La Balada del niño arquero, una exercitatio poéticaJESÚS PÁEZ MARTÍN A
Tomás Morales Castellano, le cabe el honor de ser una de las voces que
contribuyeron grandemente a la oxigenación de la poesía canaria y española.
Es manifiesta desde hace mucho tiempo nuestra devoción por la técnica
prodigiosa del creador canario al que consideramos como el auténtico bardo de
nuestra canariedad profunda, el intérprete de nuestra identidad estricta en
tanto que es manifiesto en su obra el sincretismo de hispanismo y
universalidad, los conformadores vocacionales de nuestra cultura. El
aislamiento natural de nuestro espacio geográfico y, por ende, cultural,
presuponía en el pasado que las manifestaciones artísticas de las islas
sufrieran un retraso cronológico que a la larga fue beneficioso para la
asimilación de estéticas que ya se recibían plenamente consolidadas y daban
ocasión de progresarlas y transformarlas del centro al margen. En ese gran
ensayo de interpretación de un proceso cultural que es La Edad de Plata, José
Carlos Mainer nos dice muy acertadamente cuando analiza los caminos del
posmodernismo lírico: Muy distinto es el caso del grupo de poetas
postmodernistas grancanarios (...) unidos por estrecha amistad y por el mérito
de ser el grupo de mayor interés en los años de transición lírica, aunque
su fama sea, con notoria injusticia, poco más que local. Su aparición y aun
su conciencia artística son inseparables de aquella voluntad de
provincianización de la literatura española (...) pero que, en su caso,
añade un ingrediente original, determinado por la excentricidad geográfica de
las Islas Afortunadas antes de la aviación y del turismo y por lo peculiar
de la inserción del archipiélago africano en la vida nacional moderna:
tierra, al fin, de con 68 quista castellana, resignadamente melancólica de
un oscuro pasado, y, a la sazón, víctima apacible de una explotación
británica con rasgos marcadamente coloniales.1 Son esos ingredientes
peculiares los que permitieron que Tomás Morales se convirtiera en el poeta
que conformó desde el modernismo rubeniano, un retardado cronológicamente,
pero primero para nuestra esencial configuración literaria, posmodernismo
canario que a la postre vino a significar un nuevo modernismo de signo
universal y atlántico. No existen palabras mayores ni mejores para iniciar
cualquier comentario acerca del poeta canario que aquellas que lo canonizan
como bardo poeta lírico- heroico y cantor, las dos vertientes
actitudinales que mejor se desprenden de su escritura, cuyo conjunto total
conforman un libro unitario que tituló Las Rosas de Hércules. Porque Tomás
Morales fue un poeta cantor por sobre otras constantes, en primer lugar, se
declara como un fiel seguidor de la consigna de Verlaine que pedía De la
musique avant toute chose, la música ante todo y de Rubén Darío que
demandaba y apostrofaba: Ama tu ritmo y ritma tus acciones bajo su ley, así
como tus versos; eres un universo de universos y tu alma una fuente de
canciones. Por ello se bautizan las composiciones del poemario con títulos
como Serenata, Oda a las glorias de don Juan de Austria, Oda al
Atlántico, Himno al volcán, Pastoral romántica, Balada del niño
arquero, y más explícitamente los rótulos precedidos con la propia
expresión Canto: Canto inaugural, Canto subjetivo, Canto en loor de
las banderas aliadas, Canto conmemorativo, Canto a la ciudad
comercial. Pero es el propio poeta el que en sus versos y, a través del
símbolo o correlato objetivo de la forja de la espada para el guerrero, nos
confiesa esa voluntad musical: 1 La Edad de plata, Madrid, Cátedra, 1981,
pág. 195. 69 PEPE DÁMASO El huerto de las flores. 2000 Collage. 145 × 200
cm Yo he forjado mi acero sobre el yunque sonoro, al musical redoble del
martillo potente. ... Yo quise que el universo, como en mi espada, hubiera
románticos ensueños y cánticos triunfales. Nadie puede dudar ya de que el
creador canario presenta toda su obra concebida sub specie poetatis, es
decir, bajo el signo de lo poético y que su voluntad creadora está presidida
por un sentido musical de la poesía. Pero hemos de precisar que lo hace desde
la poética de la modernidad que alumbró una metamorfosis respecto a la
misión del poeta, que debía ser también músico, pintor, escultor, logrando
una sugerente y sutil correspondencia entre las artes. En reveladoras palabras
de Valle-Inclán: La condición característica de todo arte moderno y muy
particularmente de la literatura es una tendencia a refinar las sensaciones y
acrecentarlas en el número y en la inten 70 sidad. Hay poetas que querían
dar a sus estrofas el ritmo de la danza, la melodía de la música y la
majestad de la estatua... Esta analogía y equivalencia de las sensaciones es
la que constituye el modernismo en literatura. Su origen debe buscarse en el
descubrimiento progresivo de los sentidos que tiende a multiplicar sus
diferentes percepciones y corresponderlas entre sí formando un solo sentido.
