SABAS MARTÍN Inventario de lo innumerable y lo invisible nventario de lo innumerable y lo invisible • Bajo el cielo innumerable (2003-2004) IVÁN CABRERA CARTAYA Accésit “Premio de Poesía Tomás Morales” 2006 Cabildo de Gran Canaria / Casa Museo Tomás Morales Las Palmas de Gran Canaria, 2007, 86 pp. NACIDO EN SANTA CRUZ DE TENERIFE EN 1980, Iván Cabrera Cartaya muestra una interesante trayectoria poética jalonada por diversos galardones que llevan la denominación de algunos de nuestros poetas mayores. Así, ha obtenido sucesivamente los premios “Pedro García Cabrera” (1999), “Luis Feria” (2000), “Félix Francisco Casanova” (2001), “Julio Tovar” (2002) y “Emeterio Gutiérrez Albelo” (2005). Esta relación de reconocimientos a su trabajo poético nos indica, por un lado una incipiente precocidad que se ha visto confirmada en una mantenida continuidad con el suceder del tiempo y, por otro, la intensidad y calidad de un quehacer lírico que nos permite hablar ya, no de una promesa, sino de un valor consolidado a tener muy en cuenta dentro del panorama de la última poesía en español que se hace desde Canarias. A títulos como Arenas (2001) y Fragmentos de sentido (2006) viene a añadirse ahora Bajo el cielo innumerable (2003-2004) con el que suma un nuevo reconocimiento público al haber obtenido con él uno de los accésits del “Premio de Poesía Tomás Morales” en su convocatoria de 2006. Hasta aquí lo que no son más que simples y resumidos apuntes bio-bibliográficos que nos permiten trazar una primera breve imagen aproximativa a la figura del poeta. Pero ¿qué nos aguarda tras las páginas 108 de su reciente poemario?, ¿qué mundo encierra su nueva propuesta poética y cómo se plasma en su escritura? El jurado del “Premio de Poesía Tomás Morales” ha señalado a propósito de Bajo el cielo innumerable (2003-2004) que se trata de “un libro de tono intimista en donde el paisaje conduce a la emoción y a la reflexión”, y que “la geografía insular adquiere dimensiones de sensualidad a través del tratamiento de la luz”. Tenemos, ya pues, las primeras claves de interpretación. Ahondemos en ellas y arriesguemos otras posibles. En alguna ocasión la poesía de Iván Cabrera Cartaya ha sido calificada de “escritura solar”, aludiendo con ello a esa suerte de luminosidad verbal que la impregna. Y, casi como una correlación inmediata, al detenernos en el término “solar”, se podría pensar en la pintura de Oramas, que no en vano ha sido definido como “místico solar”. Ciertamente, tanto en el pintor como en el poeta, la isla, el paisaje insular, y la luz que lo trasciende son presencias mayores, un latido constante que recorre y singulariza la palabra y sus evocaciones. Pero no sólo la luz, lo “solar”, caracteriza la expresión poética de Cabrera Cartaya. Al igual que en Oramas, esa luz únicamente cobra una ulterior proyección cuando se inscribe en un paisaje determinado, en una geografía reconocible pero sublimada, cargada de polivalencia de sentidos. Ese paisaje, esa geografía no es otra que la de la Isla, cifra y resumen de los elementos de una naturaleza canaria esencializada. Y también es cierto, digamos de paso, que en Iván Cabrera Cartaya la diurna luminosidad solar descrita convive también con las sombras de lo nocturno, con la declinación de los atardeceres, con la ensoñación entrevelada de las vigilias. Son, si se quiere, gradaciones de la luz, pero, por sobre ello, se asienta la percepción —”sensualizada”, sí— de una comunión con el paisaje, diríamos que una comunión “ecológica”, que actúa de anclaje para una exaltación del medio en el que se inserta la palabra. Por lo dicho hasta ahora pudiera pensarse que nos hallamos ante un decir poético que entronca con una lírica más o menos “bucólica”, de canto a la tierra y los dones 109 en que se propaga ante la mirada. Pero hay más, mucho más. Y en ese “mucho más” radica la originalidad, el