Sergio Domínguez: la poesía o la búsqueda del resplandor por MAILA LEMA 1 Pregunta que surge al ver, por ejemplo, la preciosa edición de poemas de Domingo Rivero que acaba de presentar Acantilado, con introducción de Francisco Brines. De los que apenas alguno se publicó en vida del poeta grancanario. En las calles y avenidas de mi ciudad en silencio y con fervor trabaja la oscuridad. La poesía es búsqueda de resplandor. ADAM ZAGAJEWSKI, Antenas. Traducción de Xavier Farré ¿PARA QUÉ SIRVE LA POESÍA? ¿Quién la necesita? ¿Cómo medir su impacto en nuestras vidas? Y es que, ¿acaso la poesía tiene algún impacto en nuestras vidas? ¿Más en unas latitudes que en otras? Nuestras islas, ¿son una tierra de poetas? ¿Tienen estos poetas algo en común? ¿Existen cuando están vivos? Pero un poeta, ¿existe aunque nadie lo lea1? Uno nunca se acerca a los poetas, en general, sino al resultado de una lucha contra las palabras que tiene lugar tierra adentro. El territorio de donde emergen las palabras solemos llamarlo poeta, olvidando que lo que cuenta no es el artefacto creado sino las preguntas que lo impulsan. Si uno se acerca a un poeta maduro, como Sergio Domínguez, las preguntas anteriores se multiplican y uno no pierde de vista que conocer a un poeta, como conocer a una persona, es más difícil que conocerlas a todas. Quien esto escribe, traductora de profesión entre otras cosas, asume que conocer a un poeta como tal es distinto de hacerlo como crítico y más distinto aún de hacerlo como poeta, pero en el fondo los traductores, y no sólo los que nos empeñamos en traducir literatura, compartimos no pocos vicios con otros técnicos de la palabra escrita. Uno de ellos es que nos es difícil afrontar la lectura de un texto sin prestar atención a su hechura, a sus materiales. Sentir formalmente un texto equivale a preparar psicológicamente su traducción, que no es más que una manera de sopesar qué posibilidades tiene un texto para afrontar las limitaciones de otra lengua, de otra estructura poética, de otro terreno de significados estables, desestabilizables o posibles. Estas y otras reflexiones vienen a cuento cuando esta traductora se acerca a la obra de Sergio García Domínguez, como si hubiera que recordarse una vez y otra que, en realidad, lo que vemos y buscamos en los finos volúmenes de 60 poesía son maneras de nombrar cosas que ya sabemos, enormes parcelas de realidad que quedarían innombradas si no existieran los poetas, es decir esos raros seres que nos devuelven en una disposición irrepetible nuestras propias palabras. Si le hacemos caso al gran Zagajewski, la poesía no hace otra cosa que buscar la luz, porque oscuridad ya hace, va haciendo su trabajo diario, milenario. En nuestras vidas, llenas como están de artefactos inútiles, preguntarse para qué sirve la poesía (y aún más en un artículo dedicado a la obra de un poeta) podría parecer una necedad, pero también, si estamos de acuerdo en que los días, la prisa y la razón nos tienen cada vez más acorralados y ejercen su trabajo a la perfección horadándonos a todos, ¿por qué no pararnos a pensar en cómo el trabajo poético se perfecciona para oponerse a la oscuridad, a la inefabilidad, en definitiva, digámoslo claro, a la nada? ¿Acaso se puede hacer otra cosa con un material tan delicado? Pero volvamos un momento al poema de Zagajewski: La poesía es búsqueda de resplandor. La poesía es un camino real que nos lleva hasta lo más lejos. Buscamos resplandor en la hora gris, Al mediodía o en las chimeneas del alba, incluso en el autobús, en noviembre cuando al lado dormita un viejo cura. Si aceptamos aunque sea por un momento que esto sea así, la poesía debería ser uno de los productos mejor vendidos de la humanidad. A nadie se le ocurriría tener que recomendarla, luminosa como es por sí sola. Pero esta verdad tiene que ser matizada en seguida: “A algunos les gusta la poesía”, reza la poeta