Vargas Vila y la exaltación biográficade Rubén DaríoJONATHAN ALLEN El
pasado año 2003 la Casa-Museo Tomás Morales adquiría una parte de las obras
completas del escritor, pensador y político colombiano José María Vargas
Vila (Bogotá 1860). Expulsado de su patria en 1885 por su participación
activa en contra del conservadurismo dictatorial, Vargas Vila se establece en
Venezuela donde dirige diarios liberales como La Federación y El Eco Andino.
En 1891 se ve obligado a abandonar Venezuela y se asienta en Nueva York; funda
el diario El Progreso y la importante revista Hispano América. En 1898 inicia
un largo periplo europeo, estrenándose como Cónsul General y Ministro del
Ecuador en Roma. En 1904, es Cónsul de Nicaragua en Madrid y será en España
donde se publicarán las dos ediciones principales de sus obras completas. El
lote de obras de Vargas Vila que ya forma parte de la biblioteca de la
Casa-Museo corresponde a la segunda y definitiva edición de la obra completa,
que emprendió la barcelonesa Editorial Ramón Sopena en 1935. Bestia negra del
conservadurismo político español por sus tesis anarquistas y libertarias, las
reseñas oficiales sobre su vida y obra estuvieron lastradas por opiniones
taimadas y prejuicios políticos. Abarcando unos cincuenta y cinco volúmenes,
su obra integra diversos géneros: la novela, el comentario filosófico, la
historia, la biografía, la escritura político-teórica y panfletaria y el
drama. Vargas Vila es un prosista singular, padre de un peculiar no-estilo,
que de- construye los presupuestos de la prosa mientras incorpora los ritmos y
las formas de la poesía, sin olvidar recursos escénicos propios de la
dramaturgia. Contrario a toda regla semántica y a las taxonomías literarias,
Vargas Vila produjo una prosa extravagante, exaltada, e incluso a veces,
sensacionalista. Rotundo e hiperbó 82 lico, el tono de gran parte de su
literatura es el de una soflama inspirada. No obstante, bajo la rutilante
velocidad de su narración, fulge la estética modernista en imágenes de
nítidos y cultos contornos. En 1917 publica Rubén Darío, grandioso y
tragicómico anecdotario que dedica a ensalzar la imagen del poeta genial y
amigo, a quien siempre quiso y ayudó, al margen de sus posturas políticas que
eran en todo punto inconciliables. Un breve resumen de las cualidades
estilísticas de Rubén Darío confirman la idea de la prosa declamatoria
del escritor colombiano que la crítica ortodoxa usó contra él como arma
arrojadiza. En rápidos capítulos, que siempre preludia la fecha corriente
(Era en 1902...), Vargas Vila desglosa las circunstancias y las épocas de
la amistad sincera que le unió al poeta cumbre del modernismo hispano. La
prosa semi-poética de la biografía procede mediante un efecto de cadencia
entre frases cortas e imágenes pictóricas que se concatenan y sirven para
encapsular impresiones e ideas acerca del poeta nicaragüense. La biografía
tiene por tanto una estructura abierta y suelta, aunque lineal y progresiva. Su
narrativa la marca una polaridad dialéctica. Por una parte, la aseveración
dramática e incuestionable de una serie de convicciones o caracterizaciones
absolutas de los valores del poeta, por otra, la más sutil recreación visual
en imágenes contundentes de la vida de Darío. Vargas Vila deplora con
elegancia los servilismos sociales y políticos de Darío, así como su actitud
hacia el catolicismo y el más allá. Su ironía para con estos excesos
tradicionalistas de su amigo es fina y corrosiva, pero jamás las diferencias
ideológicas le conducen a juzgarlo. Dice sobre este aspecto de Darío, cosas
como ésta: Sentía una gran veneración por esa momia de cera y talco, que
era León XIII, al cual atribuía la política seudo-democrática y el
liberalismo florentino del Cardenal Rampolla del Tindaro. En otra ocasión
cuenta como, En Santa María Maggiore siguió una procesión, cirio en mano y
se licuó en lágrimas, oyendo la plática de un fraile franciscano... José
María Vargas Vila 83 Estas efusiones católico-sentimentales entroncan con
otra vertiente de la personalidad del poeta, su calidad de hombre impresionable
ante cualquier clase de historia de terror, una predisposición al miedo que le
impedía pasar ciertas noches solo y que Vargas Vila, relaciona con su
dimensión de niño perenne. El pensador social colombiano, forjado en la
escuela del materialismo dialéctico y en el estudio socio-político, se ríe
en su fuero interno de la predisposición mistérica de Rubén Darío, un
imperativo de creer que él interpreta como debilidad fundamental en la
estructura de la personalidad masculina: había en Darío, la tendencia, casi
la necesidad de creer, que es inherente a todos los débiles; creía en todo,
hasta en las cosas más absurdas; el mundo sobrenatural, lo atraía con una
fascina ción irresistible, como todos los aspectos del Misterio; creía en
Dios... creía en el Diablo... y, estos dos fantasmas, lo hacían temblar...
