Ecos de la Belle Époque en CanariasJONATHAN ALLEN Los estudios de la belle
époque comienzan a definirse en la década de 1970 y desde entonces no han
parado de producirse. Estos han ido profundizando paulatinamente en una imagen
social de placer y de sensaciones que nos legaba la etiqueta belle époque para
analizar este cuarto de siglo de la historia occidental y establecer nuevos
parámetros de aproximación. Así, la relación entre placer, prostitución,
burguesía con marginalidad social y radicalismo político, o entre vanguardia
y conservadurismo del gusto, constituye actualmente el prisma y el paradigma de
los estudios socio-culturales finiseculares. Los años que transcurren entre
1890 y 1914 determinan el período histórico de la belle époque, que es una
denominación sentimental en función de una imagen nostálgica compuesta por
la suma de unos rasgos y comportamientos sociales que se entiende fueron
suprimidos por la debacle de la Primera Guerra Mundial y que vistos
retrospectivamente proyectan una sombra atractiva sobre la pantalla de un
presente europeo desgarrado por crisis posbélicas profundas. La belle époque
coincide con el florecimiento de las grandes vanguardias clásicas del siglo
XX, el cubismo, y todas sus derivaciones, después el suprematismo soviético y
el futurismo italiano. Mientras los manifiestos y desafíos vanguardistas se
propagan se afianza el último estilo internacional, el art nouveau o
modernismo, y la pintura académica de salón no dejará de controlar un
espacio que una parte de la aristocracia y la alta burguesía defenderán y
pagarán maravillosamente bien. Coincide también con hondas transformaciones
sociales provocadas por los frutos de la ya lejana Revolución Industrial, como
el automóvil, el avión o el cinematógrafo. 52 Es una época en que el
cruel proceso de la emancipación femenina logra importantes éxitos, en que la
sexualidad no heterosexual sale abiertamente a la palestra. Es asimismo una
época que muchos pensadores y reformistas tildan de decadente, término
que obsesionará por igual a pensadores filosóficos, a políticos y a
médicos, en Retrato de la marquesa Casati con lebrel. 1908 GIOVANNI BOLDINI
Óleo sobre tela 255 × 141 cm Colección particular 53 que se percibe un
retroceso de la raza y de sus capacidades innatas. París es la referencia
absoluta de la belle époque ya que es en esta capital que las formas de la
conducta, las artes y el comercio se combinan para producir el estilo vital que
los pensadores nostálgicos identificaron como un período dorado de la
libertad individual al final de la Primera Guerra. La belle époque existe y se
manifiesta en París en toda suerte de instituciones profesionales del ocio que
serán imitadas en otras capitales europeas. El café-concert, o café-
concierto donde por una consumisión de pago obligado el cliente podía oír a
un cantante, ver a un cómico, bailar y confundirse entre la corbeille o
cuadrilla de poseuses o posadoras, damas de virtud relajada que no eran
prostitutas de calle ni tampoco cortesanas y que quedaban en el ambiente del
café con sus habituales. El Music-Hall cuya máxima expresión se concentró
en dos teatros famosos, ambos situados en lo que era entonces una zona
limítrofe semi-rural de París, el barrio de Montmartre, el Moulin Rouge y Les
Folies-Bergères. En tercer lugar, el café-chantant, que era básicamente
idéntico al café-concierto salvo que a veces se convertía en centro de la
bohemia, como fue el caso del inimitable Le Chat Noir, fantasía
pseudo-medieval regentada por un vienés amante del arte que abrió las puertas
de su establecimiento al cantautor más fascinante de la era, Aristide Bruant.