polaca Wisl/awa Szymborska en un célebre poema: “les gusta, pero como les gusta la sopa de fideos, el color azul o acariciar al gato”. Pero, ¿qué es la poesía? Lo único que podemos hacer para comentar lo incomentable (toda poesía se pierde en la paráfrasis) es admirar cómo está armado un trabajo poético tan magistralmente consumado, y eso en el caso de que uno sienta que ha 61 conseguido entrar en un edificio de luz hecho de palabras ajenas. La poesía de Sergio Domínguez Jaén, como la de cualquier poeta de oficio, debe de darnos alguna clave formal para que nosotros, transeúntes lectores, seamos capaces de habitarla. Una importante llave para quien quiera entrar en la casa poética de Sergio Domínguez es el prólogo de la antología Asomarse al olvido, en el que Juani Guerra aporta una panorámica conceptual, biográfica y poética muy personal a la obra del poeta. Leyendo el difícil prólogo de Juani Guerra tomamos conciencia una vez más de que a pesar de Foucault, a pesar de Lacan, rara vez escapamos a la falacia occidental del logos: pocas veces pensamos en la lengua como en una cosa distinta de un código, como algo radicalmente distinto a un sistema de comunicación. Nos acercamos a un poeta e intentamos ver qué quiere decir, aunque en sentido estricto nada puede decirnos que no forme parte ya de nuestra experiencia. Poco puede hacerse en realidad para subvertir nuestra imagen estable de las cosas más allá del hallazgo formal, llámese extrañamiento o llámese, si se quiere, simplemente belleza, aunque aquí preferiremos llamarlo luz. Probablemente así, buscando claves interpretativas de cómo están entrelazados significantes y significados, podremos entender poca cosa. En realidad, poca cosa se puede entender leyendo a cualquier poeta, y desde luego no a Sergio Domínguez, dueño de una voz que resuena distante y solemne como si surgiera desde el fondo de una cueva. Y da igual, en el fondo, que se trate de una cueva de Artenara o del Cáucaso, pues equivalente es la necesidad que anima a los poetas a encender estas valientes hogueras. ¿Sirve en este caso una clave interpretativa de su pertenencia a lo local? Sí, Sergio Domínguez nació en Artenara, luego podríamos empeñarnos en demostrar, como si de un ADN se tratara, su canariedad, los rasgos de su poesía que lo identifican como “uno de los nuestros”. Esta búsqueda, acaso majadera, de las huellas de una tierra, le harían estar “prohijado por la tierra en una orgía referencial” 62 como escribía Ángel Sánchez en 1992 (Sánchez, 1992: 61). Nada, o poco, hay de referencial en la poesía de Sergio Domínguez. En estos (por qué no decirlo directamente) francamente bien hilados versos hay cimas mucho más elementales y por eso más profundas. Por eso, en lugar de reificar esta categoría como mínimo dudosa que podríamos llamar canariedad, nos ha interesado leer a este poeta preguntándonos de qué material están hechos los textos que Domínguez Jaén ha ido publicando desde 1979, que, recuérdese, han de ser necesariamente una pequeña muestra del corpus real, los miles que habrá escrito. No veo yo que estos versos estén hechos de riscos, ni de angustia insular, sino de intimismo y de un trabajo con la estructura que va creciendo en profundidad para volverse una gramática metafísica en toda regla que cae por su propio peso. En lo que sigue, intentaré describir estos materiales, aunque lo realmente enriquecedor y recomendable sea confrontarse con el texto, con su andamiaje en busca de esta luz, la suya. Material primero: las imágenes. Con depurada constancia, Domínguez va intercalando en sus poemas imágenes geométricas coherentes con un marco metafórico más amplio que, como toda construcción matemática, no es ni más ni menos que una ilusión. Algunas son especialmente hermosas, como la descripción de un instante que encontramos en Poética: “Distante / detenido en el último / vómito del sol.” (Poética, 