VJESÚS RUBIO JIMÉNEZ Universidad de Zaragoza alle-Inclán retratado por José
Moya del Pino: la melancolía moderna alle-Inclán retratado por José Moya del
Pino: la melancolía moderna 1 Cipriano Rivas Cherif, «Los españoles y la
guerra. El viaje de Valle- Inclán», España, 68, 11 de mayo de 1916, pp.
10-11. 2 Ricardo Baroja, «Valle-Inclán en el café», La Pluma, IV, 32, enero
de 1923, p. 57. 3 José Moya del Pino, «Valle-Inclán y los artistas», La
Pluma, IV, 32, enero 1923, pp. 63-65. 4 Ramón del Valle-Inclán, Voces de
gesta, Madrid, Imprenta Alemana, 1911, pero MDCDXII (colofón). Véanse, M.
Abad, «El libro modernista: literatura e ilustración», en Guillermo Carnero
(coord.), Actas del Congreso Internacional sobre modernismo español e
hispanoamericano y sus raíces andaluzas y cordobesas, Córdoba, Diputación
Provincial de Córdoba, 1987, pp. 349-372. Jesús Rubio Jiménez, «Ediciones
teatrales modernistas ilustradas y puesta en escena», Revista de Literatura,
105, 1991, pp. 103-150. Y «Voces de gesta. Sugerencias de un retablo
primitivo», en Valle-Inclán y su obra, Sant Cugat del Vallés, Cop d´idees-
Taller d´Investigacions valleinclanianes, 1991, pp. 467-487. María Pilar
Veiga Grandal, «Las ilustracio- RAMÓN DEL VALLE-INCLÁN EJERCIÓ UN
MAGISTERIO importante no solo en la literatura de su tiempo sino también en
las artes plásticas. Se ha dicho más de una vez, pero todavía no ha sido
estudiado con el suficiente detalle. Entre los pintores que se beneficiaron de
sus enseñanzas, expuestas un día tras otro en las tertulias y ocasionalmente
en los artículos de crítica artística que escribió, se encuentra José Moya
del Pino (Priego -Córdoba-, 1891-San Francisco (USA), 1969), tal como él
mismo reconoció más de una vez. Una estrecha amistad unió a los dos
personajes hasta que Moya del Pino emigró a los Estados Unidos a mediados de
los años veinte. La admiración presidió su amistad y don Ramón, tan poco
dado como era a los elogios, no dejó de referirse al pintor en una entrevista
con El Caballero Audaz como alguien «tan trabajador, tan ilustrado, tan
bueno» (La Esfera, 6 de marzo de 1915). Para entonces hacía algunos años que
se trataban y compartían tertulia, escuchando atentos los jóvenes artistas
plásticos las reflexiones de don Ramón. Cipriano Rivas Cherif evocó aquellas
reuniones en España el 11 de mayo de 1916 con estas palabras: Decíame en
cierta ocasión don Ramón del Valle- Inclán que estaba poseído de haber
hecho más fructífera labor educadora desde su rincón del café de Levante,
donde acostumbraba a reunirse a charlar con una peña de amigos, que todos los
catedráticos españoles de Literatura y Teoría de las Bellas Artes. Nada más
justo [
] cuantos frecuentan centros y corrillos artísticos saben, por
ejemplo, hasta qué punto han influido sus ingeniosos sugerimientos en el
criterio de pintores como Anselmo Miguel Nieto y Julio Romero de Torres,
quienes le deben mucha 24 parte del merecido renombre de que gozan, por sus
agudos consejos, primero y, sobre todo, por la sutil interpretación literaria
con que ha significado la renovación pictórica que representan en España
estos dos jóvenes artistas.1 Ricardo Baroja contaba con palabras similares en
1923 esta labor realizada de manera espontánea en aquella tertulia: Muchas
veces Valle-Inclán ha dicho: -El Café de Levante ha tenido más influencia en