La decidida tendencia a fundir las diferentes facetas artísticas en el objeto
autónomo que es el poema pueden comprobarse a través de las consideraciones
que se deben al primero, más clásico y principal estudioso de la vida y obra
del autor canario, Sebastián de la Nuez, quien consideraba uno de los momentos
de la trayectoria literaria de Tomás Morales como generador y vinculado a un
modernismo plástico culteranista que tomó sus fuentes de las artes, de la
historia, etc.; a la que hay que añadir un nuevo sentido del ritmo que sólo
encuentra parangón con Rubén, y lo enlaza con la escuela elocuente que tiene
su entronque con Herrera. Característica de esta segunda época es el
colorismo exuberante que sólo se puede comparar a la pintura más fastuosa:
Rubens o Néstor, y un ritmo orquestal que sólo encuentra parangón con
Wagner.2 Culteranista y wagneriano no son adjetivos gratuitos si nos acercamos
a la obra de Morales y vemos cómo nos afecta fundamentalmente a los sentidos,
antes que proponernos emociones sentimentales o intelectuales. La decidida
vocación de practicante del rito formal se nos muestra claramente en la
confesada devoción por Rubén Darío, a quien en una composición elegíaca
que dedica a la última peregrinación del creador modernistas le
apostrofa: Tu índice iluminado nos señaló el camino, mas era sólo tuya la
inmaterial virtud. Ritos y formas nuevas buscó tu poesía... ¡Maestro! Al fin
hallaste la perfecta Armonía. ¡La última pausa lírica reposa en tu quietud!
Hoy, tras el análisis concienzudo de la estructura externa de su escritura, es
ya también un hecho incontrover 2 Sebastián de la Nuez: Tomás Morales. Su
vida, su tiempo y su obra. Univ. de La Laguna, Sta. Cruz de Tenerife, 1956,
págs. 131-32. 71 3 Prólogo a Las Rosas de Hércules, Sta. Cruz de Tenerife,
1984, Editorial Insular Canaria, p. 11. tible la dedicación de Tomás Morales
a la exploración de nuevos ritos y formas que hacen posible que la musicalidad
externa, exhuberantemente rítmica presidan la obra fundamental de Tomás
Morales a nivel incluso de concepción y no tan sólo de elaboración, como tan
acertadamente lo ha expresado Andrés Sánchez Robayna: El principio rítmico
funda siempre la dicción, ordena el mundo y lo revela; las imágenes mismas
parecen estar fundadas por el ritmo, haber sido descubiertas por el impulso
musical. Un ritmo fundador, epifánico: ya se trate del tráfago de una ciudad
abierta hacia el futuro, de una infancia evocada en la plenitud de la luz
atlántica, de la visita de Eros en la casona rural o del volcán sellando un
pacto de eternidades, todo es ritmo. Un ritmo que esculpe incesantemente
imágenes inaugurales; el ritmo como descubrimiento y fundación del mundo.3 No
es vano el epígrafe inicial que hemos impuesto desde el principio a este
trabajo cuando en aposición al título de la obra de Morales hemos añadido
una exercitatio poética, pues es cierto que en el conjunto del poemario la
composición objeto de nuestro comentario se desvela como el producto elaborado
desde una inspiración procedente de su bagaje culturalista: la figura mítica
del Eros griego o el Cupido latino, aludido por la inmediata perífrasis
alusiva a su iconografía. Pero también es necesario precisar que obedece a
una ejercitación en el probadísimo dominio de la composición en que lo
musical sonoro domina sobre lo emotivo sentimental, aún tratándose de un
poema que presenta como protagonista al dios del sentimiento por antonomasia.
