo ser para cubanos y españoles‖ (Friol, 1981: 16-19).

Quizás Galdós alcanzó finalmente a comprender a Villaverde cuando, en Memorias de un desmemoriado, apuntaba —y tomo la cita de Friol— cómo ―en aquellos tiempos las elecciones en Cuba y Puerto Rico se hacían por telegramas que el Gobierno enviaba a las autoridades de las dos islas. A mí me incluyeron en el telegrama de Puerto Rico; y un día me encontré con la noticia de que era representante en Cortes, con un número enteramente fantástico de votos. Con estas y otras arbitrariedades llegamos años después a la pérdida de las colonias‖ (Friol, 1981: 16-19).

Pienso que la apretadísima sinopsis que hasta aquí he venido presentando resulte suficiente para demostrar, de un lado la importancia y significación que Galdós y su obra poseen para el análisis de ciertos presupuestos y matices en la trayectoria de la cultura cubana. De otro, para subrayar cómo se convirtieron, de hecho, en plataforma y fundamentación de nuestro proyecto investigativo.

Por otros caminos pasamos a la etapa siguiente, una suerte de corolario. El trabajo docente con Galdós me había llevado de manera reiterada a revisar las ediciones cubanas de sus obras, muchas prologadas por intelectuales del patio donde proyectaban su apreciación personal, o no tanto a veces. Como se comprenderá, consultas imprescindibles. Lo cierto es que la abundancia (relativa quiero decir, tomando en consideración las casi siempre tensas circunstancias económicas de mi país) de novelas galdosianas editadas —en cambio, nada de teatro—, las tiradas por miles de ejemplares, su precio irrisorio y la demanda popular que alcanzaron, invitaban a reflexionar con detenimiento sobre el fenómeno y su significación. Por ello, el examen del tema fue presentado en el 7º Congreso Internacional Galdosiano (2001), y aparece en las Actas con el tìtulo ―Galdós: el novelista extranjero más publicado en

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Cuba durante el último medio siglo‖. Establecidos el marco y la referencia, en aras de tiempo y espacio apuntaré solo que, a esas alturas, las miradas a don Benito desde Cuba iban conformando una secuencia sistemática de trabajo y, más aún, iban descubriéndose nuevas posibilidades de emprender un rastreo de mayores amplitud y alcance.

Tres zonas aparecían como otras tantas fases, en realidad nuevos proyectos investigativos a emprender bajo el criterio de enriquecer y profundizar el estudio de la percepción galdosiana en Cuba. Primero: la búsqueda, procesamiento e interpretación de los abundantes materiales sobre Galdós aparecidos en publicaciones periódicas nacionales. En la medida en que fuimos avanzando, observamos que sobrepasaban con creces las expectativas. Segundo: el análisis de la constante presencia de Galdós en programas de estudio de la enseñanza secundaria y universitaria cubanas. Tercero: el inicio de búsquedas en archivos, tanto de la Casa-Museo Pérez Galdós en Las Palmas, como el de Fondo de Personalidades en el Instituto de Literatura y Lingüística de La Habana, habida noticia de ciertos documentos y manuscritos registrados en ambas instituciones. Aunque fue nuestra decisión comenzar por el primero, la precedencia entre el uno y los otros no dependería tanto de prioridades como de la fuerza profesional con que pudiésemos contar y de las oportunidades concretas para acceder a los archivos, en especial el de Las Palmas.

Las perspectivas abiertas hicieron indispensable establecer al respecto un diálogo con la Dirección de la Casa-Museo, no solo para gestionar facilidades, sino ofrecer una idea integral en torno a cómo había nacido, se perfilaba y conformaba, crecía y —sobre todo— avanzaba este germen de galdosismo en Cuba. Debe señalarse que el apoyo fue inmediato, el estímulo decisivo y la autorización irrestricta para las consultas. Aún más, coincidimos en que asumirían —como gesto de colaboración para nosotros extraordinariamente apreciable— la publicación del primer libro resultante del proyecto, esto es, una selección representativa de los más importantes materiales sobre Galdós aparecidos en nuestras publicaciones periódicas, las referencias precisas del corpus total, una atractiva iconografía que devino resultado colateral de no poco interés, y la indispensable introducción requerida por este volumen. Las relaciones con la Casa-Museo se han mantenido de manera estable hasta hoy.

En el año 2004 viajó a La Habana la entonces Presidenta del Cabildo Insular de Gran Canaria. En su programa estuvo incluida una visita al Instituto de Literatura y Lingüística, donde firmó con la Directora del centro una carta de intención que imprimió toda la formalidad demandada ya por los nexos hasta entonces asumidos de manera más personal. Así se acordó dar impulso no solo a los proyectos galdosianos, sino adentrarse en otros temas concernientes a relaciones entre las literaturas cubana y canaria. El documento tuvo la suficiente flexibilidad para eventualidades y permitía ajustar —me refiero ahora al ámbito específico sobre Pérez Galdós—, si fuere necesario, los proyectos. Así se ha hecho, previo acuerdo.

