DANIEL MONTESDEOCA GARCÍA Director-Gerente del Museo Néstor Tesoros de las colecciones privadas de Las Palmas de Gran Canaria (1887-1938) La razón de haber elegido este período concreto para conformar la muestra Tesoros de las colecciones privadas de Gran Canaria, 1887-1938 se debió, en gran medida, a que alrededor de la personalidad de Néstor se iba hilando una fina trama de maestros, discípulos, amigos o conocidos que compartieron con él un mismo espacio temporal. No por casualidad se recurrió a una cita de Ch´en Chiju (Dinastía Ming, s. XVI-XVII) para la introducción del catálogo de esta exposición que tuvo como sede el Museo Néstor. En la que se afirma que: “Lo que vale la pena: reunión de aficionados. Casa pequeña y bonita. Mesa muy limpia. Cielo claro y luz de luna. Jarrón de flores. La época del té, del bambú, de la naranja. Estar rodeado de cuadros buenos. Un anfitrión ni severo ni indiscreto… Sentirse simpático. Oler incienso. Ver cuadros antiguos. No tener preocupaciones. Filosofar… El momento de despertar. Salir de una enfermedad… Ver arte sin prisa”. Máxima que adquiere sentido cuando estamos hablando de una intención por sistematizar el ideal de coleccionismo por parte de un colectivo social como el burgués, lejos de la ampulosidad regia o nobiliaria y más cercano a un gusto en que prima lo íntimo y recogido. La privacidad de los salones, de los despachos y de las distintas estancias de sus propietarios hace que este legado permanezca oculto para la gran mayoría, y es por ello que suscita el interés del público. Descubrir nuevos nombres, composiciones inéditas y estilos dispares hace que adquiera un renovado afecto para aquellos que, acostumbrados a contemplar arte, se encuentran, una y otra vez, con las mismas obras expuestas en un circuito repetitivo que parece no tener fin. Del 15 de diciembre de 2004 al 30 de enero de 2005 el goteo continuo de visitantes dio fe de la seducción que suscita la denominada “Edad de Plata” de la cultura española. Pocas veces se ha dado en nuestra Historia del Arte un período tan fructífero como aquel. Tanto en cuanto que sus orígenes habría que buscarlos en los estertores de un Imperio colonial; desfasado en lo económico, social y político. Resulta paradójico que simultáneamente se alcanzara cotas de genialidad en campos tan dispares como la educación, la filosofía, la música o la literatura. Sin embargo, fue una España en que a la par que a una corriente de expresión cultista le vino pareja otra, casi de la mano, de aires bohemios, de raigambre popular. Musas del teatro, la danza, el cuplé, el flamenco o la escena coparon las primeras páginas de periódicos, gacetillas y revistas de sociedad como La Esfera. Mujeres, en su mayoría, convertidas en semidiosas por lo más granado de los pinceles, la fotografía o la pluma. En esa miríada de mantillas, altas peinetas y abanicos asomaron, hermosas y elegantes, figuras de la talla de Tórtola Valencia, Anita Delgado o Antoñita Mercé. Personajes irrepetibles que jaleaban al público, levantaban pasiones e imponían modas. Mundo poblado por toreros, majas o tipos populares que escondían un trasunto de triste realidad. De ese placer por lo racial se escapan las composiciones de gitanas firmadas por Julio Moisés (Tortosa, 9/1/1888 – Torrelavega, 22/7/1968). En el catálogo se recoge, de su etapa barcelonesa, en donde residió desde 1912 hasta 1920, un hermoso óleo titulado “Micaela”, que formó parte de la exposición de retratos que celebró en la Sala Parés en 1914. La obra de Julio Moisés se encuentra notablemente representada en las colecciones canarias. Además de las tres piezas que se exhibieron, la referida Micaela, Gitana (1925) y