el Arte y la Literatura contemporánea que un par de Universidades y de
Academias. Si se estamparan aquí los nombres de los que se sentaron en nuestro
rincón quizá los lectores de La Pluma dieran la razón a Valle-Inclán.2 Y
José Moya del Pino abundó en esta dirección en el escrito que le dedicó a
don Ramón en el mismo homenaje de La Pluma donde escribía entre otras cosas:
Todas las ediciones actuales que presentan interés artístico están derivadas
de las de sus primeros libros: sobre todo Voces de gesta, donde don Ramón puso
lo mejor de su gran conocimiento de este arte.3 Exageraba impulsado por la
amistad que los unía, pero lo indiscutible es su profunda influencia en la
edición artística modernista española fundamentada en su conocimiento de las
artes de libro, que aplicó con decisión en el diseño de sus propias
ediciones. Y esta relación entre don Ramón y el pintor cordobés no se quedó
solo en eso, sino que Moya colaboró intensamente con don Ramón, ilustrando
parte de sus textos fundamentales. Participó ya en la ilustración de la
excepcional edición de Voces de gesta en 19114, fue contratado por
Valle-Inclán para diseñar su Opera Omnia5, ilustró algunas ediciones
sueltas6 y lo retrató en varias ocasiones. A este último aspecto es al que
voy a referirme en este ensayo. El beneficio fue por lo tanto mutuo, nes de
Voces de gesta», Anuario Valle- Inclán, II, Anales de la Literatura Española
Contemporánea, 27-3, 2002, pp. 183-212. Le acompañaron a Moya del Pino en la
aventura de Voces de gesta Ricardo Baroja, Ángel Vivanco, Rafael Penagos,
Anselmo Miguel Nieto, Aurelio Arteta y Julio Romero de Torres. Se puede
considerar esta edición un verdadero manifiesto de los artistas que
compartían tertulia en el Nuevo Café de Levante. Sobre esta tertulia,
Margarita Santos Zas, «Valle-Inclán, contertulio: el Nuevo Café de
Levante», Ínsula, 738, junio de 2008, pp. 13-15. 5 Hizo ornamentaciones e
ilustraciones para los siguientes volúmenes suelen llevar la inscripción
«José Moia ornavit», según su orden de aparición y el recuento de Javier
Serrano Alonso: en 1913, Flor de Santidad (Opera Omnia II), El embrujado (Opera
Omnia IV), Sonata de primavera (Opera Omnia V), Sonata de estío (Opera Omnia
VI), La marquesa Rosalinda (Opera Omnia III), Aromas de leyenda (Opera Omnia
IX), Sonata de otoño (Opera Omnia VII), Sonata de invierno (Opera Omnia VIII),
en 1914: La cabeza del dragón (Opera Omnia X), Romance de lobos (Opera Omnia
XV), Sonata de primavera (Opera Omnia V), Jardín umbrío (Opera Omnia XII),
Sonata de estío (Opera Omnia VI), El yermo de las almas (Opera Omnia XXX); en
1916: La lámpara maravillosa (Opera Omnia I); en 1917: Sonata de primavera
(Opera Omnia V), Sonata de estío (Opera Omnia VI), Sonata de otoño (Opera
Omnia VII), Sonata de invierno (Opera Omnia VIII), en 1920: Flor de santidad
con Ángel Vivanco (Opera Omnia II); 1922: La lámpara maravillosa (Opera Omnia
I) y El yermo de las almas (Opera Omnia XXX). 6 Mi hermana Antonia en El Cuento
Galante.O Cuento de abril. Escenas rimadas en una manera extravagante por don
Ramón del Valle-Inclán, Por esos mundos, 224, septiembre de 1913, pp.
283-292. 25 7 Se pueden añadir trabajos como los de Eva Lloréns,
Valle-Inclán y la plástica, Madrid, Ínsula, 1975. Margarita Santos Zas,
«Valle-Inclán de puño y letra. Notas a una exposición de Romero de
Torres», Anales de la Literatura Española Contemporánea, 23, 1998, pp.