El poeta posee además un don de lágrimas fuera de lo común, que se
manifiesta espontánea y copiosamente en las situaciones más distinguidas.
Vargas Vila afila aún más la ironía de su pluma al relatarnos desde la
comicidad contenida del observador una memorable soirée parisina: fuimos al
comedor... continuó la sesión de silencio, por parte del Poeta: nada lo
sacaba de su actitud monosilábica... con su volubilidad habitual, las señoras
terminaron por prescindir de él, y la conversación se hizo animada al calor
de los buenos vinos; se habló de amor; se contó una reciente historia muy
conmovedora... Darío lloró... al ver llorar al Poeta, nuestra bella
anfitriona llo ró también; 84 Rubén Darío, cartujo. Daniel Vázquez
Díaz. Óleo. (Reproducción monocroma). 85 lloró, la dama sentimental;
lloró la niña romántica; lloró la vieja Señora... aquello fue una sesión
de llanto a domicilio; sólo Zumeta, Palacio Viso, y yo, no llorábamos;
hacíamos esfuerzos inauditos para no reír; La imagen viva que Vargas Vila
proyecta a través de su memoria personal del poeta es compleja. Subraya un
comportamiento que a primera vista nos parece harto sorprendente, la tendencia
de Darío hacia el silencio, su escasez de elocuencia, su yo taciturno,
condición que contradice la exuberancia rítmica y lingüística de su verso.
El afecto que le tiene al poeta le permite escenificar sus extravagancias y
manías sin mermar la grandiosa idea que a la vez defiende de su genio creador.
Así Darío, pronuncia las palabras sacramentales: Tengo sed...
Expresión que precede sus aventuras dipsómanas nocturnas. Darío pierde los
trenes porque se le va la hora comiendo y bebiendo. Aunque las más de las
veces condenado a vivir de los exiguos emolumentos que le proporcionan sus
colaboraciones en el diario argentino La Nación, el poeta es cortés y amable
con sus invitados. Le gusta cocinar y preparar platos nuevos, y, en consonancia
con el universo brillante y sensual de su lírica, Darío enarbola todas las
formas de la exquisita distinción. Vargas Vila refleja la faceta dandiesca
del poeta como un valor y un ornamento connaturales al genio. La vida
profesional de Darío como poeta es fríamente secuenciada por Vargas Vila.
Siempre reacio a tolerar la corte y séquitos varios que acompañan al poeta
por doquier, distingue entre los entusiastas seguidores y amigos del creador
(los poetas españoles en París, por ejemplo, Blanco Fombona y
Gómez-Carrillo) y la troupe posterior de sicofantes, que son manifestación de
decadencia personal y literaria. Como lamento sincero Vargas Vila relata los
años finales y patéticos de la fama del modernista cuando 86 Darío,
...había ya entrado en aquel período de exhibicionismo de Circo, que
anunció su decadencia... Banquetes concertados a tanto el cubierto por
sus agentes y empresarios literarios que sobreexponen y dañan la imagen del
Genio. Extravagante, a veces delirante, la biografía de Vargas Vila es un
ensayo panegírico casi clásico, sostenido sobre una dinámica de la
exaltación y la admiración. Este trasfondo generoso y positivo es lo que por
otra parte hace posible la integración de comentarios y opiniones
críticamente duras acerca del personaje biografiado. Humor, ironía, censura e
interpretación son los hilos que tejen esta inspirada y teatral recreación de
la vida del paladín del modernismo hispano. El juicio literario de Vargas Vila
sobre la esencia del valor poético de Rubén Darío es ilustrado y superior.