27). Otras imágenes existen sólo para levantar una esquina de la realidad, como la inquietante mariposa de “Del oficio del cero”: Una mariposa operaria de la noche onduló ante mis ojos junto a mis pupilas hartas de formas verosímiles y entre ellas trazó el oficio del cero 63 El cero es un andamiaje visual perfecto cuando uno ha vivido ya algo y se da cuenta de la falacia de la línea recta: “a cada paso / circulares andamios de la nada” (Epitafios, 26). Un círculo puede andamiarse, de la misma manera en que un verbo como circular puede convertirse en algo tan serio como un oficio. El escribiente Domínguez oficia de sacerdote de una realidad física que, como la gravedad, cae por su propio peso a pesar de estar desmembrada (léase, si así se desea, reconstruida). Y finalmente la luz misma, no ya como metáfora de la poesía sino como tema y como fondo; la luz no como imagen, sino como paso de un camino en el que se puede encarnar un ansia meta-poética. Así percibimos uno de los más hermosos poemas de Multitudinaria: “No pretendo la luz misma / —si acaso el parpadeo avizor / de su oficio— “ que termina también en un claro: “Concubinato estéril /de las vísceras y la claridad: / labor última que no alcanza” (Multitudinaria, 21). O en otro de los poemas del mismo libro, en el que tras un “observo la lámina delgada de la luz /que el sol extiende hasta lo oscuro:” la voz vuelve: “regreso con historias de mar y gaviotas / a la contienda de la luz lejana / que casi letal a mis pies se difumina” (Multitudinaria, 26). Material segundo: la voz. A esta lectora, el hallazgo más interesante, el mejor material de la poética de Sergio Domínguez es haber podido construir una voz ascética, como el resultado de templar (también formalmente) la angustia. Por momentos, no importa mucho de qué se hable. “He sentido construirse en mí este mar / y he lamentado la tardanza de la obra” (Multitudinaria, 25). La imagen no tiene por qué ser rebuscada: a menudo, los más complejos recovecos pueden quedar iluminados con una elegante fórmula que, por ejemplo, implique el plural: “Acariciamos hondamente / el placer / de sobrevivir al día aciago / […] / iluminamos huecos oscuros / aristas de la vida” (Epitafios, 75). Material tercero: el Otro. El otro, para Sergio Domínguez, tiene una presencia muy concreta en un cuerpo y en 64 un alma. Esa otra persona no pasa por el texto en forma de musa, sino de receptora directa, de hacedora e ilustradora de estas palabras. Es interesante esta imagen, sobre todo en el último libro, Epitafios, donde este personaje parece estar de pie escuchando cómo se le leen los poemas. El intimismo es tan diáfano que el lector siente que está asistiendo a la huella de un diálogo de igual a igual en el que uno lanza palabras y el otro responde con imágenes. Claro está que antes hemos aprendido la lección, como muy bien advierte Guerra en su prólogo, que imágenes y palabras son la misma cosa, como el cero y la nada. Sólo en una ocasión es una imagen de mujer al uso (Esta mesa / donde ahora charlamos / es perfecta. […] / Enfrente mi anfitriona / es una mujer rota). (Del ciclo CAPITAL DEL DOLOR, en Alzada memoria. Volumen Multitudinaria, 77). En otros momentos, será siempre la mitad callada de ese nosotros: “aquel cordón que nos unía y que ahora / revierte en ternura / suturando toda herida” (Epitafios, 39). Material cuarto: El proyecto vital, la experiencia. Sergio Domínguez utiliza con moderación los tiempos de pasado, y rara vez con intención narrativa. Su poesía es estable, sin ser estática. Los objetos, las imágenes, están como suspendidas, en una realidad que tiene tiempo, pero un tiempo cíclico. Como en el caso de la experiencia del otro, la voz se sitúa siempre más allá, no asistimos a la creación de la experiencia, sino a sus posos. Esto da una coherencia interna a los poemarios, pero hace preguntarse a uno, impaciente, qué sucedería