A propósito de Tomás Morales y el discurso científico de su tiempo. por ADELA MORÍN RODRÍGUEZ Universidad de Las Palmas de Gran Canaria 1 OSWALDO GUERRA SÁNCHEZ nos ofrece una excelente recopilación bibliográfica de los estudios sobre Tomás Morales en Tomás Morales Las Rosas de Hércules; [edición crítica de Oswaldo Guerra Sánchez], 2006, Las Palmas de Gran Canaria: Cabildo de Gran Canaria/Casa Museo Tomás Morales: 42-48. 2 ANTONIO HENRÍQUEZ JIMÉNEZ, 2006, Prosas Tomás Morales; introducción, compilación y notas, Las Palmas de Gran Canaria: Anroart. 3 SANTIAGO J. HENRÍQUEZ JIMÉNEZ, 2005, Tomás Morales: viajes y metáforas, Las Palmas de Gran Canaria: Cabildo de Gran Canaria/Casa Museo Tomás Morales. 4 Las páginas 245-258 de la citada obra recogen las referencias bibliográficas de los textos mencionados. PUEDE AFIRMARSE, SIN DUDA, QUE la personalidad de Tomás Morales continúa irradiando un gran interés y atractivo, dada la continuidad de los análisis generados (o circunscritos) en torno a su identidad. Los últimos años han sido muy fructíferos al respecto, lo que invita a considerar que estamos ante una reafirmación de su trascendencia literaria por parte de las últimas generaciones. Una muestra de las investigaciones publicadas en la última década dan nota de ello, entre las que señalaremos los ensayos de Francisco Escobar Borrego, Belén González Morales, Oswaldo Guerra Sánchez, Antonio Henríquez Jiménez, Santiago J. Henríquez Jiménez, Eugenio Padorno, Jesús Páez Martín, Bruno Pérez, Francisco J. Quevedo García, Andrés Sánchez Robayna, Germán Santana Henríquez y José Juan Suárez Cabello, centrados, la mayoría, en la obra poética de Tomás Morales1. No obstante, esta década ha servido para expandir igualmente la mirada hacia otras manifestaciones de su actividad como escritor e, incluso, hacia aspectos concretos de su entorno vital; tal es el caso de las críticas y reseñas publicadas en periódicos y revistas sobre producciones literarias y representaciones teatrales del momento —recopilación realizada por Antonio Henríquez Jiménez en Prosas Tomás Morales; introducción, compilación y notas (2006)2—, o bien los trabajos de Santiago J. Henríquez Jiménez: Tomás Morales: viajes y metáforas (2005)3 y, el que hoy comentamos, Tomás Morales: diagnóstico y terapia diferencial (2008)4. En ambas obras, el interés deja de fundamentarse de manera exclusiva en el escritor para detener la atención en el marco sociohistórico que configuró la idiosincrasia de Tomás Morales (1884-1921), período, sin duda, revolucionario y creativo en los campos de las ciencias, las artes y la literatura. En relación con los dos últimos títulos, creo igualmente oportuno señalar la política editorial que está siguiendo la Casa Museo Tomás Morales al diversificar las líneas temáticas de sus estudios sobre el poeta. Resulta enriquecedor que a los ensayos dedicados al análisis de su producción literaria se unan otros muy acordes con el enfoque interdisci 100 plinario defendido actualmente en el campo de la investigación. Asimismo, la publicación de la Revista de estudios modernistas Moralia (2000/2001-2008), igualmente a cargo de la Casa Museo Tomás Morales, es una manifestación más de la proyección que esta entidad aporta a la figura de nuestro escritor, con una orientación conceptual que, como antes comentábamos, versa tanto acerca de (como del entorno de) Tomás Morales . Ante esta nueva aportación, Tomás Morales: diagnóstico y terapia diferencial (2008), debo comentar que cuando llegó a mis manos el manuscrito, tras el encargo de prologarlo que me hiciera la Casa Museo Tomás Morales, la primera cuestión que llamó mi curiosidad fue el título ofrecido por el autor, consideré algo difícil entrelazar ambas partes del mismo, por más que determinar y tratar enfermedades hubieran sido hechos inherentes a la actividad profesional de Tomás Morales. Sin embargo, a medida que leía las páginas