Homenaje a Manuel González Sosa (1921-2011) Con la reproducción del poema
Manuel González Sosa y del artículo Capitán de la nave de la poesía
Canaria por Manuel Padorno (1998) MANUEL GONZÁLEZ SOSA Le conocí después
entre la gente numérica y contable. Se sentaba detrás, en la espesura, solo,
a rente del mar, con la ventana abierta. Es un poeta desapercibido para la
economía canaria. Anda la calle cabeceante y jubilado ahora. Saluda al cruzar.
Nada sabe muchísimo. Encaneció siempre desde joven. Guía del alma. Él es
bastante antiguo; el porte a su manera; pero desde siempre supe, al verle, que
aquel hombre despacio y sonriente, en apariencia viejo y esbelto era parte de
la poesía. MANUEL PADORNO (1998) [En el libro En absoluta desobediencia,
incluido en El náufrago sale, Las Palmas de Gran Canaria, Cabildo Insular de
Gran Canaria, 1989. Ha sido corregido en la edición que reproducimos Presencia
de Manuel González Sosa, Las Palmas de Gran Canaria, Cabildo Insular de Gran
Canaria, 1998]. 93 Suplemento Cartel de las Letras y las Artes, nº 81
(1999). CAPITÁN DE LA NAVE DE LA POESÍA CANARIA POR MANUEL GONZÁLEZ SOSA
Vamos a hablar de un poeta canario extraordinario. Por su poesía rigurosa; por
su manera de ser, afectuosa, severa y elegante; porque representa cultural y
humanamente tanto rigor poético como la espiritualidad canaria contempo
ránea. Él es Manuel Gónzalez Sosa, natural de Guía de Gran Canaria, 1921.
Niño que fue aprendiendo solo, preguntándose y contestándose leyendo, en el
misterio de la vida, la muerte, la belleza; reflexionando en las relaciones
humanas, en el vínculo de la palabra y el objeto; aprendiendo a mirar la
realidad, atendiéndola, meditando sobre la existencia. Niño que fue
hombreando, hasta jubilarse, en la banca canaria. Y que fue escribiendo su obra
poética al margen de todas las vanidades. Pero a él se debe también que, en
sus ratos de ocio, se dedicara a dar conocimiento del escritor canario, de sus
escrituras, a través de sus propias, cuidadas revistas y colecciones
literarias, creando, además en el Diario de Las Palmas, un suplemento cultural
literario «Cartel de las Artes y las Letras» (que continua todavía), donde
dio a conocer conjuntamente con la literatura canaria aquella que, en el
ámbito de la literatura universal, mereciera su divulgación atendiendo a su
curiosidad de lector insaciable. Manuel González Sosa cree, modestamente, y lo
cree muy sinceramente, que su aportación poética no merece ninguna
consideración crítica, y menos aún su persona, pues aparte de todo, su
poesía es «bastante breve», y su persona la de un ser normal, sin biografía
destacable, sin promontorio social, sin estridencia pública. Y lo que ha escri
94 to y publicado, «poco», lo hace para goce y disfrute de unos cuantos
amigos exclusivamente sin otra contabilidad ni estimación sociales. Hay en la
lírica canaria un momento metafísico de insobornable pudor, de huraña
iridiscencia, unido decididamente (por modestia), a severas composturas
personales. Tal es el caso de Domingo Rivero y Manuel González Sosa. La
humildad, la severidad personal y literaria, representada por ellos, sin que ni
siguiera lo deseen, declara la guerra abierta a cualquier estimación de su
propia obra que no sea más allá de una condescendiente «gracia». Tiene
«gracia », o está en «gracia», según él, aquel que toma en sus manos con
naturalidad un poema y lo lee. De hecho González Sosa subtituló una de sus
colecciones, San Borondón, «Pliegos graciosos de poesía». Todo canario que
viva y precie la soledad de su casuística personal debe hacerse con el
Laberinto de espejos (Antología personal), de Manuel González Sosa, publicado
en la «Colección Poesía», de la Viceconsejería de Cultura y Deportes del
Gobierno Canario, Islas Canarias, 1994, si quiere saber, desde nuestra
espiritualidad, en esta inmensa rueda de solitarios que somos, cómo recalar
hasta el fondo del pozo en donde ya no cabe sino mirarnos con afecto o
