BENITO PÉREZ GALDÓS: ITINERARIO MADRILEÑO DE TORMENTO (1884)

Marta González

1. Plaza de las Descalzas

2. Puerta del Sol

3. El Imparcial

4. Calle de la Victoria

5. Calle de la Cruz

6. Calle del Prado, Ateneo

7. Calle Concepción Jerónima

8. Calle Toledo

9. Plaza Mayor

10. Cava Baja

11. Cava Baja (más arriba)

12. Calle Bordadores

13. Calle Arenal

14. Calle Fuentes (desde Arenal)

15. Costanilla de los Ángeles

16. Calle Silva

17. Calle de la Estrella

18. Calle del Pez

19. Calle Beatas

20. Calle Felipe V

21. Plaza de Oriente

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1. MONASTERIO DE LAS DESCALZAS REALES

Las Descalzas Reales es un monasterio de monjas de clausura, clarisas franciscanas descalzas, fundado en 1559 por Juana de Austria, hermana de Felipe II. No existen ya los edificios que hubo originariamente en la plaza, desaparecieron con la guerra de la Independencia y la Desamortización. En el siglo XIX se colocó en medio de la plaza la fuente de la Mariblanca que estuvo con anterioridad en la Puerta del Sol y que hoy se encuentra en el interior de la Casa de la Villa. Hoy pueden verse dos estatuas: una en bronce dedicada a Francisco Piquer, en homenaje a su obra de creación del Monte de Piedad, obra de José Alcoverro; otra dedicada al marqués de Pontejos, de Medardo Sanmartí. La iglesia es de Antonio Sillero y alberga un museo interesante, cuyas obras más valiosas son los tapices.

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Benito Pérez Galdós: Tormento, I:

Esquina de las Descalzas. Dos embozados, que entran en escena por opuesto lado, tropiezan uno con otro. Es de noche. Entran en el café de Lepanto, calle Alcalá, esquina a Cedaceros.

—Mi amo es don Agustín Caballero, a quien usted conocerá. (...) Son dos entradas de teatro, para la función de mañana domingo por la tarde. Es que los primos de mi amo, los señores de Bringas, no pueden ir, porque tienen un niño malo. ‗Señoritas Amparo y Refugio‘. Sì, son mis vecinas, las dos niñas huérfanas de Sánchez Emperador... ¡Si vivimos en la misma casa, Beatas, 4, yo tercero, ellas cuarto! Sí, en esa parejita me inspiro para lo que escribo... ¿Ves, ves? La realidad nos persigue. Yo escribo maravillas, la realidad me las plagia.

Primeros versos de Galdós:

El pollo

¿Ves ese erguido embeleco,

ese elegante sin par,

que lleva el dedo pulgar

en la manga del chaleco,

que, altisonante y enfático,

dice mentiras y enredos,

agitando entre sus dedos

el bastón aristocrático;

que estirando la cerviz

enseña los blancos dientes,

atravesando los lentes

sobre la curva nariz;

que saluda con tiesura

a todo el género humano,

y lleva siempre la mano

enclavada en la cintura;

que, más obtuso que un canto

y sin saber la cartilla

refiere la maravilla

del combate de Lepanto;

que va al teatro y pasea

sus miradas ardorosas

contemplando a las hermosas

jóvenes de la platea;

que aplaude mucho al tenor

y aplaude a la Cavaletti

y critica a Donizzetti

y al autor de El Trovador?

2. PUERTA DEL SOL

Entre 1756 y 1760 el arquitecto Ventura Rodríguez dirige los primeros derribos de las casas de las manzanas 205 y 206, que lindan con la Puerta del Sol, para construir el edificio central de Correos. En 1768 Carlos III encarga la construcción de la Real Casa de Correos al

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arquitecto francés Jaime Marquet. Tras albergar la Capitanía General y el Gobierno Militar, en 1847 alberga al Ministerio de la Gobernación, aunque la planta baja sigue siendo para Correos. Son famosos sus dos relojes: el primero y más antiguo es el de la fachada principal y procede del antiguo hospital del Buen Suceso, derribado con la reforma de la Puerta del Sol, y el segundo y más conocido es el reloj de Losada, que precisó de una torrecilla para su funcionamiento, iniciado el 19 de noviembre de 1866. Después de la Guerra Civil y durante el franquismo, la Real Casa de Correos se convirtió en la sede de la Dirección General de Seguridad del Estado. Ahora es la sede de la Comunidad de Madrid: Ramón Valls Navascués la reconstruye en 1985.

