RETRATO Está desnudo en casa y, como un perro, devora lo que encuentra:
desechos, carne cruda en huesos de recientes cadáveres; se agacha a defecar si
le dan ganas y difunde los rastros de su baba por alfombras, sillones y cojines
en los que a cualquier hora, luego, se recuesta a dormir, saciado, en flácida
postura. Al despertar les ladra a sombras que no sabe si nacieron de un sueño
o de su propio cuerpo encogido, quejumbroso, mientras se despereza. Olfatea los
cuartos, se golpea el hocico en las esquinas antes de vomitar y gime como si
fuera un perro abandonado, sin saber que no hubo nunca un dueño, que nunca
hubo calor junto a su llanto y que nadie roerá sus huesos ovillados.
RAFAEL-JOSÉ DÍAZ 115 MUCHACHO ENTREGADO El muchacho entregado que siente el
sexo hundido en sus entrañas revolotear como el pico de un colibrí alelado o
como el cuerpo entero de una serpiente joven y extasiada es el centro del mundo
en esta playa apartada del mundo si su piel se embadurna con la arena mientras
hierven poseídas sus entrañas y sus ojos no ven más que una amalgama de mar
y de deseo. Yo nada soy, lo es todo él en este instante, el que se entrega a
las mil convulsiones cuya atroz traducción es que su tiempo es otro, una flor
dibujada sin contornos visibles, una fuente en el centro de su cuerpo. Hacer
que se retuerza hasta que, exhausto, piense que ha danzado en cualquier
posición imaginable, contemplar su desgaste como una rendición, como una
entrega, no es más que el premio exiguo para quien ha cuidado las puertas del
edén. RAFAEL-JOSÉ DÍAZ 116