FRANCISCO J. QUEVEDO GARCÍA Tomás Morales desde el centro de su poesía: una nueva visión de Las Rosas de Hércules OCURRE RARA VEZ —por eso es especial— pero cuando sucede corre como una culebra por nuestra espalda: es el placer que genera el arte. Iba a añadir la consabida expresión del «arte con mayúsculas», pero me arrepentí a tiempo porque una obra de arte, cuando lo es, no exige de mayor adjetivación para aprehender su gozoso efecto. Ocurre, además, que vivimos una época marcada por una trivialidad que abruma e hipnotiza, favorecida por factores como el cambio tecnológico y, paradójicamente, la sociedad de la información. Nunca antes el Mundo había estado tan informado, o con mejor criterio, nunca había contado con tantos canales informativos, pero es significativo como ese torrente de información ha llevado a lo que Umberto Eco ha denominado el «ruido»; a más canales, más medios, más noticias, pero menos capacidad de filtrar el aluvión que se nos vierte encima a diario. A esta situación ha contribuido un fenómeno que es afín a la modernidad, ya desde el XVIII, aunque alcanza mayor ritmo con la Revolución Industrial y el Romanticismo decimonónico, para acelerarse sin contención en el siglo XX hasta la fecha; se trata de la velocidad. Octavio Paz lo explicó con esmero en Los hijos del limo, en este ensayo el autor mejicano apuntalaba la idea de que el ser moderno se engancha a unas transformaciones sociopolíticas impensables desde el monolitismo de la pirámide feudal de la Edad Media, que sobrevive, bien que con golpes ya bastante severos en siglos posteriores. Esos cambios abrieron la espita de las revoluciones colectivas, pero también de las individuales, y en este terreno, el del individuo, se fortificó una evolución estética que ha corrido pareja a las sociedades, aunque sus postulados a priori fueran las de situarse contra éstas, frenarlas, como se observa en el decadentismo francés o en los modernistas españoles. 134 Contemplación y Modernismo. Estos términos nos hacen principiar el estudio de la última edición de Las Rosas de Hércules, de Tomás Morales; edición crítica llevada a cabo por el profesor de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, Oswaldo Guerra Sánchez. Contemplación porque, sin ambages, es un libro magnífico, ya no sólo por los versos que atesora, sino por las nuevas y valiosas aportaciones que el editor ofrece, así como por el esmero que se ha tenido en la calidad de la impresión, ya desde la cubierta que invita al recreo visual a través de un excelente dibujo, «Hércules en reposo», de Néstor Martín Fernández de la Torre; contemplación que no está exenta de un acto volitivo de curiosidad. Aristóteles decía en su Arte Poética: «[…] el aprender es cosa muy deleitable, no sólo a los filósofos, sino también a los demás, dado que éstos por breve tiempo lo disfrutan. Ello es que por eso se deleitan en mirar los retratos, porque considerándolos, vienen a caer en cuenta y argumentan qué cosa es cada uno»1. Todo invita al disfrute de la lectura y a la indagación personal con esta nueva edición de Las Rosas de Hércules. Frenar en seco de la ajetreada cotidianeidad y sustraerse a degustar de un volumen de múltiples texturas. Hablaremos luego de las palabras, fundamento, es obvio, del oficio literario, pero antes de llegar a ellas ya nos seducen elementos más tangibles, como la ilustración de Néstor, la elección tipográfica o del papel, algo aparentemente banal si no consideráramos este texto desde la óptica del arte. Desde ahí, todos los detalles, incluso los mínimos —o sobre todo éstos—, van a conferirle a la producción creativa un sello de calidad que la hace diferente, distinta de un resto que muestra una redundancia insustancial. En este sentido, el papel que a este respecto tiene la figura del poeta, de Tomás Morales, es sobresaliente, pues su consideración artística de la obra literaria va más allá del ángulo verbal, para encarar también el campo de la bibliofilia. Es, justamente, esta nueva edición, y lo será más con el tiempo, un ejemplar para bibliófilos. Cumple todos los requisitos para 1 Aristóteles, El Arte Poética, Maello: la obra literaria en sí de Tomás Morales, una obra drid, Espasa-Calpe, 1976, p. 31. 