Sabido es que la estética modernista supuso una de las más efectivas y
deslumbrantes revoluciones métricas en la lírica hispánica tan sólo
comparable a la que acaudillaron en el Renacimiento los poetas italianizantes,
pero, además, con la particularidad añadida de que no sólo afectó a las
formulaciones estróficas y versales sino que fue más allá, procurando por
sobre todo la sonoridad musical 72 de las formas métricas. Por ello no
dudaron en aclimatar el sistema rítmico cuantitativo clásico al verso
castellano, logrando cincelar efectistas hexámetros, pentámetros y ritmos
trocácicos o dactílicos. Nuestro poeta no fue ajeno a toda esta tendencia y
así, si acudimos al célebre prólogo de Enrique Díez Canedo a la edición de
1922 Libro I de Las Rosas de Hércules, podemos comprobar cómo el agudo
crítico supo ver este ascendiente de Morales y la influencia en él de poetas
latinos como Catulo, Ovidio los dos grandes poetas eróticos y amatorios,
Ausonio o Claudiano. Dice Díez Canedo: De ahí viene la elocuencia, que es
cualidad cardinal en la poesía de Tomás Morales, de su abolengo latino que,
seguramente sin proponérselo le lleva a acertar en su vocabulario con la
palabra evocadora, concreta, apretada de zumo clásico, o sugerir con su
alejandrino la andadura del pentámetro y acentuar en exámetros la amplitud de
sus versos mayores. En efecto, todas estas influencias fundidas en un crisol de
talento y natural dominio de una particular retórica son lo que determina lo
que Valbuena Prat denominaba con gran justeza esa contenida sonoridad clásica
del canario que lo alejan de las excesivas retóricas y las fanfarrias en las
que cayeron compositores y composiciones de más alto aliento y mayor fama que
nuestro poeta, la propia Marcha triunfal rubeniana, sin ir más lejos. Y,
de entre las amplias formas rítmicas más vigorosas a las que el creador
insular rinde culto y que supusieron meros, aunque admirables, ejercicios de
lart pour lart, sobresale esta composición poética que en versos
rítmica y musicalmente narrativos nos cuenta la visita del Amor al poeta en su
casa precipitando su monólogo lírico. Se trata de un poema que se aparta de
aquellos que, como expresa Jaime Siles, fundan el universo sígnico de la
insularidad. 4 La composición que casi ocupa el meridiano del poemario Las
Rosas de Hércules es la primera de la serie titulada Alegorías que se
sitúan en el Libro Segundo. 4 En Caligrama, Palma de Mallorca, Nº 2, 1985.
Reproducido por Glez. Sosa (ed.) en Tomás Morales. Suma crítica. Edics.
Instituto de Estudios canarios, Sta. Cruz de Tenerife, 1992, págs. 81-101. 73
PEPE DÁMASO Portada para la Balada del niño arquero. 1974 Collage tela. 35
× 46 cm Estructurada en solución simétrica, a su vez, en tres partes que
obedecen a un primer planteamiento de acción narrativa en presente, un nudo
diluido en la evocación pasada y un desenlace de carácter presentáneo que
culmina con una acción fulminante. El esquema estructural del poema se cierra
con un epifonemático envío que nos expone el tópico tema del dolor de amor,
la condición paradójica y antitética que supone la dulceamarga herida de la
flecha lanzada por el dios Eros: ¡Bienvenida saeta, mensajera de males de
amor! ¡Si hay dolor en tu punta acerada... divino Dolor...! Se trata, pues, de
la poetización de un mito, un ejercicio poético que se remonta a los mejores
y mayores poetas de casi toda nuestra literatura: de Garcilaso a Rubén pasando
por Góngora. En esta práctica se propone un 74 contenido mitológico
conocido por todos y en torno a él se escenifica y elabora una obra cuya
propuesta formal es prueba del talento creativo y la genialidad demostrada en
unas técnicas. El tema, que si nos remontáramos a lo más lejos de sus
orígenes nos llevaría hasta Safo de Lesbos, y su resolución narrativa (la
llamada del dios Amor, la evocación de los amores vividos y sufridos, el nuevo
ataque y daño amoroso furtivo, la euforia por la reciente herida de amor)
supone, en palabras de Gabriel Alomar algo así como la transfiguración de un
tema anacreóntico, elevándolo a las alturas del arte máximo (no ya del arte
mayor), como quien llena del vino de las parras jónicas un ánfora refinada de
Venecia. 5 Uno de los más curiosos aspectos con el que nos sorprendemos al
acometer el análisis de la Balada es el conglomerado de ecos diversos y
dispersos con que nos podemos encontrar a lo largo de toda la composición:
desde las clásicas grecolatinas a las barrocas y gongorinas resonancias
presentes en expresiones como las perífrasis de Eros: rapaz de los ojos
vendados, gentil tirano; o las antítesis del tipo a la par de causarme la
muerte, dejóme la vida. Pero en esta exercitatio pueden impresionarnos
asimismo expresiones becquerianas primero (la mano de nieve saeta, mensajera de
males de amor) y posteriormente tan juanramonianas como mi espíritu es lleno
