José Dámaso y el retrato de artistas LA PRÁCTICA DEL RETRATO POR PARTE DE
JOSÉ DÁMASO se remonta a los inicios absolutos de su carrera pictórica.
Junto a su Autorretrato, Dámaso dibuja en tinta roja sobre papel sendos
semblantes de creadores literarios, a cuya obra y vida se acerca el joven
artista a través de Agaete, su pueblo natal. Desde la adolescencia la poesía
de Tomás Morales y la prosa de Alonso Quesada dejan honda huella en el
imaginario damasiano, huella que aquilata además la relación vital de ambos
con Agaete, destino profesional del médico Tomás Morales y punto de visita
del ya muy enfermo Alonso Quesada. La simbología modernista de Morales se
concretará en la pintura de Dámaso en el icono de Eros, un Eros reforzado por
la imagen nestoriana del Niño Arquero en su cuadro homónimo y en la rosa
hercúlea. La influencia de Quesada aflorará de modo más difuso, a partir de
la obra teatral La Umbría que Dámaso realizará en cine, en la figura
alegorizada de la muerte, una muerte que es trasunto de una intensa estética
neobarroca. Así, los vaticinios de la mortalidad que como un coro trágico
puntúan el drama de Quesada, se transforman en las principales series del
neobarroco damasiano: La Muerte puso huevos en la herida, La Umbría y las
Muertes roja, verde, blanca. En 1956 Dámaso pintaba, como ya se ha dicho, a
Tomás Morales y a Alonso Quesada. Son dos retratos neoexpresionistas que
revelan el rostro estragado y preagónico de dos creadores condenados a la
muerte prematura. La construcción de cada rostro se basa en una composición
volumétrica casi abstracta, parcelando sencillamente luces y sombras. Dámaso
trasciende el mero ejercicio formal e histórico de la recreación de
identidades artísticas gloriosas para la tradición local. Los retratos de
Morales y Quesada son caras amigas, cercanas en una amistad virtual y
conocimiento psiquíco. El óleo que dedica a Alonso Quesada ese mismo año,
con sus grises, azules y pardos conjugados, nos sitúa claramente en la cultura
de lo espectral y de la imagen fúnebre. 22 Otros hitos memorables en la
dialéctica damasiana del personaje es la serie Dámaso a Lorca de 1987 y la
importante serie de Pessoa que no sólo rescata el rostro del maestro sino que
recupera estampas de su vida tomadas de hábitos e instantes reales. La larga y
onírica sucesión de retratos que integran Dámaso a Lorca nos presenta el
busto del poeta que gira de cuadro a cuadro, presentándonos una espectral
animación del genio lírico, que el observador contempla bajo capas diversas
de pintura aplicada al goteo y con envejecimientos y manchas del papel poroso.
Las características fisionómicas de Lorca derivan de los sencillos y
sentimentales retratos neoexpresionistas de Morales y Quesada, aunque el
artista, por supuesto, controla la atmósfera espectral en que hace aparecer al
poeta con la inteligencia de un escenógrafo avezado. El color de la lírica
lorquiana está presente en el dripping, así como su imaginario que surge como
imagen de fondo dibujada (por ejemplo Retrato de García Lorca con peces ). No
muy distante de esta alucinada pasarela solitaria del rostro del poeta está el
retrato doble de Saramago, icono que representa una tercera fase de la
concepción damasiana del personaje. El rostro de Saramago aparece dos veces
sobre un libro abierto, en dos atmósferas aparentemente idénticas mas
sutilmente variadas para indicar la transición de la vida a la muerte y
viceversa. Dámaso pasa a la simultaneidad de la condición humana,
encapsulando la imagen dentro de la obra artística que simboliza el libro. Al
margen de esta estética existe otra manera retratística damasiana, más
alegórica y viva que él emplea para fijar la imagen de personajes vivos.
En esta construcción del personaje escogido, la persona suele aparecer de tres
cuartos cuerpo. La estrategia del color suele ser vívida, así como las
texturas, ricamente tratadas. Dámaso es fiel a las máximas del género ya que
siempre busca la caracterización del personaje mediante símbolos y objetos
que marcan su conducta, por ejemplo las ubicuas bolsas de Antonio Zaya que
usaba para transportar sus revistas artísticas o el bastón fetiche de Antonio
Gala. 23 PARA REPRESENTAR AL POETA MODERNISTA de Canarias Dámaso opta por
una de las fotografías de juventud conservadas. El esquema tonal del retrato
es similar al ya comentado de Néstor, un azul en dos tonos, claro y oscuro,
que construye el patrón de luces y sombras. Una rotación de símbolos y
atributos se despliegan por los planos oníricamente conectados del cuadro. Los
poemarios de Morales se apilan bajo el brazo del poeta y en surreal secuencia
una Rosa de Hércules cae de la boca de un caballo para estamparse, negra y
marchita, en la página de un libro abierto. Este detalle de la flor que muere
es el único referente a la muerte en una obra pletórica de vitalidad,
especialmente cuando contemplamos el dinámico tratamiento del mar, visto
contra La Punta de la Aldea y que se transforma en corcel, recordándonos el
mítico cuadro simbolista de Walter Crane, quien alegoriza las olas rompientes
del mar como caballos galopantes. La cabellera del poeta ondula con vehemencia
al viento. Ambas obras comparten un espacio cinematográfico virtual que
determina el carácter fluido de secuencia, relacionando al creador artístico
con la condición y los objetos creados por su arte donde la habitual
espectralidad del proceso damasiano se ve transformada por un idealismo
conceptual. 24 Retrato de Tomás Morales. 2002 JOSÉ DÁMASO Técnica mixta
sobre lienzo 105 × 75cm Donación de D. José Dámaso 25