Ramón Gómez de la Serna, Elucidario de Madrid:

En 1750, la Puerta del Sol era una barriada de casas chatas y sórdidas, de portales lóbregos y húmedos, con tortuosa escalera; la mayoría eran de un solo piso, y de balcón a balcón había tan poca distancia que se podía pasar de uno a otro; muchas de estas casas fueron de mal vivir, y de las guardillas profundas y hediondas y de los balcones colgaban colchas y mantones, como distintivos, y gran cantidad de enaguas y medias de rayas de colores. (...) Después de derruido el Buen Suceso, estuvo la Puerta del Sol sin reloj (hacia 1852), según cuenta un diplomático extranjero, y entonces eran de oír los comentarios, como si ése fuese el mayor absurdo de los absurdos: ‗¡Qué barbaridad! ¡No haber reloj aquì! Ayer llegué tarde al coro de los alguaciles en el Circo... ¿Cómo va a molestarse uno en sacar el reloj a cada momento?‘ Después aparece el reloj del Principal, sobre el Ministerio de la Gobernación. Ese reloj llevó una marcha irregular durante varios años y muchas veces se paraba. Por eso le dedicaron este epigrama:

Este reló tan fatal

que hay en la Puerta del Sol

—dijo a un turco un español—

¿por qué anda siempre tan mal?

El turco, con desparpajo,

Contestó, cual perro viejo:

—Este reló es el espejo

del Gobierno que hay debajo. (...)

El día 24 de junio de 1860 se inauguró en la Puerta del Sol la otra fuente, la que hasta hace poco estaba en la glorieta de los Cuatro Caminos, elevándose su surtidor, de 14 centímetros de diámetro, a 30 metros de altura, surtidor que excedía al de la fuente de la Fama de los Jardines de San Ildefonso. Don Manuel Fernández y González lanzó frente a su elevado surtidor aquella frase de ‗¡Oh maravilla de la civilización! ¡Poner los rìos de pie!‘ En efecto, el artificio y el chorro de su surtidor eran tan caudalosos, que a la media hora de correr con toda intensidad se inundaba toda la Puerta del Sol (en fiestas como el Corpus, el día de apertura de Cortes, etc.)

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3. EL IMPARCIAL

Con la Primera República (1873) se cierran los periódicos donde colabora Galdós: El Debate y La Ilustración de Madrid, que se editaba en El Imparcial, cuyo edificio aún se conserva en pie, en la calle Duque de Alba, 4.

4. CALLE DE LA VICTORIA, LA FONTANA DE ORO

Benito Pérez Galdós, La Fontana de Oro, I:

En La Fontana es preciso demarcar dos recintos, dos hemisferios: el correspondiente al café y el correspondiente a la política. En el primer recinto había unas cuantas mesas destinadas al servicio. Más al fondo, y formando un ángulo, estaba el local en que se celebraban las sesiones. Al principio, el orador se ponía en pie sobre una mesa y hablaba; después, el dueño del café se vio en la necesidad de construir una tribuna. El gentío que allí concurría era tan considerable, que fue preciso arreglar el local, poniendo bancos ad hoc; después, a consecuencia de los altercados que este club tuvo con el Grande Oriente, se demarcaron las filiaciones políticas; los exaltados se encastillaron en La Fontana y expulsaron a los que no lo eran. Por último, se determinó que las sesiones fueran secretas y entonces se trasladó el club al piso principal. Los que abajo hacían el gasto tomando café o chocolate sentían en los momentos agitados de la polémica un estruendo espantoso en las regiones superiores, de tal modo que algunos, temiendo que se les viniera encima el techo con toda la mole patriótica que sustentaba, tomaron las de Villadiego, abandonando la costumbre inveterada de concurrir al café.

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5. CALLE DE LA CRUZ, HOTEL DE LA CRUZ

(1ª cita amorosa de Emilia Pardo Bazán y Benito Pérez Galdós) Carta de Pardo Bazán a Pérez Galdós, 1889:

Triste, muy triste, como decía un orador de la mayoría, me quedé al separarme de ti, amado compañero, dulce vidita; soy de tal condición, que me incrusto en el alma de los que me manifiestan cariño, y el trato va apretando de tal manera los nuditos del querer, que cuando menos lo pienso me encuentro con que estoy atada y no me puedo soltar. Siendo tú quien eres y tan amable visto de cerca, este afecto tenía que ser doble o triple de lo que sería en cualquier otro caso. Me quedé, aunque alegrándome de que hubieras cogido el tren, con un velo de sombra negrísima sobre el espíritu. Me retiré a mi cuarto como quien se mete en una tumba y me eché en la cama como si me echase al turbio Sena en un momento de desesperación, que desahogué con llanto y traté de olvidar con un sueño oscuro, cargado de pesadillas.

6. ATENEO, CALLE DEL PRADO, 21

El Ateneo de Madrid es una institución cultural privada, cuyos fundadores fueron Salustiano Olózaga, el duque de Rivas, Antonio Alcalá Galiano, Mesonero Romanos, Francisco López Olavarrieta, Francisco Fabra y Juan Manuel de los Ríos. Su primera sede fue el Palacio de Abrantes, y luego la calle Montera, para pasar a la calle del Prado, a un edificio modernista inaugurado por Cánovas del Castillo en 1884, donde está ahora. Tiene 19 secciones que desarrollan actividades en todos los órdenes culturales y científicos. Posee un Salón de Actos, sala de trabajos, aulas, sala de exposiciones, biblioteca y hemeroteca. Entre

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sus socios hay Presidentes del Gobierno o del Consejo de Ministros, Ministros y Premios Nobel.

