Retrato de Dña. Ana Teresa Suárez. 1909 JOSÉ MOYA DEL PINO Óleo sobre lienzo 100 × 77 cm Donación de la familia Christensen Mesa osé Moya del Pino nació en Priego, Córdoba, en 1891. Su formación artística comenzó en la Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado de Madrid, de la cual llegaría a ser profesor a finales de la década de 1910. Obtiene un primer premio en 1908 de Paisaje y Dibujo y en 1912 una beca para consolidar su formación en el Kensington College of Art, de Londres. Viajará asimismo a Francia y Alemania en este segundo periodo formativo antes de regresar a España y establecerse en Madrid, donde ya había residido anteriormente. La escritora Carmen de Burgos, (Colombine), menciona a Moya del Pino como uno de los contertulios más asiduos de Ramón María del Valle-Inclán1 y Ramón Gómez de la Serna lo incluye en los cuadros de los Pombianos de Honor. Su consagración como retratista, género en que sobresalió, fue temprana, remontándose a la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1910, donde presentó el Retrato de Don Isidro de las Cagigas. El artista pronto se convertiría en un retratista afamado, introduciéndose en los círculos aristocráticos de Madrid. Le hizo retratos al Rey Alfonso XIII y al Duque de Alba. En la Exposición Nacional de 1917, su obra El escultor Madariaga y su modelo cosecharía nuevos éxitos de crítica. Su praxis y gusto del retrato no sólo se refleja en la fuente directa de sus óleos sino también en el dibujo, pensado para ilustrar libros, como es el caso del Retrato de Valle-Inclán, destinado a la edición de la Ópera Omnia del escritor en Madrid, 1916. En éste, Valle-Inclán aparece sentado a su mesa de trabajo, cubierto por una vistosa manta, absorto en la contemplación de un volumen. Como asiduo del domicilio de Valle en la calle de Arenal nº 15, es posible que conociera a Néstor. Su amistad por el escultor Julio Antonio y por el artista caricaturista Lluís Bagaría están abundantemente documentadas en varias fuentes. José Moya del Pino conformó en los primeros años de la década de 1910 el elenco de ilustradores vanguardistas de la revista La Esfera, colaborando en la publicación hasta 1 En La Sagrada Cripta de Pombo, Ramón Gómez de la Serna. Ed. Visor Libros, Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid, en Letras Madrileñas Contemporáneas, 1999. poco antes de su marcha a Estados Unidos, donde moriría. Un análisis de los estilos y de las estéticas empleadas en la ilustración de poemas y de cuentos entre 1914 y 1917 nos permite hacernos una idea de la variedad de registros cultos que Moya del Pino usaba. Está por tanto entre los ilustradores más cosmopolitas y versátiles de la era dorada de la ilustración gráfica modernista en España. Moya del Pino elabora una estética orientalista y exotista, de ritmos danzantes, curvas entreveradas y diseño floral que emplea para ilustrar poemas de Emilio Carrere como “La muerte de Salomé” o el libro de Francisco Villaespesa, Panales de Oro, (Sucesores de Hernando, Editores, Madrid). Tiene su estética a la vez un polo en el modernismo historicista, (modo que Néstor desarrolló también en la década de 1900), que utiliza para ilustrar ciertas páginas enteras en La Esfera, (como Amor y Burlas, 13-02-1915) o el poema “La novia blanca” de Ramón Díaz Mirete, (La Esfera, 18-12-1915). También un modernismo histórico y casticista, para fábulas y poemas ambientados en el pasado español, como el poema de Fernando López Martín “El caballero negro”, (La Esfera, 25-09-1915), o el poema “El peregrino ciego” de Ramón Díaz Mirete, (La Esfera, 19-02-1916). No obstante, el estilo más novedoso y personal de Moya del Pino es el que logra cuando fusiona en su imagen historia y contemporaneidad, como sucede en el dibujo para “Madrigal escrito junto a la Ría” de Rafael Sánchez Mazas, (La Esfera, 12-08-1916), o en la ilustración para el poema de Carrere “Dietario sentimental”, (La Esfera, 16-10-1915). Ramón Gómez de la Serna menciona a Moya del Pino como asistente al banquete en honor a Francisco Grandemontagne, celebrado en 19212, publica como ya se ha dicho su fotografía en uno de los cuadros de honor pombianos3 y también está presente en otra fotografía tomada en el Café de la Closerie des Liles, en París4. Tres años antes había estado al pie del lecho mortuorio del escultor Julio Antonio, el 15 de febrero de 19195, y en la carta que escribió el periodista Francisco Gómez Hidalgo aparece entre 2 Ibídem. 3 Ibídem. 4 Ibídem. 5 En “El escultor JulioAntonio”, Antonio Salcedo Miliani. Catálogo Exposición Julio Antonio, serie Obras de la Colección del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofia, Madrid, 2001. los primeros promotores de un monumento en homenaje al artista trágicamente fallecido. En 1933 Moya del Pino ya estaba en América, ganando un Tercer Premio en la Exposición de Sacramento y en la Exposición de Oakland, certamen en que ganaría el Primer Premio en 1937. Se convirtió en profesor de la Escuela de Bellas Artes de California y en Miembro de la Art Association of San Francisco. Una biblioteca lleva hoy su nombre en la ciudad de Ross, de Estados Unidos. Su destino norteamericano nos hace recordar el de otro ilustrador español de su generación, el catalán Ismail Smith i Mari. En el Retrato de Ana Teresa Suárez surgen en contrapunto todas las tendencias que marcaban la práctica del género a principios del siglo XX, y que la crítica refiere como “fenómeno de 1900”, reflejando a su vez el largo discurso sobre el “mal de siglo” del diecinueve. La dama está retratada casi de tres cuartos y sentada, con leve giro hacia el espectador. El fondo del retrato, un rojo carmesí intenso, es un color con connotaciones abstractas, más propio de la ilustración gráfica que del naturalismo retratístico. Moya del Pino elabora una imagen glamourosa de gran dama común entonces a muchos compañeros de oficio, como Manuel Benedito, de la Gándara, Alvárez Sotomayor y Néstor, una imagen que perpetúa los símbolos tradicionales de las clases dirigentes y adineradas. La señora luce un espléndido chal de marabú, que le permite a Moya del Pino recrearse pictóricamente en la reproducción de efectos rítmicos y lumínicos que maneja con maestría y con técnica moderna. Las joyas que engalanan manos, orejas y cuello de la dama están pintadas con trazo veloz, que se disuelve al escrutarlo. Esta característica proviene sin duda en el caso del pintor de su admiración por Velázquez, a quien copió y estudió intensamente en estos años. Así, Moya del Pino, incorpora a la modernidad de su estilo retratístico estas referencias al clasicismo de la pintura española. La calidad de la carnación y el modelado de la cara, cuello y hombros es magnífico, así como la tarea descriptiva de la cabellera. La estrategia del color es sorprendente e inusual, y nos recuerda lejanamente al simbolismo: el ya mencionado fondo en rojo, el blanco del chal y el verde, una combinación novedosa. Este retrato nos permite hacernos una idea más justa y real de las capacidades artísticas de Moya del Pino, cuyo nombre se ha restringido hasta hace poco únicamente al ámbito de la ilustración gráfica.