405-450. Jesús M. Monge, «Valle-Inclán y las Bellas Artes (1889-1915)»,
Cuadrante,6, enero 2003, pp. 20-47. O más específicos sobre obras concretas,
además de los ya citados sobre Voces de gesta, los trabajos de Virginia
Garlitz, sobre La lámpara maravillosa, según se ve después. O Jesús Rubio
Jiménez, «La lógica de la superstición en El embrujado de Valle-Inclán »,
Anales de la Literatura Española Contemporánea, 28-3, 2003, pp. 123-154. pues
si el pintor desde su temprano aprendizaje con un pintor religioso en Granada,
sus estudios de Bellas Artes y tras pasar por Inglaterra para estudiar el arte
de la ilustración llegó a consagrarse como uno de los grandes dibujantes del
modernismo español encontrando en los textos de don Ramón obras maestras a
las que aplicar su arte, el literato se enriqueció con sus singulares
trabajos, ya que era un artista perfectamente idóneo para captar sus
dimensiones simbolistas y capaz de situarlo en el horizonte internacional que
le correspondía. José Moya del Pino fue un artista muy bien dotado, de
personal y potente estilo, que desarrolló estudiando en la Escuela Especial de
Pintura, Escultura y Grabado de Madrid. Ya en 1908 obtuvo un primer premio en
Dibujo y Paisaje y en 1912 fue becado para continuar su formación en el
Kensington College of Art, de Londres. Viajó, además, por Francia, Italia y
Alemania donde se familiarizó con los movimientos renovadores de las artes
decorativas, que contribuyó a difundir en España en revistas como La Esfera,
Por esos mundos o Voluntad. Ilustró también numerosos libros modernistas de
poetas como Francisco Villaespesa (La tela de Penélope, 1913), Adolfo Aponte
(Paisajes del alma, 1913) o Miguel de Unamuno (cubierta de El Cristo de
Velázquez). Desde los años diez era un conocido retratista y para él posaron
a comienzos de los años veinte el rey Alfonso XIII, que se convirtió en amigo
y protector del pintor, o el Duque de Alba. Moya del Pino se benefició, sin
duda alguna, de las intuiciones e ideas valleinclanianas sobre la plástica
aplicada a la edición literaria, pero no se deben olvidar su potente
personalidad y la sólida formación sobre la que operaban. Aunque se han
dedicado algunos estudios al análisis de su colaboración falta no poco que
clarificar de este fecundo diálogo de artes y artistas, que es un verdadero
hito del mejor modernismo español.7 Virginia Garlitz ha señalado numerosas
similitudes entre las ideas estéticas expuestas por don Ramón en La lámpara
maravillosa y las que Moya del Pino sostuvo en varias conferencias y en su
ensayo «The 26 Universality of Velázquez», publicado en la revista
Philadelphia Forum en abril de 1925, cuando viajó a Estados Unidos,
acompañando una exposición patrocinada por el rey para fomentar la amistad
hispano-norteamericana, que consistía en 41 copias de Velázquez realizadas
por Moya del Pino durante cuatro años más algunos retratos originales suyos,
incluido el del rey.8 Moya conocía en profundidad la estética valleinclaniana
tras haber compartido tertulia, haber diseñado La lámpara maravillosa sus
imágenes contienen todo un programa interpretativo del tratado y haber
asistido en 1916 al curso de estética que dictó don Ramón en la Academia
cuando fue nombrado catedrático de estética. Como Valle- Inclán, sostenía
que los estilos y las teorías del arte cambian, pero los artistas modernos
deben buscar en los maestros antiguos un modo de dar a su arte la solidez y la
durabilidad del verdadero arte. Rafael, Leonardo y Velázquez serán los
modelos aducidos y en particular el último fue cuidadosamente analizado por
él al igual que lo había sido en La lámpara maravillosa. En Velázquez
encontraba el pintor modélico en el que se unían lo antiguo y lo nuevo. Su
arte, como el de Valle, buscaba una unión de contrarios y sus pinturas eran el
resultado de procesos de síntesis, que rescataban lo representado de su mera
circunstancia temporal para situarlo en un plano superior, el de la evocación
y la resonancia, que activan los mecanismos del recuerdo. Y como a Velázquez,
en opinión de Virginia Garlitz, a Moya le preocupaba llegar a pintar la vida
interior de los retratados mucho más que sus simples proporciones físicas.
Era lo que distinguía, en su opinión, a los retratos de Velázquez, una
peculiar elegancia, nacida de la relación entre el artista y sus modelos, de
los que seleccionaba sus posturas más nobles y representativas. Y con estos
presupuestos abordó, si no estoy equivocado, sus retratos de Valle-Inclán.