Benito Pérez Galdós, La pluma y el viento (1873):

¡Gran cosa es la Ciencia! ¡Y cuánto me felicito de haber entrado por este camino, el único digno de nuestro noble origen! Pero lo que me enfada es que nunca llegamos al fin: a medida que voy aprendiendo, se me presentan nuevos misterios y enigmas. Yo quisiera aprendérmelo todo de una vez. Es mucho cuento éste, del que nunca se le ve el fondo al odre de la sabiduría. ¡Ay, vientecillo perezoso!, corre más, a ver si conseguimos llegar a un punto donde no haya más tierra, ni más mar, ni más cielo, ni más estrellas... Esto no se acaba nunca. Corramos, volemos, que no ha de haber cosa que yo no vea ni examine, ni arcano que no se me revele. He de saber cómo es Dios, cómo es el alma humana, de dónde salimos las plumas y a dónde volvemos, después de dar nuestro último vuelo en el viaje de la existencia.

7. CALLE DE LA CONCEPCIÓN JERÓNIMA (AMPARO COMPRA MANDILES PARA NIÑOS DE BRINGAS)

Benito Pérez Galdós, Tormento, IV:

Cuando Amparo llegaba muerta de cansancio a la casa y la de Pipaón con desabrido tono, le decìa: ‗Amparo, ve ahora mismo a la calle de la Concepción Jerónima y tráeme los delantalitos de niño que dejé apartados‘; cuando la hacìa recorrer distancias enormes y luego la mandaba a la cocina y, por cualquier motivo trivial, la reprendía con aspereza, el bueno de don Francisco sacaba la cara en defensa de la huérfana, pidiendo a su mujer tolerancia y benignidad.

-Déjala que trabaje -observaba Rosalía-. ¿Pues qué?, si al fin ha de vivir de sus obras. ¿Crees tú que va a tener alguna herencia? Acostúmbrala a los mimos y entonces verás de qué se mantiene cuando nosotros por cualquier motivo le faltemos. Están muy mal acostumbradas esas niñas... Es preciso que cada cual viva según sus circunstancias.

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8. CALLE TOLEDO

Fortunata y Jacinta, VI:

Iba Jacinta tan pensativa, que la bulla de la calle de Toledo no la distrajo de la atención que a su propio interior prestaba. Los puestos a medio armar en toda la acera desde los portales a San Isidro, las baratijas, las panderetas, la loza ordinaria, las puntillas, el cobre de Alcaraz y los veinte mil cachivaches que aparecían dentro de aquellos nichos de mal clavadas tablas y de lienzos peor dispuestos, pasaban ante su vista sin determinar una apreciación exacta de lo que eran. Recibía tan sólo la imagen borrosa de los objetivos diversos que iban pasando, y lo digo así, porque era como si ella estuviese parada y la pintoresca vía se corriese delante de ella como un telón. En aquel telón había racimos de dátiles colgados de una percha; puntillas blancas que caían de un palo largo, en ondas, como los vástagos de una trepadora; pelmazos de higos pasados, en bloques; turrón en trozos, como sillares que parecían acabados de traer de una cantera; aceitunas en barriles rezumados; una mujer puesta sobre una silla y delante de una jaula, mostrando dos pajarillos amaestrados, y luego montones de oro, naranjas en seretas o hacinadas en el arroyo.

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9. PLAZA MAYOR (BUHARDILLA DE FORTUNATA)

La plaza mayor data del siglo XV (las remodelaciones posteriores por incendios son de Juan de Herrera en 1580, de Juan Gómez de Mora en 1631 y de Juan de Villanueva hacia 1790). La Casa de la Panadería albergaba la tahona principal de la Villa, y en 1732, los despachos del Peso Real y del Fiel Contraste. Entre 1745 y 1774 tuvo allí su sede la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, y de 1774 a 1871 la Real Academia de la Historia. A finales del siglo XIX el Ayuntamiento de Madrid se hace cargo de la Casa de la Panadería, convirtiéndola en la segunda Casa Consistorial de la Villa. Más tarde pasó a ser la sede de la Biblioteca Municipal y del Archivo Municipal. Actualmente está ocupada por el Patronato de Turismo de Madrid. El escultor italiano Juan de Bolonia empieza la estatua ecuestre de Felipe III, que se encuentra en el centro de la Plaza, y la termina su discípulo Pietro Tacca en 1616. El entonces Gran Duque de Florencia se la regala al rey español y en 1848 Isabel II ordena su traslado a la Plaza Mayor.

Tormento, III (dice Rosalía):

Porque a mí, querida Cándida, que no me saquen de estos barrios. Todo lo que no sea este trocito no me parece Madrid. Nací en la plazuela de Navalón y hemos vivido muchos años en la calle de Silva. Cuando paso dos días sin ver la plaza de Oriente, Santo Domingo el Real, la Encarnación y el Senado, me parece que no he vivido. Creo que no me aprovecha la misa cuando no la oigo en Santa Catalina de los Donados, en la capilla Real o en la Buena Dicha. Es verdad que esta parte de la Costanilla de los Ángeles es algo estrecha, pero a mí me gusta así. Parece que estamos más acompañados viendo al vecino de enfrente, tan cerca, que se le puede dar la mano. Yo quiero vecindad por todos lados. Me gusta sentir de noche al inquilino que sube, me agrada sentir aliento de personas arriba y abajo. La soledad me causa espanto y, cuando oigo hablar de las familias que se han ido a vivir a ese barrio, a esa Sacramental que está haciendo Salamanca más allá de la Plaza de Toros, me dan escalofríos.