135 Retrato de TOMÁS MORALES, ca. 1905-1910 ELADIO MORENO DURÁN Casa-Museo Tomás Morales magna, ejemplar; un trabajo investigador y crítico realizado por un editor que ha contado con fondos inéditos de la Casa-Museo Tomás Morales —por ejemplo, los Libros de Autor—, y un trabajo editorial de gran nivel, teniendo el afán de considerar al libro como una pieza de arte. En la época actual, en la que se vislumbra la posibilidad de que la literatura se engarce a un nuevo vehículo de difusión, el informático —los ya conocidos como libros electrónicos, e-books—, tener entre las manos esta nueva edición de Las Rosas de Hércules es, de algún modo, un testimonio de que el libro como objeto tangible produce unas sensaciones táctiles y visuales que se alían con los versos, y que difícilmente pueden ser sustituidas por otras fórmulas. Si la perspectiva de estas Rosas de Hércules como una obra cuya lectura supone una atractiva parada, por mor de su calidad, en un ámbito cultural bastante mediocre y con gran dosis de esterilidad, ha sido nuestro primer elemento argumentativo en torno a esta edición del texto de Tomás Morales; el segundo caballo de batalla es el Modernismo, puesto que aquí se formula una revisión de determinados aspectos sobre este movimiento de amplio espectro en Canarias. Si existen dos grandes movimientos que han participado de modo extremo en la configuración de la cultura en las Islas, sobre todo en el siglo XX, han sido el Modernismo de principios de siglo y el Surrealismo, que tiene su cenit en la Exposición Internacional Surrealista celebrada en Tenerife en 1935. Estos idearios estéticos han fluido por la literatura canaria posterior hasta convertirse en señas de identidad. En el caso del Modernismo, Tomás Morales es uno de los máximos exponentes de la literatura española, no solo insular; entre otras razones, por los planteamientos teóricos que Oswaldo Guerra Sánchez ha dilucidado y ha expuesto en el capítulo introductorio “Tomás Morales: una vida para la poesía”, como en los “Comentarios y notas”, que son un respaldo vertebral a la lectura y a la interpretación de los versos del poeta. Esta versión de Las Rosas de Hércules no representa únicamente un excelente pretexto 136 para la lectura de uno de los más grandes poetas de la literatura española, sino que, además, es un trabajo de reflexión filológica de amplio espectro, en el que, siempre sobre la base de la mirada a la obra de Tomás Morales, se ponen sobre la mesa asuntos estéticos e identitarios que nos hacen gozar de una poesía mucho más profunda de lo que a priori pueda establecerse. El mar, los mitos, el amor, la familia, el puerto, la ciudad, la aventura, la soledad…; todo esto, sí, se halla en Tomás Morales, y con una ojeada superficial a su obra, se desvela a un autor de gran trazado, pero cuando calibramos los entresijos estéticos de su poesía, como lo hace Oswaldo Guerra, ya ese Tomás Morales se enaltece y su poesía se convierte, como lo es, en un singular episodio de creación artística del Modernismo español. Y ello no es fruto del azar, Tomás Morales se manifiesta como un autor tremendamente preparado, no sólo en el terreno de la capacidad poética, sino en el de la intelectualidad. Lector profundo, amante de las artes y conocedor Manuscrito autógrafo de TOMÁS MORALES “El mar: el gran amigo de mis sueños” de la Maqueta del L. II de Las Rosas de Hércules (Libro de autor) Casa-Museo Tomás Morales 137 2 Como breve muestra de su producción, damos los siguientes datos: En 1992 da a conocer, en edición para bibliófilos, su poemario Teoría del Paisaje, que había obtenido el año anterior el premio de poesía Esperanza Espínola (Lanzarote). El libro fue ilustrado con una secuencia de siete fotografías por Víctor M. Guerra. En 1993 ve la luz la plaquette De una tierra extraña, con portada de Manuel