el retrato de la Señorita Iturrióz (1921), las colecciones del Cabildo de Gran Canaria poseen tres lienzos de indudable interés: Dama Cordobesa, Retrato del General Franco (Museo de Colón) y la magnífica imagen del General Miguel Primo de Rivera (Museo León y Castillo, Telde). Pero sin duda alguna, la obra que más expectación suscitó fue la realizada por Néstor en 1914, Retrato de la Señorita Acebal. Figura de grandilocuente escenografía, enmarcada por todo un repertorio de emblemas e influencias que entrañan valores mitológicos, esotéricos, andróginos… A Néstor le seguirán las españolísimas damas de Anselmo Miguel Nieto (Retrato de Anita Delgado, 1909), Daniel Sabater (Mujer andaluza, circa 1920), Ángel de la Fuente (Retrato de la mujer del artista, 1919-1925); las manolas de Cecilio Plá (Maja andaluza, 1914); un autorretrato de Laura Albéniz Jordana (circa 1911-14); Dibujo de mujer, firmado por José Robledano entre 1914 y 1915; de Elías García Martínez, Éxtasis (1897); Retrato de don Ángel Gercín, obra de Agustín de Mendoza (circa 1910-18); un espléndido estudio de franciscano, de Ricardo de Villodas (c. 1890); un gouache dentro de la tradición goyesca, realizado por Francisco Domingo Marqués entre 1900-1914; de Sorolla, una tablilla con el busto de su amigo Felipe Mas (c.1897-1900); Penas de Amor, óleo de Julio Romero de Torres, fechado hacia 1908-1915 y un autorretrato de Francesc Masriera i Manovens (c. 1895-1900) o un estudio de perfil femenino de Ramón Casas (c. 1897-1900) configuraron este amplio repertorio. No cabe duda que es en el género del retrato donde se puede apreciar una cierta influencia del tipismo estético del que ya hemos hablado. Fenómeno insólito que nada tiene que ver con un regionalismo casticista de escasa enjundia intelectual. Baste recordar que durante el período que abarca desde 1917 a 1924 Picasso se esforzaba en ambientar las obras que Diaghilev llevara a escena con sus famosos Ballets Rusos. Nos referimos, en concreto, al estreno parisino del “Sombrero de Tres Picos”, de Manuel de Falla (1919), y los decorados para el “Cuadro Flamenco” de 1921. De igual modo, y en un período muy corto de tiempo, fueron tantos los movimientos que convivieron en desigual armonía que muchos de los artistas aquí representados seguían creando en un estilo fuera de la modernidad. Mientras unos se nos antojan demasiado academicistas, otros permanecerán apegados al modernismo, al impresionismo, al simbolismo o a las tendencias surrealistas y Art Déco más allá de la pervivencia de esas mismas tendencias. Superado el apartado del retrato, la exposición contó con espacios dedicados al paisaje y la ilustración junto a un reducido número de esculturas de pequeño formato. En esa disciplina sobresalen las placas de bronce “Ángeles Dolientes”, atribuidas a Ricardo Boix Oviedo (c. 1937) o la Venus Moderna (c. 1928), tallada por Félix Burriel y Marín en ébano. Esta última es una elegante y sofisticada ensoñación que sigue los dictámenes de la corriente más internacional del Art Déco. Y, para finalizar, la estilizada figura Desnudo Femenino del artista zaragozano Honorio García Condoy . Espléndida talla en boj, deudora de la honda impresión que le causaron Maillol y Borduelle, esencial en lo volumétrico. A Honorio hoy se le otorga el destacado papel que jugó en la creación de una escultura española de vanguardia, en su derivación abstracta y neocubista. La razón de intentar ubicar a los artistas ilustradores y dibujantes de principios del siglo XX encuentra su razón de ser en que a estas islas llegaron buena parte de las publicaciones que marcaron el gusto del momento. Blanco y Negro, La Revista de Occidente o