10. CAVA BAJA (AMPARO VA A COMPRAR HUEVOS)

Tormento, VII:

Poco más tarde despedíase Amparo, recibiendo de Rosalía los siguientes encargos: Mañana me traes dos manojos de trencilla encarnada y no te olvides del cold-cream

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de casa de Tresviña... Te traes también cuatro cuartos de raíz de lirio y luego te pasas por la pollería y me compras media docena de huevos.

Mañana me traes media docena de tubos. Se acaba de romper el del recibimiento. Te pasas por la Cava Baja y le das un recado al de los huevos. Tráete dos docenas de botones como éste y ven temprano para que me peines, porque he de ir a Palacio antes de la una (XX).

Tormento, XXXVI:

Caballero salió más tarde, y por las Descalzas, el Postigo, la calle de Hita, el callejón del Perro, etc..., se dirigió a la calle de la Estrella. Fácil es suponer que tenía un humor de mil demonios y que no sabía escoger entre la duda y la certidumbre de su desgracia. Aquella tal Doña Marcelina, ¿qué casta de pájaro sería?

Esto pensaba al subir la escalera de la casa aquella, más vieja que el mal hablar. Llamó y una criada le dijo que la señora no había venido aún, pero que no tardaría ni cinco minutos. Le pasaron a la sala y, cuando esperaba allí, presentósele una dama de muy singular aspecto, blanca, fina, limpia y como vaporosa, una anciana que parecía una gatita, con dos esmeraldas por ojos, y que andaba con pies de lana sin que se le sintieran los pasos.

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11. CAVA BAJA (MÁS ARRIBA)

Fortunata y Jacinta, cap. VII de la 4ª parte (cuando muere Feijoo):

La impresión de vacío y soledad que sacó de la casa poníala en grandísima tristeza. En la Cava Baja pasó por junto a un pianito que tocaba aires de ópera con ritmo picante y amoroso. Esta música le llegaba al alma. Parose un rato a oírla, y se le saltaron las lágrimas. Lo que sentía era como si su espíritu se asomara al brocal de la cisterna en que estaba encerrado, y desde allí divisara regiones desconocidas. La música aquella le retozaba en la epidermis, haciéndola estremecer con un sentimiento indefinible que no podìa expresarse sino llorando. ‗Yo debo de ser muy bruta —pensó, alejándose—, porque me gusta más esta música de los pianitos de la calle que la pieza que toca Olimpia al piano y que dicen que es cosa tan buena. A mí me parece que, cuando la oigo, me aporrean los oìdos con la mano del almirez‘. Habìa resuelto Fortunata, de acuerdo con su tía Segunda, albergarse en la casa de esta, que vivía otra vez en la Cava. Allá se encaminó desde la calle de Don Pedro y, antes de entrar en el portal de la pollería, el mismo portal y el mismo edificio donde tuvo principio la historia de sus desdichas, una vecina le dijo que Segunda estaba en el puesto de la plazuela, comiendo con unas amigas. Fuese allá y vio a su tía con otras dos tarascas junto a una mesilla, comiendo un guiso de cordero en platos de Talavera.

12. CALLE DE BORDADORES, FRENTE A PLAZA DE SAN GINÉS (ALLÍ VIVE REFUGIO)

La de Bringas, XXXV:

La de Sánchez tenía su hermoso cabello en el mayor desorden. No se había peinado aún. Cubría su busto ligera chambra, tan mal cerrada, que enseñaba parte del seno ubérrimo. Arrastraba unos zapatos de presillas puestos en chancleta, y los tacones iban marcando sobre el piso de baldosín un compás de pasos harto estrepitoso. (...) Rosalía observó la pieza en que estaba. Nunca había visto desbarajuste semejante ni

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tan estrafalaria mezcla de cosas buenas y malas. La sala, cuya puerta de comunicación con el gabinete estaba abierta, parecía una trastienda y encima de todas las sillas no se veía otra cosa que sombreros armados y por armar, piezas de cinta, recortes, hilachas. Destapadas cajas de cartón mostraban manojos de flores de trapo, finísimas, todas revueltas, ajadas en lo que cabe, tratándose de flores contrahechas. Algunas, aunque parezca mentira, pedían que las rociaran con un poco de agua. También había fichús de azabache y felpilla, camisetas de hilo y algunas piezas de encaje. Esta masa caótica de objetos de moda extendíase hasta el gabinete, invadiendo algunas de las sillas y parte del sofá, confundiéndose con las ropas de uso, como si una mano revolucionaria se hubiera empeñado en evitar allí hasta las probabilidades de arreglo. Dos o tres vestidos de la Sánchez, enseñando el forro, con el cuerpo al revés y las mangas estiradas, bostezaban sobre los sillones. Una bota de piel bronceada andaba por debajo de la mesa, mientras su pareja se había subido a la consola. Un libro de cuenta de lavandera estaba abierto sobre el velador, mostrando apuntes de letra de mujer: Chambras 6; enaguas 14... El velador era de hierro con barniz negro y flores pintadas. Sobre la chimenea, un reloj de bronce muy elegante alternaba indignamente con dos perros de porcelana dorados, de malísimo gusto, con las orejas rotas. Las láminas de las paredes estaban torcidas y una de las cortinas, desgarrada; el piso, lleno de manchas; la lámpara colgante, con el tubo ahumadísimo. Por la mal entornada puerta de la alcoba se veía un lecho grande, dorado, de armadura imperial, sin deshacer y con las ropas en desorden, como si alguien hubiera acabado de levantarse.

