Última entrevista concedida por Tomás Morales en “La Provincia” Artistas Canarios Tomás Morales Mi gran afición a las letras me llevó en un reciente día a casa de este eximio Poeta, el que en unos minutos de conversación podía aclarar mis ideas con la magnífica luz de sus experiencias. Tomás Morales ha surgido en nuestro ámbito artístico con brillo propio. Ha cumplido como nadie en esta generación de poetas, el precepto fundamental de la Estética en su relación con la Poesía; el poeta ante todo ha de mostrarnos las ideas y las cosas envueltas en bellas imágenes, plenas de armonías. La voz de él será para mí, como para todos, la de un maestro experimentado. Tomás Morales, que posee la rara virtud creadora, está en el justo plano desde el cual únicamente puede vislumbrarse el verdadero valor de nuestro Arte. En su despacho de la calle Pérez Galdós, donde al presente tiene el poeta su domicilio, charlamos en amigable camaradería saturados del ambiente de Arte del que se encuentra plena la estancia. Frente al sofá que ocupo, y detrás de la mesa de trabajo del soberano poeta se encuentra la cabeza yacente que parece dormir sonriendo del gran don Benito dibujada por la pluma maravillosa de Victorio Macho. A mi espalda y en marco antiguo se destaca el perfil glorioso del más peregrino de los ingenios españoles, Don Miguel de Cervantes Saavedra; y en revuelta y artística amalgama, retratos del poeta con cariñosas dedicatorias de artistas, entre los que sobresale a mi juicio uno al lápiz hecho por el actual profesor de dibujo del Instituto Las Palmas; pequeños anaqueles abarrotados de libros completan el conjunto artístico del despacho donde Tomás Morales produce esos hermosos versos que saboreamos con deleite al ser por él dados a la imprenta. De la actual generación de poetas españoles e hispanoamericanos, ¿cree V. que «quedarán» muchas obras?—preguntamos. —Indudablemente «quedarán» las de Antonio Machado y las de Francisco Villaespesa.—Contestó sin vacilar. —Entre ellos ¿merece alguno su particular, su decidida preferencia? —Esa pregunta—contestó sonriente—es sumamente difícil y peligrosa de contestar... Sin embargo, le diré sinceramente que admiro a los dos mencionados; son a mi juicio los dos más grandes poetas contemporáneos. Claro, que cada uno en su estilo. Machado es un poeta filosófico, psicólogo; el otro es la suprema encarnación del romanticismo... Son los dos más admirables. Yo,—agregó—le profeso a Villaespesa un cariño entrañable, unido a una admiración sin límites. Él fue quien orilló todas las dificultades que se presentan en el camino de todo neófito; por él publiqué mi primer libro de poesías; le guardo eterno agradecimiento. —Nuestros místicos, nuestros capitanes, nuestros grandes conquistadores, las proezas todas de la España gloriosa, y aun nuestro Romancero, ¿no cree usted que al darles vida en un teatro poético, se cumpliría la alta misión de crear un arte nacional? Indudablemente—contestó.—Ya el gran Villaespesa ha emprendido ese camino con su nueva obra epopéyica Bolívar, la que será estrenada muy pronto en América. —¿No cree usted, que ahí está el único refugio en esta época de industrialismo antiestético? —El poeta verdad, el verdadero artista, no puede hacer en manera alguna de su arte un comercio; constituye para él una religión; y al entregarse por entero a su trabajo se cree altamente recompensado con ver surgir por sobre la albura del papel aquellas ideas desordenadas que un momento ya germinaban en su cerebro... Los otros, a los que usted se refiere, esos por desgracia para ellos no son artistas; son mercachifles del pensamiento. Nuestra época ¿puede dar materiales a la Poesía? —Si descontamos la pasada tragedia guerrera, la poesía tendrá que refugiarse en la fantasía. A mi juicio no contamos con otros materiales. —¿Podría en España hacerse una Poesía esencialmente nacional? —Con