Retrato de Dña. Dalia Íñiguez. 1934 ALFREDO DE TORRES EDWARDS Pastel sobre papel 63,5 × 45,5 cm Donación de Dña. María Isabel Torón Macario práctica del retrato al pastel jalonó la carrera profesional de Alfredo de Torres Edwards, (1889-1942), desde 1914, un año antes de su partida a Buenos Aires hasta el año mismo de su muerte en 1943. La técnica del pastel aplicada al retrato irrumpe en la cultura artística de las islas hacia finales del siglo XIX, en las décadas de 1880 y de 1890. El renombrado pintor palmero, Manuel González Méndez fue quien elevó el retrato al pastel a su máxima expresión plástica. Durante los dos decenios finales del diecinueve Méndez produjo una larga serie de retratos realistas que contrastaban con la imagen del gran retrato de salón, fuente económica imprescindible. Tanto en algunos retratos de niños campesinos, como en otros de miembros prominentes de la burguesía y de la aristocracia local, Méndez no vaciló en emplear el pastel. El Retrato de Doña Mercedes Izquierdo Azcárate, firmado y fechado en 1900, (pastel, 70 × 55 cm), el Retrato de Doña Carolina Pizarroso y Vega, (pastel, 62 × 52 cm, fechado en 1899) y el Niño Campesino de la década de 1890 (Fondos del Museo Municipal de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife), son prueba de ello. Además, se sabe que Méndez usaba el pastel para el retrato rápido y directo, estableciendo otro importante precedente para los artistas de las próximas generaciones. A inicios del siglo XX, Néstor Martín Fernández de la Torre había incorporado el pastel a muchos de sus retratos sobre papel. Alfredo de Torres Edwards sin duda había recurrido al pastel en algunos de los retratos que realizó durante sus años bonaerenses. Es al regresar a Tenerife en 1924 cuando los retratos y las semblanzas al pastel se fijan en su producción artística. De 1926 es el pastel Mi sobrina Soledad, (36 × 28 cm) y de 1927 el pastel de Laura Pinto Grote, (50 × 27 cm). La práctica del retrato al pastel continúa a lo largo de la próxima década; de 1935, por ejemplo, es el pastel de María Ruiz Benítez de Lugo y Zárate, y de 1939, el pastel de María Teresa del Hoyo y Machado. En los dos postreros años de su vida, Torres Edwards usará el pastel para realizar los retratos de Carmen López de Ayala y León Huerta, (1941, 64 × 48 cm) y de Leonor Benítez de Lugo y Benítez de Lugo, (1942, 53 × 41 cm). El pastel le sirvió al artista no sólo para abocetar rostros que después plasmaría al óleo, sino para realizar retratos completos. El Retrato de Dña. Dalia Íñiguez, claramente firmado y fechado en 1934 por Alfredo de Torres, está dedicado a su vez por la retratada al poeta Saulo Torón y a su esposa la soprano Isabel Macario. Es un retrato rápido realizado en pocas horas. El hermoso rostro de la mujer se eleva sobre un cuello espigado, imprimiendo cierta rigidez a la cabeza por el efecto físico de la torsión. Esta tensión clásica le permite al artista estirar los rasgos faciales para su representación idónea. El refinamiento de éstos obedece también a una estética subyacente que actúa en la elaboración del semblante, una estética glamourosa de la imagen femenina que Torres Edwards había inicialmente heredado de su maestro Manuel Benedito en Madrid, y que jamás abandonó. Elegancia y verosimilitud se sintetizan pues en este retrato rápido que en términos del color se apoya en el negro y el rojo. 1 Izquierdo, Eliseo. Alfredo de Torres Edwards, (1889-1943). Ed. La Caja General