indiferencia verdaderos. Pretendiendo, en consecuencia, por amor a la poesía,
hornear nuestros pequeños o grandes sentimientos en el barro cocido de nuestra
escritura. La poesía de Manuel González Sosa, de atenta originalidad
personal, con sus paisajes biográficos y culturales bien delineados, pretende
llegar, en la mayor orfandad publicitaria, siguiera por azar, al corazón
solitario. Sin que medie, por supuesto, ninguna consideración crítica, como
la mía. Yo sé que transgredí su bonhomía. Y lo hago porque sé que cuando
no contemos entre los vivos él no podrá evitar que estas palabras se
publiquen. Ni yo tampoco podré evitar que él, si yo no viviera,
transgredieran mi silencio. Pero aparte de estas consideraciones que sólo
tratan, en definitiva, de hacerme perdonar estas palabras, me gustaría abordar
algunos aspectos de su poesía. Cubierta de San Borondón: pliegos graciosos de
poesía. Sep., 1959 Jun., 1960. Ilustraciones de Antonio Padrón. 95
González Sosa ha hecho una «antología personal», una selección
esmeradísima de toda su poesía. Es decir, de sus más queridos y estimados
poemas publicados e inéditos. Que son, espigados en una obra poética tan
breve como la suya, pero tan intensa, la espuma de su pensamiento y
sentimiento: la razón del cantor. Poemas entre los que se halla un soneto, «A
mi abuelo, detrás de la vida», que es, sentimental, metafísicamente, una
joya lírica. En síntesis: lo que reclama saber un joven de su abuelo, la gran
pregunta de la existencia, de la vida y la muerte, cuando se le inquiere desde
el cariño y la exasperación, «ya detrás de la vida», sobre «lo que hay
por allá». Una pregunta al infinito, «al otro lado del muro insondeable».
Este poema, aparte de ser un soneto devenido de una lúcida conciencia
personal, aparte de ser en la literatura canaria el tercero o cuarto soneto de
la espiritualidad canaria, es muestra, dentro de su mecánica expresiva, de una
«dulzura atlántica», un tanto arcaica, y arcádica (terminología
arcaizante: «umbrío». También utilizada por Rivero. Gratísima, en ambos,
asentada en lo intemporal canario), horma de primorosa maestría compositiva,
de paciente contención, de ajuste, de estremecido rigor verbal. Pues la
palabra causa (utilizada así) un deslumbrante relampagueo, un goce
infrecuente, por el que se deducirá que viene dictada por momentos de
desesperación o exasperación del vivir humano, ajustadísima a lo
innombrable. La eficacia de acercarse a nombrar justa e insospechadamente,
desde el dolor, desde el vértigo, lo que se reclama del mundo, la
contestación a la gran pregunta, el pronunciamiento de lo indecible. UNA JOYA
LÍRICA El soneto «A mi abuelo, detrás de la vida» se recogió en el libro
por primera vez en Sonetos andariegos (Las Palmas: Eds. El Museo Canario,
1967), y tuvo una nueva edición (La Laguna: colección «Las garzas», 1992),
en la que se observan correcciones de puntuación, así como una variante del
segundo cuarteto, que beneficia su concisión. Esta versión, recogida en
Laberinto de espejos, es como sigue: 96 Yo a este lado del muro, y tú a la
parte de allá. ¿Cerca, lejano? Tú callado; yo gritando en el silencio y
obstinado negándome a cansarme de llamarte. Habla. Susurra apenas. Da un
vagido, un golpe con tu puño, o un ligero arañazo en la cal. Yo sólo quiero
tenues sospechas de que está tu oído pegado a la pared, como está el mío
sorbiendo tu callar. No he de pedirte entero tu secreto: si es desierto o mar,
o senda, o cima, o bosque umbrío, lo que se ve después. Quiero sentirte para
saber si ahí se está despierto. Para mí, dentro de la literatura canaria (si
es que ésta existe) hay ocho sonetos extraordinarios (González Sosa ya ha
escrito sobre ello, del suyo excluyéndose). Que son, cronológicamente:
«Persuade a Fabio ser él mismo la inquietud de que desea huir», de Juan
Baustista Poggio Monteverde (1632-1707); segundo, «Soneto al Teide», de
Cristóbal del Hoyo, vizconde de Buen Paso (1677-1762); tercero, «Yo, a mi
cuerpo», de Domingo Rivero (1852-1929); cuarto, «Ante una estatua de
