JONATHAN ALLEN Universidad de Las Palmas de Gran Canaria Julio Ruelas: novio de la muerte EL CENTENARIO DE LA MUERTE DE JULIO RUELAS EN 2007, artista e ilustrador por excelencia de la primera fase de la mexicana Revista Moderna, magazine modernista que sucedió a la Revista Azul, fue celebrado por el Ministerio de Cultura de México con una exposición y libro-catálogo que evalúa objetivamente la bohemia y genial figura de aquel decadentista de ultramar, que murió en París y fue enterrado en el cementerio de Père-Lachaise. Nacido en 1870 e hijo de una familia castrense (su padre fue Ministro de Relaciones Exteriores) Ruelas tuvo la mejor educación liberal posible. Sus inclinaciones estéticas y estudios artísticos en la Academia de Bellas Artes de San Carlos se completaron con una estancia académica en Karlsruhe, Alemania, que posibilitó una madre convencida del talento de su retoño. Las que serían influencias definitivas se conformaron durante esos tres años iniciales de la última década del diecinueve. La huella madurada de Arnold Böcklin y la directa de Félicien Rops, el satánico ilustrador, se plasman directamente en sus óleos, gouaches y aguafuertes. De Böcklin adoptó la paleta oscura que determina el esquema de sus retratos, y de Rops su iconografía sexual y masoquista, que a veces traspone con la mínima alteración. Estas afirmaciones parecen relegar a Ruelas a un puesto secundario en la ilustración modernista hispana, mas no es así. Una original pulsión fúnebre, un regusto por el sufrimiento físico y una curiosa y cómica tendencia hacia la hibridación distinguen su personalidad gráfica. La mano de Julio Ruelas no vacila a la hora de ilustrar cualquier poema o narración y abarca desde el lejano Revista Moderna. Año VI, núm. 16,1ª quincena de agostode 1903 37 medioevo posromántico hasta la causa bonapartista o el Estado Mayor del General Sóstenes Rocha que pinta al óleo monumentalmente. Su imaginación gráfica estándar, sin embargo, poco nuevo nos transmite. En Ruelas debemos siempre buscar las inflexiones satíricas y la subversión. Él emerge de verdad cuando el dragón persigue a un San Jorge despavorido, o cuando los eternos cuervos (su símbolo y logo artístico) se comen a los faunos derrotados en los árboles. En un sentido Ruelas dinamiza patrones decadentistas y les da un giro inesperado. La elegante pornocracia de Rops, una dama oronda de burdel que conduce con su correa a un cerdo feliz, se transforma en una movida lección ecuestre. La versión mexicana de la altiva madame belga nos presenta a un cochino que corre cual galgo espoleado por un engrifado gato que lo cabalga, en una suerte de hipódromo accidental. La madame de Rops es un ama lánguida que deja hacer a los animales. El polo sádico-sexual se explicita mejor en los crueles grabados “socráticos”, en que la joven y ahora dominante ama cabalga a ancianos renqueantes. Podemos pues apuntar una consulta de los célebres aguafuertes de Baldung Grien que Ruelas probablemente conoció durante su periplo germano. En todo caso no se nos escapa que el lúgubre viajero mexicano no concibe el placer carnal heterosexual. La violencia extrema de la cual es objeto la mujer sugiere una libido gay pésimamente resuelta, una apropiación del ying que el autor no logra realizar mediante la transexualidad benévola y civilizada sino a través del crimen y asesinato. Ésa y no otra es la espantosa carga oculta de ilustraciones como Luz de Luna, en que el amante o marido o el mismo artista, apuñala a una joven indefensa, mientras su conciencia, metamorfoseada en un infinito alarido espiral de Munch le grita que desista. Los ahorcados, sin que sepamos a ciencia cierta su origen, si en los aguafuertes alemanes y holandeses del diecisiete, o bien en la literatura anglo-francesa romántica, 38 abundan también en víctimas femeninas. Pero su muerte hermosa más tremenda, su bello cadáver más inquietante, no deja de ser La Esperanza, metáfora del ideal ensartado, en que una damisela es atravesada por un ancla y se balancea estéticamente mientras se desangra. Libre, escalofriante y lúgubre, y de una estética gore y que aún hoy en día sólo puede aflorar en el cómic más underground. La sombría muerte total que poseyó e inspiró a Ruelas, y cuya maravillosa y lúcida calavera expresiva, blanco sobre negro, de 1897 ejemplifica, trasciende por supuesto el leitmotiv meramente europeo-decadentista. Los hombres ensartados, los devorados y ahorcados, los cráneos ominosos son elementos de una estética trascendental y arcaica, una orgía mortuoria que podríamos trasladar o engarzar en la estética fílmica de Perdita Durango. Una Señora de la Santa Muerte, que aunque nos llegue dulcificada al Viejo Mundo y esconda su faz radical bajo la máscara de una Dolorosa cualquiera, sabemos quién y cómo es. Esa “entomofauna” que diríamos, evocando la muerte profunda de la pintura de Manolo Millares debe asimismo hundir sus raíces en la tradición de su pueblo. Faunos, centauros, hombres loro y libélula, esos muchachos murciélago protectores siguen conectando el submundo con el brillante universo de la luz, y nos recuerdan a la fábula de la ceiba, y a su Dios alado que transita y existe entre la vida y la muerte. Ruelas es radical y dandy, porque su vasto escenario de la muerte no entorpece su capacidad de ilustrar con elegancia finisecular “El Cuervo” de Allan Poe o de producir un icono tan lúcido del veneno de la crítica, alegoría intemporal de la calumnia, que a Kafka le hubiese inspirado un cuento, ese mosquito monstruoso, medio elefante, medio mujer que se dispone a taladrar gozoso la frente despejada del hombre moderno. Luz de luna, 1904 Ilustración para el libro Almas y cármenes de JESÚS E. VALENZUELA, 1904 Sin título, 1897 39