Insiste en el hecho que Darío, aunque atroz y frecuentemente imitado, era
inimitable porque sólo él manejaba la rara habilidad de producir una
estética literaria tan pictórica y cultista. Los versos del poeta funcionan
como cuadros, determinando una experiencia poética básicamente pictórica y
cerebral: por eso sus versos, eran un milagro de arte exótico, y de
condensación pictural, acuarelas miliunochescas, .... Darío es el supremo
orfebre de una estética universal, un orfebre que sin duda por su condición
de criollo intercontinental, sintetiza con armonía la imagen del pasado y la
vivencia del presente, recicla y refunde, y como bien anota Vargas Vila, tiene
una cara vuelta hacia el diecinueve y otra hacia el veinte, siendo una bisagra
entre etapas de la cultura occidental. El sincretismo es el instrumento de su
emoción estética, una emoción mental, un disfrute intelectual de todo lo
sensorial que se salva, porque: a pesar de todos sus refinamientos, la Musa
de Da río, permaneció bárbara... ésa fué su única fureza... tal vez, su
sola fuerza... 87 A RUBÉN DARÍO EN SU ÚLTIMA PEREGRINACIÓN Et
lorsquil eut donné son obole à Charon... BAUDELAIRE En el fatal transcurso
de la noche homicida han quebrado las parcas la hilaza de una vida; prestigio
de los dioses, de las musas amor. Las cenagosas aguas del lívido Aqueronte
cruza entenebrecida la barca de Caronte, llevando el simulacro corporal del
Cantor. Sereno va. No arredra su espíritu lo arcano. Ya, en juveniles horas,
el Griego y el Toscano, por gracia de los númenes, descendieran con él. Ya el
óbolo debido pagó al fatal barquero y en las abiertas fauces del triple
Cancerbero ha arrojado los panes de adormidera y miel. Es tan hondo el
silencio, tan profundo el misterio... La soledad se arroga su temeroso imperio
y las tinieblas hielan un funeral sopor: silenciosa la noche, silenciosa la
charca, silencioso el bichero que da impulso a la barca... ¡Ni el oído más
brujo percibiera un rumor! La oscuridad redunda su aparato nocturno. Adivínase
el pálido rebaño taciturno de sombras impalpables, en vagoroso errar. El aire
subterráneo, del vacío remedo, tiene las inquietantes frialdades del miedo y
hasta al poeta mismo se le ha visto temblar... Mas, al momento, el germen
original le inspira, y sus dedos recorren la multicorde lira que arrebatada
vibra con elocuente son. 88 Nace una forma nueva del estro siempre encinto y
vuela por los ámbitos del avernal recinto el fugaz aleteo de una alucinación.
Despiértanse los manes del eternal reposo, y trémulos acuden al foco
melodioso presos del bebedizo violento del cantar. Y la palabra aédica rueda
en las soledades, riza sobre las aguas, truena en las oquedades, y en las
soturnas bóvedas se estrella como un mar... ¡Oh sortílego hechizo del
lírico momento! ¡Oh poder formidable del mágico instrumento y Normas
inviolables que urdisteis la canción! Por vez segunda vieron las ondas del
Leteo desarrollarse el mito plutónico de Orfeo y operarse en sus antros una
transmutación: Y es encendida, ahora, la mansión tenebrosa; por el influjo
rítmico, tórnase luminosa y amplias sonoridades por el espacio van. Del
universo antiguo surge un nuevo universo, a sus cubiles hoscos huye Carón
adverso y el remo, ahora florido, bate el divino Pan... La quimérica nave
trasunto del destino, al arranque animoso del remero caprino, surca el agua,
ligera cual esquife sutil; y más que hacia el Averno, naufragio de los seres,
parece que acomete la ruta de Citeres a una venérea fiesta, dionisiaca y
gentil. Los verdinosos juncos, las negras espadañas, los limos corrosivos y
las infectas cañas, reviven a una vida fragante y floreal. Y dicen, robledales
y hayedos, su prestancia; las mazorcas de Ceres pregonan la abundancia, y el
triunfo de Pomona canta el árbol frutal... 89 Y acuden a las márgenes
bandadas de palomas; los satirillos jóvenes muerden las verdes pomas,
regustando, golosos, su agridulce acidez; y en el baño, sorpresa por la voz
extrahumana, olvidando sus velos, la cazadora Diana muestra a todos los ojos su
intacta desnudez. ¿Dónde van los viajeros? ¿Hacia qué sirtes bogan?
Bestezuelas y genios, curiosos se interrogan, puestas sus inquietudes en la
interrogación. Y un fauno milenario de melenas espesas que aún gusta de las
vides y de las satiresas: ¡Por Baco, que es insólita tal peregrinación!...
Y la pregunta cunde por el haz dilatado: ¿Busca la húmeda gruta o el
jardín perfumado donde acampan las dríadas en setos de arrayán? ¿Va en pos
de las adelfas donde Edgardo reposa, o al prado de esmeralda que cubre el
laurel rosa donde, ha tiempo, le esperan Hugo y Pobre Lelián? ¡Yo sé el
gentil secreto! dice una ninfa bella. Sabed: que este adamita del corazón
de estrella concurrió en el enojo del divo Flechador, por yo no sé qué
cuento de una musa raptada y de un viril ensayo sobre la yerba hollada sin
miedo a las saetas de Apolo vengador... ¡La sangre primigenia del floral
sacrilegio le dio del armonioso poder el privilegio! dicen mientras la nave
se hunde en la eternidad. Detrás quedan el tedio, la tristeza y el lloro; mas
vaga en los silencios como un temblor sonoro y flota en las tinieblas una
astral claridad... TOMÁS MORALES Alegorías Libro II de Las Rosas de
Hércules 90