JUAN JOSÉ DELGADO La Espiral, de Sabas Martín • La Espiral MARTÍN,SABAS: La Espiral Ediciones Ka, 2006, Santa Cruz de Tenerife. SABAS MARTÍN HA ABORDADO LOS DIVERSOS GÉNEROS literarios, y en todos se aprecia la voluntad de sobrepasar cualquier límite fronterizo. Cuando recurre al ensayo, con el ensayo puede adentrarse en lo mítico, o darle sentido a ciertos sucesos que pueblan la Historia, o aproximarse a obras y a nombres pertenecientes a una cultura literaria de tres orillas: la española peninsular, la insular canaria y la continental iberoamericana. Tanto en sus obras dramáticas, como en sus libros narrativos o en sus poemarios, Sabas Martín confía en la palabra, a sabiendas de que, aún sembrada de peligros, dispondrá siempre de potencia creadora. Una creación que va más allá de cualquier fórmula convencionalmente establecida, pues el tiempo conmueve las formas e impulsa al autor a ponerlas en entredicho, a transgredirlas, a hacerlas suyas y de hoy. Sabas Martín, si damos crédito a lo manifestado en su libro de ensayos, Territorios del verbo,es un autor que no cree ni en críticos inocentes ni en ensayos indemnes. Podría entenderse la frase como que no hay palabra auténticamente pura o genuinamente propia. Porque, cuando se busca su posesión, esa posesión ha de negociarse y entrar en un proceso en el que el verbo tiene que ser comunalmente compartido. Atrás quedaron diversos poemarios como signo y reflejo de una experiencia propia, biográfica o literaria, que fue adentrándose con variedad de cauces en la mitología, en la cultura, en la historia; en cualquier caso, es la expre 102 sión de un yo que ha encontrado en la poesía, como expresara Derek Walcott, “la esencia de la cultura del mundo”. Una poesía cuyo destino es el de “enamorarse del mundo a pesar de la historia” —como continúa diciendo el nobel y a quien Sabas Martín cita y pone en el pórtico de La Espiral. El extenso poema La espiral nace con voluntad de ser representación de un mundo, de erigir una realidad poética sobre fundamentos culturales, estéticos, históricos, míticos y legendarios. La diversidad de elementos se reúnen y persiguen un claro objetivo: organizar una realidad nueva. Todos los datos supuestamente asentados en la memoria colectiva de la comunidad insular, el autor los reorganiza desde una concepción poética. Traslada a este gran poemario una serie de materiales de acarreo que van fluyendo en una dinámica interna y orientada decididamente a alcanzar una reconocible identidad cultural. El efecto y resultado es un constructo poético-cultural autónomo. El autor, ante tan vasto empeño, no puede poner letra a unas islas cuyas coordenadas espacio-temporales sobrepasan los límites de una edad humana. Transfiere por ello la voz a una figura igualmente inconmensurable y, por inconmensurable, mítica. Y le pone nombre: El Atlante. Una figura corrediza e inabarcable que pudiera responder al nombre del océano en el que emergen las Canarias, o al titán que cargó y mantuvo sobre su espalda el gran monte Atlas o al propio Universo, o bien podría avenirse con Atlante, rey de una isla y padre de las Hespérides. Para este poemario y desde el principio, el Atlante será, por sobre cualquiera de estas consideraciones, una voz. La voz que, a modo de prótasis dramática, expone e instruye a los lectores sobre la situación inicial. Una voz que no renuncia al monólogo cuando se siente en medio de un inabarcable tiempo o entorno en el que supuestamente habita el olvido o la ausencia. Será así voz que vale como conjuro contra el olvido. Sirve la voz del Atlante, en primera instancia, como revelación y depositaria de una memoria perdida. 103 Pero también ocuparán plaza en el poema los sentimientos y las reflexiones. Voz, por tanto, también introspectiva y deliberativa; y además, voz instructiva o admonitoria o apologética. En suma, una voz esencial pues sus imágenes representarán los elementos —agua, tierra, aire, fuego— que dan principio a la vida. Los lectores en su mundo van a ser atraídos hacia el mundo que se va desplegando en La Espiral. En las sucesivas páginas se funden espacios, tiempos y autores distintos; por las páginas se persigue una original idea y se le da alcance mediante el campo de espejos de otras escrituras, lo cual hará del texto un ámbito para el diálogo. Sabas Martín recorre y toma surcos de la tradición para reabrir, sembrar y recoger los frutos propios de la modernidad. Ha elegido la espiral como título del libro y emblema del proceso creador; espiral porque —según expone el propio autor— es el signo de la energía cósmica en movimiento. La identifica con la isla, y la isla como un cosmos, como un vasto universo adecuadamente estructurado. No quiere ser voz que valga como mero canto y para sí misma. No quedará en pura prosodia ni en simple recurso estético. Si así fuese, el conjunto de cantos bien podría considerarse una mera impostura. Pero es voz que quiere hacerse carne de la isla. La Isla de las islas: la Macaronesia de los griegos o las Islas Afortunadas de los latinos, los Campos Elíseos de Homero, o la Isla de los Bienaventurados de Hesíodo o la Atlántida de Platón. La voz creadora removerá estratos de un tiempo pretérito; se ha internado en espacios que se hallan fuera de la Historia y que se dirige a la misma raíz de los tiempos. Se manifiesta como voz acaparadora de un continente en donde se van localizando los sucesivos momentos y muestras poéticas de los periodos clásico, barroco, romántico, modernista, vanguardista…, en definitiva, se alza el perfil de una insularidad que se ha podido ver reflejada en un pleno devenir poético. El autor se atiene a un proceso de modelización. La realidad estética de La Espiral se ordena de acuerdo con una serie de códigos que, no obstante la evidente heterogenei 104 dad, procuran