13. CALLE ARENAL (CASA DE CABALLERO)

Tormento, IX:

Caballero había comprado una casa nueva, hermosísima, en la calle del Arenal, cuyo primer piso ocupaba por entero. (...) En la cocina hay máquina para hacer helado y en el comedor un servicio de huevos pasados que es una gallina con pollos, todo de plata. La gallina se destapa y allí se ponen los huevos pasados. A los pollos se les levanta la cabeza y son las hueveras, y en el pico se pone la sal. ¡Oh!, ¡pues si usted

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viera...! En uno de los cuartos hay una pila de mármol con dos llaves, una de agua fría, otra de agua caliente. Da gusto ver aquello... La cocina es de hierro, con muchas puertas, tubos, hornillas y horno y demonios... ¡Vaya que ha gastado el amo dinerales en arreglar la casa! Es suya; ¿pues qué cree usted? La compró por tantos miles de miles de duros. Vivimos en el principal. ¡Si usted la viera! El amo tiene cama grande, muy grande. Dicen que se quiere casar..., y luego hay muchas alcobas, muchas, que, según Doña Marta, serán para los niños... Hay un armario de tres espejos para ropa de señora. Está vacío. Yo meto en él la cabeza para oler el cedro, que huele muy bien... Síguele otro armario, lleno de montones de ropa blanca, que el señor trajo de París. Aquello no se toca. Hay allí mantelerías y otras cosas muy ricas, pero muy ricas, telas con mucho encaje, ¿sabe?... Es cosa para que no la toquen manos. Pues también tenemos un cajón de cubiertos de plata que no se usan nunca y vajillas que están todavía metidas dentro de paja. Dice Doña Marta que hay allí avíos para una casa de cuarenta de familia. Y todos los días están trayendo cosas nuevas. Don Agustín, como no tiene nada que hacer, se entretiene en ir a las tiendas a comprar cosas. El otro día llevaron una lámpara grande de metal. Parece de oro y plata y tiene la mar de figuras y ganchos para luces. ¡Ah!, ¡si viera usted una licorera que es un barco con sus velas y está cargado de copas...!, en fin, monísimo. En el cuarto que va a ser para la señora hay muchos, muchísimos monigotitos de porcelana. No pasa día sin que el amo traiga algo nuevo, y lo va poniendo allí con un cuidado... ¡Y qué sofá, qué sillas de seda ha puesto en el tal cuarto! Nosotros decimos: ‗Aquì tiene que venir una emperatriz‘. ¡Ah!, también hay en el cuarto de la señora una jaula de pájaros, todo figurado, con música, y, cuando se le da al botón que está por abajo, tiriquitiplín..., empiezan a sonar las tocatas dentro y los pájaros mueven las alas y abren el pico...

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14. CALLE DE FUENTES, 6

Primera pensión de Galdós (la segunda, en la calle del Olivo, hoy Mesonero Romanos, desde 1903), para estudiar en la Universidad Central:

donde me distinguí por los frecuentes novillos que hacía ... ganduleaba por las calles ... mi vocación literaria se iniciaba y, si mis días se iban en flanear por las calles, invertía parte de las noches en emborronar dramas y comedias. Frecuentaba el Teatro Real y la Puerta del Sol, donde se reunían mis paisanos. (Memorias de un desmemoriado).

15. COSTANILLA DE LOS ÁNGELES (EN LA PLACITA)

Tormento, II:

A principios de Noviembre, obligado Bringas, por las crecientes necesidades de la familia, a un aumento de local, se mudó de la casa de la calle de Silva, en que había vivido durante diez y seis años, a otra en lo más angosto de la Costanilla de los Ángeles. La mudanza de una casa en que había tan diversos objetos algunos de mérito, dos o tres cuadros buenos, bronces, espejos, guarda-brisas y cortinajes riquísimos, que eran despojos de la ornamentación de Palacio, no se hizo sin dificultades ni quebranto. Con mucha razón repetía Bringas la exacta frase de Franklin: tres mudanzas equivalen a un incendio. Y se ponía nervioso y airado viendo tanta cosa rota, tanta rozadura, deterioros tan graves y en tanto número. La suerte era que allí estaba él para componerlo todo.