Padorno, en la colección de poesía y ensayo «Pasos sobre el mar», fundada y dirigida por el poeta Eugenio Padorno. Por esos años empieza a simultanear su tarea creativa con una labor investigadora y divulgativa, en la que se van perfilando dos líneas fundamentales: el estudio teórico de la literatura y la proyección de ésta en el ámbito educativo. Fruto de la primera línea destacan, entre otras, las monografías La obra poética de Carlos Pinto Grote (Ensayo de interpretación), Cabildo de Lanza- rote/Elguinaguaria, 1999 y Un modo de pertenecer al mundo, Cabildo de Gran Canaria, 2002, así como diversos artículos aparecidos en revistas como Serta, revista iberorrománica de poesía y pensamiento poético (Madrid), Zurgai, poetas por su pueblo (Bilbao) o Fisura, revista de literatura y arte (México/New York). Con respecto a su labor educativa y divulgadora destacan libros colectivos como Textos canarios para la escuela, publicado por el Gobierno de Canarias en 2001, y la serie Lengua y Literatura de la editorial Anaya (cuatro tomos), en la que se incluye una significativa secuencia de la literatura hispánica para estudiantes de Secundaria. Su último ensayo es Senderos de lectura (Ediciones La Discreta, Madrid, 2002), que gira en torno a una experiencia personal sobre la lectura. En 2005 apareció la edición crítica de la Comedia del recibimiento, de Cairasco. Poemas suyos han aparecido en revistas como La Plazuela de las Letras, La Fábrica o Turia, y acompañando de los parámetros estéticos en que se sitúa su producción, este poeta asumió una tarea de introspección poética que entronca con un reconocimiento de la identidad insular en la que se inserta, demostrando que sus versos, amén de la expresividad que connotan, poseen una fornida veta de fundamentación sociocultural, en la que el autor indagó con vehemencia. Como observamos en esta edición de Las Rosas de Hércules, gracias a la minuciosa labor que lleva a cabo Oswaldo Guerra, Tomás Morales es uno de los poetas que refuerzan el Modernismo en España; su obra no es producto de una postura esnobista, una circunstancial manera de escribir al compás de lo que se escucha en la capital española. No, la escritura moralesiana es de mucho mayor recorrido, con una densidad y una altura temática poco común, ya que no se halla al alcance sino de los escritores con genio y con trabajo; mucho genio y mucho trabajo. De otro modo no se puede entender Las Rosas de Hércules. Oswaldo Guerra Sánchez nació en las Islas Canarias. Estudió Filología en la Universidad de La Laguna y se doctoró en Filología Hispánica por la de Las Palmas de Gran Canaria. Desde principios de la década de 1990 ocupa una plaza de Profesor Titular de Lengua y Literatura en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Aúna este crítico en su labor filológica una gran formación, que viene dada, aparte de la base teórica que le han aportado sus lecturas y estudios literarios, por su dedicación a la poesía y a la edición de textos2. Por supuesto que no son condiciones sine qua non éstas para llevar a cabo una edición crítica de la obra de un poeta con garantías y con calidad; pero si a esto añadimos que su trayectoria, tanto en el campo de la investigación como en el de la creación, mantiene una gran coherencia interna y que tal coherencia es afín a algunos de los postulados más relevantes de la poesía moralesiana, no escondemos nada al decir que estamos ante una persona idónea para empeñarse en el gran proyecto de esta novísima edición crítica de Las Rosas de Hércules. Recordemos que esta obra, más que un libro, es la culminación de todo un 138 proceso estético, intelectual e ideológico de Tomás Morales. Para dar cuenta de ese vínculo entre el editor y el autor, que a todas luces ha sido provechoso a la luz del texto que hoy tenemos entre las manos, permítannos hacer referencia a unas palabras que tuvimos la suerte de escribir, con motivo de la aparición de uno de los poema- rios de Oswaldo Guerra, Montaña de Tauro, que fue ilustrado por Martín