Aunque a partir de entonces logré conformar un reducido equipo equipo de tres personas y pudo ganar en celeridad el tema de Galdós en las publicaciones periódicas cubanas, los hallazgos —como he apuntado— superaban en notable cuantía a los pronósticos y se hizo insuficiente el tiempo previsto para la etapa. Los datos siguientes hablan por sí mismos: una vez concluidas en lo fundamental las búsquedas de hemeroteca —digo en lo fundamental porque el acopio de información se mantendrá hasta pasar el libro a los editores, y de manera esporádica se han hallado nuevos materiales que fueron añadidos—, han sido transcritos y archivados 74 artículos de 42 autores, en 21 revistas y periódicos. Equivale a 485 folios a un espacio. Por supuesto, los objetivos que se trazaron los autores difieren, y disímil resulta su calado. Se conformó también una pequeña colección de 20 fotografías e ilustraciones. Por causas ajenas a su voluntad, la Casa-Museo no ha podido asumir la edición del libro, cuya entrega mantenemos pendiente hasta la solución del problema, en que procederemos al cierre de materiales a incorporar, se revisará una vez más la selección elaborada y haremos la

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versión definitiva de la Introducción. Mucho deseamos —y en ello tenemos confianza— que esto ocurra pronto. Afirmo también que cualquier iniciativa de ayuda para tal empeño será bienvenida. Hablo a título personal, aunque no dudo de la misma actitud en los estimados colegas de la Casa-Museo.

Para brindar al menos una idea preliminar y somera, no quisiera dejar de mencionar algunos de los textos escogidos en principio, si bien casi me abstendré de comentarlos por obvias razones de tiempo, aunque estoy seguro de que su interés no escapará al auditorio. Se incluyen:

— Las cuatro entregas de Fernando Ortiz en 1910 a la revista Bimestre Cubana, con el tìtulo ―El caballero encantado y la moza esquiva‖, obra ya aludida en páginas precedentes.

— Una carta de Benito Pérez Galdós, fechada el 6 de junio de 1914, al poeta cubano, académico de la lengua, diplomático y periodista Manuel Serafín Pichardo solo divulgada (hasta donde conozco) cuando este la publicó el mismo año en su revista El Fígaro, de La Habana. Por cierto, un grupo de cartas de Pichardo a Galdós se conserva en el Archivo de la Casa-Museo y forma parte de un conjunto de documentos que actualmente procesamos y evaluamos.

—Varios artículos sobre San Quintín, estancias de don Benito en Santander y alguna entrevista allí concedida por él a revistas de la Sociedad Montañesa de La Habana, donde el escritor canario se refiere al último de sus Episodios Nacionales: Cuba, así como a su interés por viajar a nuestro país. Son casi todos textos correspondientes a la segunda década del siglo XX.

— Un artículo de María Zambrano, a la sazón residente en Cuba, ―La mujer en la España de Galdós‖, de 1943, aparecido en Revista Cubana. Dicho trabajo deviene primera versión del ensayo homónimo que integra su libro España, sueño y verdad, de 1965, reeditado en 1982. Se incluyó por la autora en su volumen La España de Galdós, publicado inicialmente en 1960, con sucesivas reediciones corregidas y aumentadas. Vale la pena cotejar el que apareció en La Habana con los posteriores, sobre todo con el último en vida de María Zambrano, en 1989, presentado por Ediciones Endymión.

— Un artículo de marzo de 1956 que incluyó la revista habanera Carteles, ―La novia cubana de Galdós‖, por Salvador Bueno, prestigioso intelectual fallecido hace dos años y durante más de un lustro, hasta su muerte, Director de la Academia Cubana de la Lengua.

— Un texto de Manuel Dìaz Martìnez, ―La novela histórica y Benito Pérez Galdós‖, publicado en 1976 por la revista España Republicana.

— Un estudio de la profesora Adolfina Cossìo con el tìtulo ―Uso de las técnicas de la novela contemporánea en la narrativa de Benito Pérez Galdós‖, editado por Santiago, Revista de la Universidad de Oriente, en 1978.

— ―La huella de Cecilia Valdés en Fortunata y Jacinta‖, ensayo de Roberto Friol que se incluyó en la revista Bohemia en abril de 1981. Sobre este trabajo, mi colega Sutrayel Falcón, entonces integrante de nuestro equipo de investigadores, presentó algunas consideraciones en el pasado 8º Congreso Internacional Galdosiano del año 2005.

— ―Cuba en Galdós: la función de las colonias en el discurso metropolitano‖, de John Sinnigen, publicado en 1998 en la revista Casa de las Américas.

