TJUAN MANUEL GONZÁLEZ MARTEL Universidad Complutense de Madrid omás Morales y Saulo Torón en Cosmópolis (1920) omás Morales y Saulo Torón en Cosmópolis (1920) Cubierta de Cosmópolis, nº. 16 (abril, 1920). EN COSMÓPOLIS (1919-1923), la revista creada y dirigida por Enrique Gómez Carrillo (Guatemala, 1873 – París, 1927), de excepcional tirada y distribución desde París, Madrid y Buenos Aires, para todas las grandes capitales americanas y españolas, se publicaron dos notas críticas de Tomás Morales y Saulo Torón, reseñas que, por su fecha —mayo y junio de 1920—, y a pesar de su brevedad, ayudaron, fuera del ámbito español también, a la divulgación de estos dos fundamentales nombres de la literatura canaria, de la lírica en lengua española del siglo XX. En tanto que sobre el poemario Las monedas de cobre, de Saulo Torón, se limita a reproducir párrafo de una crítica anterior, de 1919, sobre la nueva obra de Tomás Morales, Las Rosas de Hércules, se hace una óptima advertencia, cual extracto, de paralela opinión elogiosa, de lo leído en el prólogo de Enrique Díez-Canedo, sobre la calidad de la nueva selección poética, después de la conocida en 1908, destacándose, entre los poemas de su preferencia del crítico, la “Alegoría del Otoño”, que califica de poema “verdaderamente magistral” y, además, se aprecia la edición misma por la calidad de las ilustraciones, con cita expresa de los tres artistas canarios: Néstor, Hurtado Mendoza y M. F. de la Torre. COSMÓPOLIS Gómez Carrillo, como resultado de los amistosos tratos con el millonario uruguayo Manuel Allende, que le presentó el poeta Pablo Minelli, consiguió apoyo económico para su viejo proyecto: una gran publicación pensada para todos los países de lengua española. Cosmópolis, de la que Gómez Carrillo será director hasta 1922, fue revista muy bien acogida desde su primer cuader 76 no, presentado en enero de 1919, fue una “revista mensual de literatura y crítica” con un texto de 200 páginas. La Sociedad Española de Librería consta como concesionaria exclusiva para la venta de su excepcional tirada de diez mil ejemplares. Ya en la cubierta del primer número, se anuncia que en los números siguientes se publicarían “artículos escritos para esta Revista” por Eduardo Dato, el conde de Roma- nones, Santiago Alba, Melquíades Álvarez, Ramón del Valle-Inclán, Jacinto Benavente, Armando Palacio Valdés, Vicente Blasco Ibáñez, Miguel de Unamuno, José Ortega y Gasset, Manuel Aznar, Vicente García Calderón, etc.; y se notificaba de las próximas colaboraciones de autores foráneos: “También podemos anunciar páginas de ilustres escritores extranjeros como Maurice Maeterlinck, Gabriele D’Annunzio, Paul Adam, Jean Richepin, Henri Lavedan, C. Mauclair, Paul Brulat, Matheus de Alburquerque, Chekri Ganem, G. Lapini, Darío Niccodemi, J. C. Mardrus, S. Dimitrieff, etc.” Con esta lista de intelectuales hispanoamericanos, españoles, y extranjeros, la revista revelaba su objetivo: una publicación abierta a la colaboración mundial. Y para corroborar las gestiones orientadas en tal sentido, se agrega que Cosmópolis había firmado con la Société de Gens de Lettres de París un contrato, en virtud del cual puede publicar, traducidos al castellano, los artículos más importantes de las principales revistas literarias francesas, al mismo tiempo que aparecen en París. La publicación era, en efecto, un nuevo intento de Gómez Carrillo para realizar una vieja idea: una revista para todo el ámbito hispánico. Ahora, Gómez Carrillo, con otras posibilidades económicas, pretendía llevar adelante, y en una etapa sociocultural muy distinta, la idea de su revista modernista El Nuevo Mercurio de 1907, publicación mensual que sólo se mantuvo un año. Ahora Gómez Carrillo volvía a la carga: “fundar una revista seria, en la cual pudieran colaborar los grandes españoles, los grandes americanos y hasta algunos grandes extranjeros”. 77 Su anterior modelo, el Mercure de France, le parecía que continuaba siendo válido. Partía de la opinión de que los contactos entre América y España, en el nuevo marco continental —gran facilidad en las comunicaciones, mayores relaciones económicas y, por consiguiente, más posibilidades de intercambios culturales entre América y Europa—, ya permitían una empresa literaria de más alcance, una revista que sirviera de información cultural a un variado público, al amparo de ese cambio que las nuevas relaciones internacionales permitían. Insistía Gómez Carrillo en que había que procurar un conocimiento cultural real entre las repúblicas americanas y España, y entre ambos continentes; poner en práctica un hispanoamericanismo efectivo era lo que proponía. Quería que la revista Cosmópolis llegara a convertirse en “la tribuna del hispanoamericanismo, regenerado y vivificado por los soplos de todos los grandes pueblos”. Las apetencias de la publicación eran, en efecto, claramente internacionales, “con ansias de borrar fronteras geográficas y realidades vulgares”, como dirá más adelante al anunciar una serie de estudios sobre movimientos intelectuales en el mundo, y, además, se declaraba el apasionado interés de la revista por las novedades culturales de cualquier procedencia, que pretendía llevar los ecos intelectuales de España o América a los lectores de ambos continentes indistintamente. Igualmente dio cabida a las colaboraciones que se interesaban por las diversas manifestaciones vanguardistas. Y presentado el primer cuaderno en enero de 