Valle-Inclán por JOSÉ MOYA DEL PINO, 1913 8 Pude leer este ensayo hace tiempo
por cortesía de Virginia Garlitz, que conoce mejor que nadie la vida y la obra
de Moya del Pino en Estados Unidos. 27 9 Entre los últimos trabajos que se
le han dedicado, véanse mi libro Valle-Inclán caricaturista moderno. Nueva
lectura de Luces de bohemia, Madrid, Fundamentos-Monografías RESAD, 2006, en
particular el capítulo, «Juego de espejos: retratos y caricaturas de
Valle-Inclán», pp. 167-308. Y el catálogo de Javier Serrano Alonso y Amparo
de Juan Bolufer, Valle-Inclán dibujado / debuxado. Caricaturas y retratos del
escritor / Caricaturas e retratos do escritor (18881936), Lugo, Concello de
Lugo-Cátedra Valle-Inclán, 2008. 10 Moya del Pino, El Gran Bufón, II, 4, 12
de enero de 1913. Ilustra el artículo de Joaquín López Barbadillo, «España
famosa. Don Ramón María.» Valle-Inclán no colaboró nunca en esta revista
madrileña, publicada entre 1912-1913, pero tuvo en ella cierta presencia dado
que era una de las siluetas más conocidas de la corte. Sandra Domínguez
Barreiro, «La presencia de Valle-Inclán en El Gran Bufón, una revista
literaria de principios de siglo», Cuadrante, 14, 2007, pp. 49-59. Cuando Moya
del Pino retrató a don Ramón este era ya una de las siluetas más célebres
de la Corte. Literatos y pintores se venían afanando en su interpretación
desde hacía años, atraídos por su singular figura y por la gran capacidad de
fascinación que ejercía entre cuantos se encontraban con él. El gran acervo
de imágenes a que dio lugar esta admiración es hoy un atractivo tema de
estudio al que se le va prestando cada vez mayor atención.9 Al menos en tres
ocasiones Moya del Pino retrató a su admirado maestro, variando en una cuarta
una de las imágenes anteriores. Si seguimos el devenir cronológico, el primer
retrato lo encontramos en El Gran Bufón, que era una de las revistas
renovadoras tanto literaria como plásticamente editadas en los años diez.10
Este retrato de Moya fue concebido para acompañar una semblanza literaria de
don Ramón. La imagen del escritor ya está configurada en sus rasgos
fundamentales: las gafas, la ondulante y larga barba, la mano derecha
sarmentosa y la manga vacía correspondiente a su brazo izquierdo. Todo ello
dota de un aspecto austero a la figura subrayado por la vestimenta negra.
Joaquín López Barbadillo en su retrato literario lo identifica con el tipo
del hidalgo español proveniente de un vetusto y mitificado linaje: Este
hidalgo español, admirable en su vida y en sus libros y prócer en su nombre,
era ya un hijo predilecto de la Fama a la hora en que nació. Desde que en el
milagro orgánico y sagrado del vientre maternal comenzara a formarse, ya su
ser merecía un cántico de sones rumorosos y vibrantes como de besos de
mujeres y chocar de espadas. Ramón María de Asís del Valle-Inclán y
Montenegro era la encarnación de dos linajes que no tienen par en las
historias polvorientas de la sangre azul ni en el hermoso nobiliario de las
almas. En su blasón se puede leer la mitad de la crónica áurea de la
grandeza hispana. Desde que los monarcas conquistadores de Granada dieron la
ejecutoria de un escudo al señor de Bradomín, don Pedro Aguiar de Tor
llamado el Chivo y también el Viejo, cada hombre nuevo en esa raza llevó
un nuevo cuartel al escudo. Y yo sé que, además, 28 cada hembra tuvo unas
armas principescas en la rosa de gules de sus finos labios. Valle cuenta
ascendientes magníficos y crueles, humanis tas, aventureros, abades, virreyes,
santos y demoníacos. Y la fe, la fiereza y la sensualidad dieron su alteza a
este linaje. Toda la semblanza es una mezcla de literatura con hechos reales,
aprovechando a continuación la leyenda que Valle tejió sobre sus andanzas
americanas, rememorando además sus difíciles comienzos literarios y la falta
de reconocimiento todavía de sus escritos. Una de sus creaciones más potentes
hasta ese momento, el marqués de Bradomín, contamina su propio retrato. El
periodista, con todo, hace votos de que no será así en el futuro concluyendo
su retrato con un logrado párrafo: Y en los siglos futuros, a don Ramón
María de Asís del Valle-Inclán y Montenegro, emperador del Habla y señor
del Ensueño; poeta a las veces como un ángel y a las veces demonio «con
barbas de chivo», los hombres de la Puebla del Deán le llamarán el Chivo y
sus nietos el Manco. Pero las letras españolas le llamarán el Grande. Este es
el texto sobre el que ideó su interpretación simbólica el dibujante,
recalcando los rasgos hidalgos de don Ramón, su seriedad y altivez, su
singular elegancia. El paisaje sobre el que se sitúa la figura tiene también
su importancia: se trata de un paisaje campesino lleno de resonancias
clásicas, ajustándose al mundo evocado por las Sonatas, con su ambientación
latina y toscana en algún caso: las ondulantes colinas están punteadas de
cipreses y salpicadas de evocadoras ruinas antiguas: un templo, la estatua o la
figura de un fauno, etc. Y en la parte superior izquierda se incluye un blasón
que recuerda el que Valle utilizó en su Opera Omnia, ennobleciendo sus
escritos con la referencia a su pertenencia a una familia con ancestros nobles.