Antinoo», de Manuel Verdugo (1877-1951); quinto, «Puerto de Gran Canaria»,
de Tomás Morales (18841921); sexto, «El doble», de Saulo Torón (1885-1974);
séptimo, «A mi abuelo, detrás de la vida», de Manuel González Sosa; y
octavo, «Amor o nada», de Arturo Maccanti. Los ocho grandes sonetos de la
poesía canaria. ¡Qué hermosa lección! González Sosa, aparte de conocer muy
bien todas las Islas (lo confirma su libro de poesía Sonetos andariegos), ha
viajado con cierta frecuencia por Europa y América, siempre llevado por
requisitorias familiares, afectuosas. Pues sólo viaja por ver o saludar a
alguien o a algo. De estos viajes suyos, y allí donde estuviere, de vuelta al
hotel transitorio, canalizaba, con venas y huesos, el paisaje de cuanto veía,
ocurría, sentía
Toda su cultura personal confluye, se cierne, en oscuras
confrontaciones, con la realidad, el pen 97 samiento, la experiencia, lo
sensible, hasta quedar fijada, emborronada, sobre el folio de la poesía. No
hay más que atender, por ejemplo, al tejido de su poema, endecasilábico,
«Mercado de Los Andes». No hay una palabra que sobre, que sea imprecisa; sin
embargo hay algunas que, inevitablemente, no tienen sustitución posible. Son,
justo, lo más cercano. La quebralidad de un término lleva consigo la
confrontación incesante de su ilusorio sustituto. Y Manuel, en esto, es uno de
nuestros mayores expertos. Es en el oscuro «tribunal» mental terminológico
donde se lleva a cabo decididamente elegir, entre términos cercanos, aquel que
en rigor, justeza y paciencia resulte el más apropiado; signo de la devoción
por el lenguaje, la expresividad del contenido, el emparejamiento «gracioso»
de la asonancia, del ritmo, la plasticidad. Hablo, como se comprenderá, de
encajar dulcemente una palabra como si fuera una cuña entre cuñas, de las
exactitudes e inexactitudes de este trabajo de orfebre, cuestión desestimada,
a veces, por ciertos poetas excelentes, y para la que él pretende,
apremiándonos, lo observemos y apreciemos como «gracia». Trabajo tan
fruitivo para mí como el del propio contenido del poema. Su elaborada materia
verbal, de fluida espontaneidad trabajo de toda la vida, dirigida hacia la
precisión significante, resuena encantadoramente en la ambigüedad
multiexpresiva. Siendo notoria en poemas («paisajísticos») como «Ruina de
Chan Chan», «Manto de Paracas», «Civita di Bagnoregio», «Nocturno de
Ostia» y «A John Keats y Percy B. Shelley en el cementerio del Testaccio».
Manuel González Sosa es el más grande poeta canario que no cuenta. Ni oculta
no contar. Él va a lo suyo. A sus ensoñaciones. A su soledad incorruptible. A
su vocación de solitario. A veces se entretiene con grandísima parsimonia, en
contemplar una fotografía del tiempo de la nostalgia; por ejemplo, del poeta
Tomás Morales. La redivive. La apremia, la jolgoriza, presencializa y, la
presentiza. (A él se debe la magnífica exposición monográfica dedicada a
Tomás Morales.) En eso pierde el tiempo encantado. Monje laico, 98
derrochador del tiempo desde su innata generosidad y riqueza espirituales. A
MÍ él no me puede impedir que le dedique estas líneas. Ni que le considere
públicamente uno de «nuestros» poetas de mayor relevancia. (Manolo Millares,
Pedro García Cabrera, y él, avalaron mi poesía.) A mí me han dicho muchas
veces (él también) que no dejo de embarcar a la gente joven en el barco de la
poesía (y en la pintura), con vistas, entre otras cosas, de poblacionar
Canarias cultural, artísticamente. Que luego dios dirá. Pero él es, sin
lugar a dudas, el entrañable, invisible, desapercibido viejo lobo de mar
literario, Capitán de la Nave de la Poesía Canaria nuestra contemporánea.
[Publicado bajo el título «Manuel González Sosa: Laberinto de espejos »,
Diario de Las Palmas (Las Palmas de Gran Canaria), 14 de agosto de 1995. Ha
sido corregido en la edición que reproducimos Presencia de Manuel González
Sosa, Las Palmas de Gran Canaria, Cabildo Insular de Gran Canaria, 1998]. 99