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EN LA ACTUALIDAD ES MUY DIFÍCIL ENCONTRAR EJEMPLARES del
primer libro publicado por Tomás Morales, Poemas de la
Gloria, del Amor y del Mar en Madrid en 1908 bajo el sello
editorial de la Imprenta Gutenbeg Castro. Los ejemplares
que aún puedan encontrarse son escasísimos, y la mayoría
de ellos, por lo general están en muy mal estado de
conservación. Pero estamos ante un ejemplar, que aunque
no conserva las cubiertas originales, está en muy buen
estado de conservación porque fue encuadernado con
tapas de cuero en su día. Además es un ejemplar con un
valor documental de primer orden porque contiene una
dedicatoria autógrafa de Tomás Morales a su gran amigo,
el pintor y fotógrafo, Tomás Gómez Bosch. La dedicatoria
está fechada en Las Palmas el 15 de enero de 1909 y reza
como sigue: “A Tomas Gomez con un abrazo cariñoso.
Tomás Morales. Las Palmas. Enero 15 1909”. Entre las
bibliotecas privadas de los creadores canarios se encuentra
sin duda la del pintor Tomás Gómez Bosch (1883-
Poemas de la
Gloria, del Amor
y del Mar.
[Donación de SOFÍA GÓMEZ ARROYO]
Portada de Poemas de la
Gloria, del Amor y del Mar,
de Tomás Morales; con una
poesía de Salvador Rueda.
Madrid: Imprenta
Gutenberg-Castro, 1908.
141 p.; 18 cm.
Dedicatoria autógrafa de
Tomás Morales a Tomás
Gómez Bosch en la
portadilla de Poemas de la
Gloria, del Amor y del Mar,
fechada en Las Palmas el
15 de enero de 1909.
Archivo-Biblioteca de la
Casa-Museo Tomás Morales.
Cabildo de Gran Canaria.
1980) que la Casa-Museo Tomás Morales adquirió en gran
parte en 2005. Esta edición de Poemas de la Gloria, del Amor
del Mar ha pasado a formar parte del fondo bibliográfico
y documental de esta institución.
El 2 de junio de 2008 se cumplieron los cien años de la
aparición de este libro y el Departamento de Ediciones del
Cabildo de Gran Canaria decidió realizar una edición conmemorativa
del centenario de la primera edición (1908-
2008). Reproducimos a continuación unas palabras de
Oswaldo Guerra Sánchez de la primera parte del texto
introductorio de dicha edición:
No es frecuente en la historia literaria que un libro de
modesta factura editorial y de tan corta tirada haya tenido
una trascendencia tan singular en el desarrollo de la poesía
contemporánea. Desde la perspectiva actual, la publicación
en junio de 1908 de Poemas de la Gloria, del Amor y
del Mar significó, en primer término, la consagración de
un joven poeta que por entonces empezaba a darse a conocer:
Tomás Morales. Pero desde el punto de vista del contenido,
si para los derroteros de la poesía hispánica el libro
fue como un jarro de agua fresca en el marasmo en que
parecía encontrarse la estética modernista del momento,
para la tradición literaria canaria marcó, tal y como hoy
reconoce unánimemente la crítica, el límite entre un antes
y un después en los modos de hacer poesía.
Con tan sólo 23 años de edad, Tomás Morales había
logrado, con un puñado de versos, fama y reconocimiento
en los círculos literarios de la época, que vieron en él a
la gran promesa literaria de las jóvenes generaciones.
Prueba de ello es no sólo el aluvión de críticas positivas
que recibió la obra (por parte de autores como Enrique
Díez-Canedo, Carmen de Burgos, Fernando Fortún, José
Francés, Bernardo G. de Candamo, Luis Doreste Silva,
Francisco González Díaz o Adolfo Febles Mora, por citar
sólo algunos), sino el hecho de que gracias a ella Tomás
Morales fuera incluido en repertorios antológicos de cierto
alcance, como La musa nueva: selectas composiciones poéticas,
de Cecilio Gasca (1908) o Parnaso español contemporáneo,
de José Brisa (1914).
De las tres secciones en que se dividía el libro (Rimas
sentimentales, Poemas de la Gloria y Poemas del Mar), la
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más aclamada sin duda fue la última. La visión que ofrecía
Morales sobre el tema marino era prácticamente inédita
en la poesía hispánica del momento, en especial por
haber logrado un perfecto equilibrio entre elementos en
apariencia opuestos, es decir, entre la ensoñación poética,
de carácter puramente simbolista, y un escenario en
principio realista, como es el de la vida portuaria, los
entresijos de la navegación, la odisea de las gentes de mar.
