Retrato de Tomás Morales. Ca. 1919-21 JUAN CARLÓ Óleo sobre lienzo 64 × 64 cm Depósito del Excmo. Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria imposible datar con exactitud la fecha de este retrato del poeta, hecho por su amigo Juan Carló. Por la fisonomía de Morales, y el aspecto ligeramente hinchado de sus facciones, tiene que ser posterior a 1917, fecha en que las fotografías del poeta muestran aún un rostro enjuto. Asimismo, si nos basamos en las últimas fotografías del poeta en el año de su muerte, la desfiguración facial apreciable en ellas no corresponde al retrato de Carló. La datación más probable se puede situar pues en 1920. En general, Carló no tendía jamás a acabar sus retratos, y tampoco le gustaba entregarlos, sino que los dejaba estar en su estudio. Podemos considerar a esta obra como pareja del Retrato de Alonso Quesada, ya que la estrategia del color, el tratamiento de la luz, la creación de una atmósfera continua entre fondo y personaje y la dimensión “metafísica” simbolista son casi idénticas en ambos casos. Estaríamos pues, si tal armonía y propósito de intenciones se pudiese probar, ante un retrato doble de amistad, que al margen de connotaciones personales era un rasgo de la cultura modernista, muy dada a fijar la imagen de los artistas. La comparación con la imagen de Quesada es pues inevitable. Morales aparece doblado y cabizbajo, aunque su presencia física no alcanza el estado crítico de la de Alonso Quesada. Carló nos muestra la fuerza, aún latente, de un cuerpo y de una personalidad, además de una media sonrisa esbozada en los labios. Si Quesada está absorto en sus reflexiones, Tomás Morales sostiene la mirada del observador, un dato importante, ya que implica la insistencia en el vínculo de la comunicación. El poeta nos penetra con sus ojos y ve a través de los hombres. Esta cualidad visionaria del vate, avanzado de su sociedad, se une a la intemporalidad de la representación. Tomás Morales está elegantemente trajeado, aunque la moda y el vestir carecen simultáneamente de toda significación. El pardo y el ocre, con el uso del rojo, es la sobria gama del color. La técnica y el efecto estético final es similar al que encontramos en el retrato de Quesada. De carácter severamente simbolista, el rostro de Morales fijado por Carló poco tiene que ver con las sensuales cadencias y el espléndido colorido de los versos modernistas del poeta, y mucho con un final trágico de la existencia.