Rubén Darío: peregrino de vanguardia Modernidad y multiculturalismo en
Peregrinaciones JONATHAN ALLEN Universidad de Las Palmas de Gran Canaria 1 El
incendio del Bazar de la Caridad fue la mayor tragedia civil del fin de siglo
parisino (abril de 1897). Organizado por las grandes damas aristocráticas
(entre ellas, su Alteza Real, la Duquesa de Alençon que fue pasto de las
llamas), el Bazar era una iniciativa caritativa a gran escala, destinada a
fortalecer la Liga Católica Obrera. Los stands se instalaron en una barraca
circense abandonada que medía ochenta metros de largo por trece de ancho. El
calor primaveral, la sequedad de la estructura de pino y la falta de
ventilación adecuada crearon un efecto de combustión explosivo cuando se
prendió fuego la cabina del cinematógrafo. En media hora la barraca se
desplomó, carbonizándose cien personas y sufriendo quemaduras de diversa
seriedad otras ciento cincuenta. Vaticinado por la médium Henriette Couedon,
se interpretó simbólicamente como la mayor Hoguera de las vanidades. 2
Félix Faure (1841-1899), fue un notable estadista, inicialmente republicano
moderado, que tras un pacto en 1895 logró la presidencia de la III República.
Murió súbitamente en circunstancias escandalosas. ES FÁCIL IMAGINARSE AL
AUTOR de Azul y de Prosas profanas como un empedernido esteta, cuyos intereses
culturales, visión del mundo y ojo crítico estarían lastrados por un
invencible esnobismo, por un elitismo cegador. Nada más lejos de la verdad.
Los amplios registros mitológicos, las referencias literarias contemporáneas
y el internacionalismo del yo poético, fuerzas activas en casi toda la poesía
de Darío, deberían desaconsejarnos opiniones precipitadas acerca de su
identidad. Peregrinaciones, vanguardista cuaderno de bitácora, echa por tierra
cualquier idea reduccionista de la mente y de la ideología del creador
nicaragüense, encarando al lector con un observador libre y frecuentemente
radical de la realidad, dotado de una insospechada capacidad cognitiva que no
siempre reencontramos en su escritura poética. La personalidad
crítico-analítica del autor de Peregrinaciones vierte reflexiones políticas
certeras, penetra en las formas fatuas y exhaustas de gran parte de la cultura
del novecientos, se posiciona al lado de los pintores y escultores de
vanguardia, concatena el ritmo de la ciudad moderna a sus mitos y espejismos,
guarda distancias nacionales a la vez que se declara condenadamente
francófilo, crea una deslumbrante y vívida metáfora de la Exposición
Universal de 1900 en París, asiste a manifestaciones de la cultura anarquista,
a sesiones del nuevo evangelismo swedenborgiano y al final, como poeta -como
vate, en la acepción heroica que reformula Schiller- predice lo siguiente:
creo que ciertos sucedidos, como lo del Bazar de la Caridad1, y la muerte
de Félix Faure2, son vagas señas que hacen los guardatrenes invisibles a esta
locomotora que va con una precisión de todos los diablos a estrellarse en no
sé qué paredón de la historia y a yacer en no sé qué abismo de la
eternidad 48 Rubén Darío vaticinando el trágico fin, el cataclismo de
1914, que cerró el último ciclo, espléndido y decadente, de la dialéctica
cultural decimonónica, una dialéctica auto- destructiva que osciló entre la
libertad y la reacción, el materialismo y nuevas formas de fe, los extremos de
la sensibilidad y el tono burgués de la vida. El éxito y la relevancia
crítica de Peregrinaciones radica en el proceso cognitivo del
autor-observador, quien sitúa al lector en el centro de las cosas, en la
ebullición de París, la gran metrópolis, aún capital mundial de las artes y
de la cultura. Aunque maestro de la lengua española, hombre de letras famoso
en Madrid y Barcelona, prócer de la literatura latinoamericana, el autor se
confiesa francés de adopción. Francia es su madre y su nodriza, y lo más
granado del clasicismo francés ha alimentado su espíritu crítico: Montaigne,
el gran Montesquieu y La Fontaine. Darío insiste una y otra vez sobre esta
disposición del ánimo:
mi deseo y mi pensamiento es Francia quien me los
ha dado; sería incapaz de vivir si se me prohibiese vivir en francés El
intenso afrancesamiento, la identificación electiva con la cultura
francesa es tan completa, que el poeta fabrica un auténtico alter ego
parisino. Darío se confunde y se diluye gozosamente en el todo París, entre
los aristócratas, los anarquistas y la gente del pueblo. Todo París le
interesa, el París de la innovación y de la ingeniería, y el vieux Paris
medieval que aún perdura marginalmente, el reverso oscuro y perdido de la
ciudad que no tiene cabida teórica en el urbanismo futurista de la Exposición
Universal. En Peregrinaciones, el yo narrador es simultáneamente extranjero y
local. El poeta, metamorfoseado en cronista infatigable, nos zambulle
literalmente en los pasillos de la Exposición Universal, en las calles de
París, en los teatros y en las jugueterías. Darío reconstruye la experiencia
mediante un despliegue apabullante de información, sentándonos ante un
calidoscópico escenario, en que mediante el exceso comparte sensaciones y
sentimientos con el lector. Portada de Le Petit Journal Domingo 16 de mayo de