Y todo ello en el marco de una renovada expresión, perfectamente
encajada en la estructura del soneto de verso
alejandrino, tan caro a los modernistas. Ello explica la originalidad
de estos versos, que en gran medida debían
sonar exóticos para los cenáculos literarios de la capital de
España, lugar donde el autor dio impulso inicial a su
amplio proyecto poético. Y es que el logro de Morales se
cifró en una doble circunstancia, estrictamente literaria
una, puramente vital otra: su sólida formación lectora, forjada
en la estela de Rubén Darío y el simbolismo francés,
y su pertenencia a una cultura isleña, en la que ocupa un
lugar destacado la vivencia del mar (luego transformada
en visión marina) y, muy especialmente, la de un espacio
concreto: el Puerto de la Luz en Las Palmas de Gran
Canaria. Un puerto internacional a pleno rendimiento
desde la penúltima década del siglo XIX, que estaba destinado
a abrir nuevos horizontes a unos isleños de por sí
inclinados al conocimiento de mundos lejanos, y por el
que saldría lo mejor de la civilización insular en su afán
de darse a conocer en el exterior.
Sea como sea desde la aparición de estos poemas de
tema marino (que en su mayor parte el poeta había dado
a la luz en la Revista Latina, que dirigía Francisco Villaespesa),
Tomás Morales habría de ser conocido como el
«poeta del mar», etiqueta que si bien hoy no pasa de ser
un mero encasillamiento, una simple etiqueta, a la vista de
los numerosos y más profundos planteamientos críticos
del momento en torno a su obra, tuvo no obstante una
clara función identificadora de sus poesía, lo que en el
fondo redundó en un más amplio reconocimiento de su
quehacer literario. Una de las muchas muestras en que se
cifra esa fama es la posición que ocupan los versos del
poeta en la crucial antología de Federico de Onís aparecida
en 1934, Antología de poesía española e hispanoamericana
(1882-1932). Allí aparece representado bajo un subepígrafe
titulado precisamente «Poetas de mar y viajes», enca-
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sillamiento que el propio Onís considera insuficiente,
pero que le sirve para afirmar que Morales ocupa un lugar
central en la poesía contemporánea gracias al influjo de
su isla natal, que «le dio los temas diversos de su poesía,
la más rica, amplia y brillante de la fase postmodernista en
España».
Que Tomás Morales era algo más que el poeta del
mar lo demostró en las otras secciones del libro, más olvidadas
por la crítica pero de incuestionable valor. La primera
de ellas, titulada «Rimas sentimentales», es un conjunto
de versos de corte intimista y de clara adscripción
romántica, en los que el poeta instrumentaliza la memoria
como motor de la imaginación creadora. Los objetos
cotidianos, la familia, la amistad, la infancia en fin,
cobran vida en estos textos y conforman el poderoso edificio
de la memoria, muy en la línea de cierta corriente
del simbolismo en lengua francesa, como se puede apreciar
en la poesía de Georges Rodenbach o Albert Samain,
por poner sólo dos ejemplos. Aunque la mayor parte de
las composiciones de esta sección se aleja considerablemente
de los logros poéticos alcanzados por el autor en
su poesía posterior, persiste en ellas un tono y un ritmo
de absoluta modernidad, que hace que puedan ser leídas
hoy sin el menor atisbo de prejuicios estéticos. Sirva
como ejemplo la composición número V, dedicada al
joven poeta español Fernando Fortún, íntimo amigo de
Morales, que es todo un canto intimista a los sentidos y a
la memoria, a partir de la recreación simbolista de los
espacios recoletos (la habitación en penumbra, el hueco
de la ventana, los arcaicos sillones, el rincón del piano)
por los que transita el alma.
Otro tanto hay que decir de la sección intermedia del
libro, Poemas de la gloria, en la que hay composiciones de
gran importancia para entender globalmente la obra de
Tomás Morales, como por ejemplo «La espada», de carácter
metapoético, toda una declaración de intenciones en
el marco del Modernismo, o «Canto romántico», que es
una suerte de recorrido por el propio pensamiento poético
del autor. También encontramos en esta sección otro
verdadero monumento a la estética del Modernismo:
«Criselefantina», poema erótico dotado de una magnífica
arquitectura verbal en el que se cumple una de las máximas
del modernismo: la sacralización de lo profano, en
este caso la divinización del amor carnal.
Reproducimos a continuación la composición poética
citada anteriormente “La Espada” de Tomás Morales:
LA ESPADA
A Santos Chocano
Yo he forjado mi acero sobre el yunque sonoro,
al musical redoble del martillo potente,
y he adornado, en mis noches de trabajo paciente,
con líricos emblemas su cazoleta de oro.
Su rica empuñadura vale todo un tesoro,
y su hoja, fina y ágil, pulida y reluciente,
al girar en el aire vertiginosamente,
brilla al sol con la ráfaga fugaz de un meteoro...
Yo quise que en mi verso, como en mi espada, hubiera
románticos ensueños y cánticos triunfales
—la gloria por escudo y el amor por cimera—,
como aquellos famosos hidalgos medievales,
que acoplaban los hilos de una gentil quimera
al épico alarido de las trompas marciales...
TOMÁS MORALES
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