para el conjunto una armónica unidad. El Atlante selecciona y organiza, interpreta y valora. Compara explícita o implícitamente las distintas secuencias que componen el libro, los fecundos recursos, las considerables muestras estróficas, la fabulosa abundancia de motivos y asuntos que van poblando el territorio intemporal del verbo poético. Establece una relación entre un presente verificable y la asunción de un pasado posible. Y así, con el caudal de datos que en el poema se legitiman, va poco a poco realizándose la ocupación de un concreto espacio poético. El recuento refiere y no transforma. Entiende Sabas Martín —y lo apunta— que vistas así las cosas sólo le queda al poeta “usurpar y enmascarar las antiguas voces”. La voz se convierte en vehículo poético que recorre las diversas calas de la Historia. El Atlante —dicho en dos versos— vive “sumergido entre el mito y la leyenda, / capaz para la Historia y su futuro”. El Atlante tiene —como dijo de sí el poeta Juan Ramón Jiménez— la sustancia de todo lo vivido y todo lo por vivir. En estos casos el poeta debe tomar de su interior toda clase de experiencias, ya sean cognoscitivas, afectivas o estéticas. Con ellas procurará una óptima creación poética. Sabe, sin embargo, que la intervención de lo subjetivo necesita una ajustada contrabalanza con las referencias procedentes del exterior. La subjetividad no puede encerrarse en ella misma, debe superarse cuando opera en un proceso de acción creadora. El poeta toma conciencia de una vida que se halla en íntima relación con la naturaleza insular. Lo insular se le revela como un espacio perdurable gracias a las sucesivas calas que realiza en el infinito tiempo. Ha de salir en busca de lo que fue, y vuelve con trozos de pretérito en la voz para erigir un presente conmocionado. Lezama Lima expresa que la insularidad se instaura mediante “una tradición por futuridad”. La tradición acerca los mitos y leyendas que fundarán, junto al tiempo histórico, el tan pretendido espacio poético insular. 105 Los hechos de leyenda se mueven a favor de la concienciación de una comunidad que se halla necesitada de obtener un reconocimiento de su tradición y su presente poéticos. Aunque de dudoso valor histórico, la imaginación legitima y da categoría estética a lo legendario. Los hechos legendarios se van cargando de sustancia vital, esto es, van llenándose de sentido y sentimiento humanos. El lenguaje les concede vida a los mitos cuando reintegra los hechos del pasado a una comunidad que, en el presente, los espera. Una comunidad que espera sumar algo nuevo en el presente para, con ese logro, prolongar su acervo. El poeta tiene el privilegio de activar y sensibilizar la memoria colectiva en el entendimiento del lector. La memoria puede ser ventana abierta al porvenir. Todo esto se cumple desde el momento en el que el lenguaje se muestra expresivamente vital, ajeno a toda retórica y de lleno metido en un proyecto de renacimiento y de fundación. Cualquier poema fundacional se atiene a su tiempo histórico pero no puede prescindir del acerbo imaginario que se ha ido y va asentándose en la memoria de una comunidad. Cualquier era imaginaria —dice Lezama— se manifiesta en una era histórica. Se pretende actualizar, poner al día, nombrar y acumular el número conveniente de obras y autores con que legitimar la tradición y la literatura poética de Canarias. Organiza en un esquema la realidad estética de la obra. Hay osadía en la búsqueda. Acepta y pone en preámbulo las palabras de Lezama: “Sólo lo difícil es estimulante”. La Espiral, libro poliédrico, está más allá de ser un mero ejercicio de estilo. Se asiste al génesis de la isla. Conduce luego al rescate de momentos primordiales de un lugar y tiempo anteriores al lugar y tiempo cotidiano. Se va en busca de la isla, y la figura de una isla se irá revelando, verso a verso, en el poema. La creación del poema lo dirige hacia ese territorio único, personal, trasunto de un universo sustentado por la memoria, la historia, el mito, la leyenda, la poesía. El poema se ofrece como punto de encuentro para un coro de voces interlocutoras aunque atadas a la monu 106 mental voz del Atlante, por cuya mediación la palabra será “palabra esencial en el tiempo”, una palabra sustancial por cuanto pretende mirar, comprender y vivir todas las circunstancias, ya sean éticas y estéticas, geográficas y humanas, eternas y temporales. De ese modo el discurso poético va, canto tras canto, enlazando el pretérito con la todavía estación desconocida del futuro. La Voz irá abrazando tiempos idos y porvenires. Desde las brumas del océano y de los mitos se quiere alcanzar el conocimiento de realidad actual. El autor muestra las variadas formas, las diversas técnicas y los muchos juegos que concurren en el concierto poético, y todo ello lo cruzará con el conocimiento mítico, legendario, histórico, geográfico y experiencial que de las Islas Canarias posee. Se recurre a la imagen del mito o al pasaje histórico como un modo de ahondar “en la historia moral de la propia estirpe”. Simultáneamente, en su propio transcurrir fluyente y proteico, la escritura establece un otro nivel de implicación en el que se interroga a sí misma y pregunta sobre la verdad de quien escribe a través de los espejos de la historia y la leyenda. Con todo, prevalecerá la palabra poética, que demasiadas veces se vale de lo imaginario para fundamentar lo real. Ese es el modo elegido para resolver el monumental proyecto que alienta en los siete magnos cantos de La Espiral: conseguir que el verbo se haga carne, por cualquier medio o peregrina forma, y que habite entrañablemente con nosotros. Intuimos en todo ello la intención de la voz: idear una realidad para salir de la nada y desvelar desde el presente lo que se ha sido y lo que falta por ser. 107