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16. CALLE SILVA, 25: IGLESIA DE LA BUENA DICHA (ALLÍ VA AMPARO A REZAR)

En 1594 se funda el Hospital de la Buena Dicha, dedicado a Nuestra Señora de la Concepción. El hospital fue fundado en la calle Silva por su abad, Fray Sebastián Villoslada para atender a doce pobres de la parroquia, para lo cual instituyó una hermandad de misericordia dirigida por doce sacerdotes y sesenta y dos seglares. A finales del siglo XIX, tanto la iglesia como el hospital fueron derribados. El edificio actual, que fue construido por el arquitecto Francisco García Nava entre 1916 y 1917, continúa la tradición del anterior. En cuanto al edificio, el exterior destaca por la mezcla de estilos gótico y mudéjar. En el interior es interesante la capilla de la Virgen de la Misericordia, donde se encuentra un grupo escultórico realizado en la primera mitad del siglo XVII.

Tormento, XIV:

Cuentan que en la sacristía de las iglesias a donde Polo solía ir a celebrar misa armaba reyerta con los demás curas, y que un día él y otro, de carácter poco sufrido, hablaron más de la cuenta y por poco se pegan. Hubo de manifestar en cierta ocasión ideas tan impropias de aquellos lugares santos, que, según dicen, hasta las imágenes mudas o insensibles se ruborizaron oyéndole. El rector de San Pedro de Naturales le dijo que no volviera a poner los pies allí. Algún tiempo rodó de sacristía en sacristía...

Los ayacuchos, 1900: ―He visto en mi vida no corta todas las clases de raptos que podían existir. Yo mismo robé una doncella esquiva el año 32 (...); vi en Navarra el hurto de una casada tierna, que quería cambiar de dueño, y presencié el rapto de una viuda entrada en años (...); he visto robar niños, por piques entre padres y abuelos; he visto afanar ganado y gallinas; pero no he visto jamás robar un cura, y esto lo veré ahora, que es caso de gran novedad e interés‖. (Cuando Fernando Calpena rapta a Santiago Ibero del poder de los jesuitas).

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17. CALLE DE LA ESTRELLA (ALLÍ VIVE MARCELINA POLO)

Tormento, XIII:

Marcelina Polo, que en vida de su madre había tenido paciencia, mucha paciencia y desprecio de sí misma, se había hecho el cargo de que pudiendo ganar el cielo con la oración, no había necesidad de conquistarlo con el martirio. Cuenta la criada que por entonces tuvieron, segoviana, astuta y chismosa, que el hallazgo de no sé qué papeles hizo descubrir a doña Marcelina debilidades graves de su hermano y que, enzarzados los dos en agria disputa, sobrevino la ruptura. ‗Todo lo paso —decía—; paso que me tire los platos a la cabeza; paso que me diga palabras malsonantes; pero un pecado tan atroz y sacrílego, eso sí que no se lo paso‘. Y se fue a vivir con una tal doña Teófila, señora mayor, que se le parecía como una gota a otra gota. Poco después embaucaron a doña Isabel Godoy, que había perdido a su fiel criada, y la trajeron a vivir consigo, instalándose en una casita que tomaron en la calle de la Estrella. Cada una de las tres tenía su especial demencia: la Godoy consagraba sus horas todas a las prácticas de un aseo frenético, el desvarío de Doña Teófila era la usura, y el de Marcelina la devoción contemplativa, más un cierto furor por la lotería, que heredó de su madre.

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18. CALLE DEL PEZ (FARMACIA DONDE FELIPE COMPRA EL CIANURO)

Tormento, XXXIII:

—Pues tendrás la bondad —dijo lentamente Amparo, registrando su bolsita y sacando un papel—, de ir a la botica, que está en esta misma calle, dos puertas más abajo... Toma la receta; me traes esta medicina... Es una cosa que tomo todos los días para los nervios, ¿sabes?.. Aguarda, ten el dinero... Corre prontito, aquí te aguardo... (...) Ve a la botica de la calle Ancha... No, mejor será a la de la calle del Pez.

Los pájaros de cartón, animados por diabólico mecanismo, ponían a esto comentarios estrepitosos con su cantar metálico y aleteaban sobre las ramas de trapo. Era como vibración de mil aceradas agujas, música chillona que rasgaba el cerebro, embriagándolo. Amparo creía tener todos los pájaros dentro de su cabeza.

Por un instante, la monomanía del suicidio se suavizó, permitiéndole contemplar la bonita habitación. ¡Qué sillería, qué espejos, qué alfombra!... Morirse allí era una delicia... relativa... ¡Oh, María Santísima, si no fuera por aquellas dos cartas...! ¿Por qué no se murió antes de escribirlas?...

En esto llegó Felipe. Traía un frasquito con agua blanquecina y un poco lechosa. Púsola en la mesa, donde estaba aún el vaso de agua con azucarillo y una cuchara de plata.

¡Momento de solemne estupor salpicado de aquellas punzantes notas de los pájaros cantores! La demente vertió el agua que estaba en el vaso y, echando en él la mitad del contenido del frasco, se lo bebió... ¡Gusto más raro! ¡Parecía... así como aguardiente...! Dentro de cinco minutos estaría en el reino de las sombras eternas, con nueva vida, desligada del grillete de sus penas, con todo el deshonor a la espalda, arrojado en el mundo, que abandonaba como se arroja un vestido al entrar en el lecho.