Éste relataba la vida de las mujeres liberadas del pueblo y criticaba el
sistema en sus canciones. Otro de los grandes hitos de esta era dorada fue la
pujanza del teatro en toda su pluralidad, desde el melodrama y el vaudeville,
género específico creado en París, hasta el teatro de vanguardia que muchas
veces compartía los mismos escenarios. Las obras de Strindberg, Jarry y
sobretodo de Maeterlinck se estrenan y permanecen en cartel unos cuantos días,
suscitando violentas críticas en contra. A la vez, el teatro naturalista
burgués, exhausto ya su ciclo, se metamorfosea en otra cosa, en la llamada
comedia cubicular o comedia de cama. 54 En 1894 se estrena una
comedia innovadora que inaugurará género, Le coucher dYvette. Es un
vehículo erótico que gira en torno a una cocotte que se prepara para
acostarse. Ella se desviste lentamente haciendo un tímido striptease mientras
transcurre la acción y los diálogos. El éxito obtenido inspiró decenas de
comedias similares, cuyo eje dinámico era el dormitorio, la cama, la tumbona,
la toilette, el acto de vestirse y de desvestirse. La actriz principal tenía
así a su disposición un medio idóneo para lucir sus talentos líricos y
corporales. Este fue el germen auténtico del vodeville y pronto los teatros de
París empezaron a combinar programaciones: una comedia cubicular, unos
cómicos, un recitador. Un espectáculo variado, unas variétés, o sea la
futura revista que tan trascendente fue en una España libre y en otra
España sometida durante el siglo XX. Otro fenómeno dramático que eclosiona
en esta época es el melodrama. Las raíces de este género se hunden en la
lírica romántica germana: un piano, un poema y una cantante o recitadora es
su formato a finales del siglo XVIII. La cultura literaria del realismo va a
reforzar, curiosamente, la fuerza del melodrama, al entreverar con sus modos y
maneras exageradas sus tramas realistas más escabrosas. El melodrama era ya,
por tanto, un gusto afianzado y constante dentro del teatro popular francés
cuando a partir de 1890 la nueva tecnología mecánica al servicio de la
escenografía amplía las lindes hasta entonces constreñidas de la tramoya
tradicional. El melodrama se transforma en espectáculo total, adaptando las
novelas de Julio Verne y ensayando un nuevo género, que los amantes del teatro
británicos clasificaron rápidamente, el melodrama de naufragio,
espeluznantes historias de amor pasional interrumpidas por la zozobra de un
trasatlántico, mucho antes de la tragedia marina mayor del siglo XX, el
hundimiento del Titanic en abril de 1912. La electricidad llega al teatro en la
segunda mitad del XIX, aunque es una fuente de iluminación azarosa y sujeta a
cortes continuos. No obstante la luz por excelencia 55 Desnudo femenino ante
el espejo RAFAEL DE AVELLANEDA 56 del teatro de la belle époque fue la luz
de calcio, creada a partir de la fosforecencia del óxido de calcio. Una luz
artificial que bañaba en atmósferas verdosas la noche parisina y que tanto
Toulouse-Lautrec como Anglada-Camarasa representaron en su pintura como fuente
de magia cotidiana. El naturalismo mostraba ya signos evidentes de agotamiento.
Tras la monumental saga de los Rougon-Macquart de Emilio Zola, verdadera
comedia humana del II Imperio, el naturalismo se hacía prosaico en manos de
los novelistas neocostumbristas burgueses como Paul Bourget. La decadencia
analizada y denunciada por los paladines de la moral fuerte coronaba el tan
discutido mal de siècle, patología de desilusión grave que ya marcaba la
narrativa romántica y realista en 1830 y que simbolizaba la respuesta de los
más sensibles al materialismo triunfante del capitalismo. Los males del siglo
comenzaban a estudiarse científicamente: la irritabilidad extrema, el
deterioro y la exacerbación del sistema nervioso, la histeria y la neurosis,
enfermedades que afectaban especialmente a la mujer. El auge en el consumo de
la droga a partir de 1870 reforzaba la imagen decadentista en general, y en
particular la idea que comenzaba a perseguir con ahínco un grupo de jóvenes
pintores y escritores, una idea esbozada por Charles Baudelaire, la búsqueda
del ser a través de la intensidad provocada de los sentidos. El láudano,
tintura alcohólica de opio, la morfina y el éter se adquirían en farmacia,
con o sin receta. Las jeringuillas de oro y plata se fabricaban según pedido
para las damas de nombre más aristocrático. Guy de Maupassant, fiel al
naturalismo en su novelística, promulgaba no obstante el uso del éter y Jean
Lorrain, el novelista decadentista por excelencia, inventó una forma refinada
para consumirlo, la escandalosa Coupe Jacques à léther, o sea, fresas
bañadas en éter, el postre decadente. Joris Karl Husymans que había empezado
su carrera literaria como naturalista pronto se despoja de esta orientación