Era un primer intento de interpretación del personaje bastante acorde con una
de las tendencias más repetidas en aquellos años por los pintores a la hora
de retratar al escritor gallego. 29 11 Moya del Pino, «Don Ramón María del
Valle-Inclán», en Ramón del Valle-Inclán, La lámpara maravillosa, Madrid,
SGEL, Imprenta Helénica, 1916. 12 Virginia Garlitz, «Moya del Pino.
Ilustrador y colaborador de Valle- Inclán», en Félix Menchacatorre (ed.),
Ensayos de literatura europea e hispanoamericana, San Sebastián, Universidad
del País Vasco, 1989, pp. 179-185. Y «Moya del Pino´s Illustrations for La
lámpara maravillosa », en Nora Marjal-McNair (ed.), Selected Proceedings of
the Singularidad y Trascendencia Conference. A Semicentennial Tribute to
Miguel de Unamuno, Ramón del Valle-Inclán and Federico García Lorca,
Boulder, Society of Spanish and Spanish- American Studies, 1990, pp. 183 206. Y
ahora en El centro del círculo: La Lámpara maravillosa, de Valle-Inclán,
Universidad de Santiago de Compostela, Cátedra Valle-Inclán, 2007. 13 Un
listado amplio de asistentes a aquellas tertulias en Melchor Fernández
Almagro, Vida y literatura de Valle-Inclán, Madrid, Editora Nacional, 1943, p.
107. 14 Ramón Gómez de la Serna en su biografía de Don Ramón María del
Valle-Inclán, Buenos Aires, Espasa Calpe, Colección Austral, 1944, p. 89, lo
llamó también «el rabino del arte», haciendo suya esta representación,
quizás recordando el retrato de Moya del Pino. 15 Jesús Rubio Jiménez,
«Valle-Inclán y el arte de la vida. Una lectura de La lámpara maravillosa»,
en José Luis Rodríguez (ed.), Una aproximación al pensamiento de la
Generación del 98, Zaragoza, Ibercaja, 1998, pp. 115-133. Y en Valle-Inclán
caricaturista moderno, ob. cit., en especial, pp. 190-200, donde pueden verse
otros retratos que insisten en el aspecto entre ascético y cabalista del
escritor. De los retratos de Valle-Inclán que realizó Moya del Pino el más
difundido ha sido el segundo que estudiamos, cuya difusión corresponde nada
menos que a la página de presentación de La lámpara maravillosa, el volumen
inicial de la Opera Omnia en el que el escritor expuso su ambicioso programa
estético.11 Virginia Garlitz es quien más se ha ocupado del trabajo como
ilustrador de Moya del Pino en este libro y también de ahondar en las claves
esotéricas de tan singular tratado de estética.12 Con buen criterio llama la
atención sobre la importancia de las discusiones habidas en la tertulia del
Nuevo Café de Levante donde, además de los artistas plásticos mencionados,
concurrían escritores interesados en formas filosóficas marginales como la
teosofía o el espiritismo: Rafael Urbano, Rubén Darío, Ciro Bayo o Ernesto
Bark, entre otros.13 Allí se discutía de todo y allí se forjó Moya del Pino
esta sugestiva imagen de don Ramón con apariencia de rabino iniciado en los
conocimientos cabalísticos y teosóficos.14 En La lámpara maravillosa don
Ramón hizo un enorme esfuerzo sincrético de ideas y lo presentó sometido a
una minuciosa y disciplinada organización numérica. La lámpara maravillosa
es una exposición de la vida como obra de arte ella misma, exigente como una
verdadera profesión religiosa.15 30 En su xilografía, Moya del Pino