1919, la revista fue saludada con interés. Su reparto había sido muy estudiado, alcanzando una excepcional distribución en todos los países hispánicos. SOBRE SAULO TORÓN En cuaderno nº. 16, correspondiente al mes de abril de 1920, que presentaba artículos y autores como “La literatura y el arte negros” (F. Hoggan), “Nuevos poetas de México”, “Antología francesa: Jules Laforgue”, de V. Margueritte, F. Carco y L. Bourgeois, “Las actuales condiciones del 78 teatro” (Jules Romains), unos capítulos de las Memorias de Gómez Carrillo, “Un gran escultor francés” [Bartholomé], “Los nuevos escritores guatemaltecos”, “La civilización andaluza en África”, y secciones fijas con crónicas de París (J. Martel), de América, de Italia (L. Marini), de España (R. Urbina), etc., se incluyó la reseña del poemario de Torón. Dentro de la sección “El teatro, los libros y el arte en España”, que venía firmando Rafael Urbina1, se recogía, en efecto, una nota sobre una “colección de versos”, con el título “Las monedas de cobre, por Saulo Torón”. Y se incluye texto, sin identificar, con un “dice un crítico” —¿podrían ser párrafos del crítico de E. Díez-Canedo?—2, en la que la cita de Léon Bloy oriente el juicio crítico: Aquí está el libro de un poeta de hoy que no sólo acude para la comparación a un metal modesto, sino que lo toma reducido a baja moneda. Léon Bloy, en el diario a sus odios, de sus angustias y de sus fervores, cierto día dejó escritas estas palabras: ”Llevé la lámpara a un rincón oscuro. De repente, con la luz vi en una tablilla un montoncito de cuartos dejados allí y olvidados. Hay 25 céntimos. Es como si Jesús me dijera: “No puedo darte más en este momento... Paciencia y ánimo! No te irrites contra mí. ¡Estoy crucificado”! ¿A la luz de que lámpara humilde encontró el poeta estas que llama él “monedas de cobre” marcadas con la efigie, tosca y borrosa a veces, de la poesía? Porque todo el que leyere, si sabe poner atención, no dejará de sentir, entre los ritmos de estos versos, lo que acaso no experimento a menudo en la caricia refinada por la elaboración y el pulimento de otros más ambiciosos: el palpitar de un alma. SOBRE TOMÁS MORALES En el cuaderno de junio se publicará el comentario sobre Tomás Morales, el n.º 18, de 1920, cuaderno cuyo atractivo eran las colaboraciones de G. Duhamel, Demetrius Asteriotis, R. H. Arámburu, Cha. Drouhuet, J. Venegas, además de los colaboradores fijos —Julián Mattel, Leonar 1 Este nombre es seudónimo de un colaborador fijo en los dos primeros años de la revista que no hemos aún identificado. 2 Si bien la referencia a Léon Bloy facilita su localización, no he podido manejar bibliografía de Saulo Torón suficiente como para identificar a este aludido crítico. 79 Cubierta de Las Rosas de Hércules de Tomás Morales, L. II (1919). do Marini o Rafael Urbina—, con asuntos sobre el renacimiento del teatro, el helenismo, poesía rumana o la nueva recuperación posmodernista de Verlaine, etc. En la sección “El teatro, los libros y el arte en España”, página 311, bajo el epígrafe “Las rosas de Hércules, libro II, por Tomás Morales”, se halla tal recepción, sin firma, pero que hay que relacionar igualmente con Rafael Urbina, que en este tercer semestre de la revista seguía encargado de esta sección. Se trata de un comentario de mayor ajuste crítico, muy abierto y reconocedor de los méritos de la obra. Aparte de lo que coincidiese con lo leído en el prólogo, esta reseña tuvo que ser redactada al menos un mes antes de la edición de la revista, lo que posibilita también la lectura de la rese ña de Díez-Canedo en El Sol, del 14 de mayo: “Es éste un libro de un poeta, de un altísimo poeta, enamorado de la métrica, de la sonoridad de los versos y de los asuntos elevados, que tan poco aprecio merece a la generalidad de los poetas modernos. Despréndese de los versos de Tomás Morales una evocadora fragancia de los clásicos latinos, de Ovidio y de Catulo muy especialmente: su poesía es elocuente y majestuosa, y por eso encarna preferentemente en la académica forma de la oda, esquivada hoy en la moderna preceptiva. Estas Rosas de Hércules son continuación de los Poemas de la Gloria, del Amor y del Mar, que publicó el mismo autor en 1908; y las composiciones más elogiables de la obra son la “Oda al Atlántico”, la “Balada 80 del Niño Arquero”, el “Canto a la Ciudad Comercial” y “Alegoría del Otoño”: esta última, verdaderamente magistral, pone de relieve el abolengo latino de que hablamos. La obra, muy interesante, se presenta admirablemente adornada por Néstor, Miguel F. de la Torre y José Hurtado Mendoza, que han sabido dar realidad en sus dibujos al sabor clásico de los versos del poeta”. Obviadas en la bibliografía al uso, tanto en la de Tomás Morales como en la de Saulo Torón, estas dos reseñas, aunque escuetas, no hay que ignorarlas dentro del marco bibliográfico de lo que fue la primera recepción de ambas obras. Y si bien las reseñas en revistas españolas como La Pluma o España han sido siempre las valoradas por el indiscutible prestigio literario que en su tiempo, y en el aprecio de la crítica con posterioridad, tuvieron estas publicaciones, téngase presente el alcance internacional y la distribución que la tribuna de Cosmópolis les facilitó, por lo que esos dos textos, pequeños pero de precisa entidad crítica, pudieron servir de aviso sobre la calidad de la lírica de dos autores de las Islas Canarias a más de un lector de poesía en América y España. 81