1897 «Incendie du Bazar de la Charité. Le sinistre» Retrato de Rubén Darío
Ilustración de OCHOA para las Obras Completas Aguafuerte 12,5 x 8 cm Editorial
Mundo Latino Tipografía Yagües, Madrid, 1918 49 3 Émile Mauclair fue un
reputado y prolífico crítico de arte, cronista y escritor menor, activo entre
1890 y 1930. Le escribió el texto del catálogo para la exposición de Néstor
en el Hotel Jean Charpentier, que se inauguró el 29 de abril de 1930. Quizás
algunos datos biográficos específicos o el manejo abreviado de situaciones
históricas complejas despisten al lector del siglo veintiuno; no obstante, el
modo enciclopédico que Darío emplea para establecer las coordenadas de la
realidad narrada, es clásico en esencia y barroco en estilo. Sobre estos
presupuestos crítico-cognitivos, marcados por la velocidad de la ciudad
moderna, por los flujos y reflujos de masas y eventos que ya identificaron
Balzac y después Baudelaire, Darío proyecta el edificio literario de su
crónica. Una fascinante vertiente de Peregrinaciones es la predeterminación
estética de la experiencia, como el conocimiento literario atesorado y
aquilatado, o sea, la conciencia literaria, envuelve lo real en subyacentes
redes de significado. Y esto sucede sin que la realidad representada sufra el
menor daño en su representación, sin que la esencia de lo conocido se
distorsione o se estropee. El narrador forja un equilibrio entre reporterismo y
arte que enriquece un género literario ya antiguo y netamente europeo, la
literatura de viajes. Esta crónica o serie de crónicas divididas en dos
partes que integran la obra, En París y En Italia, responden asimismo
a la pulsión épica del grand tour, en el sentido que todo viaje es y debe ser
un proceso de revelación y conocimiento. Peregrinaciones encarna así el ethos
del viaje modernista hispano, el espíritu estético al servicio del
conocimiento que jalona la literatura europea de los latinoamericanos como
Vargas Vila y Amado Nervo. La crónica que nos ofrece Darío del Pabellón de
las Flores en la Exposición Universal ejemplifica la predeterminación ya
referida. Al visitar el exótico y alucinante enjambre de la flora mundial, el
autor engarza la experiencia real en una montura literaria de imágenes ya
procesadas, encadenando asociaciones específicas entre críticos, creadores y
ciertas plantas. Veamos como sucede:
la preciosa musa de las flores de
Gutiérrez Nájera y antes de Víctor Hugo, me canta en el alma. Atraen las
flores que se asemejan a niños enfermizos, flores delicadas, para vasos
venecianos que según Mauclair3 son seres vivientes. 50 Darío reacciona
ante y exalta la belleza floral de esta exposición universal como un esteta
simbolista que celebra la sensibilidad recibida de lo raro y exquisito: Entre
la orquestación de todos los perfumes, las orquídeas lanzan sus notas
enervadoras. Con sus nombres de venenos exhiben sus extraordinarias formas,
aroideas, guarias, alocasias, el anthurium colombiano, cipripedium, toda la
flora propicia a des Esseintes Las fijaciones botánicas de los antihéroes
decadentistas (podríamos añadir al des Esseintes de Husymans el Monsieur de
Phocas de Jean Lorrain), precondicionan el proceso del conocimiento. Hay
flores, argumenta el cronista, que encierran rostros humanos, que son
vehículos generadores de rostros, misteriosa morfología oculta: Era una
flor con faz propia y cuyo retrato habría hecho a maravilla Madame Bonemin o
Madame Louise Desborde 4 Esta saturación esteticista de la realidad no
menoscaba, aunque lo coloree, la vitalidad del conocimiento, ya que el autor
escribe un virtuoso fotorreportaje del Pabellón de las Flores, fidedigno y
verosímil, captando el sentido de lo maravilloso reunido artificialmente con
motivo de una exposición universalista. Describe el edificio, la
organización, el flujo y las reacciones de los visitantes con naturalidad y
frescor, por supuesto desde una atalaya modernista-esteticista. El producto
exigido al enviado especial y la altura literaria propia del autor se
fusionan sin problema. Darío hace hincapié en otras dimensiones fundamentales
de la Exposición, como la diversidad y riqueza de los productos del Imperio
Británico, cuyas gamas avasallan y deslumbran. Comenta asimismo los avances en
tecnología agraria alcanzados por el gigante norteamericano y la fuerza que
demuestra este pueblo de savia fresca. Hace elogiosos retratos de sus artistas:
Loïe Fuller, St. Gaudens, Winslow Homer; no es anti-norteamericano. 4 Louise
Alexandra Desbordes-Jonas, pintora de género, paisajista y especialista en
naturalezas muertas. Fue alumna del belga Alfred Stevens y debutó en el Salón
de 1876. Sus composiciones florales, próximas al simbolismo fueron comparadas
con los ramos de Odilon Re- don. 51 Le Christ aux outrages (El Cristo de los
Ultrajes) Versión de 1925 HENRI DE GROUX Óleo/lienzo 74 x 29 cm Musées
Royaux des Beaux Arts de Belgique 5 William Adolphe Bouguereau (1825-1905),
pintor pompìer por excelencia y Gran Premio de Roma en 1850. Bouguereau pintó
grandes composiciones religiosas, retratos, escenas supuestamente mitológicas
que eran en realidad vehículos para el desnudo burgués y escenas alegóricas.
