Sesame John Ruskin Edición e impresión: George G. Harrap & C º and
Lilies London, 15 York Street, Covent Garden Alto: 15 cm Largo: 10 cm
Tipografía: Old Roman revisada por la Kelmscott Press Cubierta: Filete y
monograma de la colección The Kings Treasuries troquelado en verde y oro
sobre piel bovina fina Marcador en tafetán dorado Papel de fibra vegetal
semi-artesanal Ca. 1895-1905 Donación: Alejandro Reino ESTA HERMOSA pocket
edition de dos de las más famosas conferencias del historiador del arte y
escritor John Ruskin es un ejemplo de la renovación en las artes gráficas y
en los procesos de impresión propulsados por el gran William Morris a finales
del siglo diecinueve. La caja alta de la página, centrada a la izquierda y con
margen exterior ancho refleja las ideas orgánicas de Morris sobre la
legibilidad y la altura idóneas del texto, así como del tamaño del libro que
debe caber cómodamente en la mano del lector. Podríamos pensar que tan
bello envoltorio arroparía una lección magistral de estética o una
disquisición artística. Al leer Sesame nos damos cuenta, tras unas
cuantas páginas, que el bello envoltorio no se corresponde con los contenidos.
Ruskin es invitado a conferenciar sobre la dinámica y los principios de la
lectura, cómo debemos enfocarla y cómo debemos desarrollar la conciencia
lectora. Su charla efectivamente empieza tratando el tema fijado. La lectura es
un ejercicio arduo que ocupará toda nuestra vida y acto seguido, Ruskin se
desvía hacia un sub-tema, una primera digresión que abarca el signo del arte
literario: los libros del momento (books of the hour), los libros
efímeros, en que engloba gran parte de la novela, la biografía y la
literatura de circunstancia y los libros que perduran, las obras de
arte literarias universales. 37 John Ruskin en Sesame and Lilies A un
ritmo trepidante, encadenando digresiones, el historiador reflexiona sobre las
limitaciones del público lector, sobre la generalizada incapacidad
filológica, citando entre medio un pasaje de Milton que comenta
lingüísticamente. Llega a la idea de la vulgaridad del hombre y de la
cultura, subproductos de una nación entregada a la adquisición de poder
económico y político, a las guerras y al expolio. Y entonces, el refinado
esteta, el orador, manifiesta su ideología social, embarcándose en una
apasionada e implacable crítica del status quo británico, de la Gran Nación,
del Imperio que deja morir de hambre a sus trabajadores más humildes, que hace
de la educación superior un calvario. De un pueblo profundamente
anti-cristiano que vive convencido de su religiosidad, una charada, un
espectáculo, una parafernalia hipócrita. Una nación que no es compasiva, que
prima el materialismo, que se doblega vilmente al capitalismo. Tenemos el mayor
Imperio del mundo, nos dice Ruskin, e intrínsecamente no somos nada, un
puñado de seres vulgares, un pueblo perdido, sin esencias. Esta maravillosa
diatriba nos hace recordar la alianza entre modernismo y socialismo en
Inglaterra, entre el movimiento arts and crafts y la defensa del obrero. Nunca
olvidemos que hasta Oscar Wilde bajó a una mina americana y le habló a los
mineros
sin quitarse su abrigo de astrakán forrado de seda. 38