representa a don Ramón sentado como un rabino que estudia concentrado la
cábala cubierto con su turbante y su mantón. De no estar habituados a la
imagen del escritor y sobre todo si no la halláramos como frontispicio de su
tratado de estética, difícilmente lo identificaríamos. Tan atrevida ha sido
la elección y tan acentuada ha sido la representación simbólica del
retratado. Porque el resto de la decoración que lo arropa como fondo del
cuadro no es menos sorprendente: una espada (en forma de luna creciente), un
rosario y reloj de arena, acaso signos de la preocupación religiosa como
búsqueda de lo permanente en contraste con la acidia producida por el paso del
Tiempo. Sobre una mesa, con recado de escribir y diferentes libros, se avista
una lámpara con sus tres mechas apagadas. La verdadera luz que busca parece
venirle más bien del libro que tiene entre las manos y que lee ensimismado: La
lámpara maravillosa. Y completa la decoración de la estancia un escudo de
armas colocado en la parte superior derecha con las armas de los Valle
castellanos. Ayuda a su manera a concretar el retrato y la pertenencia del
retratado a una estirpe. Se trata sin duda de un retrato simbolista. Mi lectura
puede ser precisa o parcialmente errada, pero en todo caso es una de las
imágenes de Valle-Inclán que más y mejor expresan la complejidad del
personaje y del mundo de búsquedas estéticas en que se hallaba empeñado.
Transmite bien el ensimismamiento del escritor aplicado a descifrar el sentido
de la vida y del mundo, que procuró explicar en su tratado con procedimientos
en sí mismos evocadores de formas de reflexión estética sancionadas por
varios siglos de tradición. El 12 de octubre de 1919, la revista Voluntad
publicó la primera versión del poema «Karma», de Valle-Inclán.16 Es una
edición bellamente ilustrada por Moya del Pino quien mantuvo las líneas
decorativas de Opera Omnia y creó dos imágenes para la ocasión. La primera
de ellas un dolmen y la segunda, una variación del retrato de La lámpara
maravillosa que acabo de comentar. Es un poema concebido en la 16 Esta revista
quincenal madrileña se publicó entre los años 19191920, muy cuidada
artísticamente, es una de las manifestaciones más depuradas del modernismo
castizo, que acabó traduciéndose en una exaltación del llamado estilo
español. José Moya del Pino fue uno de sus ilustradores más constantes.
Valle- Inclán figura en la lista de colaboradores literarios. En los pocos
números que he tenido ocasión de revisar solamente aparece este poema. 31
17 Valle-Inclán, «Karma», Voluntad, 1919, I, 1, 1 de enero de 1919, s. p.
Actualizo la acentuación. más estricta estética de su tratado y destinado a
ser una de las claves fundamentales de sus Claves líricas: Quiero una casa
edificar Como el sentido de mi vida, Quiero en piedra mi alma dejar Erigida.
Quiero labrar mi eremitorio En medio de un huerto latino, Latín horaciano y
grimorio Bizantino. Quiero mi honesta varonía Transmitir al hijo y al nieto,
Renovar en la vara mía El respeto. Mi casa, como una pirámide, Ha de ser
templo funerario, El rumor que mueve mi clámide Es de Terciario. Quiero hacer
mi casa aldeana Con una solana al oriente, Y meditar en la solana Devotamente.