Alcanzó toda suerte de éxitos y galardones. Como miembro activo del Salón y
de la Academia fue constantemente hostil a los impresionistas que tomaban sus
superficies superlisas y reales como ejemplo de lo que no debían pintar. Sin
embargo, es el estado de las bellas artes, universalmente expuestas, lo que
suscita sus más brillantes comentarios. El cronista no es un amateur
cualquiera ni un conocedor diletante que emite juicios tópicos. Al contrario.
Las glosas de Darío revelan la asimilación del diálogo teórico-artístico
del momento (cita a John Ruskin, a Carlisle) y un continuo posicionamiento
provanguardista. Tales posturas son bastante inesperadas si nos atenemos al
imaginario neomitológico de sus versos. El poeta conoce las tradiciones
clásicas de las escuelas europeas, que ocupan un segundo plano en los
pabellones nacionales de la exposición. Conoce además la dialéctica que
rodea a las vanguardias y la modernidad en Europa, y conoce la recepción
crítica de corrientes foráneas en distintos países (por ejemplo cómo la
crítica recibe en Francia el arte británico más progresista). Sabe, además,
cómo actúa el gusto burgués y cuáles son sus deformantes vías de
consagración. En repetidas ocasiones, Darío se distancia del academicismo y
del oficialismo. Lamenta que en el Grand Palais no estén representados
pintores como el simbolista Henri de Groux (menciona en dos ocasiones su Cristo
de los Ultrajes) y que prosperen y abunden los realistas exitosos como William
Bouguereau5 y Carolas-Duran. El público, nos dice, se decanta por dos tipos de
cuadro, las grandes machines o grandes composiciones de historia y los
desnudos, géneros refrendados por el Segundo Imperio de Napoleón III que
treinta años después de su caída siguen reciclando el gusto inercial. La
verdad hay que buscarla en otros autores, como en el excepcional Eugène
Carrière,6 en pintores menores como Ary Renan7, en las
pequeñas telas en
que se reconcentra un mundo de meditación, de audacia, de ensueño,
antónimos de la vacua grandilocuencia académica. Darío se explaya hablando
de Carrière: Siento que una fuerte corriente simpática me atrae hacia
Carrière, cuyas varias telas representan en este certamen la noble y generosa
conciencia de un artista de verdad. Con su visión especial en que los 52
lineamientos se esfuman, en lo indeciso revelador, hace entrever el alma de los
personajes que reproduce, y concediendo a éstos como una existencia distinta
de la real, en la realidad misma halla el medio de expresar lo inexplicable, en
una comunicación casi exclusivamente espiritual. Ya es en El Sueño la
poetización de una idea, o en el Cristo en la Cruz la imposición visible de
lo supernatural, o en el retrato de ese otro crucificado, Paul Verlaine, la
concreción de todas las tristezas en la miseria y debilidad humanas,
prodigiosamente habitadas por el genio . Este es un párrafo de alta crítica
artística que penetra en la esencia de la técnica de Carrière, quien
mediante vela- duras y degradaciones tonales logra desmaterializar lo físico,
premisa pictórica del simbolismo. En el Pabellón de Inglaterra el poeta
demuestra una vez más, su experto conocimiento de la pintura inglesa
finisecular, de sus polos opuestos, academicismo victoriano versus
prerrafaelismo y simbolismo. Alaba la escuela inglesa del dieciocho, a Thomas
Gainsborough, -a Sir Joshua Reynolds-, para a continuación exaltar la
estética prerrafaelista de Edward Burne-Jones: ¿Qué espíritu soñador no
ha sentido la íntima dominación, el imán insólito de sus mujeres
singularmente expresivas y fascinantes? Comenta lo acertado de la inclusión
de Alma-Tadema, de Millais, de Lord Leyton y del académico Sir John Poynter y
critica la exclusión de Dante Gabriel Rossetti. Le entusiasma la contundente
presencia del modern style y del mobiliario art nouveau. A William Morris, rey
de los artesanos, renovador de las esencias que se han perdido a raíz de la
