La escritura reciente de Rafael-José Díaz por FRANCISCO-JAVIER HERNÁNDEZ
ADRIÁN Durham University, Reino Unido PARA QUIENES AÚN NO CONOCEN SU OBRA,
Antes del eclipse, de Rafael-José Díaz, será el descubrimiento de un poeta
raro, en absoluto predecible, que muestra cómo la poesía, en esta voz
poética, celebra de manera extraordinaria la vida del lenguaje, de la
imaginación y de la más íntima verdad. Felizmente, no es éste un libro de
un solo aliento, la escritura es amplia y diversa. Poesía, desde hace tiempo,
de los instantes y de la fragmentación, en este libro predominan las imágenes
vivas y multidimensionales que podrían recordar, por ejemplo, las fotografías
de Karina Beltrán. Sorprende aquí la libertad de la escritura, la
imaginación vertida en cambiantes, pero no vacilantes, escrituras. ¿Qué
distingue a este libro, entonces, a través de las partes y diferentes formas
del poema? La imagen del vuelo de los pájaros en el viento, las visiones de la
luna, el sol o el árbol, son lugares de una extrema condensación de
intimidad, momentos de este universo de recuerdos que se nos presentan
simultáneamente presentes y remotos. Pero la máxima intensidad se sugiere en
los intersticios, entre las imágenes o símbolos, entre las visiones o signos.
El recientemente desaparecido Paco Vidarte escribió, en un ensayo deslumbrante
(De una cierta cadencia en deconstrucción): Tal vez debería detenerme
aquí. No tengo mucho más que decir. Ésta es mi hipótesis, que se me ha
anticipado precipitadamente
. Se trataba de verticalidad, de cadencia y de
síntoma, de repetición y de aquello que se nos anticipa precipitadamente; no
la muerte, el lenguaje o la vida, sino el pliegue, la hendidura, la herida. Es
decir, la palabra entre, siempre volando hacia la escucha. Pues el trasluz del
poema, al revelarse, puede desdecirse, anunciar su cadencia, en busca de
nuestra escucha y complicidad: Sábanas sin más labios escondidos / entre
sus pliegues que los míos solos / tendidos hacia nadie
. En el poema de las
golondrinas, el de los pájaros oscuros, leemos: En círcu112 los,
inquietas, en torno a un árbol, por delante de mi rostro, entre el árbol y el
rostro
. En otro, escuchamos esta visión de la luna: Y al llegar a la
Playa de Vargas, toda aquella luz flotaba sobre el mar, trazando un sendero
entre el agua y el cielo. ¿Acaso este espacio liminar por donde caen los
nombres y los cuerpos no es también el principio vertiginoso de una lenta pero
inmensa apertura hacia lo posterior? Tal vez sea apertura al dolor de las
imágenes intersticiales, aquellas que van a desvanecerse, gestos solamente
sugeridos. Los nombres de amados y amadas, amigos, artistas, vuelan y caen,
pero se sostienen, en el juego de redes de las páginas. La caída, que es uno
de los nombres de la huida hacia atrás o hacia el interior, del pozo y del
sueño profundo, es también el nombre de la recuperación y del reinicio del
viaje: en una intermitencia de recuerdos / que la sangre transporta en su
viaje sin tregua. Los poemas caen, la voz de vida se repite en las imágenes
del viaje, con la celebración del cuerpo geminado: cuerpo doble de un
ángel, sueño de mediodía. Es tal vez el ángel de la historia, consciente
ya sin remedio de la herida, de la experiencia limítrofe entre las
desapariciones. La escritura de Rafael-José Díaz brota aquí
sorprendentemente por donde no hay camino, como la prueba no solo de la poesía
sino también del cuerpo, de la vida, que persisten. El mediodía y el
crepúsculo señalan el ascenso y, sí, también, la caída inexorable,
naturalmente narcisista, del corpus. El asombro ante esta visión anunciada
desde el pasado de las imágenes y desde su cadencia nos convida a saber que
todos los fragmentos del cuerpo o sus indicios labios, nuca, hombros,
cintura, ombligo, pies, sábanas, sombras son también el anuncio de un
después del eclipse, cuando los fragmentos de la desaparición contendrán
aún un viaje de la sangre, de la visión y del cuerpo afortunadamente
recordado y dolido en los poemas. 113