los materiales de que hablábamos ha un momento, sí. —¿Cree usted, que cualquier asunto puede ser embellecido por el poeta; o por el contrario, que en el círculo encantado de este arte no deben hallar lugar sino las cosas, los hechos y los seres de determinadas características o modalidades? —No; yo creo que el más trivial asunto puede ser embellecido por la imaginación maravillosa de un Víctor Hugo; lo ya pasado, los hechos consumados le dan al artista la mitad del trabajo hecho. Tomás Morales me ofreció un cigarrillo inglés, y quedamos unos momentos suspensos. Por entre la densa nubecilla de humo se esfuma borrosa la figura del Rubén Darío que parece como si confirmara las palabras del poeta. —¿Cree usted, que el concepto de poeta, supone indefectiblemente el de escribir en verso? ¿O admite usted que la Poesía es solamente una de las formas de la creación poética? —Claro que no es absolutamente imprescindible hacer versos para ser, yo no podría hacerlo de otra forma que no fuera en verso. —¿Produce usted con facilidad? —Todo lo contrario. Me cuesta un trabajo horrible. Claro que este sacrificio lo considero suficientemente compensado a medida que veo surgir mis versos. —¿Medita usted mucho su trabajo? —Tanto, que cuando me decido a trabajar, podría empezar una poesía por la última estrofa. —¿Admite usted las tragedias de D’Anunzio [sic] como lo mejor del teatro contemporáneo? —Sí; lo creo, convencidísimo. Le tengo una tal admiración, que diariamente leo sus obras. —¿Considera usted justa la adoración de Italia por D’Anuncio [sic] ? —Justísima. Es más, creo que al presente no se puede apreciar su valer. Ocurrirá con él lo que con los grandes genios de la Humanidad, que necesitará varias generaciones para que le hagan verdadera justicia. —Para no abusar más de su tolerancia voy a terminar. Pero deseo saber algo de usted por usted mismo, que nos interesa a todos. ¿Prepara usted nuevas obras? ¿De qué carácter, de qué tendencia? —Al presente preparo un libro que contendrá todas las poesías la segunda parte de Las Rosas de Hércules. —¿Se cree usted verdaderamente apreciado por la opinión nacional? —Sería inmodestia por mi parte—dijo sonriente—manifestar para el público mi sentir a este respecto; solo puedo decirle que si el aprecio se traduce en venta, mi última obra está casi agotada; quedan muy pocos ejemplares. —Usted es el único que podría cantar las dos glorias de Canarias; la de la raza aborigen (los guanches) y la de la conquista. Parece providencial que el Destino haya dado vida aquí a un poeta de tan altísima categoría. Acaso sea que le haya encomendado la magnífica misión de abrir el libro aún cerrado de las glorias de Canarias para que ordenadas con su arte armonioso las incorpore al conjunto nacional. Yo así lo creo. Y como yo cuantos le admiramos. ¿Siente usted esta misión providencial? ¿No nos promete cumplirla? El poeta a vueltas de modestia, contestó. —Sí; ese es mi proyecto halagado ha mucho tiempo. Pienso escribir una trilogía. —Que es más de su agrado, ¿la poesía o la medicina? —Lo primero. Aunque le advierto que la medicina es el estudio más agradable para un poeta. El dolor es compañero inseparable de la poesía; pero no me agrada practicarla... Yo me hice médico –continuó riendo infantilmente– por una cosa trivial de la que se va usted a reír, pero es cierto. Cuando me encontré en situación de elegir carrera, ya se había apoderado de mí el vicio este de los versos; y al estrecharme mi madre para que me decidiera opté por la medicina, porque me agradaba ver a los médicos en coche cuando los demás mortales iban caminando. Me despedí. Al estrecharle la mano, sentí esa profunda emoción de respeto y simpatía que solamente puede producir en España esa media docena de hombres, que con sus obras iluminan esplendorosamente el cielo ideal de la Raza. FELIX ARANDA ARIAS La Provincia, 20 de abril de 1921