mecanización, le dedica su más sincero apoyo. No ahondaré en esta ocasión
en el capítulo entero que el nicaragüense le brinda a Rodin, pequeño ensayo
en defensa del ingente escultor. Darío no llega a simpatizar plenamente con el
expresionismo rodinesco, o sea, el Rodin más abstracto, macizo y convulso,
pone a prueba su tolerancia modernista, a la vez que canta las glorias del
Retrato de Paul Verlaine EUGÈNE CARRIÈRE Museo de Orsay, París 6 Eugène
Carrière (1849-1906). Pintor autodidacta en gran medida, realista comprometido
y simbolista de fama internacional. Carrière empezó a ser alabado por la
crítica progresista en la década de 1885 y trabó amistades con poetas,
novelistas y críticos. Fue un hombre social y políticamente comprometido, y
un dreyfusard notorio. En 1898 fundó, junto a Rodin y Puvis de Chavannes una
Academia Libre. Su obra influyó al joven artista grancanario Nicolás Massieu
y Matos, que la conoció directamente. 7 Ary Cornelis Renan (18571900), hijo
del novelista y ensayista Ernest Renan. Fue poeta y pintor, alumno de Puvis de
Chavannes y miembro sobresaliente del grupo de los 33, ligado a la Galerie
Petit de París. 53 Rodin más gráfico y lírico. Aún así, el poeta no
vacila un segundo en alinearse con la dinámica del genio moderno, tildando a
los críticos que cuestionan su estética más avanzada de retrógrados. Esta
privilegiada visita del crítico aperturista y moderno a los espacios
vanguardistas del arte en la capital mundial de las artes constituye una parte
fundamental de Peregrinaciones. Mas faltaríamos a la verdad si no
mencionásemos al Darío librepensador que en la prodigiosa capital y en el
prodigioso 1900, eje del siglo veinte, acude a las más contrapuestas
manifestaciones sociales del pensamiento contemporáneo. Su descripción de una
misa swedenborgiana en la iglesia de la Nueva Jerusalén es irónica sin rayar
en lo malicioso. Darío aparece entonces como un viejo católico sentimental,
escuchando tranquilamente los mensajes de esta nueva fe sin inquietarse.
Resulta fabuloso acompañar a nuestro plural cronista cuando toma asiento en la
Casa del Pueblo de MontMartre para presenciar una fiesta-alegórica anarquista.
Sin prejuicios derechosos, más abierto que cerrado a las utopías del
socialismo ideal, el poeta nos cuenta imparcialmente cómo recitadores anarcos,
cantautores populares y hasta una gran soprano, la Carrière Xanroff, hacen de
teloneros al evento principal. El clímax de la noche es la aburridísima
representación de LEpidémie, obra fallida de teatro de Octave Mirbeau, una
sucesión de diálogos que debería confinarse a la lectura individual.
Contrapone otra obra ideológica a este drama intelectual, Mais quelqu un
troubla la fête de Marsolleau, a cuyo estreno también asiste, esta vez con
ocasión de una fiesta socialista. La pieza se desarrolla durante una escena
única en que un obrero sufrido declara su hambre ante unos oligárquicos
comensales; el alcalde, el empresario y el obispo razonan y hablan con él
respectivamente, rechazando a la ligera sus peticiones hasta que, militante y
enfurecido, el obrero irrumpe iracundo y pone sangriento fin a la opípara
cena. Rubén Darío, enamorado de París, francófilo perdido, fino discernidor
de las vanguardias, reo de la belleza, ame 54 ricano iluminado, reportero
brillante, filtro de la historia, ciudadano vitalista, finaliza su vertiginoso
recorrido esbozando una terrorífica viñeta del mal de siglo. Este París,
esta sociedad brillante y alocada de 1900, que se fuga imparablemente hacia
delante, es un universo en decadencia, y su símbolo es la Eva Oscura, la mujer
adúltera, una criatura exclusivamente sexual, vampírica, una mujer dominadora
y devastadora cuya imagen, afirma el poeta, triunfa en los terribles agua
fuertes de Félicien Rops. Parisine 1867 FÉLICIEN ROPS Musées Royaux des
Beaux Arts de Belgique 56 x 36 cm Tiza y pastel/papel 55