atrevimiento y el riesgo que desarrolla en sus poemas Cabrera Cartaya y que hace de su libro una obra de calidades más que notables. Es cierto que la mirada del poeta está fuertemente, decisivamente, alimentada del entorno de la naturaleza, que es —no lo olvidemos— la Isla. Pero esa contemplación de lo externo es el vehículo que nos lleva a la verdadera dimensión de su escritura y que no es otra que la medida del interior, el territorio de la intimidad de quien escribe. Aquí la contemplación se une indisociablemente a la reflexión —y paralelos a la reflexión: la emoción y el conocimiento— que interpreta y propone vías de derivación para la realidad contemplada. Hay, pues, una propuesta de trascendencia, de análisis de diferentes aspectos de la condición humana y de la insularidad que la define. Y en esa tensión dialéctica exterior/ interior confluyen diferentes pulsiones. Señalemos las más relevantes: la conciencia de la pérdida, el intento de apresar el tiempo y la memoria de la vida y lo vivido, la celebración de lo perdurable frente a lo efímero, la comunión con el latido de lo orgánicamente vivo... De estas bifurcaciones de sentido se vale Cabrera Cartaya para establecer un movimiento mantenido que nos conduce de la “apariencia” de las cosas a su “esencia” tocada por la conciencia del existir. Y aún más. En Bajo el cielo innumerable (2003-2004) hallamos asimismo otros factores constitutivos, igualmente destacables. En este sentido, nos encontramos con manifestaciones del deseo amoroso y con pulsaciones del erotismo que, en ocasiones, conviven con el dramatismo de la muerte — los ahogados, por ejemplo— que nunca es sombría ni retóricamente melodramática. Todo ello cristaliza en una latente imprimación de exilio ontológico, de extrañeza ante el mero hecho de vivir y de cómo lo vivido se transforma, al cabo, en memoria y olvido. Por sobre esa suerte de inventario lírico de lo visible y lo invisible, de lo finito y lo innumerable que define el poemario de Iván Cabrera Cartaya, hay una especie de concien 110 cia de la fatalidad manifiesta en la figura de los “dioses” que salpican con su inminencia varios de los poemas. Dioses que en algunos momentos nos remiten a un imaginario mitológico, que en otros son la trasposición del destino y, en algunos otros, son la encarnadura mortal del propio poeta como cuando se describe en la infancia como un “dios humillado”. Frente a la finitud y la fatalidad del destino, quizás la única salvación posible provenga del amor cuya encarnadura el poeta asemeja a la pasión de la palabra. Acudir al cuerpo como a la lectura de un libro, se nos dice, tal vez como la confirmación de que sólo la escritura prevalecerá. Para expresar formalmente el universo poético contenido en Bajo el cielo innumerable (2003-2004), Iván Cabrera Cartaya recurre a poemas de largo aliento, de una dicción elegante y serena, clásica en la mejor de las acepciones del término “clásico”, ese que alude a la perdurabilidad. Son poemas falsamente narrativos en donde la emotividad fluye subyacentemente. Como aquello que decía Hemingway de que un cuento debía ser como un iceberg: que sólo atisbamos la punta en la superficie, pero que bajo el agua se oculta todo un mundo velado y desmedido. En su escritura, Cabrera Cartaya busca más la concisión verbal y la sugerencia de sentido que el brillo deslumbrante de la metáfora imprevista. El suyo es un discurso cálido, sosegado, sin sobresaltos. Igual que una lluvia dulce, como un atardecer frente al mar —y el mar, como no podía ser menos en una obra radicalmente isleña, proporciona algunos de los momentos más altos en la poética de Cabrera Cartaya—, o como el sol cuando no quema, sino que reconforta. Esa concisión no especulativa del lenguaje aparece desprovista de rutinas y utilitarismo, marcada en su raíz por un aliento poético que deviene en atmósfera, en clima cargado de