objetiva para caminar, como indica el título de su 57 obra más conocida, à
rebours, contracorriente. Su héroe, el aristócrata Des Esseintes, es un dandy
católico y perverso que construye en su lujosa mansión un laberinto de
sensaciones artificiales. Los dandies literarios, el Dorian Grey de Oscar
Wilde, el Des Esseintes de Husymans, o el M. de Phocas de Jean Lorrain
corresponden a prototipos reales. Dandismo, decadencia y transgresión. Estamos
en los aledaños sociales de una nueva sensibilidad artística, que mira con
ebria nostalgia hacia el pasado remoto sin renunciar a ninguno de los logros
técnicos del presente: el simbolismo. En lo más íntimo de la alta sociedad
la sexualidad ensaya uno de sus primeros outings. Si Marcel Proust opta por ser
un homosexual discreto no así su rival Jean Lorrain que sale escandalosamente
del armario. Púgil aficionado, varón hercúleo y dandy enfermizo Lorrain
tiene debilidad por los estibadores a quienes inmortaliza en sus versos. En
términos femeninos, todo lo sáfico se pone rabiosamente de moda. Las grandes
cortesanas como Liane de Pougy escriben novelas eróticas sobre su lesbianismo
y su bisexualidad. La belle époque es la suma de todo esto, la suma de una
serie de individuos brillantes y casi siempre autodestructivos que actuarán
como adalides de la moda y de la conducta. Tendrán a sus pintores que los
fijarán, al igual que la fotografía, en sus poses gloriosas: el
norteamericano John Singer Sargent, el francés Émile Blanche, el italiano
Giovanni Boldini. Estos artífices de imagen social determinarán las
coordenadas de un retrato animado por la concepción glamourosa de la vida,
definiendo el polo superior y más elevado de la estética belle époque. En un
segundo plano, trabaja una pléyade de artífices menores que serán los
decoradores elegidos: pintarán biombos, paredes y techos, pasando por una
manera brillante y glamourosa que populariza los conceptos estéticos más
complejos de la élite. Simultáneamente, y aquí el nexo modernista, el
mobiliario, el vidrio, los objetos domésticos, los libros y la cerámica son
ya productos estandarizados del art nouveau. 58 La estética de la belle
époque es una categoría o una acepción del modernismo, que se manifiesta
como imagen social y gusto refinado premodernista, ajeno aún a la línea y la
geometría abstracta del art nouveau. Es una categoría inestable,
transicional, que finiquita una tradición gráfica y estética y que a la vez
encapsula la imagen mundana de lo contemporáneo. La belle époque irradiará
hacia todas partes. Llegará al Caribe, a América Latina, a América del Norte
y a Canarias. SIGNOS PICTÓRICOS EN CANARIAS Los signos de la belle époque
canaria son, como siempre, Atlántico por medio, algo más tardíos. Su
período comenzaría más bien en 1900 y abarcaría hasta 1918, ya que durante
los cuatro años de la Primera Guerra Mundial los usos y costumbres de las
élites sociales en Canarias no experimentarán la deconstrucción crítica que
sí será dominante en el caso de las naciones europeas envueltas en la
conflagración. Varios puntos de observación son necesarios para concretar la
recepción de la belle époque en las islas. Abordaremos únicamente uno en
este ensayo: la pintura. Para determinar la imagen pictórica podemos trazar
una línea que actuará como meridiano estilístico, y que reunirá los nombres
de varios artistas que después evolucionarán en direcciones muy diversas. El
retrato en 1900 en Canarias cuenta, entre sus filas, con un joven Néstor de
quince años, en los inicios de su carrera, aún adscrito a una manera
posimpresionista y a punto de entrar en el simbolismo-modernista. Sus retratos
belle époque son contados y reflejan un gusto social en boga. Por una parte
los retratos son belle époque por reflejar la moda imperante de la alta
sociedad, como el Retrato de su madre. Por otra lo son cuando muestran, como el
recién adquirido por el Museo Néstor Retrato de Niña de 1902, una manera
mimética de la pintura glamourosa belle époque. Mayores que Néstor,
compartiendo este meridiano poco explorado, lo acompañan Manuel López Ruiz,
que 59 El Cuarteto Avellaneda realiza una serie de retratos glamourosos en
los primeros años de su residencia en Canarias, entre 1900 y 1914, y cuya
técnica en la representación del sujeto es deudora de Boldini por el
virtuosismo de la capa pictórica y un Francisco Bonnín, que pinta algunos
retratos belle époque como el de Carolina Pizarroso (1911). Bonnín, en un
alarde novecentista mucho más marcado, pintó en 1908 un gran techo para una
mansión modernista en Tenerife (400 × 350 cm). En él, vemos un clásico
despliegue pompier de querubines rubicundos y hermosas damas desnudas, danzando
todos en un cielo que nos permite admirar la evolución del aéreo ballet al
dominar Bonnín la técnica del trampantojo. Unas ligeras y largas guirnaldas
florales hilvanan toda la secuencia y unen a las damas con sus respectivos
