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CUENTA NICOLÁS GUERRA AGUIAR, EN LA REEDICIÓN,
65 años después, de Antología cercada, que uno de aquellos
poetas canarios, Ventura Doreste, lo recibió un día en su casa
de La Laguna y le refirió esta historia que el editor de la más
famosa antología de la poesía social de las islas cuenta así:
“Un día fui a su casa, quería enseñarme material que
guardaba. Cuando me senté en la salita me dijo que estaba
estrenando sofá, pues el anterior lo había quitado.
Como no me aclaró más, prudentemente permanecí en
silencio. Luego añadió con sonrisa extraña en él: ‘No estaba
viejo, pero ya no podía conservarlo en casa. Hace unos
días vinieron dos inspectores de la Social para interrogarme
sobre actividades políticas de alguien de mi familia. Yo
les dije que defender la libertad no es ningún delito. Y les
añadí que una vez se fueran me desprendería de aquel
sofá en el que se habían sentado’. Y añade Guerra Aguiar:
“Así era don Ventura”.
Así eran aquellos poetas. Antología cercada, que ha salido
de nuevo, publicada por las Ediciones del Cabildo de
Gran Canaria, recupera un espíritu que fue el de aquellos
E JUAN CRUZ RUIZ
l sillón de los poetas
Homenaje a Antología
cercada en el INEM Pérez
Galdós de Las Palmas de
Gran Canaria, viernes,
21 de mayo de 1982.
De derecha a izquierda:
José María Millares,
Ventura Doreste, Pedro
Lezcano, Agustín Millares,
Sebastián de la Nuez y
Nicolás Guerra.
En el fondo se lee:
“A Ángel Johan, en el
recuerdo”.
(Fotografía del profesor
Saavedra López).
hombres a los que la historia les fue esquiva y esquinada,
que vivieron, gracias a la poesía, la resurrección de su espíritu
ensombrecido por la guerra y la represión que sobrevivió
a la guerra y mantuvieron su dignidad escribiendo,
manifestándose a veces en silencio y en ocasiones con gestos
en los que se mezclaba la burla íntima del represor con
el surrealismo que habitaba en su cultura.
Es ahora una antología histórica, porque ha pasado
mucho tiempo sobre ella; pero la lectura de estos poetas
(el citado Ventura, José María y Agustín Millares Sall,
Ángel Johan y Pedro Lezcano) revela la cantidad de actualidad
que les quedan a sus versos, pues, como señala Jorge
Rodríguez Padrón y recoge el editor, esa poesía social que
practicaron no fue en absoluto tan solo la literatura de
unos militantes, sino el resplandor de la época, transitado
por el surrealismo que disponían en herencia y la voluntad
de contar la realidad que provenía de su compromiso
con la vida. Era, por decirlo con una frase que hace cuarenta
años hizo fortuna hablando del teatro, poesía de protesta
y paradoja, y también poesía íntima, de la intimidad
que el hombre guarda para preservar su independencia, la
voluntad de mantener intacto el sillón en el que se sientan
él y su familia.
La poesía canaria, que en esa antología conoce un
punto culminante, es un patrimonio ilustre del siglo XX; en
una época en que la expresión multitudinaria estaba prohibida,
para los periódicos, para la literatura, incluso para la
canción, la metáfora era el único elemento que podía burlar
a los censores. Y aunque éstos hurgaron, pusieron pleitos,
amenazaron con cárcel y muchas veces causaron quebranto
en la libertad de los intelectuales y de los escritores,
los persiguieron con saña y también con burla, la poesía
pudo más. Hasta bien entrado el siglo XX, y aún en época
franquista, la poesía siguió siendo, en instituciones públicas,
como la Universidad de La Laguna, en institutos de
enseñanza media, en medios de comunicación, el instrumento
del que se valieron los escritores canarios para
comunicar su militancia social, su compromiso como ciuda-
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danos y como poetas. En esta reedición, precedida de un
amplio estudio del profesor Guerra Aguiar, se recogen
momentos en que la herencia de Antología cercada siguió
funcionando en lugares públicos, en homenajes de recordatorio,
en celebraciones del patrimonio civil que constituyó
aquella generación. Y es que era poesía incesante, no era
el reflejo de un instante, era un panorama, una apuesta,
una murada en la que cabía todo el horizonte.
De la lectura de los poemas que entonces constituyeron
aquel breve volumen (32 páginas) se extraen ahora, lo hace
Guerra Aguiar, lo hacen otros, las conclusiones literarias
que explican la vigencia de aquella muestra literaria, pues
en ningún caso (en ninguno de los casos) ahí ni los Millares,
ni Doreste, ni Johan, ni Lezcano se limitan a exponer
la rabia fieramente humana que les provocaba el instante
que estaban viviendo, sino que se sirven también de su
experiencia lírica de lectores para traspasar el ámbito de la
preocupación civil y construir poemas de una enorme responsabilidad
estética, de una belleza que trasciende el tiempo.
“Detenido el clamor del agua en la ribera, / las heladas
cinturas de unos ojos despiertan / los ríos de la tierra, desnudos
hasta el mar”, escribe José María Millares Sall. Y su
hermano Agustín, acaso el poeta más comprometido de la
generación de los 50: “Si pregunto, no logro una respuesta.
/ Si levanto la voz, hallo el vacío. / De la exasperación
llego a la cresta, / lamido por un mar de escalofrío”. Y, en
fin, Lezcano: “Ciudadanos, seguid gallardamente / de pie
sobre la acera, / y vestid a ese muerto de etiqueta”.
A lo largo de las décadas quisieron acallar sus voces, agitarles
el miedo sobre sus cabezas, les hollaron sus sillones
domésticos, quisieron sacarlos de sus casillas; y tuvieron
hijos (también metafóricos), sembraron en aquel entonces
una manera de ser de la poesía, y construyeron desde ese
cimiento primerizo un vocabulario poético que hasta hoy
murmura en la mejor de las literaturas isleñas, la poesía.
Buena iniciativa del Cabildo grancanario, la resurrección
de voces que entonces se abrían paso a dentelladas y que
hoy regresan para decir, como escribió Bertolt Brecht, que
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también se debe cantar en los tiempos oscuros. Bendito
aquel sillón, benditos aquellos sillones en los que aquellos
hombres quisieron sentarse desafiando a los que quisieron
mancillarlos. El tiempo escucha sus versos todavía ahora.
[Reproducción del texto publicado en La Provincia – Diario de Las
Palmas el 30 de diciembre de 2012 en la sección Gente y Culturas,
pág. 69].
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De izquierda a derecha:
Pedro Lezcano, Agustín
Millares, Ventura Doreste,
Ángel Johan, José María
Millares y el artista
Manolo Millares, autor
del dibujo de los poetas.