Bibliografía de Pedro Flores PEDRO FLORES (Las Palmas, 1968). Ha publicado los
libros de poesía Simple Condicional (1994), Memorial del olvido (1996), La
vida en ello (1997), El complejo ejercicio del delirio (1998), El ocio fértil
(1998), Nunca prendimos París (1998), La poética del fakir (1999), Diario del
hombre lobo (2000), Con la vida en los talones. Antología poética 1992-2002
(2003), Al remoto país donde sonríes (2006) y En los planes de nadie (2007).
También es autor de un libro de poemas para niños; Fieras sin música (2005)
y de los libros de relatos Capitanes de azúcar (2007) y La verdad no importa
(2007). 96 MINOS ENTRE LA MULTITUD Con una sucia túnica y la barba crecida,
hay días y hay madrugadas en que el rey se mezcla con las multitudes del
mercado, con los ahogados en el vino de las cantinas. Nadie le reconocerá;
para ellos sólo es el hijo de Zeus, el perfil de las huidizas monedas. A las
vendedoras y a los marineros borrachos, a los soldados y a los comerciantes en
púrpura, mendigo, peregrino, anciano el rey interroga sobre el secreto horror
del laberinto: -¿Qué sabes, muchacha, del engendro que dicen esconde el
ingenio de Dédalo? -Sé que cuando la pobreza y la desgracia no nos caben en
la casa, que cuando las guerras de Minos escupen a los hombres hechos sólo
cenizas y un escudo abollado, nos sentamos mirando a palacio sobre la suave
colina desde donde el sol reverbera en las sagradas puertas de bronce y
reímos, reímos como sólo lo saben hacer los miserables. 97 RELACIONES Y
EPITAFIO DE GASTÓN BAQUERO Era el esclavo preferido de Nefertiti. Era el
médico de las estatuas quemadas por la luna. Era el vigía de Marcel Proust en
la bahía de Corinto. Era el hermano negro de Stéphane Mallarmé. Era el
coreógrafo de Manuela Sáenz y Giuseppe Garibaldi. Era el que hacía llover
bajo el paraguas de Vallejo. Era el mezclador de colores de Alberto Durero. Era
el afinador de claves de Juan Sebastián Bach. Era el depositario de la roja
peluca de Vivaldi. Era el que llevaba naranjas a Salterio Whitman. Era el
compañero de pintas de Dylan Thomas. No nació en Cuba: nació en un sueño de
Saúl sobre la espada. Y con todo eso, otro día, ¡chas!, en medio del
sucedáneo de primavera de Madrid cayó de su chaleco aquella ceiba invisible,
y aquí yace cubierto por las borras del café, náufrago inocente en la arena
del destierro, aquí yace, Gastón Baquero. 98 AUTOESTOPISTA HACIA NOD
y
andarás por ella fugitivo y errante Génesis, IV, 12. Pasa un camión lleno de
fedayines. Pasa un unicornio de acero marcado con barras y estrellas; la divisa
del Señor. Pasa un poeta cuyos pies nunca hollarán este lodo. Pasa Jimmy Dean
en un automóvil caro y se detiene para decirme ¡eh! yo te comprendo, aquí
tienes mis gafas oscuras con las que mirar la eternidad sin deslumbrarte. Pasa
Alejandro de Macedonia; pero cómo detener el galope de Bucéfalo, que esta
noche rumiará la hierba de Persia. Pasa el Profeta con una manta y un sueño.
Pasan ejércitos que engullirá el tiempo con un simple gesto de sus fauces de
polvo. Pasan pájaros llegados del invierno rumbo a las aguas quietas de
Chat-el-Arab sin saber que del oasis queda una ciénaga salpicada de plomo.
Pasa micer Marco Polo con las credenciales del Dux para el Gran Kan en algún
lugar de sus ropajes olorosos aún a sal de Venecia. Pasan los hombres que
plantan los oleoductos que desembocan en oficinas de Londres, en autos de
Tokio, en palacetes de Riad. Pasan peregrinos y cruzados. Pasan caravanas y
reactores. Yo sigo al borde del camino, mi pulgar hacia arriba. Pero nadie
recoge a un asesino; ni siquiera aquellos que van o vuelven de matar. 99 EL
VIOLINISTA DEL TITANIC El vigía no vio el hielo. El capitán no vio el
peligro. El armador no vio las prioridades. La primera clase no vio a la
tercera clase. El radiotelegrafista no vio respuesta. Lady Rothschild no vio su
estola. Los maquinistas no vieron el cielo. Pero el violinista, ah, el
violinista lo entendió todo de repente; reunió en la cubierta al resto de la
pequeña orquesta mientras hombres y mujeres que creyeron tenerlo todo
comprendieron lo desnudos que estaban ante la tragedia y tocó, tocó como
nunca había tocado, tocó para él, tocó quizá para alguien que en vano le
esperaría entre las brumas de un muelle apretando los puños, y se ahogó con
la muerte en el gélido mar del cruel abril de mil novecientos doce. De ese
modo te quiero: Inmune al miedo y al frío, mientras el mundo se desmorona en
torno nuestro, sin esperar que nadie me rescate, dándote la música de mi alma
hasta que el agua me llegue al cuello. 100