de esta obra pude apreciar el acierto en la elección, ya que la conjunción de sus palabras logra establecer una simbiosis entre el autor analizado, su tiempo y su entidad médica. Efectivamente, no es la actividad del poeta la que interesa en esta ocasión, Santiago Henríquez nos transporta a ese otro perfil que conformó igualmente la vida de Tomás Morales: su labor galénica. No olvidemos que la medicina era, por aquel entonces, generalista e intuitiva en el arte de diagnosticar y pronosticar, amén de víctima impotente de epidemias como la tuberculosis, el cólera, la fiebre amarilla o la viruela, particularidades todas ellas que estimularon la investigación en los ámbitos de la medicina y la farmacología y favorecieron iniciar un camino que iba a permitir, en muchos casos, dictaminar selectivamente el diagnóstico y tratamiento de determinadas enfermedades. Por ello, Tomás Morales: diagnóstico y terapia diferencial me parece un título muy afinado, momento histórico y autor entremezclados en un punto de referencia común: la medicina y su evolución. Nos encontramos ante una composición estructural que se organiza en seis capítulos precedidos de una breve 101 referencia al contexto político en que nace Tomás Morales —Ante scriptum— y coronados con unas palabras de cierre o Final. En todos los casos, la erudición y un magnífico estilo son rasgos que atrapan al lector, quien no puede evitar sentirse inmerso en el acontecer de las décadas limítrofes a ambos siglos. Ya en la Introducción, Santiago Henríquez manifiesta su impresión sobre la personalidad de Tomás al afirmar “A través de la ciencia, el poeta de Moya se encontrará con la razón, las dolencias y la dureza de la vida. La poesía, en cambio, le invitará a viajar a la ficción, escoger, a ratos, la felicidad frente a la desgracia y apostar por la experimentación frente a las consecuencias inevitables de la enfermedad” (2008: 32) . No obstante, es en el colofón de la obra cuando encontramos realmente los motivos que atestiguan la temática de esta investigación: “el estudio que ahora cerramos emplea preceptos y remedios que tienen como finalidad indagar, en el ámbito de los estudios moralesianos, la posibilidad de establecer una deriva de las letras hacia las ciencias y otra de las ciencias hacia las letras” (2008: 243). Las fuentes en las que se documenta (Capítulo II) le permite ofrecernos una panorámica de la medicina en la España de la Restauración (de hecho, el nacimiento de Tomás Morales coincide con el final de la Primera República y la posterior coronación de Alfonso XII como rey de España). Se trata de unas décadas de progreso y avance de las ciencias médicas, de las que brotarían cambios sustanciales referentes al desarrollo y financiación de la investigación, al contacto e intercambio de ideas entre científicos, a la fundación de instituciones y sociedades, a la edición de revistas profesionales, a la depuración de los tratamientos farmacológicos, a la renovación de las ideas académicas, a la terrible lucha contra la tuberculosis, o a la defensa de los planes generales de sanidad —como el defendido por los doctores Luis Millares Cubas y Ventura Ramírez Doreste ante el Cabildo Insular de Gran Canaria—, entre otros muchos hechos que supusieron situar la medicina en la modernidad. 102 A partir de estos presupuestos, se nos brinda la oportunidad de acceder a un selectivo repertorio bibliográfico que analiza el área de expansión de esta ciencia desde algunos de los segmentos que la configuran. Así nos encontramos con obras, bien de carácter histórico: Viejo y nuevo continente: la medicina en el encuentro de dos mundos (1992), de José María López Piñero (coord.), Historia de la medicina en Gran Canaria II (1967), de Juan Bosch Millares; bien sobre figuras relevantes de la investigación científica: Santiago Ramón y Cajal o la pasión de España (1978), de Agustín Albarracín; bien concernientes