Quiero hacer una casa estoica Murada en piedra de Barbanza, La Casa de Séneca,
heroica De templanza. Y sea labrada de piedra, La Casa-Karma de mi clan, Y un
día decore la yedra Sobre el Dolmen de VALLE-INCLÁN17 El poema se integró en
sus Claves líricas ocupando, como he señalado, un lugar privilegiado: es la
clave XXXIII que constituye el cierre del libro. El propio núme 32 ro no
debe ser accidental. Poema de síntesis de contrarios y de expresión de los
sentimientos más hondos. Poema que cierra un ciclo y que mira inequívocamente
hacia La lámpara maravillosa y su propuesta de construir la propia vida como
una obra de arte, sintetizando en ella actitudes vitales diferentes y
filosofías diversas. Miraba el escritor hacia esas míticas piedras que
representan los ancestros más remotos de la propia procedencia cultural los
dólmenes a la par que pensaba edificar su propia casa con un valor
simbólico similar, lograda una casi imposible síntesis de contrarios
contraponiendo a lo ancestral lo inequívocamente moderno. Moya del Pino se
apropió del sentido último del texto, destacando al comienzo el simbólico
dolmen. Y no encontró mejor manera de cerrar a su vez su trabajo que
incluyendo una variación sobre el ya célebre retrato que hiciera como
frontispicio del tratado estético del escritor. Suprimió los signos del
fondo, sustituyéndolos por un paisaje abierto frente al cual Valle-Inclán lee
su tratado, centro de su mundo, identificado con Galicia, el lugar donde se
había asentado el escritor y donde trataba de sacar adelante su casa, fundada
tanto en lo ancestral como en lo moderno. El retrato de Moya del Pino que
incluyó la revista La Pluma en el número de homenaje al escritor gallego es
el retrato que prefiero de Valle-Inclán de cuantos conozco por su sobriedad y
por la seguridad con que ha sido realizado.18 En esta xilografía han
desaparecido los elementos exteriores que pueden distraer la atención. El
fondo es apenas un paisaje sugerido y resuelto mediante el contraste entre
luces y sombras. Toda la atención se centra en el busto del retratado, que
tiene la cabeza ligerísimamente inclinada hacia adelante y medita o quizás
lee, ensimismado. Es su mundo interior lo único que parece importarle y nada
exterior distrae ya su atención. 18 Moya del Pino, La Pluma, Madrid, IV, 32,
enero de 1923, p. 64. Valle-Inclán tuvo un papel medular en toda la singladura
de la revista La Pluma, promovida por escritores amigos suyos. Allí dio a
conocer importantes textos suyos y el seguimiento crítico de sus avatares fue
excepcional. Véase, Eliane Lavaud y Jean Marie Lavaud, «Valle-Inclán y La
Pluma», La Pluma (Segunda época), 2, septiembre-octubre de 1980, pp. 34-45.
33 19 Manuel Abril, «Alberto Durero grabador», La Estampa, 6, 15 de mayo de
1914. 20 La indagación en el ascetismo estético de Valle-Inclán nos
llevaría muy lejos. Pero hay que recordar al menos aquí que fue una de las
facetas de su personalidad que los artistas plásticos intentaron representar,
a veces, extremando la representación al punto de que nos acercamos a la
iconografía tradicional de San Jerónimo. Carol Maier se refirió al cuadro de
José Gutiérrez Solana, El ermitaño (1904-1907), dedicado «al gran escritor
Valle-Inclán», que según el estudioso del pintor José Luis Barrio Garay no
debe considerarse un retrato sino una metáfora del escritor. Habría
desaparecido el retrato literal para pasar a ocupar su lugar la completa
interpretación simbólica del retratado. Anselmo Miguel Nieto, Penagos, Echea,
Bagaría y otros ensayaron retratos en esta dirección. Véase, Carol Maier,
«De cifras, desciframiento y una lectura literal de La lámpara maravillosa»,
en Summa Valleinclaniana, Barcelona-Santiago de Compostela, Anthropos-Consorcio
de Santiago, 1992, pp. 237-245, en especial, pp. 230-231. Forma serie con los
mencionados antes, sobre todo con el que sirvió de frontispicio de La lámpara
maravillosa. Pero aquí el proceso de simplificación se ha culminado. De la
figura ha desaparecido el turbante y la representación del escritor se centra
completamente en su busto como si el desarrollo de su personalidad lo hiciera
llenar cada vez más su mundo y en consecuencia el cuadro. Solo el manto que lo
cubría permanece, pero sin que nada permita darle un segundo significado como
no sea relacionándolo con los anteriores. El retrato desprende una honda
melancolía que permite integrarlo en una larga serie occidental que cuenta con
señeras referencias y en particular las representaciones que Alberto Durero
legó a la posteridad en algunos de sus grabados más célebres, que eran,