La muestra en sí misma indica la recurrencia de Galdós a través de un largo período en revistas y periódicos cubanos, así como su amplitud temática y perspectivas diferentes.

Para concluir, haré rápida mención de nuestro quehacer actual, en espera de las definiciones sobre el libro.

Ya finalizando el proceso de revisión del ―Diario de la Marina‖, di con una noticia casi perdida en la página 2 de su edición correspondiente al 7 de noviembre de 1930. Se trataba de

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una nota de la Asociación Canaria de La Habana, que anunciaba el develamiento de un busto de Galdós, realizado por el escultor José María Perdigón, a tener lugar el día 9 en los jardines de la casa de salud de la sociedad, esto es, el Sanatorio ―Nuestra Señora de la Candelaria‖, denominado popularmente la Quinta Canaria. El 10 de noviembre, el diario refiere las incidencias del acto y es la última alusión hallada sobre el asunto. Este sanatorio dejó de ser una institución de los canarios hace muchos años, por causas diversas que se vinculan al ejercicio de la política del gobierno revolucionario establecido en 1959 y, en particular a la seguida en su organización del sistema de salud pública nacional. No es mi propósito entrar en este análisis aquí ni ahora. Esa institución, localizada en las afueras de la ciudad de La Habana, funciona hoy como hospital psiquiátrico. No teníamos siquiera noción de la existencia en Cuba de un busto de Galdós, y quisimos comprobar si continuaba en su sitio casi ocho décadas después, y en las obvias circunstancias diferentes. Allí está, en una plazoleta encantadora, y he de reconocer que una emoción intensa nos conmovió al tenerlo ante los ojos. Estamos considerando sostener conversaciones con la Oficina del Historiador de la ciudad y la actual directiva de la Sociedad Canaria, en virtud de su posible reubicación en algún lugar cercano a ella, casi en la frontera del centro histórico de La Habana, en busca de una más adecuada inserción social, y que a la vez sea declarado el busto lo que realmente es: monumento integrante de nuestro patrimonio cultural.

Por otra parte, en marzo del 2006 tuve ocasión, gracias a la generosidad y espíritu cooperativo de la Casa-Museo Pérez Galdós, de viajar a Las Palmas y consultar con detenimiento la zona de su archivo relacionada con Cuba y cubanos. Pude acceder así a 149 documentos, en su mayoría cartas, iluminadores de nuevos horizontes para el estudio. Estamos procesando y valorando ese corpus, del cual dimanarán ciertamente nuevas líneas de investigación.

En cuanto a los Fondos de Personalidades en el archivo del Instituto de Literatura y Lingüística de La Habana, hemos hallado entre la papelería de la insigne pedagoga dominicana Camila Henríquez Ureña, radicada en Cuba durante mucho tiempo y profesora de la Universidad de La Habana desde 1962 hasta poco antes de su fallecimiento en Santo Domingo en 1972, algunas conferencias dictadas sobre Galdós y los cuadernos manuscritos (verdaderos ensayos literarios, me atrevería a afirmar) de sus clases impartidas en el Curso Especial que anualmente ofrecía sobre Galdós en la Facultad de Artes y Letras de ese centro. Todo ese rico material inédito comenzará en breve a ser procesado para su análisis, interpretación y eventual edición en forma de libro.

El caso de doña Camila Henríquez Ureña y su Curso Especial, luego continuado por brillantes profesores, hispanistas de recia talla como Mirta Aguirre, se vincula con el otro proyecto aún por emprender: Galdós en el sistema educacional cubano. De manera ininterrumpida don Benito ha formado parte de los programas nacionales de estudio para la enseñanza secundaria, y es tema cardinal en el currículo de las Facultades de Artes y Letras de nuestras universidades, así como las de Humanidades en las universidades pedagógicas. Se perfila así, en consecuencia, otro vasto e interesante universo que aún no hemos podido recorrer.

Nos sentimos satisfechos ante lo realizado, e inconformes al apreciar cuánto nos falta aún para dar por cumplidos nuestros proyectos iniciales. De cualquier modo, nos congratulamos por la oportunidad de exponer las experiencias, intercambiar puntos de vista y aspiraciones con galdosistas del mundo reunidos en este Congreso. Tengo la certidumbre de que cuando volvamos a encontrarnos dentro de cuatro años, no pocos de nuestros anhelos se habrán hecho realidad.

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BIBLIOGRAFIA

FRIOL, R.: ―La huella de Cecilia Valdés en Fortunata y Jacinta‖, Bohemia, Año 73, Nº 15, abril 10 de 1981, La Habana, pp. 16-19.

MARTÍ, J.: Obras completas, tomo 23. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1991

— Obras completas, tomo 7. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1991.

— Obras completas, tomo 15. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1991.