a las correlaciones entre salud y entorno social: Medicina y sociedad en la España del siglo XIX (1964), de José María López Piñero y otros; o, igualmente, estudios sobre la inclusión de la mujer en el elenco profesional médico: La mujer como profesional de la medicina en la España del siglo XIX (1988), de María del Carmen Álvarez Ricart; sobre las interacciones paciente-facultativo a través de la historia: El médico y el enfermo (1969), de Pedro Laín Entralgo; e, igualmente, sobre cuestiones generales de interés social: Salud y belleza: secretos de higiene y tocador (1918), de Carmen de Burgos. La descripción y comentarios de los contenidos de estas monografías enriquecen la ilustrativa recopilación que nos proporciona el autor (2008: 43-69)4. En relación con los dos capítulos siguientes, aunque por parte del autor han sido tratados como unidades independientes, analizados desde la óptica de otras miradas, podrían ser igualmente catalogados como un conjunto. Entre ambos componentes se establece una concomitancia semántica que queda inicialmente de manifiesto en los sugestivos rótulos que les dan nombre: Médicos que escribieron ~ Escritores que diagnosticaron. Los pilares de trabajo y pasión de Tomás Morales —la medicina y la literatura— unidos en ambos enunciados, junto a ellos, la acción —escribir y diagnosticar—. Sin embargo, no fue Tomás una excepción en el arte de combinar las ciencias con las letras, el quehacer humanístico resultó una constante en muchos hombres de ciencia del momento; no es extraña, por lo tanto, la nómina de médicos de profesión que actuaban 103 igualmente como periodistas, escritores, investigadores, críticos, historiadores o políticos. Este fue el caso, entre otros muchos, de José de Letamendi y Gregorio Marañón, o de los canarios Luis Doreste Silva, Gregorio Chil y Naranjo, Juan Negrín López, Bernardino Valle Gracia, Luis Millares Cubas, Francisco de Armas Medina y Tomás Morales Castellano, aunque, en este último caso, con una ligera matización, ya que como destaca el autor de este estudio “Ser médico y escribir poesía no es propio de la época, sino de Tomás Morales” (2008: 84). Médicos que escribieron y Escritores que diagnosticaron constituyen, sin duda, el eje neurálgico de esta obra. En sus páginas podemos recrearnos en el ochocientos europeo y, de modo más exhaustivo, en el español. Aunque este análisis está centrado prioritariamente en los años concernientes a la vida de Tomás Morales, las anotaciones al proceso evolutivo del siglo son constantes y las referencias bibliográficas pertinentes una fuente de información muy generosa, pauta que será una actitud caracterizadora de todo el ensayo. La documentación de la que ha hecho acopio el profesor Henríquez nos ilustra sobre momentos temporales cruciales en el crecimiento de las ciencias médicas; 1827 y 1860, por ejemplo, son fechas reseñadas, por coincidir, la primera de ellas, con la expansión de las Academias de Medicina y Cirugía (desde Madrid) hacia distintas ciudades de España, o, en el caso de la segunda, por la inauguración de nuevas sociedades y corporaciones científicas: Sociedad de Medicina Operativa de Sevilla, Acadèmia de Ciències Mèdiques i de la Salut de Catalunya i de Balears, Escuela de Practicantes y Enfermeros de Sevilla… Junto a estos cambios, el inicio de la Restauración propicia el regreso de los científicos exiliados en el extranjero (Ramón y Cajal llega a Santander en 1875) y el auge de las publicaciones científicas, circunstancias que serán decisivas en el nuevo rumbo de la medicina española. De hecho, la entrada en el siglo XX supone para España el momento del germen de los núcleos de especialización médica —bacteriólogos (Valencia), epidemiólogos (Navarra), 104 fisiólogos (Madrid)— y de la actividad de los laboratorios de investigación. Con todo, la potestad de la medicina no es exclusividad de los especialistas, la novela