Papitu fueron algunas de ellas. Pero sobre todas despuntó La Esfera. Magazín por el que se difundió, desde 1914 a 1931, las propuestas más atrevidas del diseño, la pintura, la literatura de evasión, el ballet o cualquier otra actividad ligada a las artes y a la vida mundana. Cabe reseñar que en el número dieciséis, correspondiente al año 1914, se publicó la obra de Néstor conocida como “El Garrotín”. Pieza que junto a la “Macarena” expresan la intención arriesgada del autor por renovar su idioma estético. Intención final que se atisba en el pochoir a la acuarela de Exoristo Salmerón García. En su obra titulada “En el jardín” (1918-1920) demuestra la gran habilidad que tuvo para el manejo de la composición y el color. Más adocenada, se puede afirmar que es una obra a la moda, la acuarela de Ramón Cilla “El Besamanos” participa de un marco decorativo que, como diría Pérez Rojas, se acerca a “…una escena de alta sociedad con un tono algo versallesco…”. En un contexto más hispano se articula una pequeña acuarela de Álvaro Retana y Ramírez de Arellano. La conocida como “Maja” (c. 1915- 17) resume su decálogo estilístico: gracia en el dibujo y una composición resuelta, esquemática en las líneas y en la paleta. En cierto sentido puede hacernos pensar en los figurines que diseñara para el teatro. Lo que a simple vista puede recordarnos a ciertos resabios folkloristas se convierte en un intento de recuperar la tradición. Manifestación que traspasó fronteras para convertir a la maja en un símbolo de culto. Néstor ya había vestido de traje español a la bailarina rusa María Kousnesoff y Picasso hizo lo propio pintando a su esposa Olga con mantilla. Anselmo Miguel Nieto, Zuloaga, Beltrán Massés o Romero de Torres retrataron a mujeres de tronío, burguesas, cupletistas o marquesas con toda una suerte de mantillas y peinetas que no hacía más que ejecutar en lienzo lo que las grandes bailarinas de la época escenificaban en sus actuaciones; entre las que cabe recordar a la americana Doris Nellis. Frente a esta corriente existe una intención por resaltar otra variante en la que primaría la vena cómica. En esa faceta alegre y desenfadada se ubica Joaquín Xaudaró Echauz con una acuarela, “El Baile” (c. 1923-28), en la que recrea todos aquellos rasgos que definirán su modo de hacer: trazo seguro pero espontáneo, de personajes directos de talante popular sin dejar de ser elegante, depurado en el trazo y sensible en la plasmación de los temas. El siguiente dibujo, inédito, viene firmado por José Hurtado de Mendoza bajo el epígrafe de “La Solana” (c. 1920-25). Muy poco se conoce de la trayectoria artística de Hurtado. Sólo unos pocos dibujos y algún que otro lienzo atestiguan la labor de un personaje, por así decirlo, un tanto peculiar. Familiar de don Benito Pérez Galdós residió en Las Palmas de Gran Canaria hasta bien entrado el año veinticinco. Fecha en la que embarca con destino a Estados Unidos y, finalmente, a Cuba. Donde colaboraría como ilustrador en la revista Semana. Casualmente, este apartado tuvo como colofón la imagen de un Benito Pérez Galdós caricaturizado por Eduardo Linage (1919). Viejo y fatigado, Galdós moriría un año después de firmarse este gouache. Es, en este caso, donde Linage conecta con la corriente impuesta en España por los ilustradores de La Esfera del período que abarcaría desde 1919 a 1925 y que tiene en la personalidad de la pintora Sonia Delaunay a uno de sus mejores exponentes. Acabamos este amplísimo listado con los paisajes salidos de la paleta de Emilio Álvarez Ayom (Campamento árabe, c. 1898-1900); Eliseu Meifrén i Roig, profusamente representado con tres obras: Marina de La Laja, Marina (1900) y