amores. La paleta es teatral y belle époque por antonomasia, verdes tiernos,
rosas, azules claros, un cromatismo de tonos apastelados elegidos para recrear
esta escena galante. Debemos incluir en este meridiano a artistas aún poco
estudiados como Faustino Márquez, que realizará algunos retratos dandiescos
entre 1899-1905, habiendo sido alumno de Cecilio Plá. 60 EL PINTOR
AVELLANEDA Nacido en el seno de una ilustrada familia burguesa, Rafael
Larena-Avellaneda y Rodríguez (Las Palmas de Gran Canaria, 1873), será el
violista del afamado Cuarteto Avellaneda, político municipal y pintor. Su
engarce con la cultura novecientos de Gran Canaria es total, ya que como
Néstor, Alonso Quesada y Tomás Morales es miembro de la generación
modernista, viviendo intensamente las artes y como no, participando en la
bohemia artística que representa activamente. Alumno del posimpresionista
Nicolás Massieu y Falcón en el Colegio de San Agustín, el centro de
enseñanza secundaria que forma a la élite local, recibiendo alguna que otra
clase libre de Eliseu Meifrén i Roig durante su estancia en la isla
(1899-1901), Avellaneda asiste con Néstor y Tomás Morales a los estrenos del
vanguardista grupo de Los Doce, fundado en 1902. La vinculación con el teatro
se estrecha aún más en su caso al ser su familia impresarios de la escena,
dueños del antiguo Teatro-Cine Avellaneda. Conoce todos los entresijos del
mundillo cultural, los pocos cafés en torno al Puente de Palo y el viejo
Teatro Pérez Galdós. El estudio del pintor 61 Detalle de techo pintado
RAFAEL DE AVELLANEDA Rafael de Avellaneda es un artista ecléctico que con un
talento espontáneo y con escasa formación aborda toda clase de géneros. Esta
diversidad temática de su pintura la constatamos al repasar los contenidos
pictóricos que cuelgan de las paredes de su estudio donde la pintura religiosa
rivaliza con el paisaje rural y marino, además del retrato realista de tipos
rurales. Menos conocida es la faceta de Avellaneda que más concierne a este
artículo, su vocación como pintor de la sociedad del glamour novecentista
grancanario. Un medio formato de incalculable valor documental socio-cultural
es su instantánea realista del antiguo Club Náutico, emplazado al lado de las
oficinas de Elder- Dempster. La obra es una elaborada crónica real de la vida
elegante del novecientos de Las Palmas. El trasfondo lo domina una amplia
perspectiva de la Bahía del Puerto de La Luz, con grandes vapores fondeados y
falúas de embarque. Un conjunto de sillas Thonnet y mesas en hierro 62 y
mármol típicamente modernistas constituyen el mobiliario del bar-cafetería,
donde un caballero en atuendo de sport se toma una copa con dos selectas
señoritas. Otra prueba irrefutable de la manera belle époque, fresca y
directa que practica Avellaneda es un cielo de proporciones similares al que
realizó Francisco Bonnín, copia libre del techo ejecutado por Francisco
Pradilla para uno de los salones monumentales del madrileño Palacio de Liria.
En él la típica cadena de bellezas femeninas se entrelazan en una espiral
progresiva, donde el desnudo se presenta a través de una secuencia casi
cinematográfica que narra los estados del deshabillé. Único, no obstante, en
la historia socio-artística de la belle époque en Canarias es el espectacular
Desnudo ante el espejo, un tesoro de la pintura erótica canaria que exhibimos
con todos los honores debidos. No sabemos si Avellaneda copia, elabora o
interpreta un original existente. El punto de inicio puede haber si- En el Club
Náutico RAFAEL DE AVELLANEDA 63 do una fotografía. La última hipótesis,
la más sugerente es que estamos ante un cuadro tomado del natural, el pintor y
su modelo, una cortesana canaria o una dama que no ha vacilado en posar. La
anatomía es casi correcta, y los finos detalles descriptivos de la rubia
cabellera y los matices rosáceos de la carne nos hacen reflexionar sobre el
futuro artístico de este pintor que no acabó de profesionalizarse. El
espléndido vestido en raso rosa con tul yace sobre la silla Luis XVI. La dama
lo agarra por una punta pues se lo acaba de quitar para contemplar en el
espejo, metiéndose literalmente en él, las beldades de sus generosas formas.
La gama del color es tenue y artificiosa, óptima para recrear las sensaciones
de la alcoba amorosa, cerrada al mundo, confinada al placer y a los sentidos.
Verdes, azules y rosas, conjugados en una integración lumínica
característicamente teatral. Este Desnudo ante el espejo de Avellaneda es la
correspondencia social de su época al exquisito poema de amor sensual de
Tomás Morales Criselefantina, que a pesar de su naturalismo parnasiano
eminentemente simbolista nos transmite una idea de libertad sexual que en la
sociedad civil de Gran Canaria de 1900 era radical y escandalosamente de
vanguardia. 64