realista hace suya la figura del médico y la presencia de la enfermedad como uno de sus personajes y temas recurrentes. A través de sus obras, muchos autores (Emilia Pardo Bazán, Benito Pérez Galdós, Ramón Gómez de la Serna, Leopoldo Alas “Clarín”, Alonso Quesada, Saulo Torón) diagnosticaron enfermedades — tuberculosis, bronquitis, asma, catarros, amigdalitis, diabetes, cólera— y prescribieron recomendaciones y remedios, orientados, en muchos casos, hacia medidas preventivas de alimentación, higiene personal y salubridad. Como comenta Santiago Henríquez “En la novela noventayochista, los enfermos cobran vida, la dolencias son figuradas, el médico guarda parecido con la realidad y las preocupaciones científicas simulan sólo el reflejo de su tiempo” (2008: 165). Será la literatura de finales del siglo XIX la que presente al médico literario con total entidad profesional y niveles de especialización, pues, como nos recuerda nuestro autor, en los siglos anteriores la figura del galeno simbolizaba un protagonista objeto de crítica (o burla), con excepción de la creación ilustrada que comenzará a dignificar y reconocer la trascendencia de la medicina. Ante las páginas de estos capítulos, el lector no puede sustraerse a la idea de que el autor de esta trabajo une a su categoría de filólogo una profunda pasión por la historiografía. No estamos ante un filólogo en exclusiva, nos encontramos ante un investigador que siente igualmente una gran atracción por lo histórico, de tal modo que su objeto de estudio es asimismo un pretexto para dar rienda a su otra debilidad. Santiago Henríquez necesitaba a Tomás Morales, su gusto por el poeta queda manifiesto en muchas de sus palabras, no obstante, en Tomás Morales: diagnóstico y terapia diferencial (2008) redunda en lo que ya hiciera en Tomás Morales: viajes y metáforas (2005): adentrarse de pleno en los acontecimientos políticos, sociales, científicos y técnicos del momento. El devenir de la medicina y de la profesión médi 105 ca, en un caso, o la afición por los viajes y sus viajeros, en otro, han sido recursos temáticos que ha usado oportunamente con una doble finalidad: una, hacernos caminar paralelamente a Tomás por su universo, la otra, entregarnos una nueva muestra de su maestría indagatoria. Un repaso por los títulos de la producción del Profesor Henríquez avalan la bifurcación filológico-historiográfica de su actividad investigadora. En el Capítulo V, Tomás Morales con medicina: una profesión en progreso, asistimos al encuentro que Tomás Morales tiene con esas dos vertientes que definieron su vida intelectual. Por un lado, la literaria, junto a ella, la científica. Su vida en Cádiz, primero, y sobre todo su estancia en Madrid, se nutren del gran momento que vive Europa debido al desarrollo de la industria, la tecnología y las ciencias, aunque también de las letras y las artes. Tomás Morales comparte las décadas de los grandes representantes de la medicina contemporánea (Pavlov, Pasteur, Koch, Freud, Pettenkofer) y de los avances sustanciales en el campo médico- sanitario (desarrollo de la tocoginecología, la farmacología experimental, la fisiopatología, el psicoanálisis, las especialidades quirúrgicas, la medicina social, la microbiología, la parasitología), pero convive igualmente en tertulias, encuentros y cafés (el Gato Negro, el Colonial, el Universal) con los grandes escritores de la España de aquellos años y con la producción literaria de la época. Es el momento del fin de siècle, del simbolismo, del modernismo y de la modernidad, y de la belle époque e, igualmente, del racionalismo científico y del estructuralismo lingüístico. Estas circunstancias, junto al dualismo que parece darse en la España de la Restauración —tomar partido por uno u otro escritor, político o músico formaba parte obligada del comportamiento cotidiano— conforman una personalidad en Tomás Morales en la que, como bien defiende