Vista de Cadaqués (1891-95); Ricardo Verdugo Landi (Marina, c. 1890-95); Carlos de Haes, con seis aguafuertes (1885-90); Dionís Baixeras i Verdaguer (Paisaje con payeses, c. 1890-99); Tomás Campuzano y Aguirre (En el puerto, c. 1880-1888, con troquel del Círculo de Bellas Artes); J. Echeberríbar (Caserío Vasco, 1923); Cecilio Plá Gallardo (Desde la Terraza, escena de balneario de alrededor de 1900); Eduardo Martínez Vázquez (Vista de río pasando por un pueblo, c. 1924-26); Enrique Simonet i Lombardo con un tema historicista, Jesús predicando en el taller de José, c. 1895-1900; el magnífico óleo de Gustavo Bacarisas Podestá, introductor del Fauvismo en España, Fuente de la Alhambra, de 1920 y los dos lienzos de Ángel Planells Cruanyes “Un pan maravilloso y Jamás sabremos por qué” (circa 1930-32). Desgraciadamente, en nuestro país sigue siendo un misterio el tema del coleccionismo privado y sólo reluce cuando ocurre algún robo en el que resuenan sonoros apellidos. Si bien es cierto que en este último decenio el mercado del arte ha experimentado un notable auge, con la apertura de numerosas salas de subastas y de galerías especializadas, de ferias como Feriarte o Artemanía, plenamente asentadas después de muchos años de altibajos, no se traduce en una deseada dinamización del circuito artístico. Pocas o escasas son las donaciones de legados compactos, en las que se pueda apreciar una intención sistematizada de aunar criterios afines a una época, estilo, materia… El Museo de la Casa Lis, en Salamanca, puede considerarse como un caso atípico. Hay que reconocer que no todas sus colecciones son de una calidad contrastada, algunas no dejan de ser bibelots casi etnográficos, pero al menos se aprecia un deseo por parte de su mentor, el desaparecido Manuel Ramos Andrade, por no salirse de los parámetros de un marco espacio temporal delimitado por las creaciones decorativas del Modernismo y el Art Déco. Otros ejemplos significativos vienen a conformar un corpus que se puede denominar histórico dentro del coleccionismo trasmutado en museo. Nos referimos a las donaciones del marqués de Valle Inclán, aquellas que con el tiempo formarían el actual Museo Romántico, o las de Lázaro Galdiano y el marqués de Cerralbo, con sus homónimas sedes madrileñas. A las que se podría añadir la Fundación Camón Aznar en Zaragoza o el Museo del Hierro de Luis Elvira, en Castellón. En nuestro intento de ahondar en el conocimiento del coleccionismo privado, el Museo Néstor se ha embarcado en la difícil tarea de dar a conocer este rico legado en sucesivas campañas. La plata civil y religiosa, el marfil, la joyería o el cristal, la porcelana y el mobiliario tendrán acomodo en un muestrario que intentará difundir y proteger un patrimonio expuesto a los vaivenes de las modas o del desprecio generalizado. De igual modo, la pintura europea, con especial énfasis en la británica, y la escultura de gabinete contarán con varias exposiciones monográficas que, no dudamos, serán toda una revelación para el estudioso y un aliciente para el público en general. Retrato de la señorita Iturrióz, 1921 JULIO MOISÉS FERNÁNDEZ DE VILLASANTE Óleo sobre lienzo 66,5 x 53 cm Firmado y fechado en ángulo superior derecho Señorita Acebal, 1914 NÉSTOR MARTÍN-FERNÁNDEZ DE LA TORRE Óleo sobre lienzo 70 x 52 cm Firmado “Néstor” en ángulo inferior derecho Venus moderna, c. 1928 FÉLIX BURRIEL Y MARÍN Ébano sobre peana de mármol. 39 cm Firmada en base “F. Burriel” Marina de La Laja, 1900 ELISEU MEIFRÉN I ROIG Óleo sobre lienzo 119,5 x 79 cm Firmado en el ángulo inferior derecho En el puerto, c. 1880-88 TOMÁS CAMPUZANO Y AGUIRRE Gouache. 24 x 18 cm Firmado en ángulo inferior izquierdo.