Chirino. Escribíamos estos términos acerca de este trabajo: «Y más allá de las plácidas caricias del lenguaje, Montaña de Tauro es una obra de reflexivo ahonde en el ser, que se hace presente en el yo poético que asume el protagonismo desde el inicio del camino. En realidad, todo camino es exterior pero cuando es rico en experiencias se hace interno»3. Su poesía es el resultado de una honda contemplación existencial y estética del paisaje, lo cual nos hace dirigir la mirada al maestro insular, a Tomás Morales, que impulsa en esta línea una estela inscrita en el Modernismo con la que muchos creadores posteriores se han identificado. Uno de los detalles más significativos que avalan esta edición de Oswaldo Guerra se debe, ya lo hemos abordado en el inicio, al cuidado en el proceso editorial, que ha hecho que la obra, desde el punto de vista textual, sea un elemento esmerado, un objeto de bibliofília. Para ello, el editor ha partido de la primera edición de Las Rosas de Hércules, que fue publicada en dos entregas; curiosamente la segunda parte aparece en 1919, y la primera, póstuma, en 1922. Esta nueva edición de Oswaldo Guerra reúne las dos partes en un solo ejemplar, pero además añade un material muy valioso para la configuración del texto, se trata de los Libros de Autor de Las Rosas de Hércules, que se conservan en el fondo documental de la Casa-Museo Tomás Morales. En ellos se atestigua, como bien observa el editor, la consideración que el poeta tenía del libro como una pieza artística, que había que cuidar más allá de las palabras: «Aunque en lo esencial se ha seguido la edición prínci- TOMÁS MORALES, ca. 1919 Casa-Museo Tomás Morales a artistas como Martín Chirino, Pepe Dámaso, Antonio Padrón y Víctor M. Guerra. En la actualidad es director literario de Domibari Editores. En el año 2000 apareció De camino a la casa, en la colección «Tierra del Poeta» (Ediciones La Palma, Madrid), libro que abre un nuevo ciclo en su poesía, que continúa con Montaña de Tauro (Ediciones Archipliego, Las Palmas de G.C., 2004, con cinco ilustraciones de Martín Chirino), y con Árbol de siete esferas, que aún permanece inédito. 3 Francisco J. Quevedo García, “Un camino hacia la identidad”, en Cuadernos del Ateneo, nº 20, p.198. 139 Ornamento tipográfico de NÉSTOR de la Maqueta del L. II de Las Rosas de Hércules (Libro de autor) Casa-Museo Tomás Morales 4 Tomás Morales, op. cit., 2006, pp. 35-36. pe, para la fijación del texto, no obstante, hemos contado con unos documentos con enorme valor bibliográfico y que vienen a confirmar el sentido que tenía Tomás Morales de lo que es un libro como objeto de arte: se trata de dos ejemplares únicos de cada tomo de Las Rosas de Hércules (depositados en la Casa-Museo Tomás Morales; del Libro II se conservan, además, las galeradas), manufacturados por el propio autor, en los que aparecen, casi al milímetro, todos y cada uno de los componentes de cada futura publicación, desde la ubicación de los textos, hasta las viñetas, dibujos y letras capitales que debían acompañar a cada uno de ellos, incluidas las cubiertas preparadas por Néstor. En cuanto a la presentación de los textos se combina la escritura mecanográfica con la manuscrita, así como, a modo de collage, el recorte de prensa. La importancia de estos verdaderos Libros de autor (en ejemplares únicos y artesanales) estriba, por otra parte, en que se registran allí anotaciones a mano de cómo deberían haber quedado fijados los textos en la edición final. Al no haber podido cuidar hasta el último momento la edición del Libro II, y no serle posible, a causa de su fallecimiento, estar presente en la del I, este tipo de documentos aclara amplias dudas sobre ciertas cuestiones de edición que se han venido arrastrando en las sucesivas que, como se sabe, se basan por lo general en la realizada por El Museo Canario en 19564». Queda muy clara en la exposición del editor la importancia que revisten esos Libros de Autor de Tomás Morales, en cuanto a la clarificación de dudas textuales que se han