Retrato de Tomás Morales. Ca. 1919 JOSÉ HURTADO DE MENDOZA Óleo sobre lienzo 64 × 64 cm Depósito del Excmo. Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria unque esta obra llevaba décadas en la colección del Ayuntamiento capitalino, y había sido fotografiada e inventariada, nadie parecía haberse dado cuenta plenamente del hecho. Hasta la fecha no se conocía ningún óleo de Hurtado perteneciente a la primera época canaria, que podemos fijar entre 1910 y 1920, fecha de su partida a La Habana, (sabemos, por las informaciones de Juan Rodríguez Doreste que Hurtado practicó el paisaje al óleo en Cuba). La importancia de tal reencuentro estriba en que este retrato es una obra puramente modernista, en el sentido más estricto del art nouveau, que como movimiento estético produjo muy poca pintura. Otros pintores canarios que habían vivido una época modernista como Pedro de Guezala, Juan Davó o Francisco Borges Salas, se limitaron a desarrollar esta estética en su labor como ilustradores gráficos. Los retratos de Guezala en los primeros años de la década de 1920 son de nuevo realistas, no existiendo nexos directos entre éstos y sus ilustraciones para Castalia y Hespérides. Este Retrato de Tomás Morales de José Hurtado de Mendoza es además de gran significado en términos de la obra del artista, ya que nos revela una habilidad y una madurez como pintor que era hasta hace poco mera especulación. Las caricaturas de Hurtado, tanto la de Tomás Morales como la de Juan Márquez, eran productos pictóricos elaborados. La concepción del color y de la luz, la línea y el ritmo, el volumen y el modelado muestran además una evolución personal que en parte se aleja del sintetismo que Hurtado había perfeccionado en su diseño para vidriera, Princesa con galgo, ejecutado en torno a 1918. Este boceto muy completo destinado a una vidriera en tres partes trataba el color en pinceladas divisionistas, cada una reuniendo tres matices del mismo tono. Podemos interpretar este divisionismo de Hurtado como una derivación técnica del tratamiento contrastivo del color en la obra de Néstor Martín Fernández de la Torre, que marcaba los efectos de la luz mediante el cromatismo tonal. En la obra que analizamos, Hurtado de Mendoza somete el divisionismo a una visión más expresionista, creando así unas texturas tonales muy ricas y fluidas. El óleo se ha empleado empastado, aportando una rugosidad vanguardista a la imagen pictórica, rasgo novedoso para la cultura artística de Gran Canaria en 1919. Estamos ante la versión menos naturalista de Tomás Morales, ante un retrato que abandona el realismo decimonónico en pos de una idea más abstracta, utilizada para construir la psique del personaje. De su práctica como dibujante e ilustrador, Hurtado conserva el gusto por colores vivos y determinantes, que no reflejan con verismo el paisaje de la isla. Por tanto el color en este retrato tiende a ser simbólico y a actuar en consonancia con un esquema interior, esquema basado en los procesos mentales y en la experiencia del sentimiento. La faz blanca, casi lívida del poeta quizás nos indica una salud perdida. El generoso gabán de ancha solapa que lo cubre casi le cuelga sobre los hombros. El lazo de la pajarita azul está caído. Lo más significativo, sin embargo, es la mirada lateral y esquiva del poeta, una mirada de ensimismamiento y de reflexión. Un rictus amargo contrae la boca y una sonrisa irónica parece a punto de aflorar en los labios. ¿Qué piensa el poeta? Esta pregunta, que permanece necesariamente sin respuesta, es el éxito de este retrato, intensamente personal, despreocupado por la recepción mundana o las imágenes gloriosas del poeta genial. La elegancia masculina, que tanto entusiasmaba a Hurtado, y cuyos rasgos satirizaba una y otra vez, está presente en esta imagen de Tomás Morales, presente y a la vez vencida y marchita. Tres son en realidad los colores que encontramos en el retrato, exceptuando el blanco de la camisa y del rostro. El azul metálico del cielo, el azul añil del chaleco, y el azul del mar, que baña el diminuto Puerto de las Nieves en el trasfondo del acantilado. El ocre rojo de la tierra y el ocre del gabán y finalmente, el verde que parece corresponder al tupido follaje de un árbol, o si no a la roca. La seriedad y la intensidad alcanzadas por Hurtado de Mendoza en este estudio crepuscular del poeta grancanario elevan el estatus que como artista se le había adjudicado.