Santiago Henríquez, se entrecruzan el idealismo, romanticismo y modernismo que emanan de su naturaleza poética con el positivismo resultante de su formación científica. Si dejamos por unos instantes nuestra mirada retrospec 106 tiva y retomamos el tiempo presente, es revelador observar que así como las décadas de entresiglos del XIX al XX fueron revolucionarias en la industria, las ciencias y las artes, la transición del XX al XXI, aunque está siendo igualmente agitada, ha cimentado su transformación en los pueblos, el hombre y las sociedades. Asistimos a momentos de serios movimientos migratorios de carácter global, fruto de situaciones de pobreza, hambre y persecución en el mundo, que están suponiendo una reorganización de los antiguos núcleos urbanos en sociedades de un gran pluralismo, en las que la diversidad lingüística y el multiculturalismo comienzan a ser una constante. En este nuevo siglo, a diferencia del anterior, la ciencia ha cedido espacio al hombre, pues incluso la presencia impactante de Internet, en muchos casos, cimienta exclusivamente su trascendencia en una ampliación de las interacciones sociales, sean éstas informativas, profesionales o personales. Un repaso por las manifestaciones artísticas del cambio de siglo y una lectura crítica de los poemas de Tomás Morales “Canto inaugural. Las Rosas de Hércules” y “Criselenfantina” dan cierre al capítulo que comentamos. Dada la exhaustividad de la que ha hecho acopio Santiago Henríquez en su ensayo, era ingenuo pensar que el arte sería ajeno a su examen. En los albores del siglo XX, la arquitectura, la pintura, el diseño gráfico y la orfebrería se inspiran en la realidad, no es raro entonces que la enfermedad represente un tema pictórico de gran seducción: Los últimos sacramentos (1890) de Rafael Romero de Torres, Monja y enferma (1893) de Antonio Casanova, Ciencia y caridad (1897) de Pablo Ruiz Picasso, entre otras muestras, insisten en esta idea. Ahora bien, nuestro autor no quiere ultimar su estudio sin retomar la identidad poética de Tomás Morales, aunque tampoco desea despedirse dejando en el olvido al médico que ha inspirado esta obra. Las composiciones antes mencionadas son las elegidas para rastrear la huella del hombre de ciencias en la creación poética del hombre de letras, bien por medio de la fortaleza de Hércules: “La clásica belleza, gloriosamente, ayunta / lo ingrave de Dionisos con 107 Los últimos sacramentos, 1890 RAFAEL ROMERO DE TORRES Óleo sobre lienzo, 318 x 210 cm Museo de Bellas Artes, Córdoba el vigor de Ares: / bajo su piel nevada de adolescente griego, / proyéctanse los recios contornos musculares…”; bien por la belleza de Criselefantina: “Eres divina, ¡oh reina!, tu carne es nacarina; / y tienen tus contornos olímpicos, los bellos / contornos de una estatua. ¡Oh reina, eres divina, / desnuda, bajo el áureo temblor de tus cabellos!”. Sin duda, había llegado el momento de cerrar esta obra, con este significativo epígrafe final …el médico que sólo sabe de medicina ni medicina sabe, Santiago Henríquez Jiménez nos transporta de nuevo al germen de sus reflexiones para, de este modo, sellar esta investigación y “concluir así 108 su propio viaje a través del Atlántico”. Sus siguientes palabras dan fe de ello: “Tomás Morales, cerrando día tras día la puerta de su consultorio médico, destacó por su imaginación, oratoria, construcción de versos plásticos y musicales, creación de imágenes en el cielo y en el mar… No cabe duda que nuestro poeta fue un hombre dotado de saberes técnicos y científicos especiales, dispuesto, como médico, a conducirse entre los amigos con palabras que no fueran propias de la ciencia” (2008: 239-240). Por mi parte, no quisiera yo tampoco despedir a Tomás Morales: diagnóstico y terapia diferencial sin tomar como referencia algunas palabras de nuestro poeta para desearle que el Atlántico sonoro lo convierta en una nave vencedora. 109