215

Impresiones

apresuradas

de un reencuentro.

GONZALO REY LAMA.

Ex presidente de ACAMFE

Gonzalo Rey Lama.

Archivo fotográfico de la

Casa-Museo Tomás Morales.

Cabildo de Gran Canaria.

EN EL PRIMER ACTO DEL ENCUENTRO, en el Consello da

Cultura Galega, nuestro Presidente me dedicó unas palabras,

que agradezco de verdad, con las que (más o menos)

me llamaba “padre fundador” (?) y me aseguraba que

nunca me había ido de ACAMFE. Inmediatamente me vino

a la mente un verso de un poema de Rosalía de Castro, de

su libro Follas Novas:

Cando volver, se volvo, todo estará onde estaba.

(Cuando vuelva, si vuelvo, todo estará como estaba)

Por un momento quise pensar que así era, que todo estaba

en su sitio; pero al cabo de un rato, la realidad tangible,

contundente, me dijo que no era exactamente así; que de

los cinco auténticos padres fundadores de la asociación no

estaban en ACAMFE, en este momento, más que tres, ninguno

de ellos en la sala en que nos reuníamos; y que de los

protagonistas del momento auroral, luminoso, de ACAMFE

faltaban muchísimos: de los siete miembros de la comisión

gestora que sólo dos estábamos allí, y de las primeras casas

faltaban también algunas significativas; unos porque ya habían

abandonado la asociación, otros porque no se habían

acercado a Santiago.

Pero sí estaban en la sala algunos veteranos acamfianos,

quizá no muchos; pero fieles e incondicionales a la asociación;

y sí había caras nuevas de casas viejas y caras nuevas

de casas nuevas. Al día siguiente, la Asamblea de la asociación

se desarrollaba por caminos claramente reconocibles.

Por lo tanto, había cosas que no estaban y otras nuevas, ya

sea renovando o sustituyendo éstas a aquellas; lo cual significaba

que si bien no todo estaba donde solía, el escenario

permanecía y prometía un futuro.

Así las cosas el verso de Rosalía requería algún matiz

que saltara por encima de estos cambios advertidos: ¿está

ACAMFE donde estaba? No tengo suficientes elementos de

juicio para valorarlo, porque un día y medio de convivencia

no te deja más que indicios algo dispersos... En un

momento dado, ser testigo de honor convirtió mi presencia en

216

ausencia y la melancolía penetró como una niebla en mi

corazón antes de ocuparse de su trabajo preferido, aristotélico,

de hacer renacer el espíritu, lo que me llevó a pensar

qué era la ACAMFE que uno vivió.

ACAMFE, en mi memoria, era, hace quince o diez años,

el espacio de una ilusión auroral, el tiempo de un crecimiento

personal y la frontera de una evangelización.

La ilusión era esa indesmallable que surge de la convicción

de que una idea es buena, que vale la pena esforzarse

en materializarla primero y en hacerla crecer después hasta

que pueda vivir ella sola su propia vida. Y esta ilusión nos

llevaba a la reflexión, interna o con ayudas exteriores, sobre

las esencias de las casas-museo, sobre la forma de lo que un

intelectual gallego llamaba apousentar as sombras (aposentar

las sombras) de nuestros autores en sus casas, sobre las relaciones

de la casa con el mundo alrededor, sobre la praxis

más terrenal.

El crecimiento personal, en sus dos ámbitos: profesional

e íntimo, era el resultado de la oportunidad de conocer

otros modos de gestionar las casas y fundaciones, discerniendo

cuáles incorporar a esa gestión y cómo hacerlo; era

la respuesta a la responsabilidad de pertenecer a la asociación,

que te exigía profundizar en el conocimiento de los

escritores y de su mundo. Estas facetas de enriquecimiento

llevaban consigo, como certificado de autenticidad, el placer

de la reunión más o menos improvisada, de la conversación

distendida, del debate creativo, del íntimo diálogo

con el autor a través de sus libros buscando en la palabra el

conocimiento, que diría José Ángel Valente.

La evangelización era la consecuencia de la situación vacilante

de una asociación primeriza que necesita darse a

conocer a la sociedad para poder crecer adecuadamente;

pero era también la oportunidad de dar a conocer a tu

autor, borrando las fronteras del desconocimiento o las

otras más sutiles y acaso más peligrosas del conocimiento

superficial y estereotipado.

Quizá fuera oportuno recuperar reflexiones que hoy se

nos presentan como nuevas y que para ACAMFE son ya

217

veteranas. Quizá fuera oportuno pensar si esta ACAMFE

que yo recuerdo no sin emoción permanece o no. Aunque

quizá más oportuno sería discernir si aquella ACAMFE es

posible hoy o hay que acomodarla a las realidades más

perentorias. No lo sé; mi presencia-ausencia no me permite

decir más; pero si refugiarme en este poema que Luis

Cernuda dedicó a su casa:

un jardín secreto

donde crecen los sueños

y el que quiera encontrarse

que se busque a solas

en la soledad del desierto.

Todo esto se me iba agolpando en este día y medio de

convivencia acamfiana y ahora me apresuro a ponerlo en

limpio antes de que se pueda contaminar por un exceso de

racionalidad, disfrutando así de aquella bendita espontaneidad

que caracterizaba las convivencias de los años en

que criábamos a ACAMFE a nuestros pechos; cuando inventamos

la mística de las Casas-Museo.

Santiago de Compostela, 11 de octubre de 2012.