ocultas resonancias. Se cumple así, como apuntaba George Steiner, un discurso que traspasa las lindes de lo meramente informativo y comunicativo y en el que la palabra entrega los secretos que se velan en lo cotidiano y reconocible. Y, en un intento de ensanchar los márgenes de la escritura 111 poética, en Bajo el cielo innumerable (2003-2004) se nos ofrecen muestras sobresalientes de poemas en prosa, una propuesta no demasiado habitual que supone un valor añadido a una escritura llena de valores expresivos. La obra de Iván Cabrera Cartaya puede inscribirse, con sus peculiaridades y rasgos diferenciales propios, en la estirpe de las “teleologías” insulares que tan fructífera se muestra en el transcurso de nuestra tradición poética canaria, de Tomás Morales a García Cabrera, de Manuel Padorno a Sánchez Robayna, por sólo aludir a unos pocos ejemplos inmediatos. Dentro de esa tradición, la poesía de Cabrera Cartaya se define como una poética de la emoción y la reflexión en un paisaje esencialmente isleño, despojado de tópicos y viñetas o postales costumbristas. Su poesía está signada por el valor trascendente de la palabra, que va más allá de tantos aburridos ejercicios de narcisismo autobiográfico como padece la actual poesía española. (Y permítasenos ahora, antes de finalizar, apuntar entre paréntesis algunas peculiares coincidencias entre los tres libros —ganador y los dos accésits— publicados con ocasión de la convocatoria última, ésta del 2006, del “Premio Tomás Morales”. El ganador, con Dioses y héroes en retirada, Mariano Rivera Cross, es de Jerez; Gaspart Bert, accésit con Bajo el sol de las cosas, es chileno; y, como ya queda dicho, Iván Cabrera Cartaya, también accésit con Bajo el cielo innumerable (2003-2004), es tinerfeño. Es significativo señalar, decimos, cómo pese a sus dispares procedencias y con registros estéticos disímiles, estos autores presentan ciertas similitudes. Rivera Cross ofrece una personalísima recreación de la mitología clásica trasplantada a la contemporaneidad en la que ahonda sobre el desarraigo existencial y la incertidumbre del presente. Gaspar Bert se arriesga en una poesía conceptual, de componente casi filosófico, en donde la contemplación de la elementalidad de los objetos y los seres se convierte en vehículo de transgresiones y violentaciones del lenguaje para acceder a la conciencia del ser. Por su parte, Cabrera Cartaya —recordemos y resumamos— construye un universo intimista en el que se concitan la emo 112 ción, la reflexión y el conocimiento, signados por un paisaje esencialmente isleño y por la sensualidad de la luz. Desde su propuesta de “teleología” insular, la palabra del poeta intenta descifrar el silencio del mundo para comprender el enigma de ser siendo isla y alcanzar, así, en comunión con el entorno de la naturaleza, una mirada transparente más allá, o más adentro, de la existencia invisible de lo oscuro y la pérdida. Las coincidencias hay que situarlas tanto en el uso del poema en prosa —esa necesidad de superar los límites de la escritura poética tradicional—, como en la advocación de Rilke, como, sobre todo, en la mirada interior que ahonda en la precariedad de la condición humana, signo de una época en la que los dioses ya no valen para justificar el destino del hombre sobre la tierra). Digamos en fin, a modo de conclusión, que Bajo el cielo innumerable (2003-2004), de Iván Cabrera Cartaya supone una rigurosa y sugestiva propuesta hecha desde la concepción de un universo poético que se manifiesta con voz propia. Es un libro, en suma, escrito contra la caducidad del tiempo y el olvido. Un poemario que supone una lúcida indagación sobre la sustancia y la esencia del ser en un espacio geográfico delimitado, y, desde esos sueños y evocaciones de la Isla que nos habita, incita a preguntarse sobre el ser isleño y la memoria que nos identifica y nos define. 113