si se tirara más de la cuerda gramatical y aspectual que da el pasado en español, como en algún principio: “Era imprescindible obedecer el dictado crucial / de la isla” (Asomarse al olvido, 51); “En ocasiones me alimenté con la certeza de tener las manos / llenas de pezones”. (Asomarse al olvido, 56). Ejes y coordenadas: las islas como envase, el cuerpo como territorio. En Sergio Domínguez, toda mezcla que tenga lugar en el recipiente que no elegimos (el cuerpo) o en el envase mayor y nodriza (la isla, que no le tiene aislado, sino “asolado”, Asomarse al olvido, 56) sale bien. Porque 65 ambos cuerpos se describen con sensibilidad, con miedo, con abismo, con serenidad, y, en definitiva con una distancia que aligera y que el lector agradece. “Qué sutil /el cuerpo / cuando / cano/ retorna / al comienzo” (Epitafios, 34). Hallazgos poéticos: los infinitivos. Es interesante cómo en distintas etapas poéticas los infinitivos caen como losas, crean espacios desde los que señalar con una tierna y al mismo tiempo lapidaria distancia. “Amar la plática cansada de los hombres, /amar el crudo perfil de los días / y arrancarle al desaliento, /al mar, / al hastío sin notarse / el llanto nuevo que ahora ofreces” (Sitting Bull, 42). Siga el lector estos infinitivos, y la recompensa está asegurada: “asentar en ti este plan de convivencia /tan poco maduro / que necesita el preciso riego de tu cuerpo // consentir que cualquier cigarra /ausente y tangible /siga calculando el tiempo /que le queda entre nosotros” (De Testimonio Poético, en Asomarse al olvido, 35). Ser poeta (y, en alguna medida, ser lector), ¿no consistirá más bien en dejarse seducir por una estructura que ya sabemos que no podremos aprehender de antemano? Las formas más abiertas y sugerentes están, en nuestra opinión, en las dos partes de Multitudinaria (Del oficio del cero y en Alzada memoria) volumen delicioso que se lee como un flash, ya que estamos siguiendo el hilo de la luz. Si el lector queda interesado en la metafísica de Domínguez Jaén, que es muy profunda, tiene que dejarse guiar por las formas de su libro más maduro, Epitafios. Eso si se quiere uno tomarse el tiempo de averiguar cuál es la posición de este poeta vivo en su cruzada personal contra la tiniebla. Como no sabemos cuál sería su respuesta, nos gustaría traer aquí dos sentencias del poeta y crítico Stanisl/aw Baran´czak: “No soy una excepción: como la mayoría de los poetas contemporáneos a ambos lados del globo, me siento en mi campaña personal contra la Nada a menudo más desamparado y desganado que victorioso.” (Baran´czak, Tablica z Macondo). En otro poema, escrito en 1988, “Lo que tengo que decir (así lo creo) será dicho” (Baran´czak, Widokówka z tego s´wiata). 66 La única muestra de que alcancemos siquiera un poco de luz es tener la impresión de estar diciendo lo que tiene que decir. En el caso de Sergio Domínguez, muchas cosas importantes han quedado dichas. Leyéndolas, puede uno olvidarse de entender y disfrutar de estas formas acabadas, de estas valientes y dignas llamitas. Porque la luz también necesita de una materia para expresarse. OBRAS CITADAS BARAN´ZAK, Stanisl/aw. Widokówka z tego s´wiata i inne rymy z lat 1986-988, 1988. —Tablica z Macondo. Osiemnas´cie prób wytlumaczenia, po co i dlaczego sie piszeAneks, Londyn, 1990. ` DOMÍNGUEZ JAÉN, Sergio. Epitafios. Las Palmas de Gran Canaria: Anroart, 2007. —Calendas de Fuerteventura; ilustraciones de Marta Mariño. Las Palmas de Gran Canaria: Anroart, 2005. —Asomarse al olvido. Poemas 1979-2002; prólogo de Juani Guerra. Tegueste: Baile del Sol, 2002. —Multitudinaria. Las Palmas de Gran Canaria: Viceconsejería de Cultura y Deportes, 1989. SZYMBORSKA,Wisl/awa. Poesía no completa; traducción de Abel Murcia y Gerardo Beltrán. México: Fondo de Cultura Económica, 2003. ZAGAJEWSKI, Adam. Antenas. traducción de Xavier Farré. Barcelona: Acantilado, 2007. 67