SANTONIO BECERRA BOLAÑOS Universidad de Las Palmas de Gran Canaria aulo Torón, el Orillado aulo Torón, el Orillado SI HAY UNA IMAGEN QUE DEFINE EL MODERNISMO CANARIO por antonomasia, es sin lugar a dudas la que nos muestra a Tomás Morales junto con Alonso Quesada y Saulo Torón. Podemos decir que Saulo Torón es una presencia constante; lo fue para sus dos compañeros de fotografía y, tras la muerte de estos, para quienes acudieron a él en busca de memoria. Su obra, durante muchos años, quedó relegada al segundo plano al que parecen estar destinados los “terceros”, aquellos que ejercen más la función de testigos que de actores. Sin embargo, como han venido a mostrar desde estas últimas décadas algunos interesantes trabajos que se han propuesto sacar a la luz su obra (recordemos, por ejemplo, el libro de Antonio Henríquez Saulo Torón, prosista. Quince textos exhumados, de 2002; la inclusión de un fragmento de sus “Memorias” en la Antología poética realizada por Guillermo Perdomo en 2006), aparte de las ediciones poéticas de la obra completa (1988, con prólogo de Juan Manuel Bonet) o la de El caracol encantado y otros poemas, debida a José Carlos Cataño (1990), estamos ante una originalísima voz de las letras hispánicas. No está de más recordar, por otro lado, el silencio literario del poeta, quien desde 1932 (cuando Enrique Díez-Canedo prologa su Canciones en la orilla) no entregará a la imprenta obra alguna hasta tres décadas después, cuando verá la luz, en la colección Tagoro, de Fernando Ramírez y Lázaro Santana, Frente al Muro, con una breve nota de Ventura Doreste. Los “rescates” a los que ha sido sometido desde su fallecimiento han estado vinculados con las principales voces del siglo XX, por lo que no es de extrañar que la tesis de José Yeray Rodríguez, dirigida por Eugenio Padorno, leída 94 en 2005 y materializada en el presente volumen, aparezca con el subtítulo de una “relectura de su vida y su obra” y venga a culminar este proceso de constante restitución del poeta (“en peligro” nos advierte José Yeray Rodríguez), a quien no sólo hemos de asociar con sus compañeros de generación, sino con Domingo Rivero. Si el problema de todo poeta insular durante la primera mitad del siglo XX era el aislamiento —tanto físico como mental—, a aquel tuvo que sumar Saulo Torón el de la longevidad de Tomás Morales y Alonso Quesada, que definió una distancia que imposibilitó que su obra fuera observada sin las interferencias de aquellos. José Yeray Rodríguez inserta a Saulo Torón en el contexto de la tradición literaria insular y ubica la voz del poeta en permanente diálogo con aquella; pero nos ofrece, además, la posibilidad de situarnos ante un corpus delimitado y coherente cargado de un tiempo, el de la modernidad, que se nos revela como experiencia. La modernidad refleja el tiempo como circunstancia: del “siempre” al “ahora”, Saulo Torón es un privilegiado testigo.