de un algo inefable o mucho más metaforizadas y plásticas como ¡En el cielo
se abrió, toda blanca, la flor de la luna!; también versos de raigambre
machadiana por su léxico (He cerrado la verja de hierro que guarda la entrada
/ y he arrojado después al estanque la llave oxidada) y por sus cronotopos del
tipo la arcada de piedra musgosa que marca el lindero.6 Es decir, de lo
clásico a lo más moderno e inmediato, la composición parece un homenaje a
todas las voces más líricas y funde y confunde expresividades en pro de la
Belleza cuya forma suprema es la Poesía, con mayúsculas, llegando a superar
voces y ecos modernistas puros. Jaime Siles entrevió la ascendencia clásica y
también la modernidad avanzada hacia el vanguardismo de Morales y proponía
fijarse en versos como reía en el crepúsculo su risa 5 Tomado de Tomás
Morales. Suma crítica, ed. Manuel Glez. Sosa, cit., p. 201. 6 Carlos Murciano
muestra la vinculación de Tomás con Antonio Machado en el artículo de
título Tomás Morales: medio siglo después, publicado en La Estafeta
Literaria, Madrid, Nº 476, 15-IX-71. Reproducido en Glez. Sosa (ed.): Tomás
Morales. Suma crítica. cit., págs. 145-156. 75 7 Art. cit. y reproducido en
González Sosa (ed.): Tomás Morales. Suma crítica., pág. 100. 8 En La
Jornada, Las Palmas, 13VII- 1920. Reproducido por González Sosa (ed.): Tomás
Morales. Suma crítica., cit. p. 208. 9 El modernismo en la poesía
canaria, en: Historia de Canarias, Cupsa- Planeta, Barcelona, 1981. de
cristal, he encendido mi pipa que rima con la luna o el cinabrio escarlata de
los labios bermejos.7 Sin embargo, hemos de considerar por sobre ello que tanto
la idea generadora como su estructura no son más que un pretexto para elaborar
un artístico y musical bordado a partir de una serie de versos octonarios de
ritmo anapéstico exactamente cinco pies y una sílaba hipermétrica
rimando en pareado que sorprenden por su simpleza y, a un tiempo, complejidad
técnica. La primera virtud es la huida de la cesura central que determinaría
dos hemistiquios impregnadores de un monótono ritmo bimembre y el cincelado
del verso dividido en grupos de tres sílabas, dos átonas y una tónica que
discurren más armoniosamente. La alternancia casi regular de la expresión
aseverativa con la tonalidad exclamativa contribuye también a su fuerza
musical que se hace más notoria en la naturaleza oral del recitado. Al ritmo
contribuye asimismo la reiteración a manera de estribillo con una leve
variatio de los versos reveladores del asunto central de cada parte que,
además, en circularidad la abren y la cierran. La perfección del entramado
compositivo es una de las más altas cualidades no sólo de esta composición
sino de todo el poemario que le acreditan como el mejor ejemplo de esa
particularidad del moderno arte que exponía Valle-Inclán. Así lo asentaba
haciendo un acertado resumen de las virtudes del poeta Domingo Doreste (Fray
Lesco) cuando escribía:8 A través de esta expresión maravillosa, divinamente
asociada a una musicalidad intrínseca, se admira un arte de sensaciones
exquisitas, que a veces toca alturas de sentimiento; de imágenes radiantes,
jamás ofuscadas de sutilezas y de evanescencias; de pompa y grandeza, aunque
algunas veces no pase de la pompa; de clave alta, aunque también cultive
felizmente los tonos medios; de serenidad clásica, no exenta de vigorosos
contrastes. No se le escapan a Sebastián de la Nuez9 las dos dominantes notas
de la Balada: emocionada ternura y fuerza plástica. Aunque es más que notoria
desde su título y prin 76 cipio la vinculación con la música, de esta
alegoría del mal de amor dimana una atmósfera espacial triple pinares
lejanos, parque y jardín, la casa y sus estancias que supone una
formulación más del ut pictura poiesis. A la vista se despliegan versos
tan pictóricamente paisajísticos como los lejanos pinares dorados al sol
del poniente... que enmarcan el exterior de la acción y la emoción
desarrolladas en el poema como si se tratase de un locus amoenus concretado
más y mejor en el parque dormido y en ¡El jardín en la noche de plata
parece que sueña! para hacerse más doméstico e íntimo en versos de tan
buen fraseo literario modernista como: Las estancias recogen el ánimo de
pulcras y olientes. He colmado los viejos tibores de flores recientes y por dar
a su carne rosada reposo y provecho, con plumón y con cándidos linos esponjé
mi lecho... No es de extrañar que antes y después delante y detrás de la
expresividad literaria que emana de la poesía de Tomás Morales se encuentren
nombres de creadores plásticos como Néstor o Pepe Dámaso. Es la maravilla de
la modernidad y ya lo había anunciado Charles Baudelaire, su profeta: Comme de
longs échos qui de loin se confondent Dans une ténébreuse et profonde
unité, Vaste comme la nuit et comme la clairté, Les parfums, les couleurs et
les sons se répondent. 77