Fortunata y Jacinta, I, 4ª (doña Lupe a Maxi):

Todo el día me he estado acordando de lo que hablamos anoche. ¡Ah!, si tú fueras otro, si tú tuvieras ambición, pronto seríamos todos ricos. El farmacéutico que no hace dinero en estos tiempos es porque tiene vocación de pobre. Tú sabes bastante y, con un poco de trastienda y otro poco de farsa y mucho anuncio, mucho anuncio, negocio hecho. (...) Si inventas algo, que sea panacea, una cosa que lo cure todo, absolutamente todo, y que se pueda vender en líquido, en píldoras, pastillas, cápsulas, jarabe, emplasto y en cigarros aspiradores. Pero hombre, en tantísima droga como tenéis, ¿no hay tres o cuatro que bien combinadas sirvan para todos los enfermos? Es un dolor que teniendo la fortuna tan a la mano, no se la coja. Mira el doctor Perpiñá, de la calle de Cañizares. Ha hecho un capitalazo con ese jarabe..., no recuerdo bien el nombre; es algo así como latro-faccioso... (lacto-fosfato de cal perfeccionado, corrige Max).

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19. CALLE BEATAS, 4 (ALLÍ VIVE AMPARO)

Tormento, X:

Mientras la dichosa familia sentábase alegre a la mesa bien provista, entre la risueña algazara de los niños, Amparito subía lentamente, abrumada de tristeza (que me digan que esto no es sentimental) la escalera de su casa. Abrió la puerta su hermana, en traje y facha que declaraban hallarse ocupada en vestirse para salir a la calle, esto es: en enaguas, con los hombros descubiertos, bien fajada en un corsé viejo, con el peine en una mano y la luz en la otra. La salita, pequeña y nada elegante, contenía parte de los muebles del difunto Sánchez Emperador; un sofá que por diversas bocas padecía vómitos de lana, dos sillones reumáticos y un espejo con el azogue viciado y señales variolosas en toda su superficie. El tocador ocupaba lugar preferente de la sala, por no haber en la casa un sitio mejor, y sobre el mármol de él puso Refugio el anciano quinqué para continuar su obra. Se estaba haciendo rizos y sortijillas, y a cada rato mojaba el peine en bandolina, como pluma en el tintero, para escribir sobre su frente aquellos caracteres de pelo que no carecían de gracia.

Tormento, XXXVI:

Caballero salió escapado, furioso... Tomó la dirección de su casa; pero no había dado veinte pasos, cuando tuvo una inspiración, verdadero rayo celestial que entró en su mente. La calle de las Beatas estaba muy cerca... Secreto instinto le decía que allí podría tener la enfermedad ardorosa de sus dudas mejor remedio que en otra parte. ‗¡Quién sabe! —pensó, despeñando su espíritu de una confusión a otra—, cuando todos me engañan y se divierten conmigo, puede ser que ella misma me diga la verdad... Vaya, que si ahora salimos con que es inocente... Pero, ¿dónde está?, ¿por qué se oculta?... Será que me la esconden para que no la vea... ¡Maldita sea mi ceguera, mi inexperiencia del mundo!... Me engaña Rosalía, me engañan mis amigos y todos juegan con este pobre hombre, que no entiende de quisicosas... ¿Quién me dice la verdad?... ¿Qué voz escucharé de las que suenan en mi alma?, ¿la que dice: mátala, o la que dice: perdónala? Bruto, desgraciado salvaje, que no debías haber salido de tus bosques, júrate que, si te dice la verdad, la perdonarás... Sí que la

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perdonaré... me da la gana de perdonarla, señora Sociedad... Si es culpable y está arrepentida, la perdonaré, señora Sociedad de mil demonios, y me la paso a usted por las narices.

20. CALLE FELIPE V, TEATRO REAL (ENTRADA PRINCIPAL)

El Teatro Real es el único teatro de ópera de Madrid, construido por la reina Isabel II sobre el solar del teatro de los Caños del Peral. Los arquitectos fueron Antonio López Aguado y Custodio Moreno. Se inauguró el 10 de octubre de 1850, con la obra La favorita, de Donizetti. Como anécdota, Emilio Castelar pronunció su primer gran discurso desde uno de sus palcos en 1854. No tuvo mucha fortuna económica, además de incendiarse en 1867, y en 1925 se cierra por su posible derrumbe. La fundación Juan March costea su restauración para reabrirlo en 1966 como sala de conciertos. En 1969 acoge el decimosexto Festival de Eurovisión, con un decorado de Salvador Dalí. Vuelve a cerrarse hasta 1997, restaurado por los arquitectos González Valcárcel, Verdú Belmonte y Rodríguez Partearroyo.