dicho sea con toda intención, muy estimados en los círculos en los que se
movió Valle- Inclán. Bastará con unos apuntes para certificarlo. Uno de los
programas de renovación artística que se promovió desde la tertulia del
Nuevo Café de Levante tuvo que ver con la dignificación de la ilustración
artística. Y uno de los maestros evocados fue Alberto Durero en quien se
reconocía uno de los maestros absolutos del dibujo occidental. Más de una vez
se refirió Valle-Inclán al genuino arte del pintor tudesco y la emblemática
revista La Estampa, de la sección de grabado del Círculo de Bellas Artes y
que fue publicada entre 1913 y 1914, no dejó de dedicarle un artículo
referido a los grabados de la temática que aquí importa: San Jerónimo,
emblema de la dedicación intelectual, y La melancolía, que tan bien
representa como la pasión por el conocimiento acaba traduciéndose a la larga
en una aguda conciencia de los límites para alcanzarlo. El ensimismamiento
melancólico acaba siendo la postura más habitual en quien dedica su vida a
desentrañar el sentido de la vida y del mundo.19 Estos célebres grabados
fueron muy estimados en los círculos en los que se movía Valle-Inclán y no
sería complicado demostrar el valor modélico que el de San Jerónimo tuvo en
algunos otros retratos del escritor.20 En cuanto a La 34 melancolía, en el
contexto en el que hablamos, no resulta extraño que fuera utilizada como
cubierta de El árbol de la ciencia (Madrid, Renacimiento, 1911), de Pío
Baroja. Como no lo es tampoco que la editorial de Rafael Caro Raggio el
cuñado de los Baroja utilizara desde los años diez como imagen de su sello
editorial la silueta del retrato de Erasmo de Rotterdam (1523, Museo del
Louvre), de Holbein el Joven, que no disuena en su posición y en su sentido
con los de los retratos de Moya del Pino que estoy comentando. Retrato no menos
célebre que el que grabó Alberto Durero en 1526 del admirado humanista y
donde también comparece en su escritorio rodeado de libros. Una situación en
último término no muy diferente a la de San Jerónimo en su celda rodeado de
infolios. Fue al parecer frecuente este tipo de retratos en el Renacimiento,
presentando a los retratados en su rincón de estudio y rodeados de un bien tan
precioso entonces como eran los libros todavía envueltos en el halo
sacralizador del saber que se expandía desde la Biblia sobre cualquier otro
escrito. Alberto Durero, además, completó su imagen con textos en latín y
griego, escribiendo en este idioma el sentido último de su retrato. Era un
homenaje al admirado maestro humanista y por eso no es raro que la traducción
del texto griego sea: «La mejor imagen de Erasmo, sus textos la
proporcionarán». Quizás Moya del Pino quiso decir algo parecido con sus
retratos de homenaje a Valle-Inclán, haciendo que resonara en ellos esta honda
tradición, que valora tanto el saber como su vanidad: Ars longa, vita brevis.
Hay que concluir. Es probable que Moya del Pino hiciera algún otro retrato del
maestro, pero en todo caso estos tres y su variación ya son suficientes
para ensayar una interpretación acerca de cómo veía el pintor al escritor y
cuáles fueron los rasgos que destacó de su personalidad al fijarla con sus
útiles de trabajo proponiendo, como en él era frecuente, una interpretación
simbolista, que trasciende a la mera representación mimética. Particularmente
en los últimos buscó, además, cierto primitivismo y tosquedad que realzan
todavía más las figuras. Las circunstancias que 35 rodean a cada uno de los
retratos refuerzan esta idea y que no se trataba de trabajos azarosos sino
realizados en momentos clave de su relación y para acompañar a textos de don
Ramón medulares en la formulación de su estética. Dicho de otro modo, los
retratos de Moya del Pino son el resultado de meditados análisis de qué
significaba el retratado para él, son sucesivos retos por mostrar
plásticamente más que unos rasgos físicos el perfil de una personalidad de
gran potencia interior y cómo se expandía esta hacia el exterior. Si en el
primero de ellos continúa imponiéndose la imagen de don Ramón identificada
con la de un hidalgo que tanto predicamento tuvo a comienzos de los años diez,
después le importó mucho más sugerir la complejidad de su mundo interior, de
artista centrado en trasladar al papel vivencias más profundas y misteriosas.
Al afán por desentrañar los misterios de la existencia, le sigue la desazón
y la melancolía de saber que no se logrará satisfactoriamente. A la postre
hay que concluir que pocas veces un artista captó y expresó con tal
rotundidad la singular personalidad de Valle-Inclán, quizás ninguno. 36