Dos autógrafos de Domingo Rivero1 . [Donación de Lázaro Santana] por EUGENIO
PADORNO Universidad de Las Palmas de Gran Canaria Para el estudio del poeta
(Arucas, Gran Canaria, 1852- Las Palmas, 1929), personalidad conformadora del
Modernismo canario, cfr. Domingo Rivero, En el dolor humano, edic. de E.
Padorno, Excmo. Ayuntamiento de Arucas, 2008. En la nota preliminar se ofrece
una síntesis de la «filosofía» riveriana. SE SUELE DECIR QUE CADA POETA,
atento a su preocupación esencial, persigue la obtención de un único poema
que cristaliza en hechuras distintas; en el caso de Domingo Rivero este aserto
facilita la identificación de la conciencia de la finitud con el rasgo que
caracteriza su quehacer lírico. Y esta condición es percibida y
regularmente expresada como la de ser en el tiempo, entre los límites
complementarios (pero descompensados) del eje cronológico de un antes (de
amplia consumación) y un después (de escasa futuridad). De no olvidar que
Rivero fue un poeta tardío, comprenderíamos mejor la presión que sobre su
creatividad debió ejercer su prolongado mutismo. El después es
invariablemente el ahora del presente del poema; el antes implícito o
explícito es el pre-anuncio del hoy desde el que la conciencia despliega la
memoria ágrafa. El origen de la escritura de Rivero acontece en el umbral de
una vejez que se interna en el túnel de la senectud; este germinar poético,
entre otros seres y cosas, es tiempo en tanto sujeto que aún no es en
relación a su fin. En la linealidad del poema no siempre se ve la imagen del
trayecto hacia la muerte y, consiguientemente, de la definitiva interrupción
de la escritura. Y porque ese camino es el de la Pasión crística, el Dolor,
inseparable de la existencia, revela al hombre la parte divina o trascendental
de su naturaleza, asunto que, a su vez, no es ajeno al lema de Etienne Pivert
de Sénancour prolijamente glosado por Unamuno sobre el obligado desacato a
un injusto morir perecedero, y al que sólo aguardara la nada. Hemos calificado
de existencial la poesía riveriana, y es que ésta contempla a lo sumo cuatro
aspectos: el de alguien en concreto que se manifiesta en su contexto
geográfico y vivencial; que expresa sus relaciones de co-existencia y su
encaramiento con la muerte: el poeta, la isla, los seres y cosas entre las que
existe y la pregunta sobre el destino último. En su poesía se asiste, pues,
al trazado de una órbita que va de menor a mayor, de lo interno a lo externo,
de la ciudad al mundo, sin que de tal órbita resulte excluido el cuerpo, que
es el instrumento del existir. 92 La cortesía hizo que Domingo Rivero
prodigara entre sus amigos copias de los estados textuales «definitivos» de
sus poemas; como solía destruir los estados preparatorios de los mismos, es
muy raro el manuscrito que en circulación ofrezca alguna variante de
importancia. Los comentarios siguientes no pretenden ser exhaustivos; atienden
a los trazos de los vectores conceptuales más precisos. A MI VIEJO BARBERO 93
El poema está datado en 1920; el adverbio cuando con que comienza el
poema nos sitúa en una perspectiva de intensificada temporeidad. Asoma aquí
la corporeidad, que es la cualidad del modo en que el ser humano existe, y que
asimismo comparece en la más celebrada composición riveriana: «Yo, a mi
cuerpo». El cuerpo es el Significante de cada etapa de la Existencia; de ahí
que las crespas canas manifiesten en un momento dado el efecto (el estrago)
causado por el tiempo, tan distante ya de la mocedad. Si en el pretérito se
asocian cabellos negros y quimeras, el presente reúne cabellos blancos y
desengaños. Permítaseme reproducir aquí, por su oportunidad, unas palabras
de Vladimir Jankélevich, extraídas de su extenso ensayo La muerte: Del mismo
modo que el primer diente de leche de un niño es un anuncio para todos los
presentes del vasto porvenir del adulto, así la primera cana de un adulto le
anuncia a ese mismo adulto el amenazador porvenir de la muerte. ¿Cómo una
modificación tan leve y superficial como es el cambio del color de un pelo
puede revestir de pronto tanta importancia? Tal es la amarga ironía oculta en
la conciencia del envejecer: el simple cambio de color de un pelo está cargado
de un sinfín de significados, presentimientos y angustias; ese hilo de plata
sobre la sien se convierte de repente en el presagio y el signo precursor de
nuestro destino, el resumen, y, en cierto modo, el símbolo de la humana
condición. Pero retornemos al texto riveriano para añadir una reflexión
final. Es posible que crespas canas aludan, en un uso no consciente, a la idea
de coronación de espinas, como dice el poeta de sí en «A la Guerra»
(IV, v. 4): «coronada de canas la cabeza», en coherencia con la
contextualización crística. El poema está datado en «1 enero 1922»; el
poeta está próximo a cumplir setenta años. La conciencia de la finitud,
originada en el tiempo de la fortaleza de la juventud, espera alcanzar la
verdad, la luz de la verdad, con la muerte que anuncia la vejez. En el poema
titulado «Reposo eter 94 no», la vida es caminar tropezando en una noche
oscura la Noche del Espíritu y sólo la asunción del sacrificio de la
ceguera la experiencia del Dolor desvelará paradójicamente lo Arcano. Se
poseerá entonces el Secreto anhelado, pero será incomunicable. El primer
verso del poema que nos ocupa fue reiterada- mente divulgado como Túnel de mi
dolor, senda escondida, que ha ofrecido en esa línea la interpretación de una
equívoca aposición; se ha querido entender que el túnel de mi dolor es una
senda escondida, cuando lo que se dice es que en la senda escondida de mi dolor
reina la oscuridad de un túnel. La senda escondida riveriana es reminiscencia
de la «escondida senda» de Fray Luis de León; designa la cualidad de sendero
término también empleado por Rivero, y con su estrechez espacial alude a
la individual y restricta realización del ser. TÚNEL SOMBRÍO 95