Fortunata y Jacinta, II, 8ª:

Una noche Jacinta fue al teatro Real de muy mala gana. Había estado todo el día y la noche anterior en casa de Candelaria, que tenía enferma a la niña pequeña. Malhumorada y soñolienta, deseaba que la ópera se acabase pronto; pero desgraciadamente la obra, como de Wagner, era muy larga, de música excelente, según Juan y todas las personas de gusto, pero que a ella no le hacía maldita gracia. No la entendía, vamos. Para ella no había más música que la italiana, mientras más clarita y más de organillo, mejor. (...) Puso su muestrario en primera fila y se colocó en la última silla de atrás. Las tres pollas, Barbarita II, Isabel y Andrea, estaban muy gozosas, sintiéndose flechadas por mozalbetes del paraíso y de palcos por asiento. También de butacas venía algún anteojazo bueno. Doña Bárbara no estaba. Al llegar al cuarto acto, Jacinta sintió aburrimiento. Miraba mucho al palco de su marido y no le veía. ¿En dónde estaba? Pensando en esto, hizo una cortesía de respeto al gran Wagner, inclinando suavemente la graciosa cabeza sobre el pecho. Lo último que oyó fue un trozo descriptivo en que la orquesta hacía un rumor semejante al de las trompetillas con que los mosquitos divierten al hombre en las noches de verano. Al

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arrullo de esta música, cayó la dama en sueño profundísimo, uno de esos sueños intensos y breves en que el cerebro finge la realidad como un relieve y un histrionismo admirables.

21. PLAZA DE ORIENTE, PALACIO REAL

En el siglo IX los árabes construyen la edificación defensiva que después usaron los reyes de Castilla; sobre ella en el siglo XVI se construye el antiguo alcázar, destruido por un incendio la Nochebuena de 1734. Las obras del nuevo palacio se realizan entre 1738 y 1755, por los arquitectos Juan Bautista Sachetti, Francisco Sabatini y Ventura Rodríguez, y Esteban Boutelou, que había realizado los jardines de Aranjuez y La Granja de San Ildefonso. Carlos III establece su residencia en él en 1764. Mediante una gruta artificial, Juan de Villanueva conecta el Palacio Real con los jardines de la Casa de Campo, situados al otro lado del río Manzanares. Villanueva es también autor del trazado de la Plaza de Oriente, adornada con dos fuentes monumentales: la de las Conchas, traída del Palacio del infante don Luis en Boadilla del Monte, y la de los Tritones, procedente del Jardín de la Isla, en Aranjuez. Durante la Guerra Civil española, el Campo del Moro sufrió importantes daños. Fue restaurado en los años cuarenta del siglo XX.

La de Bringas, V:

Llegamos por fin a las habitaciones de Bringas. Comprendimos que habíamos pasado por ella sin conocerla, por estar borrado el número. Era una hermosa y amplia vivienda, de pocos pero tan grandes aposentos, que la capacidad suplía al número de ellos. Los muebles de nuestro amigo holgaban en la vasta sala de abovedado techo; pero el retrato de don Juan de Pipaón, suspendido frente a la puerta de entrada, decía con sus sagaces ojos a todo visitante: ‗Aquì sì que estamos bien‘. Por las ventanas que caían al Campo del Moro entraban torrentes de luz y alegría. No tenía despacho la casa, pero Bringas se había arreglado uno muy bonito en el hueco de la ventana del gabinete principal, separándolo de la pieza con un cortinón de fieltro. Allí cabían muy bien su mesa de trabajo, dos o tres sillas y, en la pared, los estantillos de las herramientas, con otros mil cachivaches de sus variadas industrias. En la ventana del gabinete de la izquierda se había instalado Paquito con todo el fárrago de su biblioteca, papelotes y el copioso archivo de sus apuntes de clase, que iba en camino de abultar tanto como el de Simancas. Estos dos gabinetes eran anchos y de bóveda y en la pared del fondo tenían, como la sala, sendas alcobas de capacidad catedralesca, sin estuco, blanqueadas, cubiertos los pisos de estera de cordoncillo. Las tres alcobas

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recibían luz de la puerta y de claraboyas con reja de alambre, que se abrían al gran corredor-calle de la ciudad palatina. Por algunos de estos tragaluces entraba en pleno día resplandor de gas. En la alcoba del gabinete de la derecha se instaló el lecho matrimonial; la de la sala, que era mayor y más clara, servía a Rosalía de guardarropa y de cuarto de labor; la del gabinete de la izquierda se convirtió en comedor por su proximidad a la cocina. En dos piezas interiores dormían los hijos.

Tormento, XL:

A las cinco menos cuarto D. Francisco buscaba en el andén del Norte a su primo para darle un cariñoso adiós y media docena de abrazos muy apretados.

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BIBLIOGRAFÍA

GÓMEZ DE LA SERNA, Ramón: Elucidario de Madrid, Comunidad de Madrid, Consejería de Cultura, 1988.

PÉREZ GALDÓS, Benito: Cuentos fascinantes: viaje de la imaginación a la realidad, ed. de Marta González, Madrid, Clan, 2006.

— Obras Completas, Madrid, Aguilar, 1953.

— Memorias de un desmemoriado, ed. de Juan Van-Halen, Madrid, Visor Libros, 2004.

http://www.cervantesvirtual.com (web de Emilia Pardo Bazán).

http://www.madridmonumental.com

Fotos de Marta González y de ediciones La Librería (las dos en blanco y negro), calle Mayor, 80, Madrid.