solventado, y que presentan por lo tanto una novedosa versión, con sustanciales distingos con respecto a aquéllas que se han originado a partir de la publicada por El Museo Canario en 1956. Si esto es relevante para justificar el interés de esta última entrega de Las Rosas de Hércules, a nuestro juicio merece un énfasis aún mayor contar con los Libros de Autor como referencia a la hora de llevar a cabo el diseño textual, como deseaba el poeta, que valoraba «un libro como objeto de arte», en la esfera de la exquisitez 140 artística que se desarrolla en el Modernismo. Contemplación y Modernismo, lo decíamos con anterioridad para indicar aquellos dos aspectos que movían, sobre todo, nuestros afectos en esta nueva edición de Las Rosas de Hércules. La lectura de estas Rosas propone un acto contemplativo que permite detenernos, frente al aluvión de nimiedades que pululan alrededor, y disfrutar con el de su rotundidad modernista. Aquí entra en juego el segundo de los elementos, con el que la contemplación conforma una dualidad simbiótica: el Modernismo, visto a la luz de la interpretación crítica de Oswaldo Guerra, que profundiza en este movimiento a través de los detalles más significativos de la poesía moralesiana, que en el caso de este poeta es como señalar de su propia vida. No en vano, con acierto, el capítulo que, a modo de introducción, abre esta edición lleva el título de «Tomás Morales: una vida para la poesía». Su biografía está trazada bajo el prisma literario. Es obvio que existen alusiones a su familia, a sus estudios, a su profesión de médico, a su matrimonio, sus hijos, su muerte prematura…; pero el foco de atención se dirige hacia el mundo de la literatura o del arte en general. Es indicativo de ello, y así lo hace constar el editor, las amistades, casi infinitas, que en este terreno establece Tomás Morales. Desde sus amigos peninsulares —la presencia del poeta en Madrid es tratada con detenimiento—, como Fernando Fortún, Francisco Villaespesa, Enrique Díez-Canedo o la famosa Colombine —Carmen de Burgos—, a los canarios, que supone un listado enorme, puesto que abarca desde autores consagrados a jóvenes escritores, artistas, o amigos personales: Pérez Galdós, Luis Doreste Silva, Fernando Inglott Navarro, Manuel González Cabrera, Néstor Martín Fernández de la Torre, José Hurtado de Mendoza o Rafael Romero —Alonso Quesada para la historia de la literatura—, entre otros. Esta lista es mínima si nos atenemos a los datos biográficos del poeta, que muestran a una persona de fácil trato y encanto especial, muy querido entre aquellos que tuvieron la oportunidad de conocerlo. A pesar de ello, de esa 141 5 Ibíd., p. 17. 6 Ibíd., p. 23. vida social abierta que lo caracteriza, tuvo tiempo más que notable para dedicarse al ejercicio solitario de la escritura, como vía para expresar una profunda visión de las conexiones entre el mundo exterior y el interno. Oswaldo Guerra es concluyente al respecto: «No se faltaría a la verdad si se afirmara que la vida de Tomás Morales estuvo regida por un único propósito: desvelar la íntima relación que existe entre la pulsión interna del ser y el mundo exterior, y escenificar un acto de lucha que se manifiesta indistintamente en dos planos, el de la creación poética y el de la cosmogonía. Es, simple y llanamente, la búsqueda del Secreto, carne y espíritu en las palabras»5. A partir de esta concepción se enarbola su mundo poético, es interesante a este respecto la reflexión que hace Oswaldo Guerra en torno a la función de la memoria íntima del poeta como espíritu que insufla toda su poesía, y que se enmarca en el Modernismo. Leemos del editor estas líneas: «Un proyecto poético que necesariamente había de fraguarse en el crisol que por entonces representaba el Modernismo, movimiento multiforme y contradictorio en el que se iba a acomodar con naturalidad la obra de Tomás Morales, y cuyas tintas se han cargado tradicionalmente sobre aspectos formales o puramente decorativos, pero que tienen relación con otros de mayor trascendencia, en el conjunto de la crisis universal de valores que había estallado a finales del siglo XIX»6. En esta tesitura de otorgar al Modernismo una estructura mucho más compleja, y por lo tanto, más interesante —que compartimos por completo—, Oswaldo Guerra centraliza sus juiciosas observaciones sobre dos aspectos básicos: la mitología y el cosmopolitismo. La comprensión de ambos elementos dentro de la órbita moralesiana se hace imprescindible para una lectura activa e intensa de Las Rosas de Hércules. De ahí que el editor dedique buena parte de su estudio crítico al sentido que adquieren ambos aspectos en la obra. Atisbemos solo algunos de sus puntos de vista a este respecto, con el reconocimiento de que en el libro estos razonamientos son desarrollados, por supuesto, con 142 un abanico crítico mucho más amplio, en el que se registra un seguimiento sobre estos asuntos que procede de una dilatada experiencia personal, así como de la asunción de ideas de notables investigadores de la creación de Tomás Morales como Eugenio Padorno, Jorge Rodríguez Padrón, Manuel González Sosa, Andrés Sánchez Robayna, etc. En relación a la mitología, retengamos esta consideración que pretende ir más allá del valor evasivo que cierta crítica atribuye como único referente en el Modernismo al asunto mitológico: «[…] no es lo mismo referirse al uso de la mitología como tema, que usar la mitología como sistema de signos en sí misma, cuyo fin sería comunicar una visión existenciaria determinada»7. Recomendamos vivamente que el lector siga con esta cita hasta el final. Verá entonces el sutil análisis que hace Oswaldo Guerra del uso de la mitología por parte de los modernistas como un lenguaje ideal a sus propósitos. Tomás Morales es un claro ejemplo de ello, y potencia el uso de lo mitológico amparado, además, en el significado que a las Islas Canarias se le ha conferido en el universo de la mitología. En cuanto al cosmopolitismo, todavía si cabe adquiere mayor significado, diríamos que una dimensión especial, ya que Tomás Morales lo imbricará con una decisión clave para su vida y su poesía, que será ejemplo que compartirán muchos otros creadores; nos referimos a la consideración del espacio del archipiélago como un lugar idóneo para la creación literaria, a pesar de distancias kilométricas o de millas náuticas. En definitiva, el centro es un concepto bastante relativo. Tomás Morales, así se documenta en su Casa- Museo, estaba al cabo de la modernidad literaria, incluso mantenía correspondencia con bastiones de la poesía de entonces. Su centro estaba aquí, en las Islas —«Sus apetencias mundanas se tornaron así en una urgente necesidad de crear el Mundo en un pequeño y casi desconocido solar bajo las estrellas»8. Contaba el poeta para llevar a cabo su propósito con un ambiente cosmopolita que se perfilaba en torno a una ciudad portuaria, como Las Palmas de Gran Canaria, que vivía 7 Ibíd., p.27. 8 Ibíd., p. 23. 143 NESTOR MARTÍN FERNÁNDEZ DELA TORRE, ca. 1935 Depósito de Pedro Almeida. Casa-Museo Tomás Morales 9 Ibíd., p.26. 10 Ibíd., p. 51. en esas décadas iniciales del siglo XX un auge comercial producto del tránsito interoceánico. Y en definitiva, el poeta en sí asumió el rasgo del cosmopolitismo como una experiencia vital —[…] ser cosmopolita equivalía a sentirse ciudadano del mundo desde cualquier punto en el que el intelectual se hallara, incluido, cómo no, el propio hogar»9. Merece mucho la pena continuar el enfoque que el editor hace sobre este punto, sobre todo porque esa actitud cosmopolita que advierte en la figura de Tomás Morales se proyecta con intensidad en la escritura de las Islas. Ahora queda todo el placer de la lectura de esta edición de Las Rosas de Hércules, sabedores de que estamos ante una joya literaria y hay que vestirse de gala —es una metáfora— para disfrutarla. Comienzo a leer los primeros versos del «Canto inaugural»: Bajo las rubias ondas del estío inclemente, por apacibles